UNAJ | 10 meses sin el 10. Detrás del muro de los talentos – Por Julio Longa

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Por Julio Longa

Los muros se apropiaron de su figura, que simboliza la presencia del héroe popular, del ídolo, del pibe que logró sus sueños y a su vez, de esa persona que siempre reivindicó sus orígenes, su barrio de Villa Fiorito. Desde su muerte, aparecen cada vez más murales del “10”. Y en el barrio, el sentido de pertenencia se manifiesta, se refuerza desde las paredes.

El sociólogo y ensayista Pablo Alabarces, el periodista Alejandro Wall y el docente e investigador en cultura popular Martín Biaggini, analizan al Maradona mito, leyenda que se construyó estando vivo y llevó a que, luego de su muerte, sea la figura repetida en los muros de los barrios populares. “Cuando hablamos de barrio, no me refiero a una cuestión geográfica sino a una cuestión simbólica: el barrio es la gente viviendo, cómo se relaciona, cómo produce simbolismo; no es un lugar que ocupa siete manzanas”, define Baggini, integrante del Programa de Estudios de la Cultura de la Universidad Nacional Arturo Jauretche (UNAJ), y destaca que “uno de los elementos que me llamó siempre la atención son las paredes en los barrios como soporte desde el cual se comunican, se expresan, es democrático. Y esas paredes se usan para cuestiones muy particulares, desde políticas hasta artísticas, futboleras y religiosas. Elegir a Maradona en el lugar donde la gente suele parar, donde se toma una cerveza, se fuma un porro o pasa al hacer los mandados y lo ve; es una marca simbólica muy fuerte”.

Alabarces pone en juego la idea de territorios tribalizados y, por lo tanto, cada barrio “se autonomiza, se fragmenta y le cuesta establecer lazos con otros territorios vecinos pero que haya algo que ataviese todos los espacios, habla de la capacidad simbólica de ese algo: ese algo es el Diego”. El autor de trabajos como Fútbol y Patria, Historia Mínima del Fútbol en América Latina y Pospopulares, relaciona esta mirada con los murales: “cada territorio se mitifica, se vuelve lugar sagrado, y que Maradona sea el nexo que pueda aparecer en Soldati, en la Paternal o en el conurbano de Córdoba, habla de esa capacidad simbólica. Aparece nuevamente esa condición de nacional popular. Es la mejor prueba de eso: Diego puede atravesar, es el único que puede hacerlo, territorios tribalizados”.
Distintos barrios y distintos murales

La figura de Maradona en todos los murales es distinta. Las paredes nos muestran al Diego jugador y DT, pero también al Diego hijo, padre, al Maradona castrista y el que honra a los chicos que combatieron en Malvinas. Surgen entonces todas esas facetas de Diego pero “es indudable que la identificación es con los sectores populares”, enfatiza Alejandro Wall, autor junto a Andrés Burgo del libro El Último Maradona, y agrega que “Diego es Fiorito, nunca dejó de serlo, ni se olvidó de lo que significaba ese barrio, ni de donde había salido y eso está en toda su narrativa. Entonces es inmediata la identificación”.

En esa misma dirección, Alabarces realiza una distinción sobre las nociones del barrio para establecer sobre qué se sustenta la identificación de Maradona con ese espacio simbólico: “Me hace mucha gracia el uso indiscriminado de la palabra ´barrio´ porque en realidad incluye a todos, incluso a los de la burguesía. Sin embargo, cada vez que se habla del barrio, tiene la carga de ese componente mítico de lo popular y Maradona representa ese tipo de barrio y lo reivindicó siempre”. Y para ilustrar esto, el sociólogo recuerda el programa “La noche del 10”, que condujo Maradona en 2005: “Buena parte del éxito de la construcción simbólica en torno a Maradona está en su fidelidad de los orígenes, llevaba Fiorito a todos lados. Canal 13 era una pantalla muy blanca, de clase media urbana y, sin embargo, el día del estreno de su programa, el tipo puso a todo Fiorito en la primera fila, y sabemos que no era fingido. Él nunca escondió Fiorito, todo lo contrario, siempre lo puso adelante”.
El símbolo nacional popular

Alejandro Wall le ha dedicado varios artículos periodísticos, columnas radiales a Maradona y aún así, cuando se le pide una definición sobre el mejor jugador de la historia, piensa por un rato y vacila: “Es muy difícil determinar qué es Diego pero cuando llegó a Gimnasia había despertado una renovación de ilusión en pibes y pibas que jamás lo habían visto jugar, ahí lo comparé con un líder populista: alguien que recrea y entrega determinadas fantasías que van más allá de las que nos entregó jugando al fútbol”.

Y al profundizar en esa idea, en esa visión que presenta a Maradona como figura emblemática, Wall asegura que “Diego se convierte en un símbolo que va más allá de ser el más grande jugador de fútbol porque llegó a esa cima, a ser un superstar sin que lo traten de traidor a sus orígenes; y si no lo trataron de traidor es porque tuvo muy claro su identificación con lo barrial”.

Surge el concepto de símbolo, ese signo cargado de sentido social, cultural, ideológico, de clase. “Maradona es el símbolo que interpela a las zonas más amplias en lo social que ha existido en muchísimo tiempo en la Argentina”, define Pablo Alabarces, y cuando hace referencia al tiempo, considera que “fue el mayor símbolo nacional popular desde Eva Perón para acá. Se van a cumplir 70 años de la muerte de Evita y sin embargo la transmisión del mito perdura, se construye sobre la santidad, sobre la emotividad y también sobre la máquina de coser, la pelota de fútbol, los campeonatos Evita, es decir, hay una materialidad que permite construirlo”.

El titular del seminario Cultura Popular en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA coincide con Alejandro Wall al plantear que la figura de Maradona trascendió más allá de lo que fue como jugador y ese es el punto de partida: “su legitimidad nace en su condición de jugador; no se levanta en torno a él un relato sino que él es el relato y se construye sobre dos elementos: una emotividad potentísima y un cuerpo real”. En cuanto al primer elemento, Alabarces considera que “Maradona está cargado de afectividad, de emotividad por el tipo de lazo que la sociedad entabló con él: se lo amaba o se lo odiaba, no era que te caía bien”. Y hace énfasis en el segundo elemento: “esto es decisivo: fue el mejor jugador de fútbol del mundo; durante 20 años hizo las cosas más increíbles que se hayan visto, entre muchas otras hazañas, (Héctor) Enrique le da un pase 10 metros antes del mediocampo y ese cuerpo es el que gira y empieza a gambetear a ingleses un día preciso de julio de 1986, cuatro años después de la guerra de Malvinas, y lo hizo un cuerpo real, concreto. Entonces cada vez que aparecía, más entero, menos entero, más derecho, menos derecho, más gordo, más flaco, con él aparecía toda la historia”.

Biaggini se dedica a investigar sobre las prácticas culturales, sociales y artísticas en los barrios, especialmente del conurbano bonaerense. Coincide con Alabarces y Wall en definir a Maradona y Evita como íconos populares que, si bien trascendieron el barrio, accedieron a ciertos lujos y afirma que “hay algo que te dicen todos los raperos de barrio que es la frase ´ser real´, es una manera de medir ciertas cuestiones de respeto a tu barrio, a tu origen, y Maradona nunca violó eso: fue real, como dicen los pibes, y al serlo, se lo respetó y se lo sigue respetando”.

Diego sigue siendo tan real que muchos todavía no aceptamos su muerte. Lo queremos escuchar, mirar y seguir admirando e idolatrando. Por eso en su ausencia, los murales logran transmitir esa sensación que nunca se perdió: Maradona sigue siendo parte de cada uno de nuestros barrios y los barrios son cada vez más de Diego.

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