2024 Está más cerca de lo que parece – Por Katu Arkonada

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Katu Arkonada*
Mientras la oposición sigue sin líderes ni propuestas, en el obradorismo ya ha empezado la carrera por la sucesión presidencial en 2024. Y, aunque el inicio de esta maratón de 2 años ha sido un poco agitado con algunos codazos entre los competidores, parece que las aguas van volviendo a su cauce y se ha logrado un pacto de no agresión, al menos durante el primer tramo de la competencia.
Por una parte, está Claudia Sheinbaum, que está haciendo un buen trabajo en el gobierno de la Ciudad de México y es una buena administradora de lo público. Nadie puede negar que es la favorita del Presidente, y eso quizás lleva a una falsa impresión de que tiene ganada la candidatura. Pero su renuncia a construir territorio y organización política, incluso en la propia Ciudad de México, en donde la coalición opositora sacó más votos que la coalición Morena-PT en las recientes elecciones del 6 de junio, lastran sus posibilidades de ser candidata presidencial cuando lo que esté en juego sea una votación nacional y el peso electoral de una ciudad dividida entre dos bloques casi empatados ya no vaya a ser determinante en el resultado general.
Cerca de ella, Marcelo Ebrard, el principal y más eficiente operador gubernamental, que se ha ido haciendo con una red de cuadros intermedios en Morena, aunque sin tanto arraigo entre las bases, pero que cuenta además con el respaldo del Partido Verde para su posible candidatura. Posiblemente es el candidato del obradorismo mejor visto por la progresía y clases medias desencantadas con la Cuarta Transformación.
Además, aunque es necesario reconocer el trabajo de López Obrador amortiguando las consecuencias políticas del fatal accidente de la Línea 12, con cualquiera de los dos candidatos, Claudia o Marcelo, las fotos del metro colapsado y los vagones destruidos serán parte de la guerra sucia opositora contra el candidato o la candidata oficialista en 2024.
Y un poco más retrasado, pero quizás más preparado políticamente para una carrera de larga distancia y muchos obstáculos, asoma la figura de Ricardo Monreal. Jefe del Senado, los sucesivos intentos de restarle protagonismo y capacidad de maniobra política, primero en la figura de Martí, y después en las de Gabriel García u Olga Sánchez Cordero le han hecho lo que el viento a Juárez a quien probablemente cuenta con más poder y control territorial (si lo medimos en forma de gobernadores y senadores) de los 3 principales candidatos presidenciales del obradorismo.
La alianza (lo que se ve no se pregunta) entre Marcelo Ebrard y Ricardo Monreal para exigir piso parejo y democracia interna en un partido que ha sido una eficiente maquinaria electoral, pero que no cuenta con vida orgánica, va a ser un detonante interesante para el proceso interno de Morena el año que entra.
2022 va a ser un año crucial para el obradorismo. A finales de marzo se hará la consulta para la revocación de mandato, en donde no estará en juego la continuidad o no de López Obrador —pues todo parece indicar que la oposición va a llamar, de manera inteligente, a no participar— sino la fortaleza, el músculo político que pueda demostrar Morena traducido en millones de votos a favor de AMLO. En junio se eligen 6 gobernaturas, donde Morena puede arrebatarle Oaxaca y Quintana Roo al PRI, y Tamaulipas al PAN. Y en cuanto terminen la disputa electoral, llegará la disputa partidaria al interior de Morena, con un proceso primero de afiliación abierta (se podría llegar a los aproximadamente 6 millones de militantes empadronados, el núcleo duro que voto en la consulta popular de agosto) y después de asambleas para escoger a nuevas direcciones estatales y una nueva dirección nacional.
Y ahí sí, con las elecciones en Coahuila y Estado de México como antesala en 2023, llegará la disputa por la candidatura presidencial, que no va a ser fácil ante la mezcla de decepción y descontento de las clases medias con el obradorismo, algo por cierto ya visto en todos y cada uno de los procesos progresistas de la región. Ante ello, la apuesta del Presidente López Obrador parece clara, y sobre todo, lógica, ensanchar y ampliar la base de apoyo por abajo, especialmente entre las clases populares y con el sureste como principal bastión.
La carrera recién comienza y de momento se juega más en el campo del obradorismo, que deberá llegar lo más fuerte y unido posible a una campaña presidencial donde el principal campo simbólico de disputa será obradorismo vs. antiobradorismo, sin Obrador en la boleta.

*Tiene un diplomado en Políticas Públicas. Exasesor del Viceministerio de Planificación Estratégica, de la Unidad Jurídica Especializada en Desarrollo Constitucional y de la Cancillería de Bolivia. Ha coordinado las publicaciones «Transiciones hacia el Vivir bien» y «Un Estado muchos pueblos, la construcción de la plurinacionalidad en Bolivia y Ecuador». Es miembro de la Red de Intelectuales en Defensa de la Humanidad.Milenio


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