No es la mala suerte lo que persigue a Haití – Por Rashmee Roshan Lall
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rashmee Roshan Lall*
El 14 de agosto, exactamente 11 años, siete meses y dos días después de que Haití sufriera el terremoto más mortífero jamás registrado en el hemisferio occidental, el país fue golpeado por otro más fuerte. No fue exactamente en el mismo lugar que el primero, sino a algo más de 90 kilómetros al oeste del «Goudou Goudou», la palabra onomatopéyica en creole haitiano para referirse al terremoto del 12 de enero de 2010.
Luego, el 16 de agosto, la tormenta tropical Grace azotó al país, agravando los problemas que enfrenta la nación caribeña. Muchas personas -tanto en Haití como fuera de sus fronteras- respondieron a las noticias de las dos catástrofes naturales con la sombría frase «Haití nunca tiene un respiro». Otros se limitaron a las condolencias. «Pobre Haití», decían los mensajes de WhatsApp que circulaban entre los haitianos y la gente del extranjero que conoce el país.
«Haití cherie. Pobre Haití cherie. ¿Qué puede hacer Haití? Problemas sin parar». Los menesajes representaban una idea fatalista, que supone que Haití está condenado a un sufrimiento constante, que sus problemas son inevitables y que nada cambiará.
No ayudó el hecho de que, el día después del terremoto del 14 de agosto, a medio planeta de distancia, Afganistán volviera a manos de los talibanes. El mundo se vio absorbido por los acontecimientos en Kabul y hubo poco espacio para Haití, con su supuesta mala suerte y sus problemas, aparentemente predestinados.
Hay algo de verdad en la impresión de mala suerte. Cuando se produjeron el último terremoto y la tormenta tropical, Haití ya se tambaleaba por una crisis política provocada por el asesinato de su presidente el 7 de julio. En los años transcurridos desde el goudougoudou Haití se ha visto afectado por una serie de catástrofes naturales, incluido el huracán Matthew.
Matthew, que azotó en 2016, fue un huracán de categoría 4, un evento que se prevé que solo ocurra una vez cada 56 años. Una estimación del Banco Mundial (BM) unos meses después del huracán Matthew decía que Haití había sufrido pérdidas equivalentes al 22% del PIB, había afectado a más de 2 millones de personas o a 20% de la población de Haití, había arrasado carreteras y puentes clave y había destruido la cadena de frío de las vacunas.
Fue un duro golpe después del terremoto de 2010, que mató a 220.000 personas, desplazó a 1,5 millones y destruyó el equivalente al 120% del PIB. El BM utilizó datos históricos para calcular que las catástrofes relacionadas con el clima habían «causado en Haití daños y pérdidas que ascendían a cerca de 2% del PIB de media anual entre 1975 y 2012».
En términos reales, el terremoto de 2021 fue bastante diferente al de 2010. Fue de una magnitud ligeramente mayor —7,2 Mw frente a los 7,0 Mw de 2010—, pero su epicentro se situó lo suficientemente al oeste del país como para no alcanzar a Puerto Príncipe ni a la región de la capital, donde vive aproximadamente un tercio de los 11 millones de habitantes de Haití.
El número de muertos fue mucho menor que en 2010, apenas e 1%. Pwoteksyon Sivil, la Agencia de Protección Civil de Haití, tuiteó el 22 de agosto que había 2.207 muertos y 344 seguían desaparecidos. La agencia añadió que había 12.268 heridos y casi 53.000 casas destruidas. Pero las consecuencias del terremoto de 2021 (y de la tormenta tropical Grace, que le siguió) van más allá del igualmente elevado número de muertos.
Escuelas, hospitales, centrales eléctricas, puentes y carreteras en el sur de Haití, mayoritariamente rural, , han sido destruidos. Se trata de infraestructuras clave en cualquier lugar, pero especialmente en Haití, donde puede llevar décadas conseguir financiación para estos proyectos.
Lahistoria de L´Asile, municipio de 52.000 habitantes del departamento de Nippes, es trágica. Tuvo su primer hospital -50 camas y quirófanos- en 2008. Ahora, el hospital está en ruinas y no tiene más que un pequeño centro de triaje al aire libre. EL Washington Post citó a un médico ente al hospital derrumbado de L’Asile: «¿Reconstruir? ¿Cuánto tiempo va a llevar? ¿En serio? ¿En Haití? Quizá 100 años». Tras visitar las escuelas afectadas por el terremoto, Bruno Maes, representante de Unicef en Haití, dijo: «Es realmente un desastre. Es un impacto masivo, masivo en el sistema educativo».
Los haitianos son conscientes de que la reconstrucción costará millones y millones, dinero que ni ellos ni su gobierno tienen. Aún más revelador es el sentimiento de desesperación de la población, que se encuentra sola. El alcalde de L’Asile, Martinor Gerardin, ha dicho con toda naturalidad: «No hemos visto al gobierno venir en nuestra ayuda, y no espero que lo haga. ¿Cómo vamos a reconstruir nuestras escuelas, nuestras iglesias, arreglar nuestro suministro de agua? Les puedo decir que este gobierno no va a ayudar. Estamos solos».
Dice algo sobre la falta de esfuerzos organizados de ayuda, que un famoso gángster, Jimmy Cherizier, alias «Barbacoa», haya prometido audazmente una tregua con otras bandas para permitir que la ayuda llegue al suroeste de Haití.
La mala suerte de Haití es su falta de preparación y de procedimientos para las estrategias de colaboración. Tras el terremoto de 2010, el Banco Mundial ayudó a elaborar un código nacional de construcción y formó a un nuevo equipo técnico en el Ministerio de Obras Públicas para garantizar las normas.
Casi una década después, el BM infomó de los logros de la Unité de Construction de Logements et de Bâtiments Publics. «En 2012, había completado con éxito las evaluaciones de más de 430.000 edificios. Además, durante el primer semestre de 2018, más de 16.000 albañiles e ingenieros recibieron formación en construcción parasísmica».
Pero el eslogan de la entidad nodal de construcción UCLBP de «reconstruire mieux» (reconstruir mejor) parecía aplicarse principalmente a Puerto Príncipe y las zonas circundantes afectadas por el terremoto. En los años transcurridos desde el terremoto de 2010, apenas se ha intentado desarrollar un conjunto nacional de protocolos de seguridad sólidos y de resiliencia sistémica. A nivel nacional, Haití no ha tratado de reforzar los edificios que no pudieron ser reconstruidos ni de instituir simulacros de respuesta al terremoto.
Al ser el país más pobre de América, lo que se considera más catastrófico es la falta de preparación de Haití ante las catástrofes, más que la frecuencia de estas.
En su Informe sobre Riesgos Mundiales 2020, Bundnis Entwicklung Hilft, una red de organizaciones humanitarias alemanas, clasificó a 181 países según parámetros que incluían la exposición a los riesgos, la susceptibilidad, la adaptación y la falta de capacidad de respuesta. Según el informe, en la región del Caribe, Haití está menos expuesto al riesgo de catástrofes naturales que Dominica y Trinidad y Tobago.
Y no está tan expuesto a las catástrofes naturales como Japón, Uruguay y Chile -situados cerca de los bordes de las placas tectónicas y propensos a los terremotos- o los Países Bajos, amenazados por la subida del nivel del mar. Y sin embargo, Japón y los Países Bajos se encuentran entre los 15 países menos vulnerables del mundo. Haití, por el contrario, es muy vulnerable, ocupando el noveno lugar en el cómputo global de falta de capacidad de respuesta, justo detrás de Afganistán y de la conflictiva Siria.
¿Por qué? Cualquier búsqueda de respuestas suele toparse con la aguda falta de recursos de Haití para reconstruir y prepararse para las catástrofes. Cuando recibe recursos -de fuentes extranjeras, como ocurrió tras el terremoto de 2010- la ayuda es en realidad perjudicial porque debilita al Estado haitiano, según argumenta el historiador Laurent Dubois en su libro de 2012 Haití: las réplicas de la historia.
Pero los economistas Daron Acemoglu y James Robinson, autores de Por qué fracasan los países: Los orígenes del poder, la prosperidad y la pobreza, escribieron una vez en su blog sobre el enigma de la situación de Haití. Se preguntaban por qué sufre de esta manera y no la República Dominicana, que comparte la isla de La Española con Haití, así como su historia de esclavitud.
«Al final de la Segunda Guerra Mundial, Haití y la República Dominicana tenían niveles de renta per cápita esencialmente idénticos. A partir de entonces, divergieron», escribieron Acemoglu y Robinson. Tal vez se deba a que la República Dominicana tenía un dictador que se embarcó en una senda de crecimiento extractivo, dijeron. Más tarde, la República Dominicana tendría instituciones políticas más inclusivas y crecimiento económico. Pero en el caso de Haití, «no hubo crecimiento extractivo…solo anarquía». Es discutible, pero tal vez eso forme parte del patrón de la evidente falta de preparación de Haití.
*Fue periodista del The Times of India en Delhi, editora de Rupa y HarperCollins India y luego con el Servicio Mundial de la BBC en Londres. Publicado en Nueva Sociedad.