«Ideología de género» e infancia, disputa por el futuro – Por Rodrigo Alonso

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Rodrigo Alonso*

La infancia suele pensarse como un espacio políticamente higiénico, a salvo de las tensiones políticos propias del mundo adulto. Esta operación despolitizadora, que a primera vista asume una apariencia protectora de la niñez, es en el fondo otra forma de política respecto a lo infantil. Lejos de pensar las infancias como espacios por fuera de lo político, alejados de cualquier transacción o disputa de poder, conviene asumir, como sugiere Pilotti (2001), a la infancia como noción estructural puesta en relación con los procesos de producción, demográficos, políticos, etc.

En la misma línea, Carli (2016) plantea: La niñez y la infancia fueron- históricamente- objetos construidos política, social, cultural y educativamente, indicativos de procesos más amplios de construcción de la hegemonía

La infancia es un espacio impregnado de politicidad. En el cuerpo y la subjetividad de niños, niñas y adolescentes se manifiestan diversas aristas del conflicto social, reflejándolo. Al decir de Giorgi (2014), la infancia es, también, un campo de controversias en torno al cual se producen fuertes disputas políticas. Bustelo (2007, p.25) por su parte dirá que “La infancia es la instancia de inauguración de la vida en donde la aparición de la biopolítica aflora en su forma paroxística.”

Un ejemplo de esta alta carga política es la irrupción en los últimos años de diversas expresiones sociales y políticas que despliegan un fuerte activismo contra el “avance de la ideología de género” sobre las infancias. No se trata únicamente de expresiones aisladas o de pintorescas intervenciones de corte religioso. En algunos casos el activismo anti-derechos ha llegado de la mano de gobiernos, por lo pronto de los dos Estados más grandes del continente americano, el Estados Unidos de Trump y el Brasil de Bolsonaro. Recorramos algunos ejemplos de este activismo.

El actual presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, y el proceso de ascendencia conservadora del que es parte, es un caso bien nítido de cómo aparece la infancia y la adolescencia como foco de tensión. En el programa político del partido por el cual fue electo Bolsonaro (Partido Social Liberal-PSL) se lee entre sus propuestas:

k) lucha contra la sexualización precoz de los niños

L) combate a la apología de la ideología de género;

m) combate a los privilegios derivados de las cuotas que resulten en la división del pueblo, sea en función de género, opción sexual, color, raza, credo

Más atrás en el tiempo, en ocasión del voto de destitución de la expresidenta Dilma Roussef, Jair Bolsonaro decía votar “por la familia y la inocencia de los niños en los salones de clase”, para luego cerrar su voto en honor a “Brillante Ustra, el pavor de Dilma Roussef”, en referencia al militar brasilero famoso por torturador. Bolsonaro ha dicho también que el ECA, el Estatuto da Crianca e do Adolescente, que representa la consagración del espíritu de la Convención de los Derechos del Niño a la legislación brasilera, debe ser “rasgado y tirado en la letrina”.

La “sexualización” de los niños no constituyó en la campaña brasilera apenas un lugar en el programa del candidato que a la postre fue ganador, sino que fue pieza fundamental del debate político. La campaña de Bolsonaro utilizó noticas falsas desparramando la idea de que el Partido de los Trabajadores había promovido un “kit gay” en las escuelas, una suerte de paquete de útiles y dispositivos pedagógicos que promoverían la homosexualidad y la perversión en los niños.

Escuela Sin Partido (Escola Sem Partido) fue otro fenómeno que irrumpió en el marco del reascenso conservador en Brasil luego del declive del Partido de los Trabajadores. Se definen como “una asociación informal, independiente, sin fines de lucro y sin ningún tipo de vínculo político, ideológico y partidario”. Está orientada a frenar lo que califican como “adoctrinamiento ideológico izquierdista” en las escuelas de Brasil.

Dicen haberse inspirado en el colectivo estadounidense NOIndoctriNation (No al adoctrinamiento), quienes hasta cuentan con una película sobre Las escuelas públicas y la decadencia del cristianismo en América que se puede ver en indoctrinationmovie.com. Esta organización brasilera está incentivando a los alumnos de las escuelas y liceos a que denuncien a sus profesores si consideran que están haciendo propaganda comunista.

Otros ejemplos de este activismo conservador y reaccionario orientado a la disputa por la niñez son los colectivos con nombres como Con mis hijos no te metas, A mis hijos no los tocan, etc. Con mis hijos no te metas es una organización peruana de fuerte contenido religioso y conservador que dice defender la autoridad de los padres sobre sus hijos ante lo que consideran una intromisión excesiva del Estado en la crianza de niñas y niños.

En 2016 organizaron una suerte de conferencia de prensa en ocasión de la aprobación por parte del Gobierno de Perú de una guía de educación sexual. En esa conferencia (https://www.youtube.com/watch?v=xu_zpvvuhw0) declaraban lo siguiente:

– Sr. Presidente, son los hijos los que están bajo la autoridad de los padres. ¿Por qué querer que nuestros hijos comiencen una actividad sexual a temprana edad?

– “Sr. Presidente, nuestros hijos no fueron ni serán propiedad del Estado, nuestros hijos son propiedad de los padres. Esta ideología de género lo que quiere es distorsionar la sexualidad de nuestros hijos

Durante 2017 esta organización realizó una multitudinaria marcha en la capital peruana (https://www.youtube.com/watch?v=UZsAt_ibkyU), donde entre otros oradores participó el pastor Rodolfo Gonzáles, fundador del Movimiento Misionero Mundial en el Perú quien dijo ante la multitud:

No queremos esas ideologías, que pervierten, que corrompen, que destruyen la base de la sociedad: la familia, empezando por la niñez (…) Esta ideología no se fabricó acá, esta ideología de género la han traído con dinero, han pagado, la han introducido sutilmente. (…) Se han valido de hombres y mujeres sin valores, para introducir esta ideología satánica. Hay gente que tiene al Diablo adentro.

En Uruguay, emulando al colectivo peruano, existe A mis hijos no los tocan, grupo que persigue fines similares y cultiva una misma retórica que el colectivo peruano. Se definen como activistas por la vida y la familia. El discurso va en la tónica de: “No queremos una escuela que confunda a los niños. Dejen a las niñas ser niñas, dejen a los niños ser niños” (www.instagram.com/amishijosnolostocan/).

En octubre de 2018 se suscitó un incidente en un colegio argentino. Un grupo de personas quiso ingresar a una escuela a evitar una clase sobre sexualidad. Así lo registró el diario La Nación: La Plata: un grupo de padres ingresó a una escuela para frenar una clase de Educación Sexual Integral – LA NACION

En el marco de los intercambios entre uno de los manifestantes y una docente de la escuela. El primero dijo:

Vos sos mujer y yo soy hombre. Yo voy a vencer tu ley perversa que me somete a mí y a mi familia a que le tenga que decir a mis hijos que la sexualidad es un constructo social. No es un constructo social.

Estos grupos “antiderechos”, quienes se denominan a si mismos pro-vida o pro-familia, según Córdova (2014) tienen su origen en lo que se conoce como nueva derecha cristiana estadounidense, que emerge en respuesta a la “ola progresista” de los 60s, 70s en ese país.

En este activismo es posible identificar algunas ideas recurrentes.

En primer lugar, aparece una reafirmación del lugar de la familia del tipo “familia búnker”. Un eje importante de los grupos anti-derechos es el reclamo de la restitución del lugar de la familia en la crianza de los niños, que supuestamente estaría siendo amenazado por la injerencia estatista.

Desde estos sectores se ve a la familia como un espacio cerrado, de estructura patriarcal, garante fundamental de los valores de la sociedad que hoy se estarían perdiendo. De esta manera buscan re-jerarquizar a la familia como espacio de disciplinamiento y formación del niño y la niña. En estas perspectivas acaba tomando forma una concepción de una familia tipo “búnker”, que se ve a sí misma como el último espacio de resistencia ante una sociedad en degeneración.

Según Córdova (2014), el crecimiento del evangelismo en la región es uno de los vectores de este fenómeno. Para este autor en estas corrientes cristianas hay una apuesta por el vínculo subjetivo intrafamiliar con la iglesia, que promueve una mirada del Estado como un “agente externo que no aporta nada y pervierte, se entromete, es oneroso”.

En las estructuras fuertemente religiosas, “el orden de cosas responde a una voluntad superior, trascendente, por encima del contrato civil que organiza al Estado. Hay allí una fuente de legitimidad superior al Estado y la ley” (Córdova, 2014). Es común que el discurso de estos grupos antiderechos invoquen una autoridad divina por encima del derecho público para legitimar estrategias de desobediencia e impugnación de la norma establecida.

Sobre los impactos de esto en los derechos de niñas y niños Naureem Shammem (2017) plantea lo siguiente,

El interés superior del niño está en cuestión en estos casos. Los crecientes grupos de derecha conservadores y religiosos están apelando a lo que denominan «derechos de las madres y de los padres» en sus intentos de fortalecer su «concepto jerárquico y tradicional de la familia»

Como segundo eje aparece la “ideología de género” como fuente de perversión e intromisión del Estado en la soberanía familiar. Si la familia es la institución bajo asedio, la llamada “ideología de género” es la forma principal de esta amenaza. Los grupos anti-derechos llaman “ideología de género” al avance de las reivindicaciones feministas, el reconocimiento de derechos para los grupos LGBTI3 y el cumplimiento con el derecho a la educación sexual integral de niños, niñas y adolescentes.

Para ellos la “ideología de género” es una fuente de perversión de la niñez que induce a la confusión, promueve la homosexualidad y sexualiza precozmente a las criaturas. La visualizan como un ataque directo a los valores basales de la sociedad y en sus versiones más fundamentalistas la asocian directamente a expresiones diabólicas o malignas.

El tercer eje es la recurrencia de la figura del “niño angelito”. En los grupos anti-derechos se trata de ubicar al niño en un lugar de supuesta protección; cuando en los hechos se lo está vaciando de contenido en tanto sujeto, se le quita la voz y su protagonismo. Se percibe una postulación de lo infantil como espacio sagrado e higiénico respecto a cualquier contaminación política o intromisión foránea a la familia.

La apuesta por el sujeto autónomo orientada a la expansión de una subjetividad apropiada de su medio (politizada) es vista como algo peligroso y en su lugar se postula una armonía condescendiente para eludir el conflicto, que acaba en una mayor reclusión del niño respecto a su entorno y a la desafección de este de los cambios sociales progresivos. Como no podía ser de otra manera, la “familia búnker” encierra a sus miembros.

En estos grupos el espacio de enunciación de su discurso suele ser de sensación de última hora, donde se ven a sí mismos como la última barrera antes de la degeneración completa del cuerpo social. Hay una razón mesiánica, se perciben al borde del apocalipsis y ellos son la última frontera ante la pérdida absoluta de valores. Hay miedo y una sensación de todo o nada que los vuelve particularmente agresivos configurando una lógica cuasi belicista.

En el discurso que hemos venido reseñando de los grupos anti-derechos aparece el ataque al Estado como garante de derechos, la reclusión del niño al control familiar, el desprecio por los marcos legales internacionales garantes de derechos, vistos por estos grupos como parte de una ideología “globalista” que se entromete en la soberanía de los Estados y las familias.

Por otra parte, en una mirada más general, estas expresiones conservadoras suelen confluir con una impronta económica ultraliberal y de desmantelamiento del Estado, lo que conspira directamente con el estatus del Estado como garante de derechos y de su obligación en materia de protección de la infancia.

Si bien los ejes centrales y manifiestos de los grupos anti-derechos se centran en la denuncia de la “ideología de género” y aspectos relacionados, es posible entrever un desborde de esas temáticas a una mirada más global y regresiva sobre lo que atañe a infancia. Ya sea por lo que proponen, como por lo que combaten, estas expresiones políticas tienen como consecuencia la revitalización de una mirada de la infancia pre- Convención de los Derechos del Niño.

Situándonos en un espacio de reflexión más amplio, podemos pensar estas nuevas derivas de las derechas como una tensión que se enmarca la dialéctica entre cambio y restauración. En los momentos de flujo transformador, la infancia es vista como potencia, avanzan las miradas que la ven como sujeto aliado en la transformación; en los momentos de reflujo restaurador, la niñez es llamada a retroceder nuevamente al espacio privado de la familia bajo la autoridad paterna.

La niñez deja de ser vista como sujeto colectivo que puede engendrar lo nuevo, para ser vista como el espacio por donde debe comenzar a corregirse el cuerpo social dañado o en degeneración. En el fondo lo que está puesto en juego es la tensión entre la posibilidad del cambio social progresivo y un nuevo proceso de re-disciplinamiento social, a cargo del varón en el marco del espacio privado e inviolable del hogar, por lo que la restitución de la autoridad paterna se vuelve bandera de estos grupos antiderechos.

Es posible interpretar este ensañamiento con la infancia como una tentativa de estos grupos por romper la continuidad de los procesos y evitar que las nuevas generaciones asuman posiciones transgresoras o transformadoras. Estamos ante una ofensiva sobre la infancia por parte de expresiones sociales fuertemente refractarias al cambio social, y el golpe a la infancia opera como un intento de ruptura de la continuidad de procesos de cambios progresivos. Este escalamiento del conflicto social, que se proyecta sobre el campo de las infancias, tiene por detrás, ni más ni menos, que la disputa por el futuro.

*Economista uruguayo e integrante del Comité Editorial de Hemisferio Izquierdo


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