Haití | Referéndum: nueva fecha y mismas irregularidades – Por Lautaro Rivara

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Referéndum en Haití: nueva fecha, mismas irregularidades

Por Lautaro Rivara*

Previsto originalmente para este 29 de junio, y aplazado por razones sanitarias y de otra índole, el referéndum en Haití tendrá lugar finalmente el próximo 26 de septiembre. El mismo día previsto para la celebración de las elecciones legislativas y presidenciales. De haber un eventual balotaje, el mismo se desarrollaría el 21 de noviembre. En el nuevo calendario electoral los comicios municipales fueron aplazados hasta el 16 de enero del próximo año.

Una anticonstitucional reforma constitucional

Desde su anuncio, el controversial referéndum no ha dejado de cosechar rechazos por parte de la sociedad haitiana. La oposición política local lo denuncia en bloque, desde los movimientos y organizaciones sociales nucleados en el Frente Patriótico Popular hasta la conservadora “oposición institucional”.

Idéntico rechazo manifestó el Instituto Móvil de Educación Democrática (IMED), una reconocida organización jurídica de defensa de los derechos humanos. En el mismo sentido se sumaron sectores empresariales y hasta la influyente Conferencia Episcopal de Haití (CEH). Los obispos solicitaron mediante una misiva que se suspenda la convocatoria, considerando la existencia de “una crisis política en la que sería difícil llegar a un acuerdo”, y solicitando al primer mandatario que “evite que el país viva días peores y aún más oscuros que los actuales”.

El principal blanco de las críticas se debe a la violación flagrante del artículo 284-3 de la constitución vigente. La carta magna del año 1987 fue elaborada tras la caída de la dictadura vitalicia y hereditaria de Francois y Jean-Claude Duvalier, la que supo recoger buena parte de las aspiraciones democráticas de aquellos años. Aquel transparente artículo establece que “toda consulta popular destinada a modificar la constitución por vía de referéndum está formalmente prohibida”.

Gobierno de facto y contenido de la reforma

La única vía legal para la modificación de la carta magna es la parlamentaria. Pero el Parlamento, de mayoría opositora, fue suspendido en sus funciones en enero del 2020. Con esto, el oficialismo hoy gobierna por decreto y concentra prácticamente toda la suma del poder público.

A este estado de ruptura del orden democrático debe sumarse el nombramiento inconstitucional del Primer Ministro Claude Joseph. También cuenta la intervención y nombramiento irregular de jueces en los principales tribunales del país -el Tribunal Superior de Cuentas y la Corte de Casación-; así como la extensión ilegal del mandato presidencial, vencido el 7 de febrero del presente año.

El nuevo texto constitucional, aún en proceso de redacción, y no disponible en creole, la lengua hablada por la totalidad de la población haitiana, propone el retorno al viejo esquema presidencialista de los tiempos de los Duvalier.

El documento plantea la eliminación del Senado y la construcción de un legislativo unicameral; elimina la figura del Primer Ministro y la reemplaza por la de un Vicepresidente; y habilita la posibilidad de contar con dos mandatos presidenciales consecutivos. Es decir, la propuesta constitucional barre con los principales mecanismos de frenos y contrapesos al poder del ejecutivo que conquistó el movimiento democrático tras 29 años de dictadura.

Hay 3 candidatos que el oficialismo propone para suceder a Moïse: Michel Martelly, ex duvalierista y ex miembro del cuerpo paramilitar de los tonton macoutes; Laurent Lamothe, su ex Primer Ministro; y hay hasta quién se aventura a proponer al mismísimo Nicolás Duvalier, nieto del primer dictador del clan.

Por su parte, Moïse argumenta que la inestabilidad política del país se debe al conflicto de poderes habilitado por la constitución. Sin embargo, en los 217 años de vida nacional, sólo dos presidentes terminaron sus respectivos mandatos -Michel Martelly y René Preval-, ambos regidos por la carta magna de 1987.

Inermes frente a la pandemia

Aún descontando las irregularidades jurídicas, otros actores subrayan la crítica situación vinculada a la entrada al país de nuevas cepas del Covid-19. Si bien la primera ola tuvo un impacto mucho más leve de lo esperado, la escalada de casos de las últimas semanas genera temor entre los profesionales de la salud. Se considera que el 53% de las muertes y el 36% de los contagios se dio en apenas los últimos dos meses.

A esto se debe sumar que Haití es el único país de América Latina y el Caribe que aún no empezó su proceso vacunatorio, a lo que se suma que Jovenel Moïse autorizó recientemente la importación y distribución privada de vacunas. Según declaraciones del Director General del Ministerio de la Salud Pública y de la Población, Laure Adrien, el propio gobierno rechazó la oferta de vacunas que le correspondía a través del mecanismo Covax, con resquemores a la hora de inocular a la población con la vacuna de AstraZeneca.

A esto se debe sumar la imposibilidad de contar con medios de transporte y centros de votación que garanticen normas de bio-seguridad en unos eventuales comicios. Con un padrón estimado de más de 6 millones de personas, la crisis en Haití se expresa por la precariedad general del sistema de salud, la práctica ausencia de Unidades de Terapia Intensiva, y la escasez de elementos de higiene básicos a disposición del conjunto de la población.

Paramilitarismo e inseguridad

El último frente de crítica tiene que ver con la imposibilidad por parte del Estado de garantizar un escenario de paz para la celebración de cualquier cita electoral.

En la actualidad, una espiral creciente de inseguridad azota al país, a manos de diferentes sectores armados, en particular grupos delincuenciales. Según Pierre Espérance, director de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos de Haití (RNDDH), más de 10 mil personas han sido desplazadas de los distritos de Bas Delmas y Martissant. En este último, Médicos sin Fronteras debió suspender la atención médica en uno de sus hospitales, ante la cercanía y el riesgo producido por el accionar de las bandas.

Hace pocos días Jimmy Cherizier, alias Barbecue, el líder de la federación de pandillas de la capital conocida como el G9 llamó a la población a armarse. Este y otros grupos controlan el territorio de los barrios más populosos de la zona metropolitana, y hasta son quienes gestionan los carnets de identidad.

Pocos son los analistas y los funcionarios que se atreven a pronosticar una mejora de la situación social, sanitaria y securitaria en los meses por venir.

*Sociólogo, Comunicador Popular, Editor ALAI, Analista Caribe.

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En esta guerra de nadie contra todos

Por Lautaro Rivara*

No hay en Puerto Príncipe quien no escuche los disparos. Ni hay quien deje de apretar los dientes, agachar instintivamente la cabeza y bajar el sonido de la radio. Son por lo general ráfagas cortas, intermitentes, en algunos casos simultáneas, viajando desde y hacia todos los puntos cardinales de esta gran planicie encajonada entre el Mar Caribe y las montañas. Disparos secos perforando el silencio artificioso de la madrugada.

Una ciudad que supo ser alegre, nocturna y bulliciosa, que hoy vive un tácito toque de queda, autoimpuesto por su propia población desde las 6 de la tarde, hora en que hasta el más osado comienza a recoger su puesto en el mercado para emprender el viaje a casa. Nunca antes peligro y noche habían sido aquí sinónimos.

Una ciudad que ya casi no recuerda cuál fue el día exacto en que la secuestraron, junto a varios cientos de sus propios ciudadanos. Es difícil acostumbrarse a este Haití, un pueblo callejero, de extramuros, de sociabilidad fácil y puertas abiertas, viviendo desde hace meses esta extraña reclusión doméstica que ni el segundo año de pandemia había logrado imponer.

¿El motivo? Fácil sería reducirlo a algunos números desnudos, certificados todos ellos por entidades estatales y por organismos de derechos humanos nacionales e internacionales: 12 masacres (RNDDH), 76 grupos armados (CNDDR), 234 secuestros (ONU), 10 mil desplazados (CARDH). Y, desde la madrugada del día 30 de junio, 15 nuevos asesinatos.

Periodista y activista ejecutados en la calle

Diego Charles, periodista de Radio Visión 2000, y Antoinette Duclaire, feminista y comunicadora, portavoz del movimiento Matriz Liberación y activista de la organización Rassemblement Diyite Haití (RADI), tenían ambos 33 años de edad.

Acababan de llegar a la entrada de la residencia de Charles, ubicada en el barrio de Christ-Roi, en las primeras horas de la madrugada del día 30 de junio. Allí mismo fueron ejecutados. Aunque el hecho no fue esclarecido, diversos testigos mencionan que fueron abatidos por armas de gran calibre disparadas desde una camioneta Mazda. Algunas de las más de 500 mil armas, la mayoría de manufactura norteamericana, que según la Comisión Nacional de Desarme circulan ilegalmente por un país en donde hace apenas 20 años era casi imposible hallarlas, como no fuera algún pistolón viejo y herrumbrado en manos del campesinado.

En un comunicado de prensa, el director de la Policía Nacional de Haití (PNH), Léon Charles, atribuyó el hecho a una represalia por parte de efectivos disidentes de su propia fuerza, organizados en un sindicato, el SPNH-7, rechazado por la jerarquía policial e ilegalizado por el propio Estado. Según Charles, policías rebeldes sin identificar habrían actuado por su cuenta para vengar el reciente asesinato del agente Guerby Geffrard a mano de grupos delincuenciales. Marie-Rosy Auguste Ducena, de la Red Nacional de Defensa de los Derechos Humanos de Haití (RNDDH) consideró sin embargo que el director de la Policía se expresó “con mucha precipitación y ligereza” dado que de momento no se ha realizado investigación alguna.

Diversos sectores de oposición y de la sociedad civil manifestaron que se trata en realidad de un chivo expiatorio para encubrir un crimen político. Al menos por varios motivos. En primer lugar por el modus operandi: un ataque de precisión a una activista y un periodista, ambas figuras públicas, en el propio domicilio de uno de ellos, lo que no encaja en ningún escenario plausible de “balas perdidas” o “daños colaterales”.

En segundo lugar por ser Duclaire, como portavoz de su organización, una conocida opositora al gobierno de facto de Jovenel Moïse, cuyo mandato constitucional finalizó el 7 de febrero de este año. En tercer lugar, porque en las mismas horas otras 13 personas fueron asesinadas por escuadrones de la muerte motorizados en otros puntos de la ciudad. En cuarto lugar, porque de ser el caso, no se trataría del primer asesinato selectivo del último tiempo: tales fueron los casos, que conmocionaron al país, del presidente del Colegio de Abogados Monferrier Dorval, el 28 de agosto de 2020, y el del estudiante universitario Gregory Saint-Hillaire, ejecutado por una unidad especializada de la PNH el 2 de octubre pasado.

Tampoco sería el caso del primer periodista asesinado bajo los gobiernos del partido PHTK, como recordó Jacques Desrosiers, secretario general de la Asociación de Periodistas de Haití. Según Desrosiers, este fenómeno se habría agravado en los últimos tres años, marcados por el secuestro y desaparición en marzo del 2018 del fotoreportero Vladjimir Legagneur, quien venía de investigar el accionar de las bandas armadas en su bastión en Martissant, así como su presunta connivencia con el gobierno. Y también por el asesinato de los radialistas Pétion Rispide, de Radio Sans Fin, y Néhémie Joseph, de Panic FM, ambos en el año 2019.

Es así como empezamos a morir

Como si no estuviera diciendo una frase de singular crudeza y misterio, una vecina le dice a la otra, como al pasar: “y es así como empezamos a morir”. No lo dice en español, claro, sino en creol, la única lengua en la que Haití habla, siente, se conduele y calla. No se refiere ni particular ni necesariamente al crimen que está en boca de todos. No se refiere a la muerte como sueño o como pasaje, el “atravesar” con que metaforizan aquí el inevitable fin de la existencia física.

Se refiere al país y su agonía lenta. Se refiere a una muerte que amenaza con volverse banal y rutinaria, incluso en una nación con una riquísima y abigarrada cultura mortuoria, marcada a fuego por la herencia africana, la religión vudú y la cultura campesina. Pero este es otro tipo de muerte, inasimilable, desconocida para este pueblo al que se le somete al abismo del paramilitarismo y a un caos minuciosamente planificado.

Haití vive una guerra

¿Pero es preciso, y hasta justo, calificarla así? ¿Podemos llamar guerra a este enfrentamiento interminable entre un enemigo invisible y múltiple y un pueblo desarmado? Y es que ya casi no existen las guerras de otro tipo, las que cada tanto aún vemos en las películas: aquellas de fuerzas simétricas, ánimos beligerantes y enemigos declarados. O aquellas en las que al menos quedaba claro por lo que se mataba y se moría, aunque fuera cobarde, o estúpida o inútilmente.

Pero no es el caso. Para algunos, la sola permanencia del conflicto es gananciosa: delincuentes, sicarios, contrabandistas, traficantes de armas, todos los pescadores de río revuelto. Pero sobre todo las clases dominantes, que por fin han logrado amesetar los interminables picos de movilización popular que sacuden al país desde julio del año 2018, cuando cientos de miles de personas, y hasta millones, pusieron en jaque una y otra vez a las débiles fuerzas de seguridad del Estado, las que se vieron rebasadas e impotentes. Para los otros, para los que no ganan, para la inmensa mayoría, la mera existencia de este conflicto aparentemente azaroso, sin patrones establecidos, es una derrota cotidiana.

No hay aquí nada lugar para armisticios o desenlaces. Una guerra sin comienzo es una guerra sin fin, interminable. Antoinette Duclaire y Diego Charles fueron los últimos en ser devorados por ella.

En la obra “La resistible ascensión de Arturo Ui”, el poeta y dramaturgo alemán Bertold Brecht trazaba una parábola entre un mafioso norteamericano de la década del 30 y el ascenso al poder de Adolf Hitler y el movimiento nacionalsocialista.

La parodia no podría ser más elocuente, al referirse a una “ascensión resistible”, aunque no (lo suficientemente) resistida, como el mismo título deja entrever en su denuncia implícita. Sería allí que Brecht consagraría una frase llamada a ser historia, cuando sentenció, pensando en el eterno retorno del autoritarismo y la violencia en Europa, que “aún es fecundo el vientre del que surge la bestia inmunda”.

70 años después de publicada aquella obra, no podríamos más que dar la razón a un texto casi profético, al constatar el regreso de números fascismos y paramilitarismos ya no solo en media Europa, sino en naciones tan distantes y disímiles como la India de Narendra Modi, el Brasil de Jair Bolsonaro, el Estados Unidos del ex presidente Donald Trump y el Haití de Jovenel Moïse. Pero como sugiere Brecht, el foco ha de ponerse no sólo en el análisis de la bestia, sino en el cuerpo social (nacional e internacional) que una y otra vez la engendra. La pregunta es: ¿Estaremos acaso resistiendo lo suficiente aquella ascensión desintegradora y violenta? ¿Estaremos aún a tiempo de detenerla?

*Sociólogo, Comunicador Popular, Editor ALAI, Analista Caribe.

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