Sindicatos en América Latina – Por Nahuel March Rios

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Por Nahuel March Rios*Hablamos con Marcelo Abdala, secretario general del PIT-CNT Uruguay; Adilson Araújo, presidente de la CTB Brasil; y Huber Ballesteros, miembro del Comité Ejecutivo de la CUT Colombia, para entender el panorama sindical y político de la clase trabajadora latinoamericana.

Desde miradas más teóricas, se suele criticar a las organizaciones sindicales latinoamericanas por la baja representatividad, en razón del bajo número de trabajadoras y trabajadores sindicalizados. Estas críticas no contemplan muchas veces el peso de la informalidad en nuestro continente, los tipos de contratos laborales ni las leyes que permiten la afiliación sindical en cada país. El criterio que se utiliza para medir la representatividad sindical suele comparar el número de trabajadoras y trabajadores sindicalizados con el total de asalariados. Si bien en algunas naciones de nuestro continente la tasas oscilan alrededor del 10% -o inclusive son aún más bajas-, existen realidades muy diferentes relacionadas con la historia y las características de cada país. Argentina y Uruguay poseen las mayores tasas de afiliación de Sudamérica, con números que se asemejan a países del primer mundo (un 28% y 30% respectivamente). En una situación intermedia están Chile (20%) y Brasil (19%), que igualmente se encuentran por arriba de países como EE.UU. (10%). Mientras tanto, los países andinos como Perú (6%) o Colombia (10%) se caracterizan por tener una sindicalización menor, que se asemeja más a la del resto de Latinoamérica. El Grito del Sur se comunicó con los principales dirigentes de las centrales sindicales de Uruguay, Brasil y Colombia, para poder dialogar sobre las tasas de sindicalización y profundizar sobre la situación de los trabajadores y las trabajadoras en nuestro continente.

Historias sindicales del continente

Marcelo Abdala es el secretario general del PIT-CNT (Plenario Intersindical de Trabajadores – Convención Nacional de Trabajadores), la central sindical única de Uruguay, donde prácticamente la totalidad de los sindicatos están afiliados. Según Abdala, su país tiene una de las tasas de sindicalización más alta debido a que “en Uruguay hay una tradición muy antigua de organización de la clase trabajadora, que se remonta al año 1875, cuando se constituyó la primera organización de trabajadores en el país». Abdala señala que esa primera organización «tuvo toda una trayectoria, que fue pasando de los gremios artesanales, sociedades de mutuo socorro, gremios con una impronta importante de la experiencia de los obreros europeos que venían a nuestras tierras. Y hay un punto de inflexión, en el momento en que se aprueba la ley madre de negociación colectiva, la ley de Consejo de Salario, que contribuyó a que la clase obrera naciente de los procesos de sustitución de importaciones, se configure, ya no como sindicatos de oficio, sino como sindicatos de rama industrial». Para el año 1966 se conformó la convención nacional de trabajadores, hoy PIT-CNT, un conglomerado obrero unido en una sola central. «Ni siquiera la dictadura logro impedir que se desarrollara la actividad sindical en Uruguay, al fascismo se le respondió con una huelga general por tiempo indeterminado», repasa el secretario del PIT-CNT.

Adilson Araújo es el presidente nacional de la Central de los Trabajadores y Trabajadoras de Brasil (CTB), una de las centrales de mayor importancia en ese país. Araújo se muestra preocupado por la tasa de sindicalización que tienen en su nación: “La baja tasa de afiliación sindical es un problema que debemos reconocer humildemente, identificar sus causas y trabajar para superarlo. Creo que hay muchas razones: los actos antisindicales del patronato, la ideología neoliberal que fomenta el individualismo, los cambios en las relaciones laborales, pero también una cierta burocratización y divorcio entre dirigentes y bases que no se puede subestimar y hay que corregir», señala el dirigente. «La CTB lanzó una campaña nacional de sindicalización con el convencimiento de que es fundamental elevar el nivel de organización y conciencia de nuestra clase trabajadora para frenar el retroceso que se vive en el país desde el golpe de 2016 y lograr mejores días para nuestro pueblo”, cuenta Araújo.

Por su parte, Huber Ballesteros es miembro del comité ejecutivo de la Central Unitaria de Trabajadores de Colombia (CUT) y vicepresidente de la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (FENSUAGRO). Ballesteros tiene un panorama todavía mucho más alarmante de la realidad de su país. “La tasa de sindicalización en Colombia es realmente la más baja de América Latina, apenas está en el 4.6% de los trabajadores que tienen un contrato formal. Tenemos una tasa de sindicalización incluso inferior a hace 65 años», señala Ballesteros. «Eso se debe a varias cosas. Lo primero es que, como muchos países de América Latina, Colombia ha venido desindustrializándose aceleradamente y sobre todo a partir de la implementación del modelo neoliberal hace 30 años. La segunda razón tiene que ver con las reformas que se han impuesto a partir del modelo neoliberal, y que han generado una flexibilización laboral enorme,. Y una tercera razón, tiene que ver con la guerra sucia en nuestro país que no ha parado, y que se ha cobrado en los últimos 30 años cerca de 5000 sindicalistas asesinados”, dice Huber. “A eso se suma una política anti-sindical auspiciada desde el Estado, un Ministerio de Trabajo que es una entidad donde gobiernan los patrones. La persecución que realizan deja expuestos a los trabajadores a una suspensión del contrato si llegan a sindicalizarse”, denuncia Huber.

Diferentes realidades de una historia en común

Las historias previas son diferentes, pero encuentran puntos en común sobre el impacto que tuvieron en la región las políticas neoliberales. La particularidad tal vez sea el caso uruguayo, como nos cuenta Marcelo Abdala: “En el último periodo tuvieron un impacto enorme las leyes democráticas que impulso el Frente Amplio, en particular la de Libertad Sindical y la de Negociación Colectiva. Al influjo de la negociación colectiva se fortalecieron mucho los sindicatos y en el mejor momento estuvimos en unos 400.000 afiliados, para una población económicamente activa de alrededor de 1.400.000 trabajadores, un porcentaje bien importante de sindicalización”, señala el metalúrgico uruguayo.

Por otra parte, la informalidad del trabajo es una tendencia que ha ido creciendo en todo el mundo y especialmente en nuestro continente, y es interesante notar cómo todas las centrales tienen la vista puesta en enfrentar esa problemática. “Es otro desafío que surge con la aplicación de nuevas tecnologías asociadas a la ofensiva neoliberal para cambiar la relación entre capital y trabajo, debilitando la organización sindical”, señala el presidente de la CTB, Adilson Araújo. “Hoy la realidad es diferente, la informalidad avanza y en ella tenemos el fenómeno de la llamada uberización, que en Brasil ya involucra un universo estimado de más de 5 millones de trabajadores, sometidos a sobreexplotación y completamente despojados de derechos. Estamos debatiendo el tema, pero aún no hemos tenido una respuesta efectiva. Es un problema nuevo, que no es sólo del movimiento sindical sino también de las fuerzas políticas comprometidas con las causas laborales”, se cuestiona el también dirigente del Sindicato de los Bancarios de la Bahía (SBBA).

En el caso colombiano, hay encaminados algunos proyectos de sindicalización para este sector pero no han llegado a buenos términos todavía. “El movimiento sindical está inmerso en una crisis organizativa producto de la baja tasa de sindicalización y en una crisis política, porque no encuentra la metodología acertada que le ayude a unificar a los trabajadores al movimiento sindical con el resto del movimiento social. Y tiene una crisis ideológica: tenemos siete centrales sindicales, tres son las más importantes, las otras son centrales sindicales de papel. Pero aún estas tres grandes centrales tienen una orientación política-ideológica de derecha y de la socialdemocracia. Incluida la CUT, cuyos ejecutivos somos 21, pero lo domina una mayoría de 14 donde se agrupó la socialdemocracia con la derecha”, denuncia Ballesteros sobre la situación de su propia central.

“Esa crisis hace mella en su política, porque a pesar de que los trabajadores informales en Colombia son alrededor de 16 millones de personas, tampoco emergen como un sector organizado. Hay una serie de sindicatos pequeños en todas las ciudades del país, que hemos tratado de que converjan en la Unión General de Trabajadores de la Informalidad (UGTI) como un sindicato de carácter nacional de este sector. Pero todavía no se avanza suficientemente: es un sindicato que sumándolos entre todos no alcanzan a tener 60 o 70 mil afiliados, en un universo de 16 millones», agrega el sindicalista colombiano. «Sin embargo, una de las reivindicaciones que reclaman desde el paro nacional en su país es la implementación de una renta básica universal, algo que claramente beneficiaría al sector informal», señala en relación a la coyuntura actual del país cafetero.

Para Abdala, la salida a estos problemas debe ser regional: “Nosotros hemos planteado que toda la masa de desocupados e informales son nuestros compañeros. Son los expulsados de la industria. En Uruguay hay un déficit de industrialización, la matriz productiva no es para nada equilibrada desde el punto de vista de los sectores intensos en recursos naturales y los sectores que pueden generar más valor agregado. Por tanto, en primer lugar, organizar a los informales; y en segundo lugar, promover y luchar por la industrialización de país. Yo creo que ahí tenemos un debe de las centrales de América Latina, que no le hemos puesto la perspectiva de una integración profunda del continente, sin la cual ningún pueblo en esta etapa de mundialización del capital sale solo. Si no tenemos un camino de integración profunda no vamos a tener salidas nacionales y populares en nuestros países”, propone Abdala.

La situación política y los sindicatos en América Latina

Más allá de los diferentes orígenes y de los niveles de sindicalización, los tres países a los cuales pertenecen los sindicalistas entrevistados tienen en común el hecho de encontrarse en conflicto con sus gobiernos locales. Tal vez el caso más conocido en las últimas semanas es el de Colombia, donde se cumplió un mes de paro y movilización nacional. Huber Ballesteros relata: “El movimiento sindical es parte del Comité Nacional de Paro. Ahí están las tres mayores centrales del país (la CGT, la CTC, y la CUT), que constituyen con las dos confederaciones de pensionados lo que se llama el Comando Nacional Unitario. Hay una discusión con otros sectores, que han sido los mayores protagonistas: la juventud, los indígenas, los campesinos, los transportadores o camioneros; porque ellos no se sienten representados en el Comité Nacional de Paro que lo domina mayoritariamente el movimiento sindical. El movimiento sindical debe hacer ese reconocimiento de que hay otros actores y que hay otros puntos para agregarle a esa agenda de negociación, más allá de los seis puntos del pliego de emergencia”, aporta Ballesteros.

Esas tensiones son complejas, ya que actores como la juventud no cuentan con una organización nacional clara para sentarse en la mesa de negociación con el gobierno. “Lo que no se ve en Colombia es que estamos en un momento insurreccional donde podemos tumbar el régimen. Hay que actuar con realismo y hoy toca sentarse con el régimen y barajar varias cosas, por ejemplo, negociar asuntos del modelo neoliberal que sin dudas van a repercutir en el cambio del modelo político. Pero en el marco del paro, no levantando el paro. Y debe terminar en un acumulado de proceso político para dar un salto cualitativo en el 2022, que nos permita desalojar del gobierno a toda esta casta neoliberal. Si damos ese salto, sentaremos las bases para cambios más estructurales dentro de la economía y la política colombiana”, concluye el representante de la CUT colombiana.

Por su parte, el Brasil de Bolsonaro ha sido noticia durante toda la crisis del COVID-19: el impacto de la pandemia en relación con la situación laboral en ese país fue muy complicado. Para el presidente de la CTB, “la situación ya no era cómoda, pues la economía brasileña ya estaba prácticamente estancada como consecuencia de la política fiscal anclada en el congelamiento y recorte de las inversiones públicas. Hubo un magro crecimiento del 1,1% en 2019 y la tasa de desempleo ya era alta (11,9%). Con la pandemia, que exigió la restricción de la circulación y el aislamiento social, el país pasó del estancamiento a la depresión, cerrando el año pasado con una caída del 4,1% del PIB. El ejército de desempleados, incluidos los desanimados y subempleados, tiene ahora más de 30 millones de trabajadores y trabajadoras y menos del 50% de la población en edad de trabajar está empleada”, sentencia Adilson Araújo.

“El golpe en Brasil en 2016 fue un golpe del capital contra el trabajo y tenía entre sus objetivos el debilitamiento del movimiento sindical, y de hecho logró acabar con la obligatoriedad y estimuló la negociación individual en detrimento de la negociación y convenios colectivos”, suma. Luego finaliza: “La necesidad de los sindicatos es evidente y contrasta con el debilitamiento de las entidades, que afrontan nuevos y grandes retos y deberán renovarse. Cultivo la esperanza de que esta renovación llegue en el fragor de las luchas de clases y con el compromiso honesto y dedicado de nuestros líderes de clase”.

Por último, en 2020 Uruguay no solo tuvo que lidiar con la pandemia sino que el cambio del signo político ha generado una situación particular, donde se impuso el derechista Luis Lacalle Pou. “Asumió el timón del Estado un gobierno que representa de manera directa al gran capital concentrado, especialmente aquella fracción que está más vinculada a los agronegocios, al ambiente rural de la gran propiedad de la tierra, el capital financiero, a las transnacionales. Viene a procesar un ajuste en contra de la clase trabajadora y de las grandes mayorías nacionales y esto además está reforzado por la pandemia», señalan desde la dirigencia del PIT-CNT.

«El capitalismo se viene convirtiendo en el régimen social más desigual de la historia humana, es decir el 1% de la población más rica del planeta tiene los mismos recursos que la mitad de la población. Esta gente viene a procesar un ajuste radical contra la vida de la clase trabajadora y las grandes mayorías, que están mucho más vinculadas al mercado interno que a las exportaciones de nuestra dotación de recursos naturales para la acumulación de las cadenas de recursos globales. Van a ser momentos de lucha», concluye.

Los puntos en común son claros: el impacto de las políticas aplicadas por los modelos económicos que fomentan la desregulación laboral y las políticas antisindicales. Los países que tienen una historia de mayor organización popular han logrado resistir mejor ante estos embates, pero eso no quita que la resistencia sea profunda en otros países que, aún con una sindicalización más baja, buscan mejorar constantemente la organización de los trabajadores y las trabajadoras.

*Delegado Gral. de la CGI Banco Credicoop. Siempre cerca de ser Sociólogo. Cuervo de alma por herencia y decisión (siempre Club Social, nunca S.A.). Militante por la patria liberada. Autopercibido periodista, win derecho y asador de achuras.

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