¿Cambió el escenario político latinoamericano tras las elecciones en Perú y Ecuador? – Por Alejandra Loucau
Por Alejandra Loucau *
A partir de la vitoria de Guillermo Lasso sobre Andrés Arauz en Ecuador, un neoliberal conservador clásico frente a un representante del progresismo regional, y luego del inesperado resultado de la primera vuelta presidencial en Perú, con un candidato proveniente de la izquierda popular a la cabeza, surge la necesidad de replantear ciertos aspectos del panorama político latinoamericano. He aquí 8 reflexiones:
- El progresismo no avanza linealmente en la región. Después de los triunfos de Andrés Manuel López Obrador y Alberto Fernández llegó el golpe e Bolivia. La recuperación de la democracia al año siguiente y la victoria de Luis Arce dieron un impulso al bloque progresista regional, pero las derrotas de Arauz en Ecuador y de Verónika Mendoza en Perú muestran un escenario complejo y contradictorio, con flujos y reflujos que se escapan a los esquemas preestablecidos.
- La maquinaria de propaganda directa (tradicional) e indirecta (fake news) de las grandes corporaciones mediáticas y de redes sociales, asociadas al gran poder económico-político, vuelve a demostrar que es más poderosa de lo que se cree. La idea de ‘corrupción’ asociada al progresismo sigue teniendo peso en el electorado latinoamericano: el lawfare regional coordinado por el Departamento de Justicia de EEUU y las derechas locales es una pieza fundamental de este entramado de estigmatización constante hacia los sectores progresistas.
- No existe una “fórmula progresista exitosa” que se pueda trasladar mecánicamente desde la primera década de este siglo a la realidad actual. El cambio en el contexto internacional y su cristalizada bipolaridad, la ofensiva de Estados Unidos en su “patio trasero” y su abierta decisión de interferir en la política latinoamericana a través de los cuantiosos medios que tiene a su alcance, la crisis provocada por la pandemia… resultan insuficientes a la hora de conformar un marco de análisis que permita dimensionar los cambios profundos que experimentan los votantes en nuestro continente. Aparece cierta dificultad para incorporar de manera integral las múltiples y nuevas demandas de las mayorías descontentas con el neoliberalismo y las derechas en la región. Algunos viejos consensos que supieron aglutinar los progresismos en el campo popular hace algunos años parecen estar todavía dispersos. La corta pero eficaz derrota que consiguió el neoliberalismo, unida a la polarización que impregna a los movimientos y organizaciones más la cooptación de algunos dirigentes siguen mostrando sus efectos. En este sentido, las dirigencias políticas progresistas consolidadas en el pasado reciente tienen un trabajo arduo por delante, más aún teniendo en cuenta que es a partir de esta desarticulación que trabaja el poder concentrado en todas sus formas.
- La imparcialidad del ideario que determina lo que constituyen o no “los extremos” y “los autoritarismos” en política pierde sustento, demostrando ser artificial y ajeno a la auténtica percepción popular. Por el contrario, su lógica se acerca cada vez más a productos elaborados por los tanques de pensamiento que nutren a los conglomerados mediáticos en un intento de mejorar la imagen de las políticas neoliberales (aunque luego dichos planteos sean reproducidos, con más o menos condimentos, por otras variantes ideológicas). La “moderación” como premisa impuesta ya no puede esconder su falta de objetividad y tendencia ideológica subyacente. Ejemplo de esto es la manera en la cual caracteriza perfiles políticos la prensa hegemónica: la terminología que incluye palabras como “extremo”, “radical”, “fanatismo”, “ultra”, “autoritario”, etc. es utilizada exclusivamente para referirse al progresismo, a la izquierda, a los denominados “populismos” o a los gobiernos no occidentales; no al neoliberalismo y a las potencias que pregonan esta ideología. Así los medios internacionales se refieren a Pedro Castillo, ganador de la primera vuelta presidencial en Perú, como un candidato de “extrema izquierda” y a Keiko Fujimori como una simple representante del libre mercado.
- El peso que tienen las agendas ambiental, feminista y de identidades es relativo y diverso según cada país, aunque tiende a ser analizado de manera generalizante. Dichas temáticas son valoradas por las comunidades de formas particulares, ya sea como demandas en clave liberal propias de las clases medias urbanas o como reivindicaciones autóctonas de zonas no metropolitanas con tradiciones políticas diversas. La visión liberal (utilizada por el neoliberalismo y el progresismo «primermundista» latinoamericano) no considera elementos de clase, relaciones de dominación interestatales o problemáticas regionales desde una óptica local; de ahí su intento de aplicar fórmulas foráneas a experiencias latinoamericanas. La visión progresista, en algunos casos, no termina de estructurar y cohesionar programas claros alrededor de estas políticas, en parte, porque contradicen algunos aspectos de sus antiguos programas, lo cual le genera problemas a la hora de representar ampliamente estas demandas. Otro fenómeno que resulta importante destacar es el creciente rol de algunas ONGs y entidades, muchas de ellas extranjeras, que apuestan por programas políticos de derecha dentro de los diferentes movimientos. Algunas de ellas tienen como fin manipular reivindicaciones originales para utilizarlas como correa de transmisión de votos y apoyos a opciones políticas neoliberales que nada tienen que ver con dichas causas. Como dijo recientemente Leónidas Iza, dirigente de la CONAIE (Confederación de Entidades Indígenas de Ecuador), “sí hay una infiltración de la derecha” (…) “hay un sector que está conduciendo para llevar hacia la derecha [en referencia a Pachakutik, partido dirigido por Yaku Pérez]. Por eso hemos dicho que hay que volver a repensar, a rediscutir el proyecto político del movimiento indígena. Hay numerosos ejemplos que ilustran este fenómeno, entre ellos, el papel que jugaron algunas ONGs ambientalistas ligadas a potencias extranjeras en el golpe de Estado contra Evo Morales en 2019.
- El hecho de que en Ecuador haya ganado un representante neoliberal conservador, cercano a las ideas del Opus Dei, y en Perú se imponga como favorito un representante de izquierda nacionalista con raigambre popular, opuesto a las reivindicaciones de género, muestra una permeabilidad compleja de parte de las distintas comunidades a una gran variedad de ideas. Estas parecen combinarse dentro de un espectro de prioridades que apunta a la satisfacción de las necesidades cotidianas inmediatas, la defensa de algunas tradiciones adquiridas y enraizadas, así como cierto recelo por nociones relativamente nuevas que, desde un punto de vista de clase, se expanden asimétricamente.
- La idea de que el progresismo debe ceder a los grupos de poder concentrado para así garantizar una gobernabilidad más o menos estable empieza a mostrar algunas contradicciones, al menos en las fórmulas adoptadas hasta ahora. Estas se expresan en una sensación parcial de insuficiencia de resultados, en términos económico-sociales (muchas veces las concesiones terminan obstaculizando reformas imperiosas), así como en la enorme agresividad que demuestra tener la derecha neoliberal con la cual se pretende «negociar» y «combatir» al mismo tiempo. La innegable necesidad de encontrar un punto medio que permita articular estos dos últimos aspectos parece conllevar, en los hechos, a la pérdida de equilibrio y dirigirse, por momentos, hacia la impotencia.
- La tan nombrada “insatisfacción con la política tradicional» que expresan los sectores populares en diferentes partes de nuestro continente también tiene que ver con la ausencia de logros y cambios positivos concretos en sus realidades cotidianas durante los últimos años. Las derechas, con todo el sistema que funciona a su servicio, tienen una cantidad de herramientas infinitamente mayor para disfrazar de exitosos sus desastrosas gestiones o planes de gobierno. Por eso es importante que las administraciones latinoamericanas que se identifican con el progresismo y están actualmente en el poder comiencen leer de una forma diferente este sentir popular. La mera oposición al neoliberalismo, la espera por la construcción de una correlación de fuerzas mayor (que, por supuesto, sigue siendo prioridad) y la ausencia de cambios profundos en la realidad social de las mayorías desfavorecidas no bastan para hacer crecer una ola progresista fuerte y duradera.