El sindicalismo ¿ante el fin del pleno empleo? – Por José Candela
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por José Candela *
Los sindicatos no contemplan que la crisis financiera se combina con la corriente subterránea de cambios tecnológicos, que, por debajo, empuja el conjunto social hacia una nueva economía.
Entre 1973 y 1975, el ciclo dorado del capitalismo occidental de posguerra y el pacto corporativo sindical, estaba entrando en una crisis. El endeudamiento de la economía dirigente, generado por la guerra de Vietnam, provocaba una inflación generalizada en el conjunto de los estados capitalistas y el final del sistema de cambios de Bretton-Wood.
Aparecían nuevas fórmulas de organización del trabajo, basadas en la calidad y el trabajo en grupo[i], que la informática, con el concurso de programas para la gestión de información masiva, facilitó, al tiempo que la externalización de las unidades de producción, abrían el mercado de trabajo a la competencia global.
Desaparecieron las economías de planificación estatal, con el desmantelamiento del bloque soviético, y se extendió el neoliberalismo al conjunto de los gobiernos. Los sindicatos nacionales, colocados a la defensiva, dejaron de defender las condiciones de trabajo, para centrarse en la defensa del empleo, y los estados compitieron por atraer inversiones y paliar la destrucción de empleo utilizando el dumping fiscal y social[ii].
Se sucedieron las crisis en Escandinavia, el Este asiático, Rusia, Japón entró en una recesión secular y, desde Wall Street llegó la crisis financiera internacional de 2007.
Alarmados por la crisis financiera de 2007, la Oficina Internacional de los Trabajadores y la Red Sindical Mundial de Investigación organizaron un taller sobre “Sindicalismo y las crisis económicas de ayer y de hoy: Lecciones para un futuro justo y sostenible”.
Los trabajos, encargados a especialistas cercanos o colaboradores de las principales centrales sindicales de los países que habían sufrido las crisis de final de siglo, y de EE.UU., como epicentro del primer gran terremoto financiero del siglo XXI, mostraban, uno detrás de otro, cómo la globalización financiera tiene una “incidencia fundamental, no solo sobre las políticas macroeconómicas, sino también en las instituciones del mercado laboral, y, por ende, en la determinación de los salarios”.
Pero también ponían de manifiesto que los sindicatos no habían llegado a identificar la relación entre, por una parte, la desaparición de las políticas de pleno empleo con, por la otra, el posfordismo y la globalización[iii].
Experiencias diferentes, problemas similares
El encuentro de 2010, muestra las diferentes respuestas neoliberales dadas por los gobiernos, desde Suecia a Corea, pasando por Japón, a las situaciones de desempleo y deslocalización de actividades, generadas por las distintas crisis financieras habidas desde 1989 a 2007.[iv]
Una de las conclusiones más relevantes del encuentro, aunque su implicación sigue aún sin verse 10 años más tarde, es que “los casos examinados subrayaban la necesidad de que el sindicalismo cuente con aliados políticos de confianza para poder presentar una nueva perspectiva económica”.
También manifiestan la necesidad de coaliciones sindicales plurinacionales, porque la solidaridad, pero también el interés a medio plazo, aconsejan “programas regidos por los salarios que difícilmente serán compatibles con políticas de empobrecimiento del vecino”. Esto último, casa mal con las políticas de austeridad fomentadas por la Unión Europea, sin protesta de la socialdemocracia de los socios ricos, contra los socios pobres del sur.
“Cabe temer que las políticas de enfoque nacional originen resultados imperfectos, que serán peores en todos los casos, y con graves e inciertas consecuencias sobre la cohesión social”.
Pero los informes de la “Red Sindical”, no solo se limitan a las manifestaciones externas, financieras, de la crisis del sistema productivo. El representante de la CIO norteamericana[v], habla de la generalización del taylorismo que, unida a las medidas reguladoras del New Deal y a la reforma progresiva de la fiscalidad de las rentas, empresariales y personales, significó el inicio de la etapa más larga de prosperidad, y con mayor igualdad social, del capitalismo desarrollado.
Elevando la condición ciudadana de los trabajadores, por la extensión del sindicalismo industrial, inclusivo y de concertación, que se pactó con el ala liberal del partido demócrata, y con la socialdemocracia europea, para impulsar un keynesianismo de intervención estatal en la economía de mercado.
El ejemplo de la CIO, indica, como pasó en Suecia[vi], que, ante los grandes cambios tecnológicos, la única respuesta eficaz es ser proactivos, aceptar la tecnología y negociar su implantación. En definitiva, hacer que la igualdad de oportunidades, condición imprescindible de una democracia avanzada, penetre en las empresas.
El sindicalismo coreano, sin embargo, como venía de un orden patriarcal y autoritario en lo social y la política, fue consciente de la correlación entre la crisis financiera, las recetas del FMI, la globalización financiera y los cambios revolucionarios en el modelo tecnológico[vii].
Tras la recuperación en V, de 1993, su empeño se centró en la implantación de sistemas colectivos de negociación, que impidieran las islas tecnológicas avanzadas, y dejaran abandonado un entorno de empresas con trabajo inseguro y mal pagado. No han podido evitar el avance del trabajo flexible en los conglomerados donde reinaba el paternalismo, pero construyeron un sindicalismo más general, con capacidad de negociar con los gobiernos.
En 2003 los sindicatos del metal, los hospitales y las finanzas, lograron convenios centralizados de sector. Pero, “las cuestiones más importantes se deciden en una negociación a escala de empresa”. La razón, como ocurre en Suecia y Alemania, es que los trabajadores mejor pagados no quieren ser arrastrados a negociaciones a la baja.
Un caso muy diferente es el japonés, donde la crisis de estancamiento es el resultado del éxito exportador del país. La primera previsión sindical, ha sido la de estar presentes en las quiebras empresariales[viii].
Entre 1985 y 1995, los sindicalistas japoneses sufrieron el calvario del aprendizaje en los comités legislativos, donde tenían que protegerse con el abandono de posiciones, para no ser absorbidos por la avalancha de datos y papeleo de los expertos del gobierno y la patronal coaligados, frente a lo que consideraban una intromisión de los trabajadores en el terreno blindado de los profesionales de la administración y las finanzas.
En ese periodo, Japón incorporó el trabajo temporal subcontratado, los despidos tecnológicos, y los sindicatos, hasta entonces de empresa, descubrían que, en el país del empleo para toda la vida, la mitad de los asalariados, los que no pertenecían a los grandes conglomerados monopolistas, no disfrutaban de empleos regulares y estables.
Rengo tuvo que enfrentarse a la tarea de construir una estructura sindical por industrias, y abandonar, en la medida de los posible, la estructura tradicional de los sindicatos de empresa.
En el año 2000, la tasa de trabajadores estables había disminuido un 5% y, entre 2000 y 2005, la caída ha sido del 9%. Los trabajadores eventuales habían pasado de los 8,9 millones en 1991 a 17 millones en 2007. Hay que hacer constar, que los trabajadores no fijos de Japón carecen de un porcentaje importante de los apoyos de la seguridad social que disfrutan los fijos.
Los cambios han repercutido en un aumento importante de la desigualdad económica. Aunque el estancamiento del mercado inmobiliario ha abaratado significativamente la vivienda (más del 50% de pérdida de precio), esto solo repercute en los bolsillos de los trabajadores que no habían caído en las redes de la burbuja de 1985-94. Como todas las crisis inmobiliarias y financieras, se saldó con un aumento del desempleo de 3 puntos y de la inseguridad laboral.
Además, el endeudamiento del Gobierno, cerca del 200%, limita extremadamente las posibilidades de negociación de políticas sociales por parte de los sindicatos.[ix]
Un programa sindical global, en cada nación-estado, para afrontar la crisis
Como afirma Frank Hoffer, responsable de investigación de la oficina de la OIT, “hasta el momento, la bancarrota del antiguo régimen económico no se ha traducido en ningún cambio fundamental de política.” Los sindicatos se ven arrastrados por las necesidades inmediatas de los trabajadores, a las concesiones salariales, esperando salvar con ello puestos de trabajo, pero no evitan las pérdidas de empleo y los trabajadores se desmovilizan.
“En ese entorno, lo mas probable es que se produzca una disminución de los miembros de los sindicatos y, por ende, de su influencia[x].” Hoffer enfatiza que la crisis de 2007 es diferente a las sufridas por Suecia, Corea o Japón, porque es global. Como en 1929 exige una intervención enérgica y concertada de los estados. Pero los estados rescatan bancos y no ayudan a los trabajadores.
Las propias instituciones financieras, que acudieron en una semana al Congreso de EE UU para pedir 700.000 millones de dólares, han especulado contra los gobiernos, los cuales se endeudaron para ayudar, no a sus poblaciones, sino a los bancos. La crisis, en lugar de paralizar los procesos en marcha, agudiza la financiarización de la economía productiva.
“La alta tasa de beneficios en la industria financiera exige que la economía real produzca resultados similares para los accionistas. Los beneficios financieros de la economía de burbuja se trasforman en el punto de referencia de la economía real”, impulsando la desigualdad y desplazando la carga tributaria a los trabajadores y los consumidores.
El consumo se mantiene por el endeudamiento de las familias. La inversión real se ve desplazada por la competencia de los beneficios cambiarios, que crean una rotación virtual de inversiones en productos financieros. Una burbuja de crédito circulante, hasta la siguiente crisis.[xi].
Los sindicatos no contemplan que la crisis financiera se combina con la corriente subterránea de cambios tecnológicos, que, por debajo, tanto de los conceptos neoclásicos, como del keynesianismo de la demanda efectiva agregada, empuja el conjunto social hacia una nueva economía. Un capitalismo inédito que tendrá muy difícil conseguir la cohesión social necesaria para construir una sociedad en la que la democracia funcione.
Reconocen que “el mundo de los negocios se está liberando de las regulaciones nacionales y se proyecta en un ámbito global, logrando una posición confortable que le permite presionar a los gobiernos y los trabajadores con miras a obtener aún más ventajas”[xii]. Bajos nuestros ojos están ocurriendo cambios, combinados, de la organización del trabajo y de las propias cadenas de producción.
Estos han abierto el camino a la automatización, la cual, bajo la hegemonía del capital financiero, se ha convertido en un instrumento (arma de destrucción masiva) de empleos, frente a la cual el viejo sindicalismo corporativo no puede nada. Frente al capital, que tiene una estrategia política de supresión de regulaciones y reglas y ha conseguido desplazar la negociación laboral al nivel de la empresa, la lógica de la competencia se impone en las negociaciones sindicales a la lógica de la solidaridad.
Porque, debido a la globalización, el keynesianismo deja de funcionar y los sindicatos, sin atraer la voluntad de los gobiernos, sin poder global, convierten la negociación colectiva en un ejercicio de resistente sitiado, que acaba buscando un sitio para la supervivencia de la empresa en la competencia global.
Arrinconados, solo pueden negociar acuerdos para su retirada. Las pasadas luchas del carbón, la siderurgia o la construcción naval, son ejemplos suficientes para ilustrar la necesidad de buscar otra estrategia negociadora. Porque “la lógica de supervivencia de las empresas significa que sin reglamentación en el nivel macro, será imposible mantener los niveles de salarios”, que solo son viables “si los niveles de la demanda agregada pueden mantenerse también”.
Todo indica que los sindicatos deben politizar la situación si quieren tener futuro para el nivel de vida de los trabajadores[xiii].
Si aceptan la invitación gubernamental a la concertación, sin una política propia, se exponen a certificar con su presencia los sucesivos recortes del bienestar; porque su esperanza de paliar daños mayores, en espera de una salida a la crisis que relance el empleo y les permita negociar desde mejores posiciones, es ilusoria. Porque no se trata solo de una crisis financiera. La inversión crea menos empleo del que destruye, porque estamos entrando en una nueva era de relación tecnológica con el empleo.
Tras cuarenta años de aumentos de la desigualdad y de traspasar la carga fiscal de los estados hacia las rentas salariales, las sociedades avanzadas han permitido la debilitación de los estados, que cada día son más incapaces de garantizar el bienestar, si no cambian, a nivel global, sus sistemas tributarios y recuperan la progresividad y el impuesto sobre la riqueza.
Por esa misma razón, la inversión industrial no puede competir con las finanzas globales de casino, como ya se ha dicho, que disparan las expectativas de ganancias para los fondos acumulados por las grandes fortunas. Como dice Frank Hoffer, “El mundo del trabajo y las fuerzas progresistas de la sociedad enfrentan el desafío fundamental de proponer un programa integral para un cambio realista”.
Y ese cambio debe sustentarse sobre un aumento de la proporción de los salarios en la renta social, el control de los bancos y el regreso a la progresividad de los impuestos, “o aceptar que el coste de esta crisis será pagado por los ciudadanos corrientes”.[xiv]
La Organización Internacional del Trabajo propuso en 2009 un Pacto Mundial para el Empleo. Para los países avanzados buscaba garantías de reposición de la participación de los salarios en el PIB y de reparación de los desperfectos en los sistemas de seguridad social. Para los países en desarrollo, la creación y ampliación de los sistemas de seguridad social y pensiones.
Pero, como sostiene Hoffer, tal programa es ilusorio sin acometer una reforma a fondo del sistema financiero global. Para lo cual los sindicatos deben mentalizarse para ser la bisagra de una alianza política global de fuerzas progresistas para el cambio democrático.
Empezando por las alianzas necesarias en los propios países, y en la Unión Europea, como centro global desde el cual es posible la expansión de una cultura de derechos humanos y cohesión social. El objetivo es democratizar la economía, empezando por su institución nuclear, la empresa capitalista, para la cual es necesaria una legislación que fomente la cogestión paritaria de los trabajadores y los accionistas.
Notas
[i] Toyota por la Calidad aplicada a la cadena, y Volvo por el trabajo en grupos. Ver Jessop, B. (1993) Towards a Schumpeterian Workface State? Review Studies in Political Economy, nº 40, Spring, pp. 41-72 [ii] Lawrence Mishel (2020) Rebuilding Workers Power, IMF FINANCE & DEVELOPMENT, December 2020. [iii] Dan Cunniah, (2010: p. 5) Director de la Oficina de Actividades para los Trabajadores de la OIT, Boletin Internacional de Investigación Sindical, vol. 2, núm. 1 Genèvre. [iv] Ver también el Pacto Mundial para el Empleo, promovido por la OIT en 2009 https://www.ilo.org/wcmsp5/groups/public/—ed_norm/—relconf/documents/meetingdocument/wcms_115078.pdf. [v] Steve Fraser (2010: p. 9) Colaborador, New Labor Forum, Centro Joseph Murphy. Boletin… OIT… [vi] I Lindberg y M Ryner (2010; p. 27) consejeros de la Confederación de Sindicatos de Suecia (LO), Boletín, …, OIT. [vii] Jin Hoo Yoon (2010: p. 47) Universidad de Inha. Boletín, …, OIT. [viii] Naoto Ohmi (2010: p. 67) subsecretario de la Confederación de Sindicatos de Japón (RENGO) Boletín,..OIT. [ix] Hansjörg Herr y Milka Kazandziska (2010: p. 87) Berlin School of Economics…, Boletin, …, OIT. [x] Frank Hoffer (2010: p. 109) Boletín, …, OIT… [xi] Hoffer (2010: p. 114) Boletín,…, OIT, … [xii] Hoffer (2010: p. 119) Boletín,…, OIT, … [xiii] Hoffer (2010: p. 122)…. [xiv] Hoffer (2010: p. 123)….* Economista y doctor en Economía, miembro de Economistas Frente a la Crisis.