América Latina | Rompan todo: cuando la historia la escriben los que ganan – Por Daniel Cholakian

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Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura

Netflix estrenó la serie documental Rompan todo. La historia del rock en América Latina, que provocó desde el primer momento múltiples debates y críticas.

El título es, cuanto menos, un equívoco. Entre otras cosas, porque la serie recorre muy pocos países en la región y esta elección tiene que ver con un modelo de venta más que con el contenido posible. Esa decisión no se justifica explícitamente, sino que queda naturalizada por las intervenciones del principal relator de la serie: Gustavo Santaolalla.

El músico y productor argentino, creador del rock latino, un modelo creado con la impronta del  show reconocido por los premios estadounidenses, es quien ordena el recorrido y el modo en el que cada quien se inserta en esta historia. El documental tiene una mirada central que pivotea entre Argentina y México, y toca también Chile, Colombia y Uruguay, con un sobrevuelo por Perú y una mención indirecta a Puerto Rico a partir de la presencia de Residente.

El título Rompan todo refiere a dos situaciones distintas, propias de las primeras décadas del rock en el Río de la Plata. La primera está basada en el tema homónimo de la banda uruguaya Los Shakers, cantado en inglés y con un sonido muy beatle; la segunda es una frase que se le adjudica a Billy Bond, el líder de la argentina La Pesada del rock’roll, y que la habría dicho en un recital en Buenos Aires invitando al público a “romper todo” como respuesta a un sistema económico injusto y marcado por la amenaza policial. Entre un tiempo y otro, el rock había adquirido identidad y adoptado posición respecto del orden y los modelos hegemónicos de la música, las estéticas y el poder conservador dominante en la región.

El subtítulo, La historia del rock en América Latina, obliga a una reflexión: en América Latina no solo se habla en español, como sí ocurre en la serie. En el documental se destaca reiteradamente el valor del rock hecho en el propio idioma. Pero, ¿al propio idioma de quién se refieren?

Solo considerando lenguas oficiales, en América Latina se habla además portugués, guaraní, aymara, quechua, francés, inglés y creole. Cerca del 40% de los habitantes de la región no tienen como primera lengua el español, y por lo tanto la ignorancia de esa importante población latinoamericana no es menor. Todo relato tiene exclusiones y eso es inevitable. Esas ausencias también permiten leer aquello que se dice. Quien produce hace el recorte que considera mejor, y habrá siempre discusiones si una ausencia nos parece más o menos trascendente.

En ese sentido, la ausencia de la historia de las mujeres en el rock, incluso en el presente, donde, por ejemplo, las raperas guatemaltecas hacen un trabajo notable, es casi auto denunciada en el final de la serie. Que las diferentes variantes del metal aparezcan insinuadas y personificada por Juanes, exitoso producto latino para mercados globales, es una de las tantas formas del silencio que suena de un modo muy potente. Tampoco es menor que las bandas de rock extranjeras que se destacan por su presencia en los escenarios sean españolas y cercanas al mainstream del espectáculo, y no alguien como Manu Chao, de fuerte vínculo personal y artístico con el zapatismo en México y participante del histórico No al ALCA, en la ciudad de Mar del Plata en noviembre de 2005.

Pero al darse un nombre, la obra se define a sí misma. Esta producción se llamó La historia del rock en América Latina y esa elección define de qué hablará. Por lo tanto el título no sólo es engañoso, sino que pone en evidencia aquello que niega: el 40% de la población latinoamericana. ¿Tiene mucha importancia? Sí, y se hace evidente luego de ver los 6 capítulos, ya que la dialéctica entre el título y las ausencias refuerza la idea de un modelo hegemónico y excluyente para el género: aquel que se identifica como rock latino en el mercado global de los contenidos audiovisuales. Ese rock latino, en el que reina Santaolalla, parece hacerse solo en español.

Una pequeña digresión: Para quienes escuchamos y conocimos la obra de Arco Iris sorprende ver como Santaolalla se adjudica personalmente haber trazado el camino latinoamericanista de su sonido, cuando era conocida la guía de Dana en gran parte de los caminos de la banda y el trabajo de investigación sobre los instrumentos autóctonos que hacía Ara Tokatlian ¿era necesario obviar mencionar a sus compañeros de aquel tiempo que fue hermoso?

En lo formal hay dos elementos para destacar. Más allá de las imágenes de presentaciones en vivo, más bien escasas, el relato se basa en testimonios, de los cuales se utilizan en general pequeñas frases, incluso palabras sueltas, para construir en la edición en una sucesión que termina construyendo un discurso único sobre cada tema. Con esas voces cortadas y editadas se construye un discurso uniforme y no presenta ideas diversas sobre cada eje temático o cada una de las bandas. Esas expresiones recortadas, y sin otro contexto que la directriz del relato propio de la serie, construyen un discurso que, en definitiva, toma una dirección unívoca, propia de quienes producen la serie y no de cada uno de los entrevistados.

El segundo aspecto formal es la unificación de la escena plástica. Cada plano es una suerte de construcción visual de un mundo feliz. Desde espacios cargados de instrumentos, afiches o premios, hasta casas opulentas. Hay, por supuesto, excepciones. Sin embargo la escenificación nos habla del post rock como un mundo feliz -post rock de exitosos que casi no hablan en presente-. ¿Qué hay de los otros, los que no tienen sus mansiones con generosos pianos o bellos jardines o botellas de bebidas importadas? ¿Dónde están los que hicieron y hacen rock en los rincones de la historia?

La estructura narrativa de la serie es concurrente con esa idea hegemónica sobre qué es el rock en América Latina. Hay una suerte de (pre)historia que circula rápidamente y que parece ser un período en el que se buscan formas para lo que vendría después. Ese primer tiempo aparece como un proceso de asimilación y respuesta originaria, aquel donde se construye una identidad en encuentro con las tradiciones musicales propias, las poéticas de un tiempo irreverente y la respuesta al régimen político autoritario. Los artistas avanzaron con diferentes búsquedas, que no cristalizaron en un género con características únicas y definidas, sino con variantes complejas y originales. Por eso ese primer momento de la serie tiene olvidos imperdonables, como la relación de muchas bandas con el tango y la experiencia de varios colectivos de creación, como MIA o La cofradía de la flor solar, de los que surgirían figuras que crecieron artísticamente y permanecen vigentes en la escena.

El corte entre aquel tiempo del génesis y el comienzo de la renovación que abrirá la puerta al estallido, está marcado por el propio Santaolalla y un gesto autorreferencial. Explica que en 1981, al regresar de su paso por EEUU y haber grabado con dos bandas allí, sintió que en Argentina el rock era conservador y que Charly García, al escribir “mientras los demás miran las nuevas olas yo ya soy parte del mar”, estaba rechazando lo que se venía: la nueva ola del rock. Según su testimonio, Santaolalla traería lo nuevo y García sería el conservador. Así se da, en la serie, el momento de pasaje de un tiempo a otro dentro del rock latinoamericano.

Lejos de construir una continuidad entre ambos tiempos –y mencionar a los actores principales de ese proceso-, la bisagra entre esos dos momentos de la historia está marcada por la aparición de dos actores: los productores, que descubren las bandas y les logran dar un sonido moderno, y la señal global de contenidos audiovisuales MTV, que llevó ese “nuevo” rock latino a todos los países de la región. A partir de esas apariciones en la escena / mercado, el género regional parece haber encontrado el formato que le permitió crecer y expandirse. Lo que marca el acceso a la modernidad del rock latino, según la legitimación de los productores de la serie, es la masividad del negocio del espectáculo. Nada ajeno al éxito, de la circulación masiva y del idioma único tiene importancia.

Lo que en la génesis, esa suerte de antiguo testamento del rock latinoamericano, era rebeldía e interpelación al poder, en la era del género triunfante es adaptación a las demandas del mercado, giras organizadas por corporaciones y la comprensión de una realidad: lo que no se adapta al negocio global de contenidos no será contado (por Netflix).

Como cantó aquel que está en el origen de todo, Litto Nebbia, “si la historia la escriben los que ganan, eso quiere decir que hay otra historia”.

Quien quiera oír, que oiga.

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