Vacuna contra el Covid-19 | La vida patentada – Por Juan Carlos Tealdi
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región. Por Juan Carlos TealdiEl contrato insocial: negocio global, riesgo local
El miércoles 7, Diputados dio media sanción a un proyecto de Ley (Expediente 5072-D-2020), declarando de interés público a la investigación, desarrollo, fabricación y adquisición de las vacunas destinadas a generar inmunidad adquirida contra la Covid-19 en el marco de la Emergencia Sanitaria.
La Ley establece que se faculta al Ministerio de Salud a incluir en los contratos que celebre para la adquisición de vacunas, aquellas cláusulas que establezcan «la prórroga de jurisdicción a favor de los tribunales arbitrales y judiciales con sede en el extranjero y dispongan la renuncia a oponer la defensa de inmunidad soberana, exclusivamente respecto de los reclamos que se pudieren producir en dicha jurisdicción y con relación a tal adquisición». Es decir que las diferencias o litigios por las compras de vacunas que efectúe el Ministerio quedarán sujetas por contrato a tribunales extranjeros.
Esa concesión forzada que los productores de vacunas imponen como dueños del mercado mundial, no es la única. Por eso es que las cláusulas «que establezcan condiciones de indemnidad patrimonial respecto de indemnizaciones y otras reclamaciones pecuniarias relacionadas con y en favor de quienes participen de la investigación, desarrollo, fabricación, provisión y suministro de vacunas», deberán proteger a esos productores de las eventuales demandas por eventos adversos, o por la ruptura de la cadena de frío necesaria para la preservación de las vacunas, etc. Aunque esas demandas puedan presentarse en Argentina, el Ministerio podrá establecer en los contratos límites a esas indemnizaciones. No queda en claro, sin embargo, el alcance de la responsabilidad del productor y del Estado (que podría llegar a tener que pagar todo).
La Ley permitirá asimismo la «inclusión de cláusulas o acuerdos de confidencialidad acordes a mercado internacional», con el objeto de mantener el secreto industrial que evite la producción de genéricos, una demanda inicial de los países en desarrollo para asegurar el acceso universal en sus poblaciones. Y también permitirá la inclusión en los contratos de otras cláusulas acordes al mercado internacional de la vacuna, con el objeto de efectuar la adquisición de las mismas.
Revelaciones
Si alguien todavía no lo tenía claro, y pensaba que las vacunas no eran más que un ejemplo del altruismo reinante en la especie humana, el concepto queda claro y distinto: mercado internacional de la vacuna. Esto ya lo sabíamos. Lo que pasa es que esta pandemia nos lo revela en el modo más brutal del término («apocalipsis» es revelación).
Allá por marzo-abril, muchos se permitían soñar con un compromiso global para asegurar el acceso a las vacunas en condiciones de equidad. Pero poco a poco ese sueño se fue desvaneciendo. Y eso aunque China acaba de decir que se une a la Red Global COVAX promovida por la OMS y la Alianza GAVI para asegurar una distribución mundial equitativa de las vacunas, y aunque Moderna y Astra-Zeneca también se hayan unido a la iniciativa.
Al principio de la pandemia los productores buscaban ayuda financiera para desarrollar lo que todos querían: una vacuna. Era el momento de sacar ventaja inicial. Así, los países ricos fueron haciendo aportes. Luego se supo que ningún productor estaba en condiciones de producir todas las vacunas necesarias para abastecer la necesidad de la población mundial. Vino entonces la carrera de los países y regiones como Europa de asegurarse el mayor número posible de dosis. Y, rezagados en su capacidad de hacer aportes financieros y de negociar fuertemente en esa puja, quedaron los países de medianos y bajos ingresos. Entre ellos, nosotros. La ley a la que Diputados dio media sanción no es más que la única salida que le dejaron a los gobiernos menos poderosos para tratar de asegurarse un lote de dosis que al menos llegue a cubrir a los más vulnerables.
Es una derrota y hay que verla como tal. Es el triunfo de las corporaciones en su máxima expresión. En un mercado auténticamente libre, tan libres deberían ser los productores como los consumidores. Y esos productores deberían correr el riesgo de quebrar así como ponen al límite de quebrar a los sistemas de salud como pasó con el Sofosbuvir para la hepatitis C del laboratorio Gilead, el mismo que hoy produce Remdesivir para el Covid-19 con sus altos costos. Pero el mercado internacional de las vacunas no funciona con esa lógica. Pide libre mercado global en las ganancias y contratos restringidos a lo local en las pérdidas.
¿Quién descubrió qué?
Los productores de vacunas tienen temores por esos y tantos otros manejos éticamente injustificables. Por ejemplo, un conflicto de intereses como el de Astra-Zeneca (A-Z) por el premio Nobel a Harald Zur Hausen otorgado en 2008 por descubrir que el Virus del Papiloma Humano (VPH) produce cáncer de útero, con lo que inmediatamente se incorporó la vacunación contra el VPH a escala global. A-Z era la propietaria desde 2007 de la empresa MedImmune que era la dueña de la patente de la técnica con la que los laboratorios Merck S&D y GlaxoSmithKline producían las vacunas contra el VPH, pagando por esa patente. El presidente del Comité Nobel de entonces, Bertil Fredholm, había sido consultor de A-Z en 2006.
Es un conflicto de intereses como el de Moncef Slaoui, que comanda la Operación Rapidísima dirigida a tener una vacuna para Estados Unidos antes de fin de año. Slaoui fue directivo de Moderna antes de ocupar su cargo, y había sido presidente en el laboratorio GlaxoSmithKline, uno de los mayores productores mundiales de vacunas.
Así es como el laboratorio Moderna recibió cientos de millones de dólares del gobierno de los Estados Unidos para desarrollar su vacuna contra Covid-19. Pero esta semana anunció que durante la pandemia no hará valer sus derechos de patente. No es por la fraternidad que pide el papa Francisco, sino por las fuertes disputas por las patentes relacionadas con la tecnología utilizada en el caso de la vacuna ARNm-1273. Dos solicitudes de patentes por científicos nacionales se vinculan con esa tecnología y de ser aprobadas pondrían en conflicto el patentamiento por Moderna. Los litigios a los que podría enfrentarse le resultarían muy costosos.
Una historia antigua
Hay quienes creen, de buena fe, que las corporaciones cuyo poder está por encima del poder de los Estados, en la sociedad mundial que el capitalismo ha sabido construir, han invertido en los proyectos de vacunas porque entre otras cosas tienen la voluntad filantrópica de evitar muertes. Es difícil evaluar las intenciones. Lo que sí es posible es identificar vicios y virtudes. Esto es: hábitos de obrar mal y hábitos de obrar bien. Y en esta perspectiva, las corporaciones farmacéuticas y biotecnológicas han mostrado una y otra vez que su hábito es generar desigualdad en el acceso a la salud y la vida en el mundo. Las vacunas son, para esas corporaciones, una mercancía que reduce a ser mercancía a quien necesita la misma. Es una historia antigua.
Cuando tenía 16 años, Antonio de Villasante se fue a las Indias acompañando a Colón en su segundo viaje. Se estableció en Santo Domingo y se casó con una cacica isleña. En 1514 recibió una encomienda de 43 indios (otros dicen de 35), y en 1526 una Real Cédula le reconoció la merced antes otorgada por Diego Colón sobre un bálsamo medicinal de numerosas propiedades curativas. En 1528 presentó su descubrimiento con un informe ante el Consejo de Indias y obtuvo la licencia (y patente de entonces) para su explotación. Villasante extraía el bálsamo del árbol conocido por los indígenas como «guacunax», pero mantenía en secreto esa referencia. La fama y la demanda del producto eran tan grandes que el propio rey Carlos V le pidió a Villasante que revelara el secreto para hacerlo accesible a todos.
La cadena filantrópica
En 1803, siete años después del descubrimiento de la vacuna por Edward Jenner, el médico español Francisco Javier Balmis había logrado la financiación para llevar a cabo la que sería la Real Expedición Filántrópica de la Vacuna. El objetivo de esa primera gran iniciativa sanitaria internacional era llevar la vacuna a todo el imperio español viendo que los niños estaban muriendo de a miles en todos lados. Así había muerto la infanta María Teresa, hija del rey Carlos IV que apoyaba la expedición.
Como la cadena de frío que se requiere actualmente, en aquel entonces también había problemas técnicos en la conservación. Jenner vacunaba inicialmente extrayendo el suero de las pústulas que aparecían en la ubre de las vacas enfermas. Lo había descubierto al observar que las ordeñadoras desarrollaban formas leves de la viruela por haber estado en contacto con esas pústulas. Después descubrió que ese suero lo podía sacar de las pústulas que se desarrollaban en el lugar de inoculación de las personas vacunadas.
El problema era que este suero, que contenía virus vivos, sólo se podía mantener activo durante un máximo de diez días entre dos placas de vidrio selladas con cera. Pero el viaje para cruzar el Atlántico hacia América llevaba más tiempo y tampoco había, en todos los territorios coloniales, las vacas necesarias para hacer la «variolación» con ellas.
Balmis tuvo entonces una idea. Si en el barco llevaba personas no infectadas y comenzaba vacunando a dos, con el suero de esas pústulas después de siete días podía vacunar a otros dos, y así sucesivamente, logrando con esa cadena humana llegar a América con el suero necesario para continuar allí con esa cadena.
El foco de la vacunación filantrópica eran los niños, y aunque Balmis necesitaba niños para el viaje, no habría familias que permitieran que sus hijos fueran parte de ese proyecto. Así es como tuvo otra idea. Y consiguió reunir a 22 niños huérfanos de casas españolas de Niños Expósitos como la que en 1779 había fundado el virrey Vértiz en Buenos Aires. Los niños del amor humano de Balmis nunca volvieron a España.
La vida que sigue
No sabemos cuándo estará disponible la vacuna contra el coronavirus. No sabemos siquiera si algún día estará disponible. No sabemos si cuando se aprueben una, dos o tres vacunas, y se inicie la vacunación, empezarán a aparecer eventos adversos, neurológicos o sanguíneos, inmunitarios o genéticos, de enfermedad o de muerte. No sabemos qué pasará con la economía, el trabajo, nuestro entretenimiento, nuestros amores, nuestros proyectos. No sabemos si volveremos alguna vez a la vida anterior. De repente sabemos poco y casi nada sobre la vida que sigue. Pero hay algo seguro: la preservación de la vida estará patentada. Y como pasó con las vías rápidas de aprobación durante la epidemia HIV-Sida, la ética internacional de las investigaciones en salud habrá tenido otro retroceso.