Suramérica en la política exterior – Por Roberto Feletti, especial para NODAL
Por Roberto Feletti *
En la primera década y media del siglo, Suramérica vivió una etapa de estabilidad política, paz social y bienestar económico, desplegándose un proceso de integración regional centrado en el fuerte aumento del intercambio comercial entre las naciones del continente, que hacia 2011 alcanzó el máximo de u$s 130.000 millones, diez veces más que el promedio de la década de 1990.
El estrechamiento de los vínculos suramericanos alumbró organizaciones nuevas que cimentaran la integración, como la UNASUR, y el reflotamiento y mejora de otras antiguas como la Corporación Andina de Fomento (CAF), que fue capitalizada por los países, convirtiéndola en un banco de la región sin la presencia de Estados Unidos. En las crisis políticas como las experimentadas en Ecuador, Bolivia y el conflicto fronterizo Colombia-Venezuela, la UNASUR actuó con rapidez, respaldando la estabilidad democrática en los países afectados e impidiendo confrontaciones teñidas de injerencia extra-regional.
A su vez, durante la grave crisis financiera global del año 2008, la autonomía suramericana -apoyada en su propio intercambio y solvencia financiera- le permitió a la región amortiguar el crack y recuperarse rápidamente. Así, mientras que en el año 2009 el comercio mundial se contrajo en un -26%, lo comerciado por Argentina-Brasil se redujo solo un -12%, irradiando al resto del continente la capacidad de demanda de las dos economías más importantes. En esa línea, la Corporación Andina de Fomento (CAF) y el Banco Nacional de Desarrollo de Brasil (BNDes) aportaron recursos financieros que duplicaron las asistencias del Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y en Banco Mundial (BIRF) a lo largo de aquel difícil año.
La Patria Grande había dejado de ser el sueño incumplido de nuestros libertadores Bolívar y San Martin en Guayaquil, la frustración de algunos líderes populares regionales del siglo XX o la creación teórica de nuestros intelectuales con compromiso. Habíamos soportado una de las más graves debacles financieras del capitalismo y encontramos con unidad continental una resolución exitosa y de cuño suramericano. Distinto fue el camino recorrido por los países desarrollados, que se basó en subsidiar a los bancos y no en recuperar la demanda efectiva. En síntesis, la soberanía nacional se había ampliado al contar con un espacio político y económico común.
Desde entonces, Suramérica sufrió una creciente agresión en sus bases democráticas. Primero fue el golpe parlamentario contra el presidente de Paraguay, Fernando Lugo, al que le siguió el derrocamiento de la mandataria brasileña Dilma Rousseff por la misma vía, para desembocar en Bolivia con un golpe de Estado contra su presidente reelecto Evo Morales, acción que fue convalidada explícitamente por la Organización de Estados Americanos (OEA).
En Ecuador se aplicó un golpe interno apoyado en el “lawfare” para encarcelar a su vicepresidente Jorge Glas, ligado al ex mandatario Rafael Correa, que se encuentra en el exilio y proscripto. En Colombia, desde el acuerdo de paz con las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FARC) en 2016, se ha producido el asesinato de casi 800 dirigentes políticos y sociales de base que comenzaron a desarrollar actividades confiados en el pacto que debía haber pacificado al país. Perú carece de presidente electo por el voto popular y uno de sus líderes -dos veces presidente-, Alan García, se suicidó cuando la policía se acercaba a detenerlo. Desde el año pasado, Chile es escenario de violencia represiva constante y creciente contra el conflicto social desencadenado por el agotamiento un modelo socioeconómico desigual, del que la alternancia anodina en el gobierno de Michelle Bachelet y Sebastián Piñera durante más de una década terminó por resquebrajar sus bases de sustento político.
Finalmente, Venezuela se encuentra estrangulada económicamente por un bloqueo prolongado que llevan adelante las potencias anglosajonas que promueven golpes de Estado, cuyo punto máximo lo alcanzó la designación de un “presidente interino” sin respaldo legal y/o electoral alguno.
El contexto político descripto también sirvió para desarticular el proceso de integración. Argentina y Brasil llegaron a intercambiar u$s 43.000 millones en 2011, mientras que 2019 cerró con algo más de u$s 20.000 millones. Los avances en el MercoSur como bloque único de complementación y protección de mercados se abandonaron, la UNASUR fue disuelta como objetivo central de la oleada golpista y la idea de tratados de libre comercio masivos con EE.UU. -después de haber rechazado como continente la Iniciativa de Libre Comercio para las Américas (ALCA)- sólo se detuvo por la llegada del proteccionista Donald Trump a la Casa Blanca.
El voto de Argentina a favor de la Resolución L.43 – promovida por los representantes del Grupo de Lima- en el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las Naciones Unidas, constituye un gesto muy negativo respecto de la política exterior seguida durante la primera década y media del siglo por los gobiernos de Néstor y Cristina, de los que el actual es –lógicamente- su continuidad. Pero, además, es bueno recordar que el principio rector de la política exterior nacional fue el de la NO intervención en asuntos internos de otros países, lo que se sostuvo por todos los gobiernos hasta la malhadada decisión de enviar tropas a la primera guerra del Golfo Pérsico librada contra Irak por una coalición de potencias occidentales (lo que nos trajo serias dificultades y nulos beneficios).
Es claro que el tratamiento de la problemática de los derechos humanos en Venezuela tiene varas distintas respecto de lo que ocurre en Suramérica. Descontextualizar implica convalidar por omisión el bloqueo y la intromisión extranjera en el continente.
Alicia Castro es uno los mejores y más experimentados cuadros políticos en relaciones exteriores. Participó activamente de la construcción del proceso de autonomía suramericana en el comienzo de este siglo y pude conocer la claridad de su pensamiento cuando respaldó mi gestión como representante argentino en directorio de la CAF y como presidente de la comisión técnica de integración financiera de la UNASUR. En el presente, ella imaginaba el rumbo de inserción internacional argentino en el bloque integrado por Brasil-Rusia-India-China-Sudáfrica (BRICS).Castro se expresó fuertemente en contra del voto argentino en el Consejo de Derechos Humanos de las Naciones Unidas y materializó su rechazo con la renuncia a la propuesta de designación como embajadora ante la Federación Rusa.
Si el voto es el reflejo de la presencia de la misión del FMI en el país con la expectativa de obtener el apoyo de las naciones occidentales que controlan el organismo multilateral, sobre todo los Estados Unidos, la experiencia referida de la década del 90 no avala ese comportamiento.
En el entendimiento en que este es un contexto distinto al que se correspondió con el ciclo 2003-2015 es que se revisan algunos recorridos de ese tiempo y se aceptan correcciones necesarias. Pero lo que no parece convalidable es un cuestionamiento frontal a ese período sobre sus postulados más caros y exitosos, como la autonomía regional suramericana.
Sobre todo cuando no hay opciones alternativas viables.
* Ex viceministro de Economía de la Nación