Las elecciones en Haití y el secuestro de las instituciones por una élite corrupta – Por Frédéric Thomas

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Por Frédéric Thomas *

Mientras que en Haití un movimiento social de enorme amplitud, reclama la salida del jefe de Estado, Jovenel Moïse, implicado en el escándalo de Petrocaribe, la Unión Europea sigue apoyando al gobierno en el poder, lamenta, en un editorial de Le Monde, el político Frédéric Thomas.

En el verano de 2018, los haitianos se levantaron contra la vida cara y el escándalo de Petrocaribe. Este acuerdo energético regional acordado con Venezuela, que proporcionó un fondo de 1.459 millones de euros para proyectos de desarrollo, ha sido en su mayoría malversado por políticos y empresarios haitianos.

Desde entonces se ha desarrollado un movimiento social a gran escala sin precedentes que exige un cambio, que incluye la salida del actual presidente, Jovenel Moïse. Sin embargo, este último, con el apoyo de la comunidad internacional y una franja minoritaria de la oligarquía local, se ha aferrado al poder.

Mientras tanto, las condiciones de vida de los haitianos, que ya eran precarias (el 59% vive en la pobreza), han seguido deteriorándose. Y la inseguridad ha explotado. La Oficina Integrada de las Naciones Unidas en Haití (UNIBH) ha documentado 159 personas asesinadas y 92 heridas entre enero y junio de 2020 como resultado de la violencia de las bandas narcos y paramilitares.

Cuatro masacres

En los dos últimos años, se han producido al menos cuatro masacres (la última a finales de agosto-principios de septiembre) en los barrios obreros de la capital, Puerto Príncipe, la más mortífera de las cuales sigue siendo la de La Saline en noviembre de 2018, con 71 personas asesinadas. Investigaciones nacionales e internacionales han implicado la responsabilidad de un ex policía, Jimmy Chérisier, alias «Barbecue», así como vínculos entre bandas armadas y el gobierno, hasta el punto de evocar una «masacre de estado». Las investigaciones están paralizadas y los crímenes han quedado impunes.

A lo largo de este tiempo, la actitud de la Unión Europea (UE) se ha caracterizado por un alineamiento con la política de los EE.UU., el apoyo al gobierno haitiano, acompañado de declaraciones moralistas «pour la galerie», sin consecuencias. Y un llamamiento, una y otra vez, a una solución consensuada, a pesar de que el consenso en Haití existe de manera muy amplio y es justo contra el actual Presidente.

Elegido con el 10% de los votos, gobernando desde enero por decreto, con un poder legislativo reducido a un tercio del Senado, por no haber organizado elecciones parlamentarias, Jovenel Moïse está, además, claramente implicado en el escándalo de Petrocaribe y las masacres. Por lo tanto, es esta figura la que la comunidad internacional ha erigido como un monumento de legitimidad y como un pilar indispensable para cualquier salida negociada.

El absurdo

Ningún progreso, ningún resultado puede ser acreditado a esta «estrategia». Por el contrario, cada día, el país se hunde más y más en la crisis. Lejos de sacar lecciones de ello, la UE se prepara para apoyar – como ya lo han hecho los Estados Unidos – la controvertida decisión del gobierno de celebrar elecciones en 2021.

No se dan las condiciones técnicas (ausencia del consejo electoral y de las oficinas locales, producción incompleta de las nuevas tarjetas de identidad por parte de la empresa alemana Dermalog, que además, como si algo faltara, está acusada de corrupción, etc.) ni las condiciones de un Estado de derecho, y mucho menos de seguridad, para que las elecciones sean libres y creíbles. Además, la gran mayoría de los haitianos, desconfiando de sus dirigentes y de los partidos políticos poco institucionalizados y poco representativos, no las quieren.

De ahí el absurdo de una “comunidad internacional” dispuesta a imponer elecciones contra la voluntad de los propios haitianos. Esta voluntad de disciplinar el «salvajismo» puede considerarse una mezcla de cinismo e hipocresía, cuando la participación en las últimas elecciones fue de alrededor del 20%, y cuando la representante de las Naciones Unidas en el país, Helen La Lime, informa de la entrada de las bandas armadas en los barrios de Puerto Príncipe, «sin duda con el fin de influir en el resultado de las elecciones en estos distritos».

Fetichismo electoral

Incapaz de distanciarse de los Estados Unidos, sorda a la exasperación de las calles, con su cursor congelado en el fetichismo electoral e incapaz de reclamar algo lógico, la UE se aferra aún más a estas elecciones, ya que son la única garantía de un «cambio» ofrecido por Jovenel Moïse. Y poco importa si son instrumentadas por el poder y manipuladas por las bandas.

Estas elecciones no sólo no serían ni creíbles ni legítimas, renovando el círculo vicioso de inestabilidad e impunidad, sino que también serían un catalizador para el recrudecimiento de la violencia y las próximas masacres. Además, consolidarían aún más el secuestro de las instituciones y el gobierno por una élite corrupta. Por último, consagrarían definitivamente la confusión de la diplomacia de la UE con la injerencia neocolonial de Washington.

En el curso de estos dos últimos años, la gran mayoría de los haitianos se ha movilizado y ha expresado reiteradamente su demanda de una «transición» más que de elecciones; unas elecciones que, en las condiciones actuales, forman parte de la reproducción de un sistema, y que hipotecan toda transformación posible. Las únicas respuestas a sus demandas son el desprecio y la represión por parte del poder; y una acción más humanitaria y compasiva por parte de los actores internacionales.

El cambio comienza por poner fin a la impunidad. Comienza con la implementación del juicio de Petrocaribe y el juicio de los responsables de las masacres. Y al revocar la conspiración del poder gobernante y la “comunidad internacional”, que está sofocando las voces de los haitianos.

* Politólogo investigador del Centre Tricontinental (CETRI) en Lovaina-La-Nueva.


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