Análisis del gabinete de Michelle Bachelet, por Edison Ortíz
Con la designación de su gabinete, Michelle Bachelet ha puesto en escena el carácter que tendrá su próximo gobierno, un presidencialismo personalista muy distinto al de 2006, donde quedó presa de las lógicas partidarias patrimoniales que aminoraron sus ímpetus transformadores y que quedaron muy bien reflejadas en la conformación de ese elenco, en que fueron decisivos, además de ella, los líderes partidarios, en especial Camilo Escalona. Ahora, cobrándose revancha por lo sucedido en 2006, ha nombrado, a su imagen y semejanza, su primer equipo ministerial, donde abundan las designaciones que llevan su impronta y que lograron pasar su complejo filtro. Esa lógica también explica la aún pendiente nómina de subsecretarios e intendentes que, de seguro, ella visará personalmente y que da cuenta de una racionalidad política que, por sobre la cooperación y el entendimiento, privilegia la subordinación, el silencio y la lealtad como mecanismos de ascenso político.
Su formación familiar –hija de un militar–, profesional, doctora, militante –proviene de una fracción PS donde abunda la compartimentación, el secretismo y la obediencia debida, y donde experimentó la traición más íntima–, así como en su experiencia de vida –el fracaso estrepitoso de la utopía juvenil, el exilio en un Estado en que todos espiaban a todos y donde hasta cosas tan íntimas como la correspondencia tenían que pasar el cedazo de los encargados de partido–, sumadas a su anterior gobierno, la han dotado de un estilo de conducción que, como se demostró con los secretarios de Estado, dista mucho de su imagen cálida y popular.
Para aquellos que pensaban que su gabinete sería de gestión y no de proyección, puede que hayan equivocado el diagnóstico. La alta presencia de aspirantes –Rincón, Undurraga, Eyzaguirre o el mismo Gómez– indican que esta vez sí optó por dejar la carrera por la sucesión dentro del gabinete, aunque fuese por el método mexicano: “Todos los aspirantes incluidos y que cada cual demuestre lo que puede”. Así también, entre los dos modelos de gabinete posibles (de coalición o personalista), eligió el segundo, en coherencia con sus convicciones y carácter: el control total de las cosas que le incumben.
Sólo parecen escapar a esa lógica los nombres de Nicolás Eyzaguirre y Heraldo Muñoz. A su vez, el tiempo excesivo que demoró el anuncio, en función del gabinete personalista que resultó, se puede interpretar como un tiempo precioso perdido si se mira desde los desafíos autoimpuestos. Aunque si ello se analiza desde su propia óptica, puede entenderse como un lujo, o un gusto presidencial, pues mantuvo, durante una semana completa, en un estado de permanente ansiedad no sólo a los aspirantes sino también a los propios medios. No obstante, los “no” que recibió y el veto a Goñi, así como la difusión parcial de su elenco –donde originalmente estaban incluidos subsecretarios e intendentes–, aminoraron el efecto publicitario del anuncio que, de cualquier modo, sólo refrenda la concentración absoluta de la decisión en sus manos. En efecto, si bien en estricto rigor ella cumplió con la lógica del cuoteo –6 PPD, 5 PS, 2 Radicales, 6 PDC (entre ellos un hombre de Velasco y una independiente vinculada a la familia Frei), 1 PC y un IC, más un par de independientes– y donde solamente el partido de Lagos logró instalar dos nombres con peso propio y un saldo favorable en el primer gallito con La Moneda, el resto, incluidas las figuras independientes, sólo son funcionales a la lógica de adhesión a la Mandataria.
Lo dijo ella misma en el Hotel San Francisco el pasado viernes: “Este es un gabinete de absoluta lealtad”. Una Bachelet segura de sí misma y con un dominio escénico notable, daba cuenta de una Presidenta con absoluto control de su entorno. El que este sea un gabinete enteramente bacheletista lo reafirma el hecho de que sus dos principales escuderos –Peñailillo y Arenas– quedaron en cargos clave, en tanto otros, si bien con militancia, aparecen ocupando posiciones de poder más por decisión presidencial que por lógica partidaria, lo que deja sus proyecciones políticas entregadas en cuerpo y alma al mero criterio de la Presidenta. Y aunque parezca que todos los colectivos están bien representados, ello sólo es cierto en la medida que responden al perfil que complace a la Mandataria. Es más, su peso sobre la composición del gabinete es tan fuerte que no hay otro modo de explicar la presencia de Eyzaguirre en Educación, de Javiera Blanco en Trabajo, de Pacheco Matte en Energía o de Riffo en Deportes.
La decisión presidencial trajo, además, como secuela, el absoluto debilitamiento de la injerencia partidaria vía el nombramiento de “operadores” en ministerios con buena caja fiscal –Educación, Salud, Agricultura o el Ministerio de Desarrollo Social–, puesto que los favorecidos no responden a ese perfil. Se constata un sólo sobreviviente de la vieja Concertación en el equipo –Burgos– y, si la primera impresión de Eyzaguirre en Educación puede resultar inexplicable, si se la analiza con más detenimiento reafirma el poder de Bachelet y su apuesta: el ministro sabe de políticas públicas en una cartera que requiere una completa reestructuración y que se sentará en igualdad de condiciones con el de Hacienda que, bajo el perfil de Arenas, deja de ser la vicepresidencia de facto y queda subordinado a la decisión presidencial por primera vez en los gobiernos del pacto de centro izquierda. La apuesta a todo o nada en Educación se hace evidente con Eyzaguirre, pues si resulta exitosa descomprimirá notablemente la agenda de La Moneda, y el ministro, además, será un presidenciable fijo. Lo mismo ocurre con Javiera Blanco, cuya designación en Trabajo –que pudo ser un enroque de última hora con Elizalde– responde a la absoluta decisión de la Presidenta. El PC en el gabinete le asegura un diálogo distinto con la CUT (de hecho Bárbara Figueroa la recibió cálidamente) y el vínculo gramsciano de Blanco con el mundo empresarial (muy vinculada a Agustín Edwards desde que fue directora ejecutiva de Paz Ciudadana), le asegura una interlocución de primera línea con el otro actor de las reformas laborales.
Por último, el poder total de Bachelet se expresa en la enorme cantidad de figuras desconocidas que acceden por primera vez al gabinete por obra y gracia suya (Salud, Deportes, Cultura, Agricultura, Desarrollo Social, Bienes Nacionales, Energía, etc.), que, además de constituir una señal novedosa, parece que apuntan en buena dirección: dejan a estas agencias fuera del dominio del botín partidario y de la órbita de sus operadores.
Respecto de los partidos la situación es bastante evidente y en coherencia con la personalidad de la Presidenta: tal vez con la sola excepción del PPD, los ha vuelto a humillar y ha dejado fuera del gabinete a cuadros partidarios de primera línea. Los presidentes del PS y el PDC, no tuvieron otra alternativa que salir a respaldar su decisión esperando que la balanza se incline a su favor en las subsecretarias. Distinto es el caso del PC, para el que la Presidenta ha tenido una deferencia notable: ha puesto en un cargo que a ella la interpreta mucho –de hecho ella misma regresa a La Moneda desde un puesto de género: ONU Mujeres– al cuadro de recambio más excepcional del PC: la hasta ahora concejala Claudia Pascual, la que, seguramente, será favorecida por una batería de políticas públicas que lleven el sello presidencial. Con la nominación del gabinete la Presidenta ha evidenciado, una vez más, su tendencia a querer controlarlo todo, pero también dosis de sapiencia que muchos ponían en duda, debido a su impericia anterior para generar su sucesión presidencial; por último, con el recambio de rostros y con la excepción de Burgos, ella ha terminado definitivamente por matar a la vieja Concertación.
Con la designación de su primer gabinete Bachelet ya no es promesa, ni lo próximo; es presente y contingencia. Con dicho anuncio, ella dejó de ser el futuro y es, más bien, el presente, algo así como una vela que recién se ha encendido, pero que, a la vez, empieza también lentamente a apagarse. Que hoy deslumbra, pero que podría pronto también perder luminosidad.
http://www.elmostrador.cl/opinion/2014/01/27/el-gabinete-de-bachelet-comienzo-con-control-total/