La vía chilena del reventón neoliberal – Por Pedro Santander y Gonzalo Ravanal

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Pedro Santander* y Gonzalo Ravanal**, especial para NODAL

La derrota del Gobierno de Piñera ocurrida la noche del miércoles 22 de julio en el Senado se podía anticipar desde principios de semana, dado que algunos senadores de la derecha habían insinuado a través de la prensa su apoyo al proyecto que permitirá que chilenos y chilenas retiremos el 10% de nuestros fondos de las AFP. A sus 24 votos la oposición necesitaba sumar sólo dos del oficialismo para aprobar este proyecto. Finalmente fueron cinco los senadores de la derecha los que dieron sus votos, y otros dos se abstuvieron. 

Paliza total para el gobierno. Se hacía así realidad el peor panorama imaginado por éste y por el gran empresariado: se superaban los dos tercios de los votos, barrera generalmente infranqueable y contemplada por la Constitución pinochetista para impedir cualquier cambio estructural al modelo neoliberal. “Cerrojo constitucional” se le llama en Chile a esa traba legislativa que frena avances antineoliberales desde la institucionalidad. Pero esta vez no fue así, y el gobierno queda absolutamente imposibilitado de detener este proyecto ya sea con un veto presidencial o con un recurso ante el Tribunal Constitucional. Lo impensable se hace realidad: los fondos de administración que hoy otorgan pensiones de miseria y que han acumulado en sus arcas US $ 200 mil millones (80% del PIB), deberán soltar algo de su inmensa riqueza.  

Pero lo del miércoles es apenas uno más de una serie de acontecimientos sorprendentes, vertiginosos e impensados que pasan hoy en Chile. Todo comenzó antes de esta votación, específicamente el 18 de octubre del año pasado. Es la fecha de nuestro Big Bang. El momento en que explotó la rabia social contra el sistema de feroz desigualdad en que vivimos, cuyas ondas siguen extendiéndose intensamente, y sin que ninguna fuerza de resistencia haya logrado aminorar su expansión.

 

Se trata de un movimiento rupturista, rebelde y destituyente que desencadenó una crisis de régimen, hoy en pleno desarrollo. En estos días estamos presenciando, por ejemplo, una ruptura real, ni cosmética ni para la prensa, de la derecha chilena, entre los neoliberales pinochetistas y los nacional-populistas (también pinochetistas, en todo caso). Vemos un gobierno acabado cuando aún le faltan casi dos años para finalizar su período, y candidatos presidenciales de la derecha como Joaquín Lavín desmarcándose de Piñera.

Es muy probable que, tal como ha ocurrido en otros países latinoamericanos en momentos de crisis del neoliberalismo, Chile enfrente a corto plazo una reconfiguración de su sistema de partidos. Sobre todo ad portas de otro acontecimiento destituyente logrado gracias a la movilización popular: el plebiscito por una nueva Constitución, previsto para el 25 de octubre.

Pero este Big Bang no sólo entraña desafíos para la institucionalidad neoliberal; también interpela a la izquierda chilena. Presenciamos un movimiento social masivo, sostenido y radical, pero no “vanguardizable”. En ese sentido, la izquierda cometería un error si lee el actual momento sola y exclusivamente con categorías del pasado.

17 años de dictadura y 30 años de democracia ultra-neoliberal no han pasado en vano. Son casi 50 años en que el sujeto social poderoso que era el pueblo chileno, con conciencia de clase, ha sido reconfigurado, individualizado al máximo, fragmentado y desmovilizado a golpe de manu militari, precarización y endeudamiento masivo.

Hoy asoma una rebeldía antineoliberal bajo esos moldes y se expresan nuevos modos de resistencia de las clases sociales subalternas. Asoman en Chile dos formas de acción colectiva: la forma comunidad y la forma multitud.

La primera lo hace, sobre todo, en iniciativas de autodeterminación – alejadas del Estado-  que hoy se despliegan para enfrentar la profunda crisis económica, social y sanitaria que vive el país: por todo el territorio vemos acciones de autoabastecimiento, de ollas comunes, de ayudas vecinales o de centros de acopio populares. Sólo en la ciudad de Valparaíso, desde donde escribimos estas líneas, se contabilizan 150 ollas comunes.

La forma multitud asoma en la protesta, en el caceroleo convocado por redes sociales, en las funas (escraches) a las autoridades , en el enfrentamiento violento, en las barricadas espontáneas.

Es un panorama abierto, en expansión. El 18 de Octubre desencadenó dinámicas de ciclo largo. La derecha está en su laberinto; con elecciones plebiscitaria y de constituyentes que penden como la peor amenaza sobre sus cabezas. No se puede, por lo mismo, descartar la elección por la opción autoritaria. En estos meses se han destinado más de US $ 15 millones en compras de material represivo y voceros de la derecha han insinuado, en más de una oportunidad, que “no están las condiciones para realizar el plebiscito”. Si eso ocurre estaríamos ante un autogolpe.

Por su parte, la izquierda tiene el desafío de comprender un proceso  en el que junto al pueblo se autoconfigure en fuerza social, en organización y en sujeto social,  jugando, por ejemplo, un papel facilitador,  generando las mejores condiciones – en el marco de sus posibilidades- para que la multitud se autoconfigure en sujeto social, la rabia social en fuerza política y el espontaneismo en organización, de lo contrario, el momento destituyente no tendrá la fuerza suficiente para derrotar al neoliberalismo y pasar a una etapa cualitativamente distinta. Y también tiene la obligación de estar, esta vez, mejor preparada para el viraje autoritario que asoma y con el que amenaza la derecha cada vez más.

*Docente de la carrera de Periodismo de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso e integrante del Movimiento Mueve América Latina.

**Doctor (c) en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso

 


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