«Aquí tampoco podemos respirar»: cómo opera el racismo en la Argentina – Por Lorena Oliva

Foto: Daniel Jayo / La Nación
1.905

Por Lorena Oliva *

El asesinato del ciudadano afroamericano George Floyd, ocurrido hace pocas semanas, generó un amplio rechazo entre los argentinos. Pero, aunque algunos puedan creer que se trata de un flagelo que nos toca de lejos, el racismo opera de muchas maneras en nuestra sociedad. Todo aquel colectivo que se aleje de la idea de sociedad blanca y europeizada, también aquí, en la Argentina, sufre diferentes formas de rechazo y discriminación.

Según las fuentes consultadas, el racismo a la argentina moldeó nuestra cultura e instituciones desde nuestros inicios como nación. Hoy continúa vigente, como si doscientos años de historia no hubieran sido suficientes para asumir que nunca fuimos la Europa de América latina. A veces nos muestra su cara más brutal, como en el reciente caso de la agresión a una familia qom, en Chaco. Pero en la mayoría de los casos es tan camaleónico, que pasa inadvertido en muchas de nuestras costumbres y hábitos sociales sin ser, por eso, menos nocivo.

Foto: Daniel Jayo / La Nación

El desprecio hacia los «negros» lo padecen los afrodescendientes, los pueblos originarios y los inmigrantes de ciertos países, como Bolivia, Paraguay y Perú, dejando en claro que el color de la piel es uno de los principales factores de discriminación en nuestro país. Por otra parte, la variable socioeconómica alumbra otro tipo de «negritud» igual de despreciada por buena parte del cuerpo social: los «negros villeros», los «negros de alma» o, sencillamente los «negros de mierda».

En un informe reciente, el Instituto Nacional contra la Discriminación, la Xenofobia y el Racismo (Inadi) consigna que el racismo en sus diferentes formas concentró el 17,2% de las denuncias entre 2008 y 2019. La mayor proporción tuvo que ver con discriminación contra migrantes (7,9%), el 4,1% hacia afrodescendientes, el 3,1% por condiciones socioeconómicas, el 1,8% por el color de piel y el 1,3% contra los pueblos originarios. En lo que va del año, las denuncias por este tema alcanzan el 16,2% del total.

Y ¿cómo se traduce este racismo? De muchas maneras. Se expresa mediante la violencia que, en ocasiones, es perpetrada por las fuerzas de seguridad, según denuncian algunos de los colectivos afectados. También a través de discriminación en contextos laborales, o en la imposibilidad de acceso a lugares públicos por lo que popularmente se conoce como «portación de cara». Pero también en ciertas costumbres naturalizadas como burlas y frases despectivas.

Racismo y pobreza

«Me ha pasado de trabajar en un lavadero y que me dijeran ‘negro’ con desprecio. Porque uno sabe cuándo te lo dicen con mala intención. O que no me dejaran entrar a un baile por mi ropa o por mi corte de pelo.» Quien habla es Brian Landriel, un joven de 27 años, oriundo de Bernal Oeste, que ha sido víctima en numerosas ocasiones de la mirada prejuiciosa de los demás por usar ropa deportiva, gorra con visera, o provenir de un barrio humilde.

Foto: Santiago Hafford / La Nación

Las anécdotas se multiplican y muchas involucran a las fuerzas policiales. «Sé que si voy caminando por una calle y pasa un patrullero, lo más seguro es que pare a pedirme documentos aunque yo no esté haciendo nada malo. Me pasa en la estación de Lanús todo el tiempo. Los mismos policías me paran todas las veces. Y cuando te paran, te tratan mal, suponen que sos drogadicto y tal vez estás volviendo de un comedor en el que ayudás, o de jugar al futbol con tus amigos. Es re feo, te da una re bronca porque es injusto», sostiene el joven.

Este tipo de racismo, que toma la realidad socioeconómica de las personas como objeto de burla y discriminación, también boicotea oportunidades. «Una vez llevé el curriculum cerca del Obelisco para un trabajo de bachero. Era una agencia de trabajo. Me preguntaron qué hacía y de dónde era. Le conté todo a la persona que me entrevistó: que quería progresar para poder irme del barrio. ‘Vos tenés que quedarte en tu barrio’, me respondió. Me sentí muy mal esa vez», rememora.

La titular del Inadi, Victoria Donda, está convencida de que la discriminación racial y socioeconómica van de la mano. «Está muy instalado en una clase dirigente de la Argentina eso de los ‘negros de alma’, ‘negros de cabeza’. El caso del hombre que metió a su mucama en un baúl para llevarla a su casa del country es discriminación por condición socioeconómica y racial, además de otros delitos más. El caso de Villa Gesell (por el asesinato a Fernando Báez Sosa) es discriminación racial y de clase, además de ser un homicidio», expresó recientemente, en una entrevista a LA NACION.

Identidades enmascaradas

La matriz racista argentina cala muy profundo en el ADN nacional. Tanto, que se habla de un racismo estructural, fácilmente detectable en ciertas políticas públicas -o en la falta de ellas- que vulneran derechos esenciales y que, en no pocas ocasiones, homogeiniza e invisibiliza la riqueza cultural de nuestra nación.

Verónica Azpiroz Cleñan es parte de la comunidad mapuche ubicada en Los Toldos desde tiempos ancestrales. Es politóloga y tiene documentado el proceso que los llevó de vivir en un territorio de más de 16.000 hectáreas a otro de media hectárea en la actualidad.


Todavía recuerda que, a sus ocho años, fue testigo de la última etapa de ese proceso, cuando el Estado otorgó títulos de posesión dentro de territorio mapuche a colonos que habían llegado con posterioridad. En esa ocasión la comunidad perdió también su cementerio. «La posesión veinteañal tuvo más peso que la ancestral. En aquella ocasión pusieron un monolito en el que el Estado agradece a la comunidad mapuche por haber dejado atrás sus actos de barbarie. El monolito permanece hasta el día de hoy», se lamenta.

En ese contexto hostil, asumirse indígena no era cosa simple. «Desde chico te marcan que sos diferente, te hacen sentir salvaje. Entonces crecés con el mandato implícito de no decir que sos indígena», recuerda.

No fue la única. El número de habitantes mapuches de Los Toldos es, al día de hoy, un enigma porque no todas las personas con raíces indígenas son capaces de asumirse como tales. De hecho, Verónica recién pudo abrazar su identidad a los 26 años, cuando estudiaba Ciencias Políticas en La Plata. Ahí comprendió que había vivido con una parte de su identidad no asumida, enmascarada.

«Viví una vida de niña de clase media en la que sabía que no podía hablar de ciertos temas. Por eso a mí me conmueve tanto escuchar los relatos de los hijos de desaparecidos. Yo siento que viví toda una vida que no era propia. Cuando te das cuenta, te querés matar. Tuve que empezar terapia porque empecé a preguntarme si todo en mi vida -mis elecciones, mis afectos, mis amigos- era verdadero», asegura.

El politólogo y militante afroargentino Federico Pitta recuerda que sigue vigente el artículo 25 de la Constitución Nacional que establece que la nación argentina fomentará la inmigración europea. «Era el pensamiento hegemónico de la época en la que se sancionó. Pero que siga vigente hasta el día de hoy es muy ilustrativo. Si bien evolucionamos mucho como sociedad y estamos atentos a que en los espacios de decisión se cumpla el cupo de género, la cuestión racial todavía nos cuesta«, sostiene.

Foto: Imagen de video

«Tu papel es de negrita»

Todavía hay, en nuestra sociedad, quienes sostienen que en la Argentina el racismo no existe porque, según ellos, no hay afroargentinos. A Mailen Lamadrid, cuyo árbol genealógico llega hasta los tiempos de la esclavitud, le ha pasado en diferentes ocasiones que la consideraran extranjera por sus rasgos, su pelo o su color de piel. Alguna vez, incluso, la creyeron prostituta por esas mismas razones.

Foto: Alejandro Guyot / La Nación

Desde muy temprana edad Mailen comenzó a sentir las burlas y la discriminación por sus rasgos afro y por ser hija de un padre negro. Aún no se olvida de que, en el jardín de infantes, no la dejaron ser dama antigua para el acto del 25 de mayo. «Tu papel es de negrita, me dijo la maestra. Eso me marcó mucho», rememora en diálogo con LA NACION. A aquel episodio le seguirían otras burlas y marginaciones que, de diferentes maneras, fueron vulnerando su derecho a vivir plenamente su identidad, especialmente durante su infancia y su adolescencia.

Hoy estudia Derecho y milita en una organización, Xangó, en contra del racismo y en pos de la inclusión y la justicia social. Sabe que la larga historia de invisibilización y marginación que vivió la comunidad afroargentina llega hasta nuestros días. Al igual que el resto de los colectivos discriminados, sus integrantes son rehenes de trabajos mal pagos y el número de estudiantes va decreciendo a medida que se avanza en nivel educativo. También los acecha la violencia institucional por portación de cara. Pero todas estas vulneraciones son difíciles de cuantificar por falta de cifras estatales.

«El último censo incluyó la variable étnico-racial por primera vez. Igual sabemos que hay muchos más afrodescendiente de los que reveló el censo (N. de la R.: cerca de 150.000 personas, aunque algunas estimaciones multiplican esa cifra por diez), que falta un trabajo fuerte del Estado para generar una mayor conciencia sobre las raíces afro», agrega.

Barreras invisibles

El antropólogo Alejandro Frigerio sostiene que, sobre el racismo, operan cuestiones étnicas, sociales y culturales. «Hay una interseccionalidad. A veces no se racionaliza el racismo. Por eso podemos encontrar muchísimos actos racistas cometidos por personas que no se consideran racistas. Pero la realidad es que todos actuamos en base a ciertos estereotipos. El fenotipo es una variable racial importante en ciertas actividades: no ves muchos abogados de piel oscura, y si vas a un hospital, los imaginás como enfermeros pero no como médicos«, analiza Frigerio, también investigador del Conicet, quien sostiene que en los últimos años el racismo se volvió más explícito, producto de una mayor visibilidad de ciertos colectivos sociales.

Frigerio puntualiza que, a principios del siglo pasado, las personas negras eran objeto de burla: se las consideraba taimadas y poco confiables. «Hacia mediados de siglo, con la migración interna desde las provincias del norte, se dio la irrupción de ‘los cabecitas negras’, que vivían en las afueras, eran los villeros. En los últimos años, a partir de la crisis de 2001, irrumpen los ‘negros de mierda’, los ‘negros cabeza’, con los cartoneros y los piqueteros circulando por toda la ciudad cuando, hasta ese momento, había zonas para cierta población racializada: la periferia, los barrios pobres», agrega.

Esas barreras espaciales, invisibles pero no por eso menos difíciles de franquear, persisten hasta el día de hoy. Flora Alvarado las conoce bien. Esta joven de 24 años, hija de inmigrantes bolivianos y oriunda de Villa Soldati, sintió en más de una oportunidad la mirada acusatoria que le hacía sentir que no debía estar allí durante sus tiempos de estudiante en el Colegio Nacional Buenos Aires. Ahora, que transita los circuitos del arte como estudiante en la Universidad Nacional de las Artes, el panorama no ha cambiado demasiado, asegura. «Los premios y las becas siguen siendo para las personas blancas«, agrega.

Foto: Alejandro Guyot / La Nación

Como integrante del colectivo Identidad Marrón, que busca visibilizar y denunciar el racismo estructural en la Argentina, Flora se propone generar conciencia sobre el lugar marginal en el que quedan las «bellezas marrones» según los cánones imperantes. «¿Cuándo viste que a una persona marrón le den un protagónico? Si aparecemos es como delincuentes o empleadas domésticas», ejemplifica.

Lo cierto es que el poder de estas imágenes trasciende el universo estético y opera sobre el inconsciente colectivo. Cada vez que Flora ingresa a un local con personal de seguridad, es moneda corriente que le quieran revisar sus pertenencias. «A veces me pregunto por qué me las piden a mí y no a las personas que están ingresando en simultáneo -se indigna-. Pero ya no cuestiono y las entrego.»

A pesar de nuestros dos siglos de historia, el racismo todavía impone privilegios, excluye y discrimina. El espejismo de la sociedad blanca y europea nos impide ver la enorme riqueza cultural que ha forjado nuestra nación y la enriquece hasta nuestros días. Visibilizarla y respetarla es un desafío que nos interpela a todos.

Dónde denunciar

Si sufriste discriminación podés comunicarte con el Inadi a través de su página web o vía mail a: 0800@inadi.gob.ar

* Twitter: @looliva

La Nación


VOLVER

Más notas sobre el tema