América Latina, democracias en el desfiladero – Por Sergio Pascual

736

Por Sergio Pascual*

América Latina es según la CEPAL la región más desigual del mundo. Tres de cada diez latinoamericanos son pobres y en los últimos años la pobreza extrema no ha dejado de crecer. En este contexto, a finales de 2019, la región convulsionaba políticamente. Solo en el último trimestre del año levantamientos populares hicieron zozobrar los gobiernos de Chile, Ecuador y Colombia, Argentina vivió un vuelco electoral y en Bolivia se interrumpió el orden constitucional.

Y aún estaba por llegar el coronavirus y su brutal shock económico. ¿Qué podría esperar la región de los próximos años? Su historia reciente nos recuerda que en cada ocasión los vaivenes sociopolíticos han venido precedidos de fuertes tensiones económicas. Una vez tras otra sus escasamente resilientes instituciones zozobraron ante shocks económicos que las transformaron integralmente en sucesivos ciclos de golpes de estado y reformas constitucionales.

Hace solo 50 años, en 1973 un embargo petrolero impactó la economía global. Los Estados latinoamericanos tuvieron que endeudarse para responder con recursos públicos a la contracción súbita de sus exportaciones y a la fuga de capitales. Cuando pocos años más tarde el secretario de Hacienda de México, Jesús Silva-Herzog Flores hizo público que el país ya no sería capaz de pagar su deuda, América latina debía 315 mil millones de dólares, un 50% del PIB de la época. Las fuerzas armadas de Brasil, Bolivia, Paraguay, Argentina, Uruguay y Chile se aseguraron de que la crisis de deuda no se resolvería redistribuyendo la riqueza. Pondrían en marcha un nuevo paradigma socioeconómico, el reaganomics o neoliberalismo: fin de la protección de la industria nacional, privatización del sector público y apuesta cerrada por la exportación de sus productos agrícolas y petroleros.

Sus consecuencias también son conocidas. El neoliberalismo desmanteló el frágil tejido productivo y debilitó las mal pertrechas alforjas de los más pobres. Durante dos décadas la desigualdad se ensanchó. En América Latina la renta de los trabajadores perdió un 17% de su peso en el PIB entre 1980 y 2004. El número de pobres pasó de 126 millones en 1980 a 225 millones en 2002.

En este nuevo contexto de alta conflictividad social y dependencia del petróleo, con un barril cayendo desde los 104 dólares de 1980 hasta los 18 dólares en 1997 y con una crisis del sudeste asiático que alejaba de nuevo a los inversionistas de los países en desarrollo, América Latina no pudo enfrentar sus nuevos empréstitos y se abocó al siguiente giro, un nuevo paradigma emergía en el horizonte.

El primer país en ver tambalearse su organización social y política fue Venezuela que se convulsionó durante los 90, desde la conmoción del caracazo en 1992 hasta las elecciones que llevaron a Hugo Chávez al poder en 1999. En un Perú destruido por la guerra civil Fujimori se daría un autogolpe en 1992. Colombia vivía sus años más sangrientos de conflicto interno. Ecuador se sumió en la inestabilidad con 5 presidentes en 5 años entre 1996 y 2001. Al poco tiempo Rafael Correa triunfaba en las elecciones. En Bolivia serían las guerras del agua y del gas de principios de los 2000 los que abrirían las puertas a Evo Morales. Argentina estremeció al mundo en 2001 con el corralito, sus 4,8 millones de desocupados y una deuda pública de 132 000 millones de dólares. No tardaría en llegar Nestor Kirchner.

La constante se mantenía. A un shock externo le seguía una profunda transformación de las estructuras de gobernanza en la región.

Durante la siguiente década, mientras la economía respiró a ritmo de la bonanza agroexportadora y petrolera en la región los gobiernos progresistas mejoraron las condiciones de vida de las mayorías sin necesidad de erosionar los ingresos de las clases altas. Había beneficios para todos.

Cuando en 2008 llegó la siguiente crisis y el precio del crudo de hundió de nuevo desde los 105 dólares a los 67 el tiovivo de la inestabilidad política se puso en marcha de nuevo. Nueva crisis nuevo reparto de costes. Como tras la crisis del petroleo de 1973 no tardaron en llegar los golpes de estado a la región -esta vez aggiornados en una modalidad blanda o de lawfare-. Se “prevenía” así un reparto de costes de la crisis que sin duda los gobiernos progresistas habrían estado tentados de cargar sobre los hombros de los más potentados. Destitución de Lugo en Paraguay en 2012, impeachment a Dilma Rousseff en 2015, el kirchnerismo perdería las elecciones ese mismo año y en Venezuela tras la muerte de Chávez en 2013 la inestabilidad ha sido la constante.

La historia de América Latina nos trae enseñanzas. Tras las crisis económicas llegan profundas convulsiones políticas que en demasiadas ocasiones comprometen sus frágiles democracias. Los vaivenes del precio del petróleo en una economía abierta y expuesta como pocas a los shocks externos han demostrado ser un indicador excelente de estas convulsiones.

¿Qué esperar entonces del contexto postcoronavirus? En abril de este año el precio del barril se desplomó a 14 dólares, un 75% por debajo de su valor en abril de 2019. Unos días antes, el 23 de marzo, la Directora General del Fondo Monetario Internacional (FMI) Kristalina Georgieva alertaba que desde que comenzó la nueva crisis del COVID-19, 77.400 millones de euros habían salido de los países emergentes. El Banco Mundial ha pronosticado ya una contracción del 4,6% del PIB regional.

Y nada parece indicar que la solidaridad intrarregional o la defensa de los derechos humanos y la democracia estén en el horizonte inmediato. Más bien algunos indicios deberían hacernos encender las alarmas.

En El Salvador el 26 de abril Bukele autorizó a los cuerpos de seguridad a usar “la fuerza letal” para combatir la violencia.

En Colombia la Contraloría General de la República adelanta decenas de procesos disciplinarios contra 14 gobernaciones y 55 municipios por presunta corrupción en la compra de implementos para hospitales y kits de alimentación.

En el Brasil de Bolsonaro la situación es ya un desastre sanitario sin paliativos. El desbordamiento de las funerarias ha obligado a cavar fosas comunes como la de la ciudad de Manaos, un espacio en pleno Amazonas al que ya han comenzado a llegar los féretros. El país ha superado los 1000 muertos diarios.

En Chile la noche del 27 de abril, un grupo de 20 vecinos y vecinas que se manifestaban en contra de las violaciones a los Derechos Humanos del cuerpo de Carabineros fue tiroteado desde un vehículo sin matrículas dejando a más de diez personas heridas.
En Ecuador el New York Times denunciaba el 23 de abril el deficiente recuento sistemático de los muertos que podría ser 15 veces superior al oficial. La información también víctima del coronavirus.

Y aún no ha impactado en el continente el tsunami de la crisis económica en toda su magnitud. Desde este lado del Atlántico no podemos sino observar con preocupación una historia que amenaza con repetirse. Desde nuestra singular y privilegiada atalaya, fortificada en siglos de intercambios desiguales, estamos obligados a responder a la llamada de auxilio que ya elevan las economías y los pueblos latinoamericanos. Nuestra defensa de los derechos humanos y el apoyo al desarrollo de democracias plenas en América Latina exigen de España un compromiso claro con la defensa de las condiciones materiales concretas que las hacen posibles. Sus demandas de sur golpeado son demasiado semejantes a nuestras demandas en el seno de la Unión Europea. Es tiempo de que la voz del Sur de Europa se aúne con las voces del Sur latinoamericano en la exigencia de la moratoria de deudas impagables contraídas en defensa de la vida y la dignidad de nuestros pueblos.

*Ejecutivo del Centro Estratégico Latinoamericano de Geopolítica. Fue primer Secretario de Organización de Podemos y Diputado en el Congreso en las legislaturas XI y XII

Vanguardia


Más notas sobre el tema