Brasil: silenciamiento y negación en el enfrentamiento a la pandemia – Por Licio Caetano Do Rego Monteiro, especial para NODAL

893

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Licio Caetano Do Rego Monteiro *

El cambio en la forma de divulgación de los datos del Covid-19 por el Ministerio de Salud de Brasil anunciado el 6 de junio fue el episodio más explícito en el intento de ocultamiento y confusión de informaciones que ha ocurrido desde que la pandemia llegó a nuestras tierras. Sin testeos en masa y rastreo de contacto, la capacidad de monitoreo de la propagación del virus estuvo comprometida desde el principio. Son variadas las formas de esconder la realidad y de asumir las responsabilidades que acarrea su constatación. Estamos viviendo en un tiempo condensado, una fisura en el tiempo histórico en que nuestra propia percepción de paso del tiempo está alterada. La monotonía de los días encerrados que tardan en pasar se junta a la sensación de tiempo perdido frente a la curva de evolución de la contaminación y de las muertes, que todavía no paró de apuntar para arriba. En esa fisura en el tiempo que está cumpliendo tres meses es posible mirar para atrás y reconstituir la historia del presente en el intento de no dejar escapar la gravedad del fenómeno social que es la pandemia en Brasil. La normalización de las muertes actualizadas diariamente desvanece el sentido histórico de la evolución de la línea en el gráfico. La dificultad de lidiar con nuestro fracaso social frente al espejo refuerza diferentes formas de negación.

Un antropólogo haitiano llamado Michel-Rolph Trouillot escribió un libro llamado «Silenciando el Pasado», en el cual trata las relaciones de poder en la producción de la historia. El libro aborda episodios de la historia de Haití y de las Américas pero con una mirada peculiar sobre la construcción de los hechos y las narrativas que interrogan las formas de supervivencia (y borrado) del pasado en el presente. Trouillot destaca cuatro procesos de silenciamiento: el de la creación de los hechos en la producción original de la fuente histórica, el de la producción de los archivos, el de la circulación de los registros históricos en sus diversas formas y el de la significación de los acontecimientos. Es como si la  historia  fuese un proceso continuo de borrado y reducción en el que debemos preguntarnos sobre lo que queda, por qué queda y qué fue sumergido para que aparezcan en la superficie de la historia los hechos relevantes. No estamos tratando de un tiempo largo como el que trataba Trouillot sino de un tiempo cortísimo, y sobre este tiempo podemos lanzar las mismas preguntas sobre el silenciamiento que se produce en la serie histórica de algunos meses de pandemia en Brasil.

El primero es aquel que silenciamiento que se produce por la carencia de tests que conlleva a la subnotificación de los muertos por la Covid-19. El gran número de notificaciones de Síndrome Respiratoria Aguda Grave (SRAG) comparada a años anteriores es uno de los principales indicadores de esa subnotificación[1]. Un gráfico reciente muestra la discrepancia entre los registros del SRAG y de Covid-19 en las capitales del país pudiendo variar entre menos de 1 más 11 muertes por SRAG para cada 1 muerte de Covid-19. Los cementerios y Registros Civiles dan una dimensión más realista del impacto de la pandemia en Brasil. Registros Civiles registraron un aumento de 1.035 % de muertes por SRAG entre marzo y abril de 2020, los cementerios de Manaus aumentaron en 161% el número de entierros entre 7 y 25 de abril, en San Pablo el aumento fue de 18% en abril[2]. Muchos cálculos podrán hacerse para estimar qué sucedió, pero sin duda cuando eso sea solamente un dato histórico, sin implicancias en la percepción inmediata del fenómeno.

El silenciamiento de datos ocurre también por la agregación de datos que impide entender cómo la evolución de la contaminación y de las muertes ocurre en diferentes segmentos de la población. La subnotificación afecta de forma diferenciada poblaciones con menor acceso a tests y hospitales y la falta de visibilidad en las cifras no permite demostrar las desigualdades en la evolución de las enfermedades, justamente cuando pasan a afectar más intensamente las periferias y las favelas. Los datos de la población indígena también son subnotificados, como demuestra el sondeo de la Articulación de los Pueblos Indígenas de Brasil, una vez que los indios en situación urbana no son registrados con informaciones de su etnia de origen.

En el inicio de mayo -2 meses después del primer caso en el Brasil- la Justicia Federal de Río de Janeiro determinó que fueran inclusos datos de color y raza en la notificación de casos confirmados y muertes[3]. Los datos ya mostraban en aquella altura que la contaminación y muerte de negros y pardos crecía más que la de los blancos, como demostró un importante sondeo de la Agencia Pública[4]. La subnotificación se produce en dos momentos: el primero por la propia creación del hecho, una vez que el acceso a los tests es diferenciado de acuerdo con las desventajas sociales; en un segundo por la propia forma de sistematización de datos que agrupa una populación homogénea sin evidenciar cómo la enfermedad incide de forma socialmente desigual.

Siguiendo los cuatro pasos de Trouillot podemos avanzar más allá de la creación de las fuentes y de la producción de los archivos, para llegar a su publicación. Aquí aparece de manera escandalosa el intento del Gobierno Federal de ocultar el dato más impactante: el número de muertos por el Covid-19. Algunos recursos fueron empleados: cambio de horario para las 22h para evitar que fuera anunciado en los noticieros centrales, retiro del conteo acumulado de muertos, reducción de los casos al considerarse solamente los muertos en el día de la publicación y no los confirmados a posteriori y el infame «marcador de la vida» donde disponibilizan solamente los números de curados y «salvos», dejando fuera de vista el número de muertes con el slogan «nadie se queda afuera», que podría traducirse como «quién queda afuera es nadie». También fueron pocas las menciones oficiales a las muertes por Covid-19 por las agencias federales en una lógica que quedó explícita con la reprimenda por la nota de pesar emitida por la Policía Rodoviaria Federal lamentando la muerte de un policía víctima de Covid-19. Fue lo que se vio también en la actitud de la entonces secretaria de cultura Regina Duarte, negando cualquier nota pública de pesar ante la muerte de artistas.

Por fin una última etapa de silenciamiento ocurre en la atribución retrospectiva de significado a los acontecimientos históricos. Varios recursos narrativos fueron adoptados para vaciar de importancia y gravedad la situación. Síntomas: gripecita. Inmunidad: los brasileños sobreviven a baño de cloaca. Grupo de riesgo: sólo ancianos. Mortandad: igual a la de H1N1. Medidas de enfrentamiento: «aislamiento vertical». Tratamiento: cloroquina. Colapso del sistema de salud: lechos de UTI vacíos. Número de muertos: cajones vacíos. Notificación: excesiva. La disputa narrativa del significado de la pandemia se complejiza a través de dos otros recursos. El primero es la negación de la propia responsabilidad y su atribución a otro: el fenómeno existe pero para el presidente la culpa es de China, de la OMS, del STF y de los gobernadores, el segundo es la reducción del fenómeno por la proliferación de informaciones híbridos que disputan la importancia atribuida a la pandemia «la economía no puede parar», «va a morir más gente de hambre», «no me dejan gobernar», crisis sucesivas en los Ministerios de Salud y de Justicia, enfrentamientos abiertos con las instituciones, declaraciones polémicas y minimización recurrente de la pandemia en el debate público. Resumiendo: la pandemia no existe. Si existe, no hay como cuantificar. Si cuantificamos, no hay como divulgar. Si divulgamos, no tiene relevancia. Si tiene relevancia, la culpa no es del presidente. Si la culpa es de él, en realidad existen un montón de otras cosas más importantes que capturan la atención y saturan el limitado campo de aprehensión de lo real mientras la pandemia se reduce como fenómeno visible. Todos esos recursos son utilizados al mismo tiempo sin que sea necesario que exista una coherencia. Lo importante es que proliferen las realidades a disposición, el que quiera que elija la suya.

La estructura del silenciamiento se combina de forma coherente con la estructura de la negación. Traigo aquí una importante contribución de Grada Kilomba, escritora y artista portuguesa que en su libro Memorias de la plantación trae ya en el comienzo una idea sobre el proceso de responsabilidad. Grada Kilomba alinea los términos negación, culpa, vergüenza, reconocimiento y reparación. Y dice que la negación es la proyección en el otro de todo lo malo que no se quiere ver en sí mismo. La proyección en sí de cualidades positivas. El estado de negación impide que el proceso de responsabilidad pueda llegar a término. No hay culpa ni vergüenza, que sería encarar en sí, o a los ojos de los otros, los atributos negativos que generalmente se esconden. El reconocimiento y la reparación están relacionados a lo que se hace con la información que se accede en ese examen. Es interesante que ese proceso de responsabilización del que habla Grada Kilomba sobre el racismo puede muy bien trasladarse para entender el caso de la pandemia tanto en el nivel estructural como en el nivel individual en las relaciones cotidianas. La negación es un proceso estructural pero es vivido individualmente por cada uno que precisa tomar actitudes cuyas implicancias éticas y políticas son inmediatas -exponer la vida de otros, propagar informaciones falsas cuyo efecto puede ser el de amplificar los riesgos sociales. La negación de la pandemia y de las responsabilidades -como individuos, sociedad y Estado- se amolda a una sociedad ya tan marcada por la negación como recurso para lidiar con sus traumas: el genocidio indígena, el racismo como perpetuación de las fuerzas de esclavitud, el autoritarismo de las instituciones entrañado desde la dictadura militar, las relaciones de explotación y supresión de derechos que hacen de Brasil uno de los países más desiguales del mundo.

Silenciamiento y negación son dos caras de la misma moneda. En las situaciones críticas, extraordinarias, emergen en la superficie ciertas líneas estructurales que marcan nuestra manera de aprehender la realidad y de conducir nuestras actitudes. Lo que nos inquieta y sorprende no es que la pandemia haya acarreado un gran cambio, una transformación en nuestras formas de vida, sino el hecho de que deja al descubierto un modo de funcionamiento que no es nuevo, al contrario. El silencio y la negación estuvieron siempre ahí, fue en ese barro que se conformaron el orden y el progreso de la nación.

* Profesor de Geografía Humana, Universidade Federal Fluminense, Angra dos Reis, Brasil

Traducción: Monica Idzi

[1]http://info.gripe.fiocruz.br/

[2]https://g1.globo.com/bemestar/coronavirus/noticia/2020/04/29/subnotificacao-4-indicadores-de-que-ha-mais-casos-de-covid-19-no-brasil-do-que-o-governo-divulga.ghtml

[3]https://brasil.elpais.com/brasil/2020-05-15/populacao-negra-vai-a-justica-para-contar-seus-mortos-por-covid-19-e-expoe-leitura-deformada-da-pandemia.html

[4]https://apublica.org/2020/05/em-duas-semanas-numero-de-negros-mortos-por-coronavirus-e-cinco-vezes-maior-no-brasil/


VOLVER

Más notas sobre el tema