La nueva política exterior – El País, Uruguay

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Lo peor de la pandemia a nivel internacional parece haber pasado. El canciller, de gran gestión en estos meses tan particulares, ha señalado su voluntad de dejar el cargo. Es tiempo entonces de fijar el rumbo de una política exterior duradera que beneficie al país.
En primer lugar, lo dejó claro el presidente de la República en una video conferencia la semana pasada: lo que no puede ocurrir, es que las consecuencias políticas de la pandemia terminen favoreciendo al proteccionismo comercial. Uruguay precisa fronteras abiertas para colocar sobre todo sus excelentes productos agropecuarios. Y precisa también abrir sus puertas a inversiones extranjeras que lleguen a un país institucionalmente confiable y deseoso de prosperar: allí está, por ejemplo, la excelente iniciativa del gobierno de favorecer la radicación fiscal de extranjeros en nuestro territorio.

En segundo lugar y en este contexto, se precisa de toda nuestra inteligencia diplomática para jugar un doble juego clave a nivel internacional: beneficiarse del peso económico de nuestro principal comprador, que es China, y apoyarse decididamente en el liderazgo de la primera potencia mundial, que es Estados Unidos. Con los dos se impone de una buena vez por todas promover tratados de libre comercio (TLC): así lo planteó, incluso antes del 1° de marzo, el presidente Lacalle Pou al secretario de Estado estadounidense; y así lo han planteado varias veces los representantes diplomáticos chinos a nuestra cancillería en los últimos años.

Por delante, el rumbo general ha de ser fijado por el presidente de la República con un canciller de su entera confianza política y bien dispuesto a enfrentar estos desafíos que son fundamentales para la prosperidad futura del país.

Para impedir este avance comercial bilateral, siempre se señala que existe la decisión 32/00 del Mercosur, que afirma “el compromiso de los Estados partes del Mercosur de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extrazona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias”. Esta decisión, adoptada en 2000, fue una de un total de once que por ese entonces procuraron relanzar el Mercosur. Como se daba por bueno que iba a existir una unión aduanera entre los cuatro países del Mercosur, se planteó esta decisión para proteger esa unión aduanera, con el compromiso de los Estados partes de negociar en forma conjunta acuerdos comerciales con terceros países.

El problema es que nada de eso ocurrió. Hoy en día en el Mercosur no hay arancel externo común, ni defensa comercial y de la competencia, ni defensa contra subvenciones externas, ni coordinación macroeconómica. Veinte años más tarde, y con estos resultados a la vista, no es legítimo tergiversar la decisión 32/00, separándola de las otras diez que en su momento se tomaron, para argumentar la limitación de la libertad de la política exterior del Uruguay en tanto país soberano.

Se impone dar un giro político que interprete en su justa medida la decisión 32/00, analizando el contexto en la que fue aprobada y el fracaso del proyecto de relanzamiento del Mercosur que la explicaba y justificaba. Incluso el ex canciller Nin, tan dependiente de la estructura izquierdista radical del Frente Amplio, en su momento había señalado la debilidad e improcedencia de la decisión 32/00 en tanto texto rector de nuestra política exterior. En este sentido, avanzar en el camino de las definiciones comerciales bilaterales seguramente también concite entonces apoyo partidario transversal, al menos en parte del Frente Amplio opositor.

Así las cosas, no sólo se debe avanzar en TLC con las dos grandes potencias mundiales. Es preciso también promover un vínculo más estrecho con un Reino Unido que ya está fuera de Europa y que es potencia económica regional; y debemos ganar en protagonismo internacional a partir de nuestro reconocido perfil democrático sustancial. Allí está nuestro propio “soft power” nacional, ese que nos hace ser uno de los países más respetados por nuestra calidad democrática e institucional de toda América, y que por tanto nos asegura una influencia regional mucho mayor de la que nuestro tamaño territorial o poblacional nos permitiría tener.

Por delante, el rumbo general ha de ser fijado por el presidente de la República con un canciller de su entera confianza política y bien dispuesto a enfrentar estos desafíos que son fundamentales para la prosperidad futura del país. Hay mucha tarea por delante, y hay un equipo técnico muy sólido en el ministerio de relaciones exteriores esperando que se defina un camino claro en política exterior, con un nuevo canciller que esté presto a tomar las riendas de este gran reto para el país. No hay que demorar más.


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