La lucha por la tierra en Brasil

1.475

El latifundio en Brasil tiene sus orígenes históricos en las relaciones capitalistas de producción en el campo y en la concentración de la propiedad privada como fundamento de la organización agraria, de acuerdo con los intereses de la clase dominante.

En sus comienzos, en todo el mundo, el capital requirió separar de forma violenta a lxs productorxs de sus medios de producción para desarrollar su potencia productiva. Con ello inauguró una de las mayores expropiaciones de campesinxs en la historia humana, formando una legión gigantesca de condenadxs de la tierra, que tuvieron como única alternativa vender su fuerza de trabajo a cambio de un salario.

Este proceso, que es considerado la prehistoria del capitalismo, creó las condiciones para su desarrollo y consolidación. La cuestión agraria en Brasil necesariamente pasa por este hilo conductor, en que el capitalismo inaugura su forma violenta de expropiación para seguir acumulando en sus más diversas formas: agraria, industrial, bancaria/financiera.

La historia de la expoliación de la tierra en Brasil, en contrapartida, produjo diversos procesos de resistencia popular a lo largo de los años. La violencia con que el proceso fue conducido suprimió formas de expresión cultural, negó el acceso a la educación y a la salud como derechos humanos básicos, destruyó la soberanía y la autodeterminación de los pueblos y su propia autoestima. La lucha por la tierra en Brasil pasa por estos acontecimientos, y de ese modo, toda tentativa de resistencia popular organizada y radical se convirtió en sinónimo de masacre y genocidio, para posteriormente ser borrada de los libros de historia.

Cada lucha fue desarrollada por los más diversos actores sociales del campo de acuerdo con los elementos objetivos y subjetivos de cada período histórico. Así sucedió con los pueblos indígenas, que fueron decimados al no aceptar el régimen de esclavitud impuesto por los colonizadores portugueses. Se estima que de los 2,5 millones de indígenas que vivían en la región que hoy comprende Brasil, menos del 10% sobrevivió hasta los años 1600. A pesar de estar camufladas en nuestra historiografía, las luchas indígenas nos dejaron un importante legado, mostrando que la historia se hace con resistencia y lucha. El indígena SepéTiaraju, uno de estos ejemplos pedagógicos de batallas contra españoles y portugueses, murió diciendo: “¡Esta tierra tiene dueño!”.

La situación con la población negra no fue diferente. En total, cerca de 4,9 millones de personas fueron extraídas de territorios de África y llevadas como esclavas a Brasil en un trágico proceso de diáspora. Ningún otro lugar del mundo recibió tantxsesclavxs. En los Estados Unidos, por ejemplo, fueron 389.000.

La situación de las personas negras esclavizadas era de completo ultraje, agresión y tortura. Sufrían la violencia del trabajo forzado. Con tamaña opresión, las revueltas de esclavos no demoraron en tener eco de sierra en sierra. Entre las diversas formas de resistencia, la más efectiva fue la creación de los llamados quilombos, territorios en zonas rurales remotas construidos por negrxs que huían de la esclavización y buscaban vivir en libertad, organizándose de manera comunitaria y viviendo de acuerdo a sus propias culturas y tradiciones.

Con el declive de la hegemonía del trabajo esclavo en las primeras décadas del siglo XIX fue el tiempo de los llamados caboclos —negrxs, indígenxs y campesinxs cuya identidad nacional aún estaba en construcción—, quienes pasaron a protagonizar las luchas y revueltas contra los opresores. En muchos casos, las poblaciones locales llegaron a tomar el poder local y a implementar gobiernos populares. El resultado fue el mismo: villas quemadas, fusilamientos y la completa destrucción de lo que fuera momentáneamente conquistado.

A lo largo del siglo XX esas experiencias fueron madurando y ganando formas organizativas más sólidas, trayendo consigo agendas políticas y proyectos de país, como la lucha por la reforma agraria y por la transformación social. Las Ligas Campesinas y el Movimiento de Agricultores Sin Tierra (MASTER), por ejemplo, fueron organizaciones que realizaron diversas ocupaciones de tierra y campamentos entre las décadas de 1940 y 1960.

Una vez más, esas experiencias fueron prontamente destruidas, pero esta vez por la mano de la dictadura cívico-militar que dirigió el país por veintiún años (1964-1985), creando una profunda laguna en las formas organizativas de la clase trabajadora, que solo lograron reconstituirse hacia finales de los años 70 e inicios de los 80.


VOLVER

Más notas sobre el tema