Amazonía | COVID-19: los retos en protección del medio ambiente

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Martín Elías Pacheco

En medio de la pandemia por el coronavirus han aumentado los llamados desde distintos sectores, de expertos y de la misma naturaleza sobre la necesidad de cambiar la manera de relacionarnos con el entorno: altas temperaturas, deshielo de los glaciares, aumento del nivel del mar, acidificación de los océanos, cambio en los ecosistemas, incremento de fenómenos meteorológicos y de la concentración de CO2 son evidencias del cambio climático.

Curiosamente, la humanidad había pasado por alto muchas señales y pese a los resultados científicos, mandatarios como Donald Trump, a través de sus mensajes en redes sociales como Twitter, aún ponen en duda la existencia del cambio climático. Son los mismos que ahora le restan importancia a la pandemia del nuevo coronavirus que ya contagió a más de 1,5 millones de personas en Estados Unidos. El COVID-19 obligó al mundo a cerrar de manera temporal terminales aéreas, terrestres y marítimas, y apagar máquinas industriales; paralizó a una sociedad que no dormía.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS) el COVID-19 es una enfermedad infecciosa “causada por el coronavirus que se ha descubierto más recientemente”. Se refleja en síntomas como fiebre, tos seca, congestión nasal, dificultad para respirar, entre otros malestares. El nuevo coronavirus salió a la luz en Wuhan (China) en diciembre de 2019. En menos de lo que la gente imaginó se propagó en el mundo. A Colombia llegó tres meses después, el 6 de marzo de 2020, vino en el cuerpo de una viajera procedente de Milán (Italia). En ese contexto, el coronavirus es un mal que se suma a otros que llevan bastante rato causando estragos en Colombia. A varias enfermedades, sí, pero también a comportamientos depredadores del medioambiente, a la tala indiscriminada, a los abusos contra los ríos, entre otros.

Problemáticas como el aumento de fenómenos meteorológicos, las altas temperaturas, el aumento del nivel del mar y de la acidez de los océanos son atizadas por el comportamiento humano. Un ejemplo concreto en Colombia es la relación entre la deforestación y la pérdida de hábitat de flora y fauna o, en últimas, la pérdida de biodiversidad. ¿Cómo lograr un uso más responsable de nuestros recursos? La respuesta no es sencilla, sobre todo cuando los países basan buena parte de su economía en la producción industrial y la explotación de recursos naturales. Por eso los debates sobre temas ambientales llegan a manera de crisis y son vistos por algunos sectores como amenazas para el motor de la economía. No importa si el tema del momento es la relación de las industrias con la calidad del aire en las grandes ciudades, la alteración del cauce de los ríos para hacer hidroeléctricas, las alternativas para la extracción de petróleo o, como ahora, los estragos del coronavirus.

Problemas en cadena

Bogotá, con 7,2 millones de habitantes, es la ciudad más poblada de Colombia y hoy registra el número de contagios más alto de COVID-19 en el país. Pero sus habitantes también deben lidiar con enfermedades respiratorias por causa de la acumulación de CO2 en el aire, generados por la industria, los más de 2 millones de vehículos y los incendios forestales en las otras regiones.

Con el aislamiento obligatorio por el coronavirus, la calidad del aire en Bogotá mejoró por un par de días, pero los incendios forestales en la región Caribe, la Amazonia y la Orinoquia no han permitido grandes avances.

De acuerdo con los monitoreos del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam), la principal causa de incendios forestales en Amazonas es la invasión del hombre que busca adaptar terrenos para actividades agrícolas. Asimismo, en la región Caribe la quema se da por las altas temperaturas y la caza de animales, como la hicotea. En la Orinoquia las conflagraciones son resultado del período seco y por la “caza, pesca y renovación de pastizales”.

En 2019, las llamas acabaron con 2,5 millones de hectáreas de bosques en la Amazonia brasileña, desplazando la fauna silvestre y poniendo en riesgo la vida de más de 300 comunidades indígenas de la cuenca amazónica, que se conforma por Brasil, Colombia, Venezuela, Ecuador, Perú, Guyana y Surinam. En Colombia, la deforestación consumió aproximadamente 200 mil hectáreas de bosques en 2018. Sin embargo, según el ministro de Ambiente, Ricardo Lozano, en el último trimestre de 2019, en la región amazónica, la deforestación en departamentos como Guaviare, Caquetá y Meta se redujo en cerca del 50 % con relación al mismo período de 2018.

El Amazonas colombiano es una región que ha sido afectada por cultivos ilegales, deforestación, conflicto armado, abandono estatal y violación de los derechos a los indígenas. Esa misma zona es ahora una de las más afectadas por el coronavirus; en un mes es el departamento con más contagios por cada 10 mil habitantes. El personal de salud no cuenta con elementos sanitarios para hacerle frente a la pandemia. Por esa razón, en abril renunciaron 30 médicos generales y especialistas del hospital San Rafael de Leticia, el único público en ese lugar. Algo similar sucede en Pueblo Viejo (Magdalena), donde hay más de 50 casos de coronavirus. La pandemia los cogió con falta de acceso a agua potable, necesaria para garantizar el lavado de manos. Aunado a eso, en la jurisdicción de ese municipio queda Trojas de Cataca, un pueblo palafito víctima de desplazamiento forzado que hoy padece por la falta de oxígeno de la Ciénaga Grande de Santa Marta, resultado del desvío del cauce de los ríos Fundación y Aracataca para regar cultivos de palma.

“Los ríos están muertos y no le dan vida a la ciénaga. Esta población se compone de pescadores y si la ciénaga se nos acaba, ¿de qué podemos vivir?. Nos tocará retornar y no va a ser por la violencia sino por el hambre”, cuenta Dora, líder de la comunidad, quien vive allí desde hace 61 años, solo salió en 2000 cuando los paramilitares la obligaron a desplazarse. “Mucha gente se ha ido de Trojas de Cataca porque las canoas ya no pueden navegar debido al lodo. Los niños empezaron a enfermar por las condiciones de salubridad y las familias han emigrado a los pueblos de la carretera”, cuenta Sandra Vilardy, docente de la Universidad de los Andes con doctorado en ecología y medioambiente.

Desde el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), han alertado e insitido en que el deterioro de los ecosistemas, desde la pérdida y la modificación de los hábitats y el desarrollo agrícola, sumado a la sobreexplotación de las especies, aumenta el riesgo de pandemias causadas por enfermedades de animales. Para el epidemiólogo Camilo Prieto, vocero del Movimiento Ambiental Colombiano, la deforestación ambiental desplaza la fauna silvestre y la expone a los traficantes de animales. “Cuando viene fauna silvestre con la cual no hemos tenido relación estamos expuestos a otro tipo de patógenos, que pueden generar enfermedades o no”.

De acuerdo con algunos expertos, es claro que para que el planeta pueda recuperarse de la pandemia debe estar en mejores condiciones: “Los gobiernos no deben dejar de un lado los objetivos, como la protección ambiental, las poblaciones vulnerables y los adultos mayores. El reto es seguir mostrando, en los próximos años, avances en el cumplimiento de la agenda 2030”, explica Lina Muñoz, directora de la maestría en gestión ambiental de la Universidad del Rosario.

El Espectador

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