Brasil: La agenda que la izquierda debe encarar – Por Joaquim Palhares

630

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Joaquim Palhares*

La izquierda brasileña y los partidos políticos están prácticamente paralizados, asombrados ante una fuerte profundización de las dificultades que vive el país como resultado de las tres crisis principales: la económica, la sanitaria y la política.

La crisis económica, resultante de la obsesión neoliberal del ministro Paulo Guedes (exfuncionario del dictador chileno Augusto Pinochet), que incluso en medio a una pandemia es incapaz de entender qué es en realidad el Brasil que administra, y se queda entrampado hablando sobre reducción de gastos, austeridad y congelación de salarios. Obviamente, exceptuados los militares que recibieron un aumento sustancial en sus rentas.

En diciembre de 2019, el PIB ya se ubicaba en un 1,1%, con un pronóstico de reducción a 0,02% en enero de 2020. Pero hoy el FMI ya habla de una caída de más de siete puntos porcentuales para este año. Si los Estados Unidos, podría caer hasta 12 puntos porcentuales, imagínese lo que le puede suceder a Brasil…

La crisis de salud causada por la pandemia del coronavirus será mucho más mortal y ciertamente más duradera en Brasil, debido a la grotesca figura del presidente Jair Bolsonaro, que pide a la población que salga a las calles y haga lo contrario de lo que están haciendo los demás países, por las medidas acordadas en el mundo. Un mandatario que desdeña de las recomendaciones de los expertos locales, de la OMS (Organización Mundial de la Salud) y de la ciencia.

Tanto Estados Unidos como Brasil no han preparado sus sistemas de salud para enfrentar tamaña crisis. Ambos jefes de estado se abstuvieron de decretar el aislamiento social que debería mantener la ciudadanía, y minimizaron la pandemia. Trump ya se dio por vencido, Bolsonaro sigue con su política asesina.

Incluso invadió a la Corte Suprema, con el claro objetivo de avergonzar y convencer al presidente de la misma, el ministro Dias Toffoli, de abrir la economía, lo que podría significar la contaminación y la muerte de miles de personas.

La grave crisis política fue acentuada por la mala gestión actual. La alianza construida para elegir a Bolsonaro está completamente destruida. Sigue en el poder gracias a su núcleo duro sus adeptos directos (de un 25% a un 30% de los que votaron por él, lo cual no es poca cosa), extremadamente organizados por las redes sociales y bajo el control de sus hijos, que comandan el llamado “gabinete del terror”.

Es un gobierno que trata a su “público” como “ganado”, dirigiendo al Estado y sus instituciones como activos privados de la familia Bolsonaro. No hay articulación política, los poderes de la República no se hablan. De hecho, es el primer presidente no partidista en este país. Se jacta de no hacer la “vieja política”, pese a que sigue abrazando a figuras casi eternas en el parlamento, como Roberto Jefferson y Valdemar da Costa Neto, ambos condenados en la Justicia por corrupción.

Los brasileños ya han visto esta película. El Golpe de Estado de 1964 se inició con el avance de una columna militar blindada, comandada por el general Olímpio Mourão Filho, desde la Cuarta Región militar que, partiendo de Juiz de Fora, viajó por una ruta federal hasta el Río de Janeiro, sin sufrir resistencia. Las advertencias del ex diputado federal Leonel Brizola fueron inútiles: advirtió reiteradamente al presidente Jango Goulart que los militares llevarían a cabo el golpe. “¿Sabes cómo ocurren los derrocamientos? Duermes normalmente y te despiertas con tanques en las calles”.

La crisis que ahora vive Brasil va más allá de cualquier posibilidad de predicción. Y cualquiera que diga que sabe lo que va a pasar está mintiendo. Pero se huele en el aire el olor a un golpe. Con las diferencias y circunstancias mantenidas entre 1964 y 2020, la izquierda observa el avance de las fuerzas de la extrema derecha con los brazos cruzados, en un paso acelerado hacia la ruptura definitiva del Estado de derecho democrático. Eso o la renuncia.

Bolsonaro no es y nunca fue mayoría. De las 147 millones de personas aptas a votar en 2018, solo 57 millones eligieron a Bolsonaro, otras 47 millones prefirieron a Fernando Haddad, y 42 millones anularon, votaron en blanco o se abstuvieron.

Su victoria es la victoria de la polarización social y la criminalización de la política, fomentadas durante los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores), y de manera más contundente por los medios de comunicación hegemónicos, que lanzaron al país en una tremenda cacería de brujas contra la izquierda.

Bolsonaro se ha aliado a Donald Trump, lo tiene como su líder, y juntos serán responsables por los millones de seres humanos que perdieron (y perderán) la vida en esta terrible pandemia. El mundo amaba, odiaba y envidiaba a los Estados Unidos. Ahora, por primera vez, lo sufre.

En primer lugar, por esta prensa la que piensa en el periodismo como una mercancía y nunca como un derecho. Todos los vehículos que se embarcaron en el golpe contra Dilma Rousseff en 2016, sin excepciones, están vergonzosamente involucrados con la victoria de Bolsonaro en 2018. Todos, sin excepciones, son responsables de lo que sucederá en este país en los próximos meses.

Por la polarización que alimentaron, por la criminalización de la política que practicaron, y sobre todo por ahogar el debate, mientras continúan fomentando como loros el único discurso que saben reproducir: el que agrada a los bancos y a los estadounidenses.

No hay debate en la llamada prensa “profesional”. No hay una reflexión que realmente quiera cambiar la dirección del país. Hay desmonte del Estado, venta de bienes públicos, derechos precarios, robo del bienestar de los más pobres, delitos ambientales…

En estos tristes tiempos de pandemia, la prensa tiene una mínima posibilidad de recuperar algo de credibilidad, enfrentando la discusión que el coronavirus trajo a la sociedad brasileña, que es tan desigual desde el punto de vista económico. Esta discusión se refiere a dos preguntas: ¿qué modelo de salud necesitamos y queremos en el futuro? y ¿qué modelo de Estado necesitamos y queremos para garantizar la vida de las personas, y no su muerte?

Esta es la agenda mínima que el periodismo debe enfrentar. Desde la izquierda hay que ir más allá, discutir en profundidad el cambio del modelo económico a un modelo de producción socialista; construir juntos una propuesta concreta para el socialismo que tanto necesita este país.

Con mucha lucha y militancia, eso es lo que intentamos hacer desde Carta Maior. Educación política, debate sobre la situación, difusión del conocimiento científico, traducción de lo que dicen desde afuera y cobertura de lo que dicen acá en nuestro país. Y siempre con mucha determinación, porque amamos a este país, amamos a América Latina y amamos lo que hacemos.

*Abogado, con estudios en economía e historia. Fue uno de los refundadores de la Teoria do Direito Alternativo, y creó Carta Maior (hoy el mayor portal en Brasil, que dirige). La revista Veja lo definió como “enemigo público número uno de los sistemas financieros”.


VOLVER

Más notas sobre el tema