Centroamérica: migrantes en la pandemia – Por Rafael Cuevas Molina

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Por Rafael Cuevas Molina *

En nuestros tiempos, ser migrante es un estigma. En ellos se expresan las enormes falencias y contradicciones que nos agobian, las guerras devastadoras; las grandes hambrunas; las catástrofes producidas por el cambio climático; el desempleo; las epidemias; la violencia del crimen organizado.

Se trata de grandes desplazamientos forzados y no, cómo el otrora vicepresidente de Guatemala Jafeth Cabrera dijera alguna vez, de gente que se va de su país “porque quiere”, como si de ir de vacaciones se tratara.

Los centroamericanos migran principalmente hacia los Estados Unidos, aunque no son desdeñables las migraciones entre la misma región. Los nicaragüenses, por ejemplo, tienen como destino importante Costa Rica, su vecino del sur, en donde muy posiblemente ya constituyen el 10% de la población total del país.

Como se sabe, la llegada de Donald Trump a la presidencia de los Estados Unidos significó un endurecimiento de las políticas migratorias norteamericanas. A pesar de ello, en 2018 y 2019 la migración centroamericana hacia ese país aumentó, y las condiciones de inseguridad de la travesía obligaron a la gente a asumir nuevas formas de desplazamiento, como las llamadas caravanas, que acapararon la atención de los medios de comunicación, y que buscan la mutua protección de los que emprenden la travesía frente a las bandas mafiosas que los acechan en el camino.

Quienes se van son los desesperados, los que han sido descartados por estados fallidos incapaces de asegurarles las más mínimas condiciones de vida digna. Son los que el cineasta argentino llama “los nadie”, los descartados que el sistema no necesita y deja abandonados en algún lugar en el que ojalá se vean poco o no se vean del todo, para no afear los cada vez más limitados emporios de riqueza que genera la acumulación del capital en pocas manos.

En Centroamérica, sin embargo, esos menospreciados son los que sostienen en buena parte las economías nacionales, sobre todo en el Triángulo Norte, de donde proviene el 86% de los centroamericanos que ya se encuentran en los Estados Unidos.

Sus remesas no solo constituyen importantes segmentos del PIB, sino que además enriquecen a quienes hacen pingües negocios con los envíos. Son “estados remeseros” en los que el capitalismo, aún en esta su expresión dependiente y malformada, sabe sacar provecho de cuanta oportunidad se le ponga al frente.

Estos estados los tratan como recursos naturales intercambiables (fuerza de trabajo por remesas) de los que poseen ingentes recursos sin que tengan que invertir ni siquiera en su extracción. Ellos se encargan de reproducirse y crecer, sin ningún gasto para el Estado, y luego de partir en viaje azaroso asumiendo todos los riesgos, incluso el de perder su propia vida.

Como en toda crisis, que pone en evidencia circunstancias que en tiempos normales pasan desapercibidos, en esta que estamos viendo provocada por el coronavirus su situación precaria se pone más en evidencia. En los Estados Unidos, quienes se encuentran detenidos en espacios hacinados son presa fácil de la enfermedad. ¿Qué atención médica pueden esperar quienes son considerados casi como ganado humano en un país en el que su excluyente sistema de salud está colapsado? Ninguna.

A lo anterior agréguese que, contrario a todas las normas del derecho internacional, sus estados originarios no quieren recibirlos en calidad de deportados. Este problema adquiere dimensiones gigantescas en la medida en que solo Guatemala, por ejemplo, recibe alrededor de 100,000 deportados por año.

A los migrantes en estas condiciones no los quiere nadie, ni siquiera sus mismos compatriotas: así como hay comunidades de vecinos que persiguen y rechazan a personal de salud que trabaja en hospitales en donde hay pacientes con el virus y los instan incluso a abandonar los vecindarios donde viven, migrantes deportados son perseguidos agresivamente con intenciones aviesas por las propias comunidades de las que partieron y hacia donde se habría dirigido el fruto de sus esfuerzo en el extranjero.

Rechazados por todos, incluso por aquellos a los que hubiese estado destinado el fruto de sus sacrificios, los migrantes centroamericanos se encuentra en un limbo que más se asemeja al infierno. Ellos no salieron del fuego para caer en las brazas, sino que jamás salieron de la hoguera que los cocina en el caldo de las injusticias.

* Historiador, escritor y artista plástico. Licenciado en filosofía y magíster en Historia por la Universidad de La Habana. Catedrático, investigador y profesor en el Instituto de Estudios Latinoamericanos (IDELA), adscrito a la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional (UNA), Costa Rica. Presidente de AUNA-Costa Rica.


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