Coronavirus | La crisis expone los problemas más profundos de América Latina – Por Jesús Mesa

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región. 

Eran los primeros días de febrero. En América Latina, las noticias que llegaban de China y Europa por cuenta del nuevo coronavirus eran lejanas. Si bien las cifras de contagios y fallecidos aparecían cada vez más en los titulares de prensa y los noticieros, y se presumía que en algún momento el virus iba a llegar, en la región durante esos días se vivía con relativa calma.

Pero a finales de ese mes, exactamente el 26 de febrero, Brasil confirmó su primer caso. Y como en un efecto dominó, poco a poco empezaron los demás países a iniciar su propio conteo de contagios -y muertos-. El coronavirus finalmente había llegado a América Latina con toda su fuerza y en un momento clave para su historia reciente.

Después de un 2019 caracterizado por las movilizaciones en las calles y el descontento social a lo largo y ancho del continente, el 2020 pintaba como el año de la consolidación de esas demandas sociales. Tanto Colombia,  como Bolivia, Ecuador y Chile se jugaban algo importante este año. Paros, elecciones extraordinarios, plebiscitos… Todos esos planes frenaron en seco el 11 de marzo, cuando la Organización Mundial de la Salud declaró oficialmente a la COVID-19 como una pandemia.

Cuarentenas totales, restricciones de movilidad, cierres de negocios o confinamiento voluntario. Prácticamente todos los países de América Latina adoptaron las mismas medidas para contener al nuevo coronavirus. Para los últimos días de marzo, la región ya estaba completamente aislada. Y las calles y plazas, tan llenas de gente durante las marchas del año pasado, estaban completamente desiertas.

El caso más significativo es el de Chile, que este fin de semana se preparaba para celebrar un plebiscito que cambiaría la Constitución. La presión ejercida durante la protesta del año pasado dio sus frutos y el presidente Sebastián Piñera fijo el 26 de abril como el día en el que los chilenos decidirían si cambiaban o no la Carta Magna heredada de la dictadura de Augusto Pinochet. Una constitución cuestionada por el papel residual que tiene el Estado en la provisión de servicios básicos.

Pero no solo en Chile el coronavirus detuvo en seco la movilización. En Colombia, el 25 de marzo, estaba planeada una nueva jornada del paro nacional, pero tuvo que ser aplazada por la cuarentena nacional decretada dos días antes. En Brasil las movilizaciones contra Jair Bolsonaro también tuvieron que parar, en Ecuador el descontento contra el impopular Lenin Moreno tuvo que trasladarse a las redes y en Bolivia, que se encaminaba a unas elecciones en mayo, la campaña presidencial quedó suspendida hasta nuevo aviso.

En un momento en el que la mayoría de los gobiernos latinoamericanos han invitado a sus ciudadanos a permanecer en sus casas, sin posibilidades de salir a las calles, podría pensarse que el coronavirus se convirtió en un enemigo de la protesta social que se venía gestando desde 2019. Sin embargo, de acuerdo con expertos consultados por El Espectador, la pandemia ha servido para confirmar muchas de las razones por las que la gente salió masivamente a las calles el año pasado.

“El coronavirus no frenó la protesta en América Latina, sino que mas bien expuso sus motivaciones. Queda claro que los problemas sociales, políticos y económicos que tenían los países de la región, especialmente Chile, Ecuador y Colombia, subyacen también en la crisis de la pandemia”, explica Marta Lagos, socióloga chilena y directora de la encuesta regional Latinobarómetro. “La precariedad, la discriminación y la inequidad solo se hacen más visibles mientras se manifiesta la pandemia”, agrega.

Esto que expone Lagos es lo que precisamente se ha venido dado en las últimas semanas en varios países de América Latina. El paso de los días y la falta de una idea clara de cuándo se va a salir del aislamiento han generado un malestar social que ha dado lugar a protestas ciudadanas en varios países, en forma de bloqueos, cacerolazos o denuncias en las redes sociales. La naturaleza social de América Latina, en donde en varios países hay una alta tasa de informalidad laboral, hacen que el manejo del coronavirus en la región tenga sus propias particularidades respecto al resto del mundo.

En Bolivia, Perú y Ecuador, familias que viven de pequeños negocios de venta callejera, o trabajan en casas ajenas, se han quedado sin fuentes de ingresos, lo que ha dado lugar a diferentes protestas. En Venezuela, la escasez de gasolina se ha visto agravada por el coronavirus. Y en Colombia, el uso de trapos rojos en las ventanas para exigir ayudas económicas y alimenticias se ha convertido en un símbolo de protesta para pedir auxilio contra el hambre y el desempleo.

Estas demandas sociales durante la pandemia, de acuerdo con Jorge Galindo, sociólogo español radicado en Bogotá, demuestran que las condiciones que motivaron a las movilizaciones de 2019 siguen presentes en América Latina. El experto también considera que esta emergencia sanitaria ha logrado “algo muy interesante” en la región, pues varios países han diseñado y aplicado programas sociales que sin el coronavirus probablemente jamás habrían surgido.

“En distintos países de la región, los propios gobiernos, independientemente de su color ideológico, han activado mecanismos de protección y han puesto en marcha mecanismos de asistencia social para población vulnerable que antes no existían. En Colombia lo hemos visto con un gobierno de derechas; en Perú con un gobierno de centro, y en Argentina con un gobierno de izquierdas. Tres ejemplos muy diferentes que han aplicado programas ambiciosos”, explica Galindo a este diario.

No obstante, el panorama para los gobiernos en América Latina es complicado. La Organización Internacional de los Trabajadores (OIT) cifraba en 140 millones los trabajadores informales en América Latina y el Caribe en 2018, un 53 % de media, una cifra que alcanza cifras altísimas en países como Perú, donde dos de cada tres trabajadores son informales y carecen de algún tipo de seguro. Además, según cifras de la Organización Panamericana de la Salud, un 30 % de la población de la región no tiene acceso a atención de salud, debido a razones económica.

«El coronavirus promoverá cambios sociales»

De acuerdo con la Universidad Johns Hopkins, con sede en Estados Unidos, América Latina superó esta semana los 160.000 contagios de COVID-19, mientras el número de muertos ya se ubica cerca de los 6.000, según estimaciones de la Organización Mundial de la Salud. Sin embargo, expertos concuerdan en que estas cifras no corresponden a la realidad, debido a las varias dificultades que tienen los países de la región para realizar masivamente las pruebas a su población. La falta de kits en América Latina eclipsa todo lo observado en las regiones más desarrolladas del mundo, y subraya el problema que enfrentan las naciones, a medida que todos compiten por obtener suministros médicos.

“Esta pandemia pesca a la región en un pésimo momento, justamente por las revueltas sociales que han habido y por el impacto económico no solo del mundo, sino también de la región. Evidentemente ahí se acentúa el problema y la capacidad de los gobiernos de responder”, explica Marta Lagos, directora de la encuesta regional Latinobarómetro.

Precisamente de la capacidad de respuesta que tengan los países dependerá el futuro de la protesta social en América Latina, de acuerdo con Lagos. En los casos de Chile y Colombia, el coronavirus llegó en un momento en el que tanto Sebastián Piñera como Iván Duque contaban con una bajísima popularidad (18% para el chileno y 23% para el colombiano). Y aunque la experta no cree que esta pandemia sea entendida por los gobernantes como “una oportunidad” para levantar su popularidad, sí cree que de su respuesta a la crisis dependerá la fuerza de la movilización social una vez termine la emergencia sanitaria.

“Esta pandemia va a tener un impacto duradero en los sistemas políticos y en los modelos económicos de los países. Va a haber una gigantesca demanda de bienes colectivos, y si los presidentes son capaces de mostrar que van en esa dirección, hay una gran oportunidad para que recuperen su capacidad de liderazgo y, por lo tanto, ganarse la confianza del pueblo”, dice Lagos.

La situación en la región se ve exacerbada por debilidades profundamente arraigadas que han afectado a algunas naciones latinoamericanas durante décadas: sistemas de salud pública en mal estado, instituciones frágiles, y una tendencia a proporcionar información pública poco clara y a manipular las estadísticas. Por ello, de acuerdo con el sociólogo español Jorge Galindo, la pandemia del coronavirus va a generar discusiones que antes no estaban sobre la mesa, como la desigualdad, la redistribución de la riqueza y el acceso universal a la salud y la educación; tendrán un rol protagónico en el futuro de los países.

“Creo que esta crisis tendrá dos efectos: la ciudadanía demandará mecanismos de protección más inclusivos, y con ellos los gobiernos se moverán hacia allí y estarán mas abiertos a implementar políticas sociales, al menos en el corto plazo. Los líderes que han entendido que esa va a ser la vara con la que se medirá su gestión, están actuando en consecuencia”, dice Galindo a El Espectador. El experto considera que este debate no solo se va a dar en América Latina, sino a nivel mundial. “Una reconsideración ampliada de los estados de bienestar bajo parámetros más inclusivos y más universales en el mundo entero es una posibilidad”, dice.

Y mientras Europa ya comienza a hacerse preguntas sobre cómo va a ser “el día después” del aislamiento, en América Latina esa discusión todavía no está sobre la mesa. Al convertirse Estados Unidos en el nuevo epicentro de la pandemia, la OMS pronostica que “estamos por vivir el peor momento de la epidemia en la región”. Por ahora, los confinamientos en la gran mayoría de países latinoamericanos irán hasta mediados de mayo, pero es probable que sean prolongados si la situación, como alerta la OMS, empeora.

El Espectador


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