Hacia una revolución de los cuidados – Por Ana Galeano y Gabriela Schvartzman

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

¡Solo el pueblo ayuda al pueblo!, gritan jóvenes de la “primera línea”[1] mientras que desinfectan las instalaciones del metro en Santiago de Chile, con el fin de cuidar a la clase trabajadora que debe desplazarse cotidianamente aún en cuarentena. Pobladores de la favela Paraisópolis, la más grande de Sao Paulo, dan ejemplo de organización para el cuidado de la salud en la comunidad, las mujeres están al frente de la provisión de alimentos y promueven la confección de barbijos como generación de ingresos para las que han quedado sin empleo. La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT) de Misiones, Argentina, distribuye gratuitamente kilos de hortalizas sin agro químicos, en localidades necesitadas de la provincia. En Paraguay se multiplican las ollas populares y las redes solidarias lideradas por mujeres, para dar una respuesta a la crisis económica y alimentaria que se desata con las medidas de aislamiento social.

La pandemia del Covid – 19 como fenómeno bio social tensa al máximo la capacidad de respuesta de los Estados dejando ver sus limitaciones, al tiempo que evidencia la potencia que tiene lo vincular y comunitario para el efectivo cuidado de la vida, desde una politicidad[2] diferente a la de las grandes estructuras institucionales.

En muchos países de América Latina, y también en Paraguay, el modelo de Estado Nación, impuesto a fuego y sangre desde los procesos de conquista y colonización, hace agua por todos lados. Y es que este modelo de organización social ha sido construido desde una determinada idea de modernidad, en la cual el único sujeto capaz de lograr su total bienestar en la cúspide de una pirámide social es el sujeto occidental, encarnado en el hombre blanco, heterosexual y propietario, es decir, el patriarca[3].

En el contexto de la pandemia se evidencia crudamente que esa forma de estado, esa democracia representativa y su modelo vertical de organización social, no logran dar las respuestas suficientes y asertivas para resolver las necesidades de la mayoría de la población en nuestros territorios.

El discurso de “Quedáte en casa”, es una consigna dirigida a ese sujeto moderno occidental, a una ciudadanía de clase media-alta urbana, que tiene una casa, un trabajo asegurado, cuenta con formas de proveerse de alimentos y con condiciones óptimas para no salir de su hogar a contagiar o ser contagiada. Quizás esta consigna funcione en países del norte global, pero en Paraguay no deja de ser un discurso racista y clasista.

¿Qué significa “Quedáte en casa” para quienes no tienen casa, o para una comunidad indígena?, ¿para quienes viven al día o para las trabajadoras sexuales?, ¿para mujeres, niñas y niños que sufren violencia doméstica?

La narrativa oficial del gobierno y los medios hegemónicos de comunicación, corresponde a lo que, en palabras de Rita Segato, supone la función “ecualizadora” del Estado, es decir, esa forma homogeneizante de vernos, de intentar hacernos igualitos/as a todos/as, de tratar de que todos/as entremos en las casillas del sujeto moderno occidental, cuando en realidad, lo que necesitamos es un Estado que mire nuestras particularidades y nuestras necesidades específicas, porque somos, históricamente, proyectos diversos y plurales de vida. No todos/as anhelamos desarrollar el proyecto de la modernidad capitalista, no todos/as queremos encajar ahí, y esto supone un problema político central.

La limitación intrínseca del Estado Nación como proyecto históricamente ajeno a nuestras realidades, es la de dejar afuera, la de excluir al otro u otra y su proyecto de vida diferente. Quienes quedan fuera, quienes no pueden ser ecualizados/as por el Estado, se las arreglan como pueden, y en este quehacer es donde surge otra narrativa, que confronta a la oficial y la desnuda. Protagonizan esta narrativa quienes vivieron siempre al margen y a pesar del Estado, quienes poco y nada han accedido a los bienes públicos o a condiciones de estabilidad económica, quienes ahora se encuentran autogestionando la alimentación y el cuidado a través de las ollas populares, las chipas solidarias, las redes de solidaridad y distintas iniciativas creativas que logran alianzas con otros sectores sociales.

Esta narrativa, que coloca en el centro el cuidado de la vida, supone formas plurales de responder a las crisis y a las múltiples necesidades de las poblaciones, ejercitando el sentido comunitario, la solidaridad, el jopói, que es el legado cultural de nuestros ancestros y ancestras.

Estas formas constituyen una politicidad diferente, que rescata lo local y lo colectivo; recupera conocimientos tradicionales como las distintas prácticas de medicina natural, infusiones con poha ñana, consumo de miel de abeja, vapores con hierbas; que conecta a toda la comunidad desde recursos y saberes comunes, reconociéndose interdependientes y eco-dependientes.

“Las ollas populares son tan políticas como las decisiones del gabinete presidencial”

Y es que donde el Estado hace agua están las ollas populares, y están sobre todo las mujeres organizadas. Es lógico, que se invisibilice el valor político de estas otras formas de dar respuestas porque nacen de la posición histórica de las mujeres frente a las crisis y se contraponen al discurso épico de “la guerra contra la pandemia”.

El discurso de la guerra y del guerrero, graficado en apreciaciones como “el Ctán. Mazzoleni”[4], es una construcción patriarcal, de hecho el patriarca en su origen fue un cazador y un guerrero. Lo que encubre esta narrativa es el hecho de que para “ganar una guerra” inevitablemente deben haber bajas civiles. El sujeto moderno siempre será privilegiado, ocupará la posición de mando o de héroe, quienes ocupan posiciones subalternas en la escala productiva capitalista serán la primera línea, personal de blanco, clase obrera, en su mayoría mujeres, enfermeras, limpiadoras, farmacéuticas, cajeras de supermercados, entre otras y otros. Quienes viven al margen de los beneficios de Estado, una vez más, quedarán a su suerte. Esta narrativa encubre también los motivos de “la guerra”, buscando instalar el enemigo común, que en este caso tiene forma de un “virus chino” surgido de la sopa de Wuhan, ocultando toda una forma de producción extractivista que altera los ecosistemas y genera el salto de virus y bacterias hacia la especie humana.

Por otro lado, la potencia política de los cuidados, supone una clave peligrosa para un sistema que históricamente devaluó el ámbito doméstico y privado confinando a las mujeres al mismo. Esta politicidad es potente porque revela que la fuerza está en lo colectivo, en una economía que no se basa en la acumulación por mérito individual, sino en la socialización y en el compartir: para todas y todos, todo. Se apoya en una concepción pragmática para responder a las necesidades cotidianas y construye liderazgos colectivos, horizontales, con muchos rostros de mujeres, protagonistas de las redes solidarias en la ciudad y en el campo.

Este sujeto colectivo construye ternura y esperanza frente al miedo, el horror y la barbarie de las formas de decidir quienes vivirán y quiénes no. Este sujeto colectivo y plural se encuentra abocado al presente, donde no hay tiempo para la muerte, porque quizás la muerte siempre fue una posibilidad latente día a día, en el bañado o en un asentamiento del interior.

Quizás esta pandemia nos recuerde lo plurales que fuimos y que somos, que podemos construirnos y apoyarnos en nuestros conocimientos, en redes solidarias, mercaditos locales, almacenes de consumo, a nivel barrial y comunitario, que fuera de los márgenes del estado Nación no está la nada, sino la potencia de una nueva politicidad que puede revolucionar al mundo desde el cuidado de la vida.


[1]

 Nombre de un colectivo de manifestantes dedicados a enfrentar físicamente a los Carabineros de Chile en el contexto de las protestas chilenas de 2019-20.

[2] Rita Segato utiliza la expresión “politicidad de las mujeres” como una forma diferente de gestionar las necesidades de la vida cotidiana: “una gestión de lo colectivo y eso, nosotras lo hemos hecho siempre y eso es lo que ha saltado a las calles”. Rita Segato en Chile: politicidad de las mujeres y desafíos del movimiento feminista. https://cl.boell.org/es/2019/06/17/rita-segato-en-chile-politicidad-de-las-mujeres-y-desafios-del-movimiento-feminista

[3] Se utilizan las palabras “hombre” y  “blanco” como categorías de análisis haciendo referencia a las posiciones históricas y sociales de quienes han encarnado la masculinidad hegemónica colonizadora/colonizada en el patriarcado y no como atributos esencialistas vinculados a aspectos biológicos.

[4] Julio Mazzoleni, actual Ministro de Salud Pública del Paraguay.

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