¿Para qué educar en el ciclo básico? – Por Pablo Romero García
¿Para qué educar en el ciclo básico?
Pablo Romero García*
Insistimos en la necesidad de focalizar buena parte de los esfuerzos del gobierno entrante en revertir el panorama que tenemos en el ciclo básico, convertido en la zona roja de nuestro sistema educativo.
Al cabo de los veinte años que llevo ejerciendo como docente en dicho tramo de la escolarización, entiendo que estamos en un momento en donde hay dos ejes de atención ineludibles: el trabajo en competencias básicas -fundamentalmente en lectoescritura- y la educación en valores. Ambos aspectos son, por cierto, recogidos en mi proyecto Educación y capital cultural, donde planteo una reformulación curricular que incluya talleres sobre Argumentación y Ética para adolescentes.
Los niveles básicos de competencias pueden y deben ser acompañados desde el ciclo básico por espacios de diálogo y reflexión sobre los valores deseables en una comunidad, lo que nos permitiría ir conformando una ciudadanía preparada tempranamente para el cultivo de la tolerancia, el respeto y la convivencia, entre otras aptitudes que repercuten en una mejor vida en común (y también, por cierto, en el mejor desarrollo de cualquier oficio, profesión o trabajo que más adelante esa persona realice en su vida adulta).
Nuestro país (NdE: Uruguay), en un fenómeno que no es ajeno a muchas otras sociedades, atraviesa un déficit de capital cultural cuyo trasfondo implica un problema valorativo, o sea, forma parte de una crisis que es esencialmente moral.
Buena parte del deterioro de nuestro entramado social está dado por una conjunción de ese estado de degradación cultural acompañado de ciertas valoraciones poco saludables individual y colectivamente. Mal podemos mejorar en competencias y contenidos si no formamos a la par un alumno capaz de apreciar, por ejemplo, la importancia de estudiar y de ser un buen compañero.
A su vez, los aprendizajes realmente significativos en el campo de la lectoescritura no pueden separarse de la capacidad de profundizar en aspectos argumentativos. El argumentar es una actividad que realizamos en todo momento y que define en buena medida nuestros vínculos y que conforma a largo plazo la medida de nuestra calidad democrática como sociedad.
Mi experiencia como docente de Filosofía en bachillerato -y la ganada en los años en que ejercí como docente de Argumentación a nivel universitario- refuerzan el planteo de la pertinencia de comenzar tempranamente a trabajar en el fortalecimiento de una ética argumentativa. Hay que brindarles estas herramientas reflexivas sobre lenguaje y valores muchísimo antes de lo que lo venimos haciendo. Insisto, se puede y se debe.
Desde estos espacios se podrían tocar fibras que son vitales motivar y movilizar a esa edad y suponen, como señalábamos al comienzo, el debido complemento a otras competencias básicas, pues son generadoras de un sentido que es elemental comenzar por construir desde el inicio de la adolescencia y su vida liceal.
Es clave que los alumnos del ciclo básico puedan comprender, por ejemplo, por qué es importante el formarse intelectualmente, o por qué es deseable reflexionar sobre nuestros actos y sus consecuencias, o por qué es valioso el escribir sin faltas de ortografía o el saber pensar matemáticamente, o por qué es necesario saber bucear adecuadamente en el mar de información que las nuevas tecnologías han puesto a disposición.
Debemos enfocarnos en revertir el sinsentido, el disvalor y la baja capacidad de reflexión, elementos que están enrabados entre sí y que tienen múltiples causas. Escapa a las instituciones educativos la posibilidad de una solución total del tema, lo cual no nos debe impedir ser conscientes de que es justamente en ellas en donde se juega buena parte de las posibilidades de rectificar tal panorama.
Los principales problemas que el país está padeciendo en materia educativa, tienen que ver básicamente con el debilitamiento del tejido que conforma el espacio ético-cultural. Fallará toda política de gestión o proyecto técnico en áreas como la educación si no se concibe desde el fortalecimiento de valores culturales y una cultura de valores que fortalezcan las dos áreas fundamentales de la vida de una persona: la capacidad de reflexionar y la capacidad de valorar. Y educar es, ante todo, formar personas. Y formar personas es formar ciudadanos, formar república, o sea, sembrar y cosechar un futuro deseable en común.
* Pablo Romero García, profesor de Filosofía