P de paro y paz: tres años después de la firma de los acuerdos – Por Gabriel Cifuentes Ghidini

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P de paro y paz: tres años después de la firma de los acuerdos

Por Gabriel Cifuentes Ghidini

La ciudadanía clama para que no se nos escape la oportunidad histórica de consolidar la paz.

Los últimos tres años han hecho visible el divorcio que existe entre la clase política y la sociedad. Justo cuando se conmemoraban los primeros tres años de la firma de los acuerdos de paz, estallaron en nuestras calles los gritos de protesta de estudiantes, trabajadores y, en general, de una ciudadanía inconforme con el camino por el que transita Colombia. Un rumbo marcado por la sangre de nuestros líderes sociales, el fantasma de la guerra y la ausencia de un liderazgo claro e inspirador desde el Palacio de Nariño.

Al margen de los reprochables hechos de violencia, a punta de cacerolas, cánticos y marchas pacíficas, millones de personas se tomaron parques, plazas y avenidas para exigirle a este gobierno conectarse con el país. Y no es para menos, la ciudadanía, con acierto y entre muchas otras peticiones, clama para que no se nos escape la oportunidad histórica de consolidar la paz y la reconciliación nacional.

Y es que la paz no equivale, como algunos lo quieren mostrar, a un marco de impunidad. Los acuerdos prevén una serie de compromisos en materia política, social y económica, para desarrollar las zonas más apartadas y pobres del país; justamente aquellos lugares en los que se vivió con más intensidad el conflicto y donde menos presencia ha tenido el Estado. La paz no es únicamente la JEP o la reincorporación de combatientes; la paz es desarrollo agrícola, sustitución de cultivos ilícitos, infraestructura vial y de saneamiento básico, respeto por el medioambiente, educación, fomento a proyectos productivos, promoción de la participación ciudadana y, sobre todo, el reconocimiento y dignificación de las víctimas. La paz es, finalmente, el primer intento de diálogo y comprensión que ha tenido nuestro país con esa Colombia olvidada y oprimida. Son muchas las coincidencias entre las reivindicaciones sociales que hoy se piden a gritos y la agenda de paz que ha sido olvidada y marginalmente cumplida.

Reducir el paro, que aún ahora cuando escribo esta columna se mantiene, al ‘paquetazo de Duque’ es una sobresimplificación de una realidad latente: el inconformismo social se debe a que millones de colombianos sienten que les están robando la esperanza de un futuro con paz, equidad social y desarrollo sostenible. Porque detrás de las políticas y visiones ‘neo-liberales’ que se impugnan por parte de los manifestantes, se esconde un proyecto que pretende mantener los beneficios políticos, económicos y sociales de muchos de los que fueron protagonistas de la guerra.

Pero en estos tres años han pasado muchas más cosas. Se eligió por una votación histórica a Iván Duque, no necesariamente por su intención de hacer trizas los acuerdos, sino en vista de la necesidad de oponerse a la opción de Petro, quien lejos de recoger el clamor popular que se vive por estos días, representa también esa política que la gran mayoría de colombianos rechaza. Se votó con miedo, no con convicción. El resultado ha sido un gobierno débil, endogámico, cerrado al diálogo y de espaldas a la realidad de esta compleja nación. Así que mientras subió al poder una opción de derecha retardataria, bajaron a las calles millones de personas, sobre todo jóvenes —motivados y cohesionados— que no están dispuestos a embargar o hipotecar su futuro, así como tampoco a olvidar el pasado.

En tres años hemos sido testigos de una esquizofrenia social, donde la política va por un lado, pero la ciudadanía va por el otro. Cada día los ciudadanos pierden confianza en las instituciones de nuestra democracia: el Congreso, las cortes y los partidos están en crisis. Es como si los mecanismos representativos que tenemos hubieran perdido su efectividad, y las marchas y protestas, como medios de participación directa, se comenzaran a mostrar como los nuevos instrumentos de una política viral, digital e indomable.

Paradójicamente, en estos momentos de agitación e incertidumbre política, justo cuando se entrevé la mayor crisis que ningún gobierno haya tenido que soportar, la única salida para apaciguar las protestas es retomar las banderas de la paz. Tal vez no solo se requiera un acto de contrición frente a las propias fallas, sino el reconocimiento de los aciertos del gobierno anterior. A lo mejor, para salvar su gobierno, Duque tendrá que cambiar de brújula y ejecutar vigorosamente el componente social y reformista del proceso de paz que hasta ahora ha permanecido en hibernación, porque la mejor manera de parar el paro es dejando de parar la paz.

Ñapa: una oración por Dilan Cruz, pero también por todos los policías que han sido víctimas del vandalismo. Qué gran ejemplo que nos dan los artistas y estudiantes en las calles invocando la no violencia y expresándose mediante la música y el baile. La violencia en la calle no le conviene a nadie.

GABRIEL CIFUENTES GHIDINI
Doctor en derecho penal, Universitá degli Studi di Roma. MPA, Harvard University. LLM, New York University. Máster en Derecho, Universidad de los Andes
En Twitter: @gabocifuentes

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