Cómo la OEA de Luis Almagro llevó al golpe de Estado contra Evo Morales – Por Javier Buenrostro

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Por Javier Buenrostro *

Después de semanas de presión de los grupos opositores en Bolivia y un bien orquestado proceso de desestabilización que incluía a las élites económicas bolivianas, medios de comunicación afines a ellas, falsas demandas laborales de grupos de represión como la Policía y en última instancia la participación determinante del Ejército, el presidente Evo Morales fue obligado a dimitir después que habían secuestrado a familiares de miembros del Movimiento al Socialismo (MAS), quemado su casas o los habían ultrajado de distintas maneras. Con una profunda responsabilidad democrática y con el ánimo de no causar víctimas inocentes (al contrario de Sebastián Piñera en Chile), Evo decidió dar un paso al costado para evitar una guerra civil y un baño de sangre en Bolivia.

Esas circunstancias son especialmente graves porque a pesar de tener una ventaja de poco más de diez puntos en el resultado electoral, Evo había accedido a que se realizarán nuevas elecciones y encontrar una salida democrática al laberinto boliviano. Eso no fue suficiente para la oposición. No. Ya tenían un plan trazado y no se movieron un ápice de él. Los militares que habían estado agazapados salieron para forzar la renuncia del primer presidente indígena de la nación más indígena del hemisferio americano.

Pero los actores bolivianos no son los únicos en la trama. No. Sabemos de las políticas injerencistas que ha tenido Estados Unidos en el continente por décadas, desde el final de la Segunda Guerra Mundial por lo menos. Esta vez no parece ser la excepción como ya lo ha comentado Noam Chomsky, entre varios otros analistas políticos. En esta ocasión ya Trump ha aseverado que la renuncia de Evo Morales debe ser un mensaje para países como Venezuela o Nicaragua. También ha habido otro actor internacional cuyas declaraciones y posiciones que ha tomado en la región se han convertido en preocupantes dado su cercanía con las posiciones de Estados Unidos. Me refiero a la Organización de Estados Americanos (OEA) que encabeza el uruguayo Luis Almagro.

La OEA, que nació en 1948 para proteger los intereses de los Estados Unidos durante la Guerra Fría, ha tenido una historia de bajas y altas en su historia, aunque son más los valles que las crestas. Uno de los puntos más bajos fue en Punta del Este (Uruguay) en 1962 cuando se decidió la expulsión de Cuba del organismo, siendo México y la propia Cuba las únicas naciones que votaron en contra de dicha resolución. En los últimos años, desde que la dirige Luis Almagro, la OEA ha mostrado ser un organismo con una profunda parcialidad a favor de las derechas latinoamericanas y los intereses regionales de Estados Unidos. Apoyaron abiertamente el golpe de Estado fracasado en Venezuela que, como todos sabemos ahora, se gestó en Washington a donde fue a recibir instrucciones Juan Guaidó en diciembre del año pasado.

En las últimas semanas hemos atestiguado acontecimientos en la región andina que muestran el doble rasero de la OEA. En el caso de Chile, con centenas de miles protestando en las calles contra el gobierno de Piñera –que ejerce una represión brutal contra los manifestantes con decenas de muertos y centenares de detenidos–, la OEA mantuvo un silencio brutal, con tímidas recomendaciones para mantener el orden democrático. En cambio, después del triunfo electoral de Evo por más de diez puntos, la OEA estuvo convalidando las posturas opositoras para la anulación de las elecciones, debido a irregularidades que se encontraron en una reducida cantidad de las actas electorales en una auditoría que había solicitado el propio Morales. Esta siempre fue una medida diseñada para que la oposición desplegara una narrativa de fraude electoral y sus protestas ganaran tiempo y oxígeno para que la desestabilización creciera. Destacar que el discurso pasó rápidamente de irregularidades (OEA) a fraude (oposición) a pesar que instituciones como el Center for Economic and Policy Research (CEPR) con sede en Washington señaló que «ni la OEA ni ningún partido político pudieron demostrar irrgularidades sistemáticas o extendidas en las elecciones del 20 de octubre».

A pesar de no contar con evidencia de un fraude electoral, Evo accedió por voluntad propia a que se convocaran a nuevas elecciones respondiendo a algunos cuestionamientos legítimos y a muchas protestas orquestadas. La OEA no tuvo ningún reconocimiento de la acción a pesar que esta medida era lo que pretendidamente se buscaba en un principio. No. Mantuvo un silencio sepulcral que le dio tiempo a los opositares de perseguir a los miembros del MAS y a los militares de ponerle el ultimátum al líder aymara. Después del pronunciamiento militar nuevo silencio, dejando en claro su aprobación al golpe de Estado mientras el mundo entero protestaba por la situación en Bolivia.

También México estaba indignado y consternado. Tanto el presidente López Obrador como el canciller Marcelo Ebrard dedicaron la clásica conferencia mañanera de este lunes para dejar en claro el posicionamiento de México, el cual fue que se ha alterado el orden constitucional de Bolivia y que bajo ninguna circunstancia se aceptará un gobierno de orientación militar. AMLO cuestionó el silencio de la OEA y la conminó a tener una reunión urgente para tratar el tema. Un par de horas después Luis Almagro afirmó que no se aceptaría ninguna «salida inconstitucional». Como si un golpe de Estado que derroca a un presidente en funciones no fuera algo «inconstitucional». Cuanta hipocresía.

En las horas subsecuentes y gracias a esta complicidad de la OEA, el Ejército ha salido a las calles y ya ha empezado la represión contra aquellos que apoyan a Evo Morales, sobre todo en La Paz y el Alto. Ante el peligro que corría su integridad física, México decidió ofrecer a Evo asilo político que aceptó por lo que el gobierno mexicano mandó un avión a Bolivia por él. El periplo de vuelta ha resultado más complicado porqué Perú decidió de último momento cerrarle el espacio aéreo y se tuvo que hacer una larga escala en Paraguay. Al momento de escribir estas líneas Evo Morales viene viajando ya hacia México acompañado de Álvaro García Linera. Posteriormente vendrán seguramente otros líderes del MAS.

Con esta acción México ha revivido lo mejor de su historia en cuanto a la política exterior: el asilo a los perseguidos políticos. José Martí, Víctor Raúl Haya de la Torre, León Trotsky, los exiliados españoles y de Europa del este en los 30s, Jacobo Árbenz, los de las dictaduras militares de los 70s en Argentina, Chile y Uruguay, son solo algunos de los casos en que México abrió sus fronteras y sus brazos. López Obrador reivindica una tradición histórica que nos llena de orgullo a la mayoría de los mexicanos (obviamente no a la derecha más conservadora), con este apoyo humanitario ante la barbarie de un militarismo religioso que está pecando de violencia y un revanchismo exacerbado.

Este martes la OEA ha convocado a una reunión para tratar la situación en Bolivia. Ante su preocupante actuación en las últimas semanas (meses diría yo) sería deseable que Luis Almagro rindiera un amplio informe a los países integrantes, ya que parece que sigue una hoja de ruta que defiende los intereses particulares de Washington y no hay una neutralidad responsable que contribuya a la región en su conjunto.

Tal vez sea momento de empujar mucho más a la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), que pudiera representar mejor los intereses de Latinoamérica y cuya Presidencia pro tempore recaerá por primera vez en México a partir de 2020. Esta designación fue hecha por unanimidad semanas atrás conscientes del papel que México está jugando en la región gracias al liderazgo de López Obrador. El asilo a Evo le ha dado la razón muy pronto a quienes comparten esta visión. Habrá que ver también cuál será el peso real del Grupo de Puebla, asociación progresista latinoamericana creada en julio de este año.

Por lo pronto, ¡bienvenido a México, Evo! Ojalá tu estancia solo sea temporal para que puedas regresar pronto y más fuerte a tu patria.

* Historiador por la Universidad Nacional Autónoma de México y McGill University.

RT 


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