Clásicos y modernos: teatro uruguayo en el Festival Internacional de Artes Escénicas
Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura
El Festival Internacional de Artes Escénicas de Uruguay – FIDAE – continuará hasta el 24 de agosto. Pero los diez espectáculos uruguayos que conformaron la selección oficial concluyeron su presentación durante el pasado fin de semana.
Pretender trazar un panorama de la escena nacional habiendo visto una decena de espectáculos sería pretensioso y reduccionista. Sin embargo podemos analizar aquello que los curadores del Festival nos proponen ver, como una suerte de muestra de los cientos de espectáculos que pudieron apreciar.
A través de los espectáculos elegidos hay al menos dos aspectos que nos permiten proponer una perspectiva sobre la escena uruguaya: por un lado la narrativa alrededor de cuestiones de género, centradas en la desigualdad y el patriarcado como ejes, pero también con referencias sobre la identidad sexual como otro de los puntos a indagar. Por otra parte el FIDAE propone el encuentro con una diversidad de propuestas estéticas. Teatralidades que apuntan a investigar alrededor del cuerpo, el movimiento y el tiempo, junto a propuestas más clásicas, como en el caso de La incapaz, de Carlos María Domínguez. Esta obra, a pesar de la cuestión formal, dialoga temáticamente con propuestas más actuales como Ella sobre ella, de Marianella Morena.
También en esta selección se puede encontrar la presencia frecuente de cierta ciertas formas de humor de base popular, sostenido más en el habla y en la textualidad que en el ejercicio del cuerpo, el manejo del tiempo o de la inquietud en el espectador. La música es un elemento siempre presente, en obras de teatro con textos potentes como en Cheta y Ella sobre ella, o en otras como La tundra y la taiga. En la obra de Sofía Etcheverry lo fantástico del relato tiene un interesante sostén en la música a través de encuentros y disyunciones, a la vez que funciona como mecanismo humorístico.
La música en escena aparece en variantes populares y de vanguardia, adquiriendo un valor central también en los espectáculos de danza Variaciones de la carne, que es de música y danza en planos similares, y Rever, donde la música electrónica tiene un valor que va mucho más allá del soporte al trabajo de los bailarines.
Si bien la presencia de la música en distintos formatos y registros no es exclusiva del teatro uruguayo, aquí puede vincularse a la musicalidad diversa y ecléctica de la vida cotidiana. Desde allí pensarse como una marca identitaria en la escena teatral local.
Clásicos y modernos
En materia de teatro han sido 5 las obras seleccionadas por el jurado internacional convocado a tal efecto: Cheta, de Florencia Caballero Bianchi; Ella sobre ella, de Marianela Morena; IF – Festejan la mentira, de Gabriel Calderón; La Incapaz, de Carlos María Domínguez; y La tundra y la taiga, de Sofía Etcheverry. Tres espectáculos pertenence al campo de la danza: Naturaleza Muerta, Rever y Variaciones de la carne.También se presentaron una propuesta de circo, Tra-Tra y una de títeres, El jalilé azul
A estas obras que conformaron la selección oficial y se han visto durante la primera semana del FIDAE, se suman Tamar y Amón, un homenaje de la actirz Estela Medina a sus maestros Margarita Xirgu y José Estruch; Cuando pases sobre mi tumba, la última obra del consagrado Sergio Blanco, que se estrena en el marco del Festival; Entre puentes y caminos, espectáculo del Ballet Folclórico juvenil del Sodre; y dos conciertos de música clásica: el de la Orquesta juvenil del Sodre y el de la Orquesta Sinfónica de la misma institución, que fue parte del ciclo Beethoven. A este panorama escénico se debe agregar la presentación de la murga Agarrate Catalina con su último espectáculo Causas perdidas.
Clásicos
Esta calificación no es sino un juego de ordenamientos, ya que lejos está de hablar de posturas estéticas o de narraciones ancladas en otras tradiciones. Sin embargo, es válido jugar con el uso del término. El texto de Domínguez, La incapaz, es de 1998 y ha sido repuesto el año pasado, por lo que ingresa en esta categoría. Por otro lado Ella sobre ella e If – Festejan la mentira, trabajos de Marianella Morena y Gabriel Calderón, son parte del universo de los clásicos del presente, ya que ambos dramaturgos cuenta con una importante obra y una trayectoria que los ha llevado a escenarios del mundo.
Los dos primeros son unipersonales con mujeres que defienden su lugar en relación con un régimen patriarcal, construyen una identidad alrededor del deseo y avanzan en la búsqueda de una corporalidad y una erótica liberada de modelos e identidades impuestas. Las obras pertenecen a modelos narrativos muy diferentes y recursos escénicos más distintos aún. En este sentido, el trabajo de Morena como autora y el de Mané Pérez como protagonista se destacan por el encuentro de lo disruptivo que opera tanto en el orden del discurso como del gesto actoral. Construyen un universo en tensión con el uso de la música, el color, el cuerpo de la actriz que vibra desde antes del comienzo y una mirada que desde el escenario interpela a los espectadores. No se trata ya de relegar la dramaturgia a un modelo declamatorio libertario, sino de hacer estallar la libertad en la escena.
En If… Calderón despliega un sentido del humor absurdo, con el que parece dibujar una postal montevideana. La puesta trabaja desde una imagen casi convencional y allí instala un cierto desacople entre el presente y la sociedad tradicional. Entre la idea de una familia de clase media urbana ordenada y su desarticulación silenciosa. Situada en un momento familiar crítico, ese tejido del absurdo crece, se enreda y se convierte en un relato sobre las tradiciones y el poder. Así se proyecta en un edificio montado sobre capas de las capas de los que fuimos. Aun cuando esa madeja por momentos nos lleve a perder el hilo y hacia el final se desarme de un modo inesperado, la construcción encierra un diálogo entre las tradiciones narrativas y de los códigos actorales del teatro uruguayo, entre el pasado y el presente.
Modernos
Aceptando que la idea de lo “moderno” es más una figura literaria que conceptual, algunas de las obras de teatro y las propuestas de danza vistas dan cuenta de búsquedas que, sin ser novedosas en sentido absoluto, ponen en escena los dispositivos que han permitido a la teatralidad emanciparse de la tradición que definía lo que se debe y no se puede sobre un escenario.
“La nuestra es una generación que vivió la adolescencia en la crisis de 2002. Eso marcó nuestra historia. Así como hay generaciones que se referencian en la experiencia de la dictadura, nosotros nos referenciamos en la crisis de ese año”. Estas palabras pertenecen a Josefina Trías, autora y protagonista de la muy interesante Terrorismo emocional –que no es parte del FIDAE- al conversar sobre los temas de su generación, cercanos a los 30 años, y en particular sobre Cheta, la obra de Florencia Caballero Bianchi que se presentó en el Festival.
Cheta es un excelente trabajo sobre la adolescencia en tiempos de la crisis económica social de principios de siglo. Si la trama está sustentada sobre personajes algo estereotipados de barrios periféricos de Montevideo, lo que domina la obra es el entramado de relaciones y el trabajo sobre el habla y las voces, las que parecen resonar en los espacios vacíos de las casas y fábricas abandonadas.
Como Cheta, La tundra y la taiga traen la visión de la nueva generación de dramaturgas que experimentan en los espacios, los lenguajes, el trabajo del cuerpos en la escena como forma de repensar lo real. La obra de Sofía Etcheverry trae una interesante idea: un conjunto de investigadores capturan en el aire momentos del pasado, los amplifican y los reconstruyen. Hay aquí una forma inusual de pensar la historia, pues como un patchwork la construye partir de retazos, de instantes recuperados de diferentes momentos, puestos anárquicamente uno junto a otro. Los migrantes, las crisis económicas y la hibridización cultural en Uruguay son temas que aparecen en una dramaturgia algo errática y por momentos confusa.
Bonus track
Uno de los grandes momentos en esta primera semana del festival estuvo en una de las actividades paralelas. En el marco del FIDAE la dramaturga y directora Marianella Morena presentó un anticipo de su nuevo trabajo, Naturaleza Trans.
Morena se refirió al mismo como una investigación en las fronteras, considerando estas como división de Estados, pero también como lo liminar, como zona de pasaje entre cuerpos, voces, géneros e identidades.
La propuesta teatral puede enmarcarse en lo que se conoce como teatro documental. Está construida a partir de la historia de tres chicas trans de Rivera, ciudad del norte de Uruguay en la que con solo cruzar la calle se está en Brasil. Allí no existe un puesto fronterizo o una aduana seca que controle el intercambio de personas y bienes entre ambos países. La frontera es un espacio sin límites que funciona a la vez como encuentro y separación. Nacionalidades, consumos, economías, lenguajes o linajes son parte de ese espacio fronterizo.
Las tres mujeres que relatan sus historias son Alisson Sánchez, Nicole Casaravilla, Victoria Pereira. Sus historias dan cuenta de formas de discriminación, exclusión y violencia ejercida sobre ellas por su elección y por sostener la misma a través de sus cuerpos. Lo brillante de Naturaleza trans es que aquí lo teatral se hace potencia en la manera en que la puesta produce y exige una mirada nueva. La mirada del público es transformada por esos cuerpos. Esa es la cuestión que necesariamente nos interpela. Cómo mirar los cuerpos, cómo hablarlos y cómo quererlos desde la butaca (y en las calles y nuestras casas)
Desde su estructura Naturaleza trans es parte de una de las formas recurrentes en estos tiempos: la dramaturgia de las historias personales. Pero lo novedoso es como estas corporalidades, esta materialidad de la historia sumergida, obliga al espectador a constituir una nueva mirada, una que ya no sea ajena. Una mirada activa que para conectarse con esa verdad en la escena se obligue a ser una mirada de lo igual. Así en la obra se hace evidente algo esencial en la teatralidad que es generalmente olvidado, el lugar del espectador. Estos deberán lograr que su mirada se amplie y se corra de las imágenes centrales. Los espectadores deberán aceptar el desafío y animarse a una mirada de frontera. Si lo logra, o si al menos lo intenta, la experiencia será absolutamente emancipatoria para todes. Para las actrices -en la escena y la vida personal- y para todos los demás.
Esencialmente para nosotros, los otros.