Cuba-Chernobyl: Solidaridad más allá de la crisis – Por Yolanda Machado
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Yolanda MachadoEntrevista a Diego Manuel Vidal (1)
“Chernobyl, la serie mejor valorada de la historia” según varios diarios y medios internacionales. El documental acerca de uno de los peores y más dramáticos accidentes nucleares de la historia de la humanidad se ha vuelto todo un “boom” mediático y desde el final de “Juego de Tronos”, es la serie de la que todos hablan.
Amantes y detractores varios cuestionan de diversas maneras el interés repentino que ha suscitado esta producción audiovisual y hacen distintas lecturas de su rol en las tensiones actuales entre Estados Unidos y Rusia.
Otros le reclaman a la cadena que produjo y trasmitió la serie que haya omitido el papel que jugó Cuba en el tratamiento de las víctimas de Chernobyl, omisión que también han resaltado varios medios internacionales.
El periodista argentino Diego Manuel Vidal se interroga acerca de esto y cuestiona sobre todo algunos estereotipos que se refuerzan en sus imágenes.
Transcurría el año 1994, cuando Vidal visitó el Campamento de Pioneros José Martí en la playa de Tarará, 20 kilómetros al Este de La Habana, donde se atendían los niños afectados por aquel accidente. El primer grupo había llegado el 29 de marzo de 1990, y Fidel Castro los recibió en la escalerilla del avión. Eran 139 niños ucranianos, rusos y bielorrusos, con distintas enfermedades sobre todo oncológicas y de la sangre desarrolladas por la radiación.
Vale recordar que eran años económicamente muy duros para el país debido a la caída del campo socialista, bloque con el que mantenían sus relaciones comerciales.
Sin embargo, Cuba decidió sostener el programa para atender a los niños y niñas víctimas del accidente nuclear de Chernobyl. Es así que hasta el 2011 se recibieron y atendieron en la isla más de 26.000 afectados.
– ¿Cómo llegaste al campamento de Tarará?
Fue casualidad. En el año 1994, la compañera que atendía Argentina en el Centro de Prensa Internacional (CPI), donde teníamos que estar acreditados todos los periodistas que trabajamos en Cuba para la prensa extranjera, me ofreció ir. Yo estaba allí porque había un evento de solidaridad con Cuba, y en ese momento ella me dice “¿A ti no te interesa el tema de los chicos de Chernobyl? Hace cuatro años que estamos atendiendo a los niños que vienen de allá, víctimas del accidente nuclear. Si te interesa, yo te puedo conseguir para que hagas una nota”.
Por supuesto, le contesté que sí y me dijo “sí, porque mira, acá a la prensa extranjera no le interesa”.
Y de hecho, creo que si buscas archivos de esa época, muchos no vas a encontrar.
– ¿Ella te dijo eso? ¿Que a la prensa extranjera no le interesaba?
Sí. Acordate que 1994 fue el peor año del período especial, que había empezado a principios de la década. Además, fue también el año de la llamada “crisis de los balseros”. A la prensa extranjera lo único que le interesaba era ver si explotaba Cuba, si caía Fidel y si la gente se iba en balsa.
Este otro tema, obviamente, lo podían conocer, pero a sus centrales en Washington, en Londres, Madrid, donde sea, no les interesaba.
– Entonces, dijiste que sí…
Así fue. Me llevaron a Tarará. En ese momento era un campamento de pioneros. Antes había sido una villa residencial de vacaciones y fin de semana de los ricos de Cuba. En total, en Cuba se atendieron unas 26.114 personas, de las cuales aproximadamente 23.000 eran chicos.
Pero también se atendían allí, y eso no se sabía, a las víctimas del terremoto de Armenia, que había sido en el año ‘88 y a los brasileños que fueron contaminados por manipular una fuente radioactiva de cesio 137 en Goiania.
Había sido una especie de pila radiactiva de un equipo de medicina nuclear que al parecer tiraron en un basurero, y la gente de la favela jugaba y se untaba eso en el cuerpo. Claro, brillaba en la oscuridad, y después empezaron a morir y enfermar. Eso fue en el año ‘87 y fue un tema del que nadie más habló.
– ¿Cómo fue el primer encuentro con la realidad de las víctimas?
Yo era el único periodista extranjero allí. Se sorprendieron. Imaginate. En la foto que vos ves, están todos los chiquitos alrededor mío, rusos, ucranianos, bielorrusos. Venían a ver qué hacía ahí. Encima tenía el pelo más largo, era muy llamativo y la cámara de televisión…
Pude ver los tratamientos que se llevaban adelante y las instalaciones.
Se tuvieron que construir aulas, porque los niños iban a pasar mucho tiempo allí y no podían dejar de ir a la escuela. Algunos maestros vinieron de Rusia y Ucrania y otros eran cubanos.
Después, había un ejército de traductores que hacían interactuar a los pacientes con el resto del personal local.
Los tratamientos que se desarrollaban también eran contra enfermedades como el vitiligo y otras afecciones de la piel. Además, hubo muchos que salvaron su vida por las vacunas cubanas que se estaban desarrollando.
Lo que hay que recordar es que en ese momento el país tenía una situación económica tremenda, horrible. Y había que darles de comer a esos chicos. Con lo cual, que no se cuente esta parte de la historia es terrible e injusto.
– Imagino que habrá sido muy impactante…
Sí, lo fue. Había también muchos psicólogos que acompañaban todo esto. Yo pregunté para qué estaban allí y me explicaban que era necesario por los fuertes traumas que habían vivido los chicos, sumado a lo que les causaba las enfermedades que desarrollaban. Había que prepararlos para sobrellevar esta realidad y también a los padres que habían ido con ellos. Creo que seguramente los psicólogos por otra parte, ayudarían a contener al personal cubano que trabajaba allí, porque la relación que se desarrolla con un niño paciente no es lo mismo que con un adulto. Aunque se hagan buenas amistades, con los niños es distinto.
Debe haber sido un equipo de contención muy fuerte.
Ver a los niños fue muy impresionante para mí. Algunos los veías normal, sanos, como cualquier chico, pero otros estaban calvos, sin cejas, porque estaban en tratamiento. Y para cualquiera más o menos sensible es algo muy impactante. Para mí, fue una de las notas más importantes que he hecho, aunque lamentablemente entre tantas mudanzas se me extraviaron varios archivos.
– ¿Qué balance hacés a la distancia sobre esa entrevista y qué repercusión tuvo?
En el año 94 cuando hice la entrevista mucho no se sabía del tema. La Unión Soviética había sido también muy reticente a dar información y además se especulaba y se hablaba. Como siempre, cuando no se sabe, se inventa. Entonces yo tenía pedacitos de verdades y pedazos de mentira que no podía terminar de alinear.
Como periodista, creo que esta visita a Tarará y ocho horas de entrevista con Fidel, han sido de las cosas más importantes que he hecho en mi vida profesional. Más allá de pensar que todo lo que he hecho me importa, estos fueron momentos cumbres. Una por lo que significaba Fidel, pero también en el caso de los niños de Chernobyl, que fui uno de los pocos que le prestó atención en el momento. Y tomo dimensión de esto a la distancia, más con lo que está pasando a raíz de la serie.
Cuando pasamos la nota en Argentina – yo en ese momento tenía un programa en un canal local de San Martín, en Provincia de Buenos Aires, que después lo absorbió Multicanal- no tuvo casi repercusión, entre otras cosas porque venía de Cuba y todos los preconceptos y prejuicios se activaron, independientemente de que fui yo el que lo vio. En Cuba nadie me dijo “tenés que filmar, tenés que preguntar, tenés que hablar”. Nadie me limitó en nada de lo que grababa. Y fue todo con autorización, porque son niños y para filmar había que tener autorización.
– ¿Cómo se sentía el cubano de a pie con esta iniciativa?
Había mucha gente que no sabía de qué se trataba. La situación económica era muy crítica y la mayoría de la gente estaba preocupada en temas más mundanos: cómo llegar al trabajo, cómo comer todos los días, llegar a tu casa y ver si tenías luz, por los apagones.
Creo también que al cubano promedio esas cosas le parecen normal, lógico que algo así pase allí. No hay mucha posibilidad de sorprenderse, más allá de que cuando se enteran, si no lo sabían, les pica un poquito de orgullo.
Y eso lo vi en todos los cubanos, incluso en el más “antisistema”, por así decirlo. Esas cosas al cubano lo enorgullecen. Es más, les parece lógico, como que “los cubanos somos así”.
– ¿Y el personal que trabajaba allí qué te contaba?
Salvo el traductor, el personal no hablaba con uno. Es personal autorizado el que hablaba con la prensa y lo cierto también es que el tema era tan complejo que uno quería hablar con alguien que te explicara más o menos técnicamente cómo eran los tratamientos, cuáles eran los riesgos, las afecciones de los chicos. La mayoría desarrollaba leucemia, cánceres de piel y otros tumores.
Es muy raro explicar cómo uno se sentía. Era un shock. Una realidad que se veía en los medios pero muy lejana para uno. No es lo mismo estar en el lugar, que verlo en televisión.
Y cuando son niños es más fuerte. Si a eso le sumas que un país como Cuba, con escasos recursos, pequeño, a 9000 km del lugar se ocupaba de salvarle la vida a miles de personas que sufrieron las consecuencias del accidente, se produce una mezcla de sensaciones muy humanas.
– ¿Volviste a visitar el campamento después de eso?
Sí, pero por otros temas. Incluso hace unos años estaban los que se habían quedado a vivir allí, algunos todavía con tratamiento.
Después de la entrevista pasó mucho tiempo para yo volver a Tarará, porque no tenía mucho sentido ir a un lugar donde la gente estaba en una situación especial, clínica y uno no aportaba nada ahí. Creo que también había un cuidado de parte del Estado para evitar de que se manipulara la situación o pasara algo. Lo cual me pareció una actitud responsable de Cuba. Ya bastante desgracia tenían con lo que les había pasado, para encima soportar el asedio de la prensa.
Creo que fui privilegiado y agradezco mucho a Cuba por aquella oportunidad profesional. Aunque también yo decidí ir, porque podría haber dicho que no, que quería ir de turismo o meterme a ver qué mal lo pasa el cubano para viajar en guagua. Pero una cosa no quitaba a la otra, podía hacer ambas. Y aquello era un tema muy cercano en el tiempo, había casi acabado de pasar.
Mirá ahora cómo afloró todo con la serie después de tantos años.
Opino que está un poco inflada, porque quieren pegarle a Rusia, pero si se compara la cantidad de muertos que hubo en Chernobyl con los que provocaron las bombas de Hiroshima y Nagasaki, que fueron 246 mil personas, y aún hoy sigue habiendo afectados, se ve que la diferencia es enorme.
Sin embargo, todo el revuelo con el documental, ha servido también para sacar a flote historias como ésta: la de una isla pobre y bloqueada como Cuba, que hizo más por estas víctimas de lo que hicieron todos los que estaban con el dedo acusando a la Unión Soviética por el desastre.
Nota
1)Diego Manuel Vidal es periodista y analista argentino, autor de varios libros sobre Cuba. Comparte el Premio de Periodismo Internacional «Jorge Ricardo Massetti», de la UPEC, con el realizador cubano Roberto Chile, por documental «Argentina, nuevos aires».
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