Un triángulo amoroso de películas en el Festival Internacional de Cine de Costa Rica
Por Daniel Cholakian – Nodal Cultura (desde San José de Costa Rica)
El triángulo amoroso es una fuente inagotable de historias para el cine. Nuestra figura retórica está pensada casi místicamente, más cerca de la idea de la sinergia que distintas fuerzas producen a partir de la forma que el triángulo representa. Pero también porque hay entre las tres películas elegidas en esta nota para hablar de la 7° edición del Festival Internacional de Cine de Costa Rica –CRFIC- un vínculo a partir de los amores y deseos de sus protagonistas, todos hombres y homosexuales.
Hubo otros triángulos que podríamos utilizar, además del elegido, para contar de algún modo lo mucho que está ocurriendo en materia cinematográfica en Costa Rica. Que las tres películas en cuestión participen de distintas secciones y sean de distintas nacionalidades fue lo que nos llevó a elegir este triángulo por sobre otros. Esta característica es una muestra de que la temática LGTBI+ atraviesa de lado a lado al Festival.
La primera opción fue analizar, que bien merecido lo tienen por su calidad e inteligencia, el trío de películas mexicanas compuesto por las Cómprame un revolver, Feral y La camarista. Otro fue el trío de documentales que componen la competencia de cine centroamericano. De las 4 participantes, 3 son documentales. Una manera de pensarlas en conjunto, además, es que todas tienen relatos sobre la memoria política violenta que han sufrido los respectivos países. Se tratan de la panameña Yo no me llamo Rubén Blades, la salvadoreña La batalla del volcán y la guatemalteca La asfixia.
El Triángulo amoroso al que refiere el título de la nota está compuesto por la película Temblores de Jayro Bustamante, de Guatemala y que participa de la competencia centroamericana, El silencio es un cuerpo que cae de la argentina Agustina Comedi, que es parte de la secciones paralelas, y la película costarricense Callos, que participa de la competencia de cine nacional.
Las 3 películas dan cuenta de las formas diversas de la violencia y rechazo sufridos por hombres homosexuales en distintas instancias tiempos y sociedades, pero narrando lo amoroso de sus relaciones, la potencia del deseo que las articulaba y de como ese amor fue o es de alguna manera la materia de la resistencia ante las distintas formas de represión.
En esta edición la problemática LGTBI+ -y las cuestiones de géneros en general- parecen estar contada desde la perspectiva individual de los personajes, para proyectarse más allá de esas historias personales. Porque todas las formas de opresión y fobia son sociales y como tales políticas. Ahora bien, la dimensión de lo amoroso aparece en todas como potencia, al menos en alguno de los momentos y las instancias de los relatos.
La dimensión política concreta, fechada y en las calles, aparece como en ninguna de las otras en Callos, un documental costarricense que cuenta la historia de tres jóvenes homosexuales, de distintas edades –entre 16 y 35 años- y experiencias muy diversas e interesantes. La película Nacho Rodríguez propone búsquedas estéticas muy interesantes: la película se articula sobre el testimonio de los protagonistas, apelando al uso de sus redes sociales, videos auto grabados por ellos mismos y material de archivo sobre las elecciones presidenciales de 2018, donde la discusión sobre el matrimonio igualitario se convirtió en el eje del debate entre candidatos. El amor adolescente, el descubrimiento y la apropiación del cuerpo, el deseo del otro son centrales en estas tres historias para la construcción de cada identidad. Desde allí es que luego se podrá intervenir con la propia voz en el espacio familiar, en el social y el político.
En una de las mejores películas presentadas en el CRFIC, Temblores de Jayro Bustamante, que ya se había destacado con su opera prima, Ixcanul. Aquí Pablo, un miembro de la alta burguesía guatemalteca, esposo “ejemplar” y padre amoroso, tiene una pareja homosexual y la película comienza en el momento en que su familia se entera de esto y lo expulsa, lo rechaza, lo repele. Esa forma de mirar, de hablar y de callar, lleva implícita una violencia que permanece allí durante toda la película.
Pablo es un hombre que ama. A Francisco, su pareja, pero también a sus hijos. Los temblores de la tierra, que son corrientes en ciudad de Guatemala, parecen ser las expresiones de todas aquellas tensiones escondidas, en la naturaleza y en Pablo, que al emerger ponen en peligro los cimientos de todo aquello construido. Como la evidencia de la verdad y el deseo de Pablo, que sacuden la vida social, laboral y familiar del protagonista. Pablo queda en una encerrona: no podrá acercarse nunca a sus hijos, salvo que acepte el camino que le proponen los pastores a los que acude su familia. Ellos tienen la llave para ayudarlo a rehacer su vida como un marido heterosexual, en el hogar familiar. Bustamante trabaja cada movimiento de Pablo desde la duda, la imprecisión. El espectador queda, de esta manera, envuelto en las incertezas permanentes. Porque de eso se tratan los temblores a los que alude el título, las consecuencias serán siempre impredecibles.
Y como Pablo, el hombre que amó fue también Jaime, el padre de Agustina Comedi, directora del notable documental El silencio es un cuerpo que cae. Una frase, dicha por un amigo de Jaime al pasar dispara el descubrimiento: la vida como homosexual de su padre antes del matrimonio con su madre. Ese padre que amó a su compañero de vida durante muchos años y que pudo expresar su deseo en tiempos complicados. Porque su identidad sexual era rechazada por la organización política de izquierda en la que militaba, pero también era la causa de la brutal represión policial y militar en tiempos de dictadura. Ese amor que los hizo moverse por un mundo en el que estallaban nuevas formas de encuentros, ya en democracia, era también el que le permitió a Pablo, al menos durante un tiempo, poder ser el distinto en una familia y un entorno en el que lo tradicional organizaba la vida. La historia que elige contar Comedi sobre su padre es esa, la del hombre que amaba, y no la de alguien para quien algo se había muerto para siempre.
En las tres películas la “normalidad” impone sobre estos hombres cierto el orden, amenaza con formas de violencia, material y simbólica, y en todas hay una felicidad que está relacionada con la libertad de vivir el deseo y el amor con libertad. Este amor que muchas veces, en el fragor de las luchas reivindicativas parece olvidarse. Para Pablo, Jaime, Alonso, Mau y David, hombres dentro de este triángulo amoroso del cine que encontramos en el CRFIC, lo amoroso es una de las armas fundamentales para dar batalla.