¿Izquierda? Entre la nostalgia inmovilizadora y acrítica y la renovación del pensamiento crítico – Por Aram Aharonian

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¿Izquierda? Entre la nostalgia inmovilizadora y acrítica y la renovación del pensamiento crítico

Cuando en América Latina y el Caribe retornan el neofascismo,  la xenofobia, la misoginia, la homofobia, el racismo, de la mano de gobiernos de ultraderecha, para las fuerzas populares de izquierda es imprescindible retomar el camino del pensamiento crítico, en momentos en que se habla del fin de la antinomia izquierda-derecha, apelando a una nostalgia inmovilizadora y acrítica, mostrando la falta de unidad y también de  proyectos.

Hubo épocas en que se sostenía que ser de izquierda era identificarse con un sistema productivo y una sociedad sin propiedad privada de los medios (socialismo, comunismo), basada  en  las luchas de la clase obrera – que si bien era  la más activa, no era la mayoritaria-:  era una visión de futuro, de construcción de nuevas sociedades. Y llegó el Che Guevara y dijo que había, primero, que construir el hombre nuevo.

Pero, la izquierda siempre fue más que  sólo socialismo, desde  las luchas por los derechos políticos para todos y todas, las ocho horas para los trabajadores, el voto femenino,  la educación laica, pública y gratuita; el fin de racismo y el colonialismo.

La izquierda siempre estuvo en la lucha contra regímenes opresores, capitalistas, fue reactiva a sus planes, a sus proyectos de desarrollo. Jugó en el campo del enemigo, usando muchas veces sus propias herramientas y terminó, en muchas ocasiones, siendo absorbida, derrotada militarmente o acomodada al juego de la democracia formal.

El peor enemigo de la izquierda es su propio temor a autocriticarse, a quedarse en un conformismo intelectual y político, a seguir anclada a escenarios y discursos ya perimidos por la realidad. Y no interpelar permanentemente a la derecha con su propia agenda de propuestas sobre los temas actuales. Ser de izquierda es mucho más que citar a Marx o Gramsci.

Más allá del tema de género, las propuestas de la izquierda deben incluir una nueva agenda que incluya la reforma constitucional y reestructura del Estado, la problemática de seguridad y defensa, la fase actual transnacional, global, virtual, concentrada del capitalismo; la defensa del ambiente, la fenomenología de las migraciones, la integración regional soberana y las herramientas de la nueva gobernanza global, el neocolonialismo y la dependencia que propone el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Si con el  golpe de Estado y el triunfo del ultraderechista Jair Bolsonaro en Brasil se reavivó la discusión banal sobre el fin de ciclo del progresismo o el neodesarrollismo en América Latina, la criminal ofensiva estadounidense para derrocar el gobierno venezolano mostró la necesidad de terminar con el virus bolivariano de raíz, impidiendo que siga alimentando la idea de que otro mundo es imprescindible con democracias participativas (y no apenas declamativas), donde toda la población tenga derecho a acceder a la alimentación, a la educación, la salud, la vivienda, hoy restringida al 1% de multimillonarios y empresas trasnacionales.

Ya no hacen falta tanques, soldados, bayonetas. Hoy a la derecha le basta el control de los medios de comunicación masiva y de las llamadas redes digitales  para imponer imaginarios colectivos en los que basan los golpes blandos, aliados a los corruptos sistemas judicial, parlamentario, policial, que los gobiernos progresistas no lograron (a veces ni intentaron) cambiar.

No se trata de derrotas políticas o electorales, sino de una derrota cultural. Ya no se habla –al menos desde el poder- de igualdad, justicia social y de sociedades de derechos, ni siquiera del buen vivir socialdemócrata, y mucho menos de democratización de la comunicación o de democracia participativa.

Estas elites económicas, empeñadas en terminar con la política externa independiente de nuestros países y con los procesos de integración,  tienen como fin privatizar (entregar a las empresas trasnacionales) los recursos naturales, las empresas estatales y los bancos públicos, además de vender las tierras a extranjeros y empresas multinacionales, comprometiendo la producción nacional de alimentos, la soberanía alimenticia y el control sobre las aguas.

Junto a esta avanzada ideológica de la derecha, la izquierda parece estar sin rumbo, atrapada en la nostalgia, la falta de ideas y proyectos, incapaz de aggiornar el pensamiento a la era de la inteligencia artificial, con quienes tratan de conciliar e impedir encíclicamente la expresión de los excluidos obviando la lucha de clases, con los vendedores de espejitos de colores, con los profesionales de la denunciología, amarrados al asesinato de las utopías y la teoría de lo posible.

La nostalgia es un permanente latiguillo de aquellos que añoran las épocas pasadas, cargado de una importante subjetividad y un llamado al inmovilismo. El progresismo sigue apelando a solicitadas, declaraciones, comunicados (que ni siquiera leen los convencidos), a foros tipo catarsis colectiva, sin siquiera registrar los profundos cambios producidos en la subjetividad de las clases y capas populares que empuja a algunos de sus sectores a votar por sus verdugos. Eso no es ser de izquierda.

Las amenazas de la ultraderecha conducen inexorablemente a un holocausto social y ecológico de proporciones inimaginables y se hace imprescindible construir una alternativa política, que requiere el aporte imprescindible del pensamiento crítico que permita trazar una hoja de ruta para evitar el derrumbe catastrófico de la vida civilizada.

Es imprescindible trabajar en la construcción de alternativas sólidas- y un profundo trabajo de organización en el fragmentado y atomizado campo popular, donde seguimos entusiasmados en ser cabezas de ratón (cada cual por su lado) y no estar en la cola del león, lo que permitiría a enfrentar a la derecha hiperorganizada (en Davos, en el Grupo de Bildelberg, en el G-7, en el G-20, en el Grupo de Lima) y también guionizada y financiada por la internacional capitalista y neoconservadora de la Red Atlas.

A principios de este siglo y milenio, fueron los intelectuales y dirigentes de movimientos sociales los que se alzaron contra el enemigo común, el capitalismo depredador, y lograron imponer el imaginario colectivo de que otro mundo era posible y necesario. Así nació el Foro Social Mundial, una respuesta al fin de las ideologías y de la historia que nos contaban los think tanks de la banda de Davos.

En América Latina y el Caribe llevamos 526 años en resistencia. Hemos resistido a todo, nos hemos acostumbrado a su lógica y, cuando tuvimos gobierno progresistas no cambiamos la agenda y nos olvidamos de la construcción: de nuevo pensamiento crítico, de nuevos cuadros políticos, económicos, administrativos, la construcción de una nueva comunicación popular. Quedamos anclados en la mera resistencia inmovilizadora.

Muchos dirigentes populares, incluso autocalificados como de izquierda, ilusionados por el espacio institucional, emigraron de los movimientos –o fueron cooptados– para ocupar espacios en el parlamento y en el gobierno, lo que quitó experiencia acumulada a los movimientos y llevó a su práctica desaparición de las calles. La izquierda perdió la calle y la realidad es que el Estado siguió siendo burgués y los gobiernos atados en sus programas sociales y de distribución (no de redistribución) de renta.

La represión sufrida en décadas pasadas paralizó grandemente al campo popular y la “pedagogía del terror” de la época de las dictaduras cívico-militares hizo bien su trabajo. Hoy, con una desaforada oligarquía financiera y guerrerista, el capitalismo cambia, ofrece nuevas mercancías, usa las posibilidades tecnológicas de la inteligencia artificial, del big data, de los algoritmos, para imponer imaginarios colectivos.

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A la izquierda latinoamericana, carente de un pensamiento crítico propio, se le hace cuesta arriba construir la nueva resistencia, la nueva alternativa, conformando espacios más amplios, redes de diálogo y debate, de articulación. Pero para ello necesita aggiornarse, adueñarse de las nuevas tecnologías, entender que las herramientas (armas) son diferentes: no se puede combatir en una guerra de cuarta/quinta generación con fusiles oxidados ni con arcos y flechas.

Las izquierdas tienen que hacer otras combinaciones de gestión económica y en lo político tienen que construir otro relato, otra manera orgánica de concentrar expectativas distintas a las que han prevalecido en las últimas décadas. Necesitamos una profunda renovación de los lenguajes que nos permita generar nuevas preguntas donde las antiguas no son suficientes para proponer algo en este mundo.

La democracia representativa, la propiedad privada, la cultura eurocentrista, el sufragismo y los partidos políticos son algunos de las “verdades reveladas” que organizan nuestra vida institucional, nuestra democracia declamativa, que venimos arrastrando desde las constituciones del siglo 19. ¿Hay otro tipo de democracia? Si no, es hora de ir imaginándola. El capitalismo sigue ahí, depredándolo todo.

Aram Aharonian: Periodista y comunicólogo uruguayo. Magíster en Integración. Fundador de Telesur. Preside la Fundación para la Integración Latinoamericana (FILA) y dirige el Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE). Autor de los libros Vernos con Nuestros propios ojos (2207,2009,2011,20139, La Internacional del Terror Mediático 820169, El asesinato de la Verdad (2018)  y El Progresismo en su Laberinto (2018).


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