Costa Rica: la pura vida racista y el asesinato de Sergio Rojas – Por Ana Marcela Montanaro Mena
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Ana Marcela Montanaro Mena*
El asesinato del líder indígena del Pueblo Bribri, el costarricense Sergio Rojas Ortiz, defensor de territorio indígena de Salitre, no es un hecho aislado. En América Latina, cada día son víctimas de agresiones y asesinatos líderes de pueblos indígenas que defienden sus territorios ancestrales de la invasión blanca, blanqueada y del extractivismo por parte las transnacionales aliadas al poder político interno de los estados.
Costa Rica, comparte la misma historia de todos los territorios sometidos a la experiencia colonial que se inició en 1492 con la intrusión europea en Abya Yala, el territorio que hoy se llama América Latina. Aunque no lo cuenten, en lo que hoy se denomina Costa Rica la violencia de la colonización fue brutal, aunque se esconda, hubo genocidio, violaciones, saqueo y exterminio de cuerpos, vidas y territorios. Y a pesar del silencio, la colonialidad no ha terminado.
En toda América Latina, y también en Costa Rica, los procesos de independencia y de conformación de los estados nacionales, no rompieron con el orden colonial y profundizaron el racismo instaurado en la colonia, y continuaron jerarquizando a los seres humanos, sus experiencias vitales y conocimientos.
La sociedad costarricense se caracteriza por pensarse con una historia diferente al resto de países de la región. Con aires de europeos y gringos, reniegan de su origen negro e indígena, encubren la esclavitud, su pasado colonial violento y su presente caótico. Se creen blancos y herederos de sangre europea y blanca.
Desde la retórica cotidiana, histórica, jurídica y política esconden su pasado, con una mirada racista e inquisitorial de mediocre altanería y superioridad. Así se pasean por las calles, viendo por encima del hombro a las personas indígenas, negras, mestizas empobrecidas y migrantes, aquellos que se les asigna un color y status: hombres y mujeres de color café.
La violencia y el racismo son tan cotidianos como la pura vida, expresión con que se saluda la gente costarricense, que oculta esa violencia estructural y simbólica reprimida de las que pocas se atreven a hablar.
El racismo es una ideología, asentada en el ser costarricense, se reproduce y legitima en el día a día. Las expresiones de la india pobrecita, la india sometida, el indio vago, indio ladrón, indio analfabeto e ignorante, indio feo, indio tonto, el indio que no saluda, el indio borracho, el indio peligroso, la india no empoderada, india sometida, la india puta y tantas más son parte un largo etcétera del costarricense pura vida.
El racismo en los medios de comunicación, en los libros de la escuela, en los discursos religiosos presentes en las conversaciones en un bar, cafetines de despedida de soltera, chistes, en el derecho, en el poder judicial, en la universidad el racismo institucional y el clasismo extendido que predomina. El racismo es el pan, la cerveza y la pura vida de cada día.
Al ser una ideología, el racismo permea toda la sociedad y no solo está presente en el discurso del presidente Carlos Alvarado, la Municipalidad de Buenos Aires de Puntarenas, el poder judicial que no atiende, sino que más bien juzga a las personas indígenas que constantemente solicitan apoyo para salvaguardar sus tierras. Trasciende la lucha por las tierras y el incumplimiento de medidas cautelares de la CIDH, o una administración que no brindó protección a Sergio ni a las demás personas indígenas que constantemente solicitan apoyo. Todo el entramado social y estatal es racista.
Las élites criollas y blanqueadas y sus herederas por quienes gestionan el estado, son parte del racismo institucional, del país pequeñitico de América Central. No es sólo es el gobierno del Partido Acción Ciudadana, no se pueden olvidar a sus antecesores Liberación Nacional y Unidad Social Cristiana y a quienes, hoy se disputan el poder, los evangelistas integristas de Renovación Nacional, quienes con la visión de la política castiza, acriollada mediocre y corrupta, heredada de la colonia y refundida por los liberales de los siglos XIX y XX. Estos políticos que gestionan el estado reproducen el colonialismo interno y sostienen las estructuras de poder corruptas, racistas, capitalistas, neoliberales y patriarcales. El entramado necesario para reproducir el capital, el saqueo y exterminio de la vida.
La violencia contra los pueblos indígenas es histórica. Los Pueblos indígenas Bribri de Salitre y Brörán de Térraba y demás pueblos, son quienes soportan la violencia cotidiana, vidas amenazadas, cuerpos menospreciados. Se juegan su vida en esa red de racismo, patriarcado, neoliberalismo y colonialidad. La violencia feminicida que controla, amenaza saquea, usurpa y asesina saberes, cuerpos y territorios.
Las personas indígenas son las grandes olvidadas por el relato de la democracia costarricense, esa democracia insuficiente que ha resultado útil, para el valle central y los centros urbanos.
Los pueblos indígenas, son poblaciones menospreciadas, disminuidas, silenciadas, invisibilizadas, racializadas y escondidas. Lo indígena se ha construido como algo minoritario sin relevancia cultural y demográfica, pero parte de un folclore que ahora llaman multicultural. Se asumen como lo diferente. Las poblaciones indígenas son aquellas que no son el “nosotros”, son lo que hoy en día llaman originario y convertidas en un estereotipo mítico más entre los demás que sostienen la identidad del ser costarricense.
A pesar que la Constitución Política, diga en su artículo 1 que Costa Rica, es una “República democrática, libre, independiente, multiétnica y pluricultural” porque el papel blanco aguanta todo lo que le pongan.
Su multiculturalismo, acorde al neoliberalismo, no puede ni tiene interés, en evolucionar hacia una interculturalidad y de refundar el estado costarricense desde una praxis y discurso contrahegemónico, feminista, antirracista, de clase y descolonizado.
El derecho desde sus gramáticas de la modernidad decadente y el poder económico de los “sikuas” (hombres blancos) aliados al poder político de turno, siguen usurpando los territorios indígenas, igual que lo vienen haciendo desde hace más de 500 años.
Costa Rica es una “democracia” racista e insuficiente, que no alcanzó ni alcanza, a los pueblos indígenas, ni a ninguna otra población de color café, porque el colonialismo jurídico y colonialismo democrático, siguen asentados, a pesar de tanta palabrería de derechos humanos, de igualdad ante la ley y tantísma pura vida.
Se habla de derechos humanos desde el discurso más rancio del neoliberalismo; así, la “intelectualidad política” valle centralista, con una mirada fragmentada, racista, clasista y de visión feminista light, conteste a los mandatos del orden neoliberal. Ese feminismo light y LGTBI altanero y clasista de las “mujeres de éxito” que se reúnen en hoteles y teatros, que hacen tinglados para promover en las mujeres indígenas la individualidad y empoderamiento de una mujer más cercana a estereotipos blancos y europeos, más que a la realidad de mujeres cafés empobrecidas y violentadas.
Los derechos humanos, desde la retórica del estado y de tanta ONG que anda suelta, son voces destinadas para algunos pocos: urbanos, citadinos, blanqueaditicos, los herederos de los criollos subordinados.
Costa Rica y la farsa de su mitos de la pura vida y blanquitud, un país que quiere ser algo que nunca será, un país periférico, débil, saqueado, impotente en asuntos geopolíticos y temas financieros, en el cual las élites políticas y económicas locales, en su afán de poder y supervivencia se arrodillan y venden al poder económico de la corporatocracia (corporotocracy) en todas sus estructuras de poder y jerarquías globales.
El asesinato de Sergio Rojas, fue asesinado porque representaba un peligro para la casta económica política local y para los intereses del norte global. El estado costarricense es responsable de su asesinato y de la violencia cotidiana contra los pueblos indígenas. Ese estado que sigue sojuzgando y aniquilando a quienes luchan y resisten para defender lo que les pertenece. Tal vez valga la pena preguntarse ¿fue eliminado por paramilitares y sicarios? Porque quién sabe si habrá justicia pronta y cumplida.
Son los pueblos indígenas de Costa Rica y de toda Abya Yala, los que históricamente protegen a la Madre Tierra, a la Pachamama y sus recursos, que ponen el cuerpo y se juegan la vida en su defensa.
El asesinato de Sergio Rojas es doloroso e indignante, tan deplorable como el de Berta Cáceres y los de cientos de mujeres y hombres indígenas que son asesinadas, quienes luchan por ser voz y presencia, que reclaman lo que les ha sido despojado, y les sigue siendo arrebatado. Que cuidan y defienden la vida misma, incluso la vida de sus asesinos y cómplices. Su lucha es contra el patriarcado, capitalista, racista y colonial, que extermina vidas, cuerpos y territorios.
Sergio Rojas Vive. La lucha nunca se detiene.
*Ana Marcela Montanaro, Especialista en derechos humanos, feminista y activista social. Directora del Observatorio Ético Internacional (OBETI)
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