Chile: El periodismo vil y la política abyecta – Por Juan Pablo Cárdenas S.
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.Por Juan Pablo Cárdenas S.*
La calidad de una democracia debiera medirse en sus diversos indicadores políticos, económicos y culturales. En los verdaderos índices de equidad social y participación ciudadana, pero muy especialmente, además, en su diversidad informativa.
Siendo los medios de comunicación los instrumentos que más inciden actualmente en la formación intelectual de los seres humanos, con toda razón se puede asegurar que allí donde se coarta la difusión del pensamiento o la prensa ignora o aminora sistemáticamente ciertos acontecimientos no hay una auténtica democracia.
Es precisamente lo que sucede en Chile, donde los medios de comunicación independientes carecen de los recursos para equiparar su impacto con los que manipulan los hechos y tergiversan la realidad. Cuando una inmensa cantidad de hogares, por ejemplo, no tiene acceso hoy al fluido uso del internet, la televisión por cable o a los libros y periódicos de papel. Simplemente porque carecen de un ingreso económico que les permita esta posibilidad, en contraste con lo que sucede en países como Finlandia,
Suecia y otros donde cada hogar al menos adquiere un diario impreso todos los días, una revista semanal, o puede acceder a los canales de radio y TV pública. Asumiendo que su población, por su alto estándar escolar, está en condiciones de entender los que lee y escucha, mientras en nuestro país todavía un 15 por ciento de los universitarios no logra comprender a cabalidad un simple texto escrito. Tal como lo acreditan los sondeos.
Las carencias educacionales e informativas son pasto, así, de una política sin objetivos éticos y misionales. Colaboran a la consolidación, asimismo, de candidatos y supuestos representantes del pueblo que fundan su éxito electoral y carrera en la propaganda que pueden financiar, en el cohecho y otras prácticas ya habituales. Y que en Chile, como en otras naciones, tienen a tan maltraer el prestigio del servicio público y de regímenes en que más de la mitad de los ciudadanos, en su decepción, ya no se anima siquiera a sufragar.
Solo a la redes sociales y a algunos medios informativos excepcionales les debemos que en nuestro país se sucedan aquellas movilizaciones y las protestas como las que han producido los estudiantes, los pensionados y los trabajadores que han alcanzado conciencia de los horrores de nuestro sistema previsional, del modelo educacional segregado y del creciente fenómeno de la corrupción que ha comprometido a buena parte de sus gobernantes, parlamentarios y jueces.
Sin embargo, falta mucho para que el malestar se transforme en resistencia al régimen actual, a su Constitución, a sus poderosas entidades patronales, a sus partidos y políticos corruptos. Hay que reconocer que lo que predomina, todavía, es la inercia y el desencanto y que todo seguirá más o menos igual mientras los chilenos no asuman más contundentemente que los cambios de la única manera que se producen son con el pueblo en las calles, en la confrontación intelectual y física con el orden injusto y sus agentes represivos.
Y no podría ser de otra manera, con aquellos periodistas que pululan en la televisión y los grandes medios informativos que carecen de la formación mínima para ejercer un trabajo tan determinante en la formación de lectores, auditores y telespectadores ciudadanos. Cuando hasta por internet hoy se enseñorean las noticias deliberadamente falsas, la injuria y la calumnia, a la par del crimen organizado que hace estragos en las calles, irrumpe en los hogares y le arrebata la vida a un creciente número de víctimas.
Presumidos reporteros y animadoras de noticias cuya su soberbia equipara el tamaño de su ignorancia. “Rostros” de la televisión y radio que impostan su voz para otorgarse mayor credibilidad. Meros atriles humanos de cámaras y micrófonos que jamás se cuestionan o se atreven a fustigar a las autoridades que los apilan y utilizan para darse a conocer ante la “opinión pública”; un concepto que hoy solo es sinónimo de receptores ingenuos y pasivos.
“Opinólogos”, también, que se valen de estos mismos periodistas para decir con todo desparpajo lo que quieran, dándose aires de expertos, cuando por lo general solo ofician de sicarios de los grandes intereses que rigen a los medios de prensa.
Mucho mejor sería que todos estos personajes se pronunciaran derechamente a favor de lo que quieren defender o los obligan a representar, y no traten, para colmo, de parecer “objetivos”. Así podrían, alguna vez, añadirle algún argumento o valor agregado a sus notas o reportajes, sin limitarse a repetir lo que los noticiarios dicen simultáneamente e, incluso, a la misma hora…
En esto de que el rating es lo que mide la eficiencia del quehacer de muchos editores y periodistas que curiosamente hasta pasaron unos años por la universidad. ¡Qué duda cabe que hoy vale mucho más tener una bonita cara, lucir unas buenas piernas y tener una buena “percha” para llegar a la televisión, el medio que más influye todavía en la población nacional.
Se puede tener la opinión que se quiera, en estos días, respecto de Venezuela, Trump y otras noticias internacionales que siempre tienen, como sabemos, distintas caras y explicaciones. Lo grave es que nuestros espacios de noticias sean tan monocordes y sus actores tan atrevidamente ignorantes. Si solo hasta hace algunos meses el Presidente de los Estados Unidos era visto con horror por la prensa mundial por la amenaza que significaba para la paz mundial, la protección del medio ambiente y los derechos humanos de los migrantes, ¿cómo es posible que ahora la prensa vil chilena lo convierta en el adalid principal de la lucha por desestabilizar al régimen venezolano e imponer allí la democracia que Estados Unidos no reclama para Arabia Saudita y tantos otros países que le son abyectos?
Que haya logrado uniformar a casi toda nuestra clase política en los planteamientos de los Kast, los Piñera, los Ricardo Lagos o de tantos pinochetistas, socialistas y demócrata cristianos hoy agentes de la política exterior norteamericana. Y, con ellos, también, una buena nómina de expresidentes y políticos latinoamericanos finalmente postrados ante la Casa Blanca, después de haber condenado antes su grosera injerencia en los asuntos internos de nuestros países y alentar el golpismo y las masivas violaciones de los derechos humanos que hasta sufrieron en carne propia.
Como nos gustaría a los que todavía nos empeñamos en ser antiimperialistas y seguimos aspirando al “gobierno del pueblo, con y para el pueblo” que de estos mediáticos personajes pudiéramos escuchar alguna idea sin los sesgos de quienes los digitan, ya sea en los propios medios de comunicación o por influjo directo del Departamento de Estado.
Es decir, el órgano rector de Estados Unidos y de su amplio “patio trasero” que ya descubrió que en vez de solventar onerosas guerras que por lo demás pierden, como sucedió en Viet Nam, Cuba e Irak, mucho más barato les resulta comprar a nuestros ministros de Defensa, aunque en el pasado hayan sido comunistas o castristas. Contar con alguien como Felipe González y otros sinuosos personajes de la política europea y latinoamericana para convertirlos francamente en traidores. A la vez que aceitar una poderosa transnacional de medios informativos.
De verdad, hasta podríamos aflojar algo nuestras convicciones y certezas si se nos dieran luces de por qué es tan importante desestabilizar a Venezuela, más allá de la intención de apoderarse de sus reservas petroleras y continuar avasallando toda nuestra soberanía nacional y regional. Aunque difícil, muy difícilmente, podríamos llegar a convencernos de que Pinochet fue “un mal necesario”. O que Bolsonaro, Piñera y Macri son los líderes que necesita nuestro continente.
(*) Periodista y escritor chileno, exdirector de Radio U de Chile.
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