La dimensión cultural de la paz en Colombia
Mujeres víctimas del conflicto cuentan su historia a través del teatro
Por Ana González CombarizaLubis Cárdenas, víctima de desplazamiento y de la violencia, madre de dos niños y una niña, no sospechaba que tenía aptitudes para la actuación y mucho menos para comunicar su propia historia a través de gestos, palabras y emociones en una obra de teatro.
Así como ella, cientos de mujeres de cuatro municipios del país, Turbo (Antioquia); Tierralata (Córdoba); Turbaco (Bolívar) y Cúcuta (Norte de Santander), encontraron en el arte y la cultura una forma más precisa para contar las tragedias por las que pasaron a manos del conflicto pero además la constante lucha por dignificarse mutuamente, de enseñarle al mundo el significado de la resiliencia y su constante búsqueda de soluciones óptimas para ellas y sus comunidades.
La Alianza Iniciativa Mujeres por la Paz – IMP es una organización que, desde 2001, tiene presencia en 170 municipios del país en los que grupos de voluntarios se enfocan en dos ejes fundamentales para la reconstrucción de los derechos de las mujeres víctimas de los diferentes actores del conflicto armado. Uno de ellos es la participación de la mujer en todos los espacios de toma de decisiones, específicamente en mesas de víctimas, consejos de planeación territorial y acciones de participación de políticas públicas para mujeres. El otro enfoque al que se dedican es el tema de reconstrucción de las víctimas en el marco de la Justicia Transicional: especialmente a aquellas que sufrieron abusos sexuales por parte de la exguerrilla de las Farc y de los paramilitares.
A través del trabajo realizado con estas mujeres, pertenecientes a comunidades afro, indígenas, líderes sociales y en general todos los grupos étnicos del país, se han identificado las problemáticas que las aquejan para así mismo otorgarles las soluciones más propicias según sea el caso.
Ángela Cerón, terapeuta ocupacional y encargada del proyecto menciona que “en el seguimiento de la sentencia T4-96 del 2008 de la Corte Constitucional hicimos una petición al Ministerio del Interior para que realizara una verdadera evaluación de las medidas de protección de las víctimas debido a que estas no contaban con enfoque de género” y explica, “por ejemplo, los chalecos antibala que les daban a las mujeres no eran aptos para sus cuerpos pues sus senos y caderas muchas veces no cabían en ellos” y continúa, “o está el caso de la entrega de unos celulares rosados, de baja gama y que no recibían muchas veces la señal requerida para la comunicación en algunos sitios. En la Corte pensaban que dignificar bajo el enfoque de género era entregar celulares de ese color”, relata.
Por esto, la Alianza se propuso conocer, en palabras de Ángela, “cómo las mujeres se sentían mejor con respecto a sus experiencias de dolor, hablando de sus vivencias y necesidades”.
Así, la Alianza Iniciativa Mujeres por la Paz (IMP) junto al Ministerio del Interior crearon el proyecto ‘Cultura sin miedo, cultura más arte’, en los municipios de Tierralta, Turbo, Turbaco y Cúcuta, el cual estuvo bajo la vigilancia y patrocinio de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM).
Se abren los telones
Varias mujeres alrededor del país buscan escuchar y ser escuchadas y, aunque lo han intentado de diferentes maneras y frente a distintas entidades, no conocían del arte para poder expresar de manera más apropiada lo que las aqueja.
El proyecto ‘Cultura sin miedo, cultura más arte’, quedó en manos de Juan Ángel, actor profesional y exdirector del Instituto Distrital de las Artes (Idartes), quien fue el encargado de ‘sacar a la luz’ a las artistas que están dentro de las mujeres víctimas de estos municipios.
Juan orientó su trabajo a temas de transformación y de políticas culturales luego de hacer una maestría en Desarrollo y Cultura, en la Universidad Tecnológica de Bolívar. Además, conoció de manos de Augusto Boal, dramaturgo y director de cine brasilero, sobre la metodología del teatro foro, teatro imagen y el teatro invisible, conceptos que quiso adaptar a las comunidades con que empezó a trabajar, como Familias en Acción, el IDRD, y hasta con empresas privadas, con el fin de tocar temas sociales sensibles,que requieren de pedagogía.
Al conocer a las mujeres de Turbo, Turbaco, Cúcuta y Tierraalta quiso enfocarse en la esencia de la transformación a partir del arte. “Iniciaba los talleres con unos juegos. Algunos de confianza, otros de coordinación, contacto físico, percepción o sensibilización y otros de expresión, así ellas aprendían a escoger las partes de las historias que querían contar”, relata Juan. “Aquí el ser que más aprendió en términos de guerra y país fui yo”, reflexiona.
Los teatros foro consistían en interpretar una problemática de la vida real, en 15 minutos, y que el público hiciera parte de las escenas proporcionando algunas soluciones adecuadas y realizables. Es decir, “cambiar el destino del protagonista mientras los demás actores, personificados por las mujeres, reaccionaban a la opinión de los espectadores. La obra puede tener diversos finales”, explica Juan.
¿Cuáles eran los temas que se representaban? Violencia sexual, machismo, violencia económica, falta de oportunidades laborales, entre otros. No había un libreto, todo estaba interpretado desde las evocaciones dolorosas de las víctimas.
La caracterización para estas obras de teatro era realmente muy simple: un sombrero, una peluca o cualquier elemento que ayudara a entender el rol de cada mujer en el escenario. A propósito de esto Juan Ángel fue enfático al mencionar que “en el país no hay escenarios dignos. Tuvimos que adaptarnos a lo que había”.
En cada uno de los municipios participaron cerca de 40 mujeres en las obras quienes tuvieron a más de 100 espectadores, dentro de los cuales también estaban funcionarios y autoridades de cada una de las regiones. Estas se llevaron a cabo entre noviembre y diciembre.
“El proyecto nos permitió redescubrirnos, conformar redes de apoyo entre nosotras y visibilizarnos ante la comunidad para que no nos sigan viendo cómo las ‘pobrecitas victimas’. Además, aprendimos que a través del arte y la cultura le podemos seguir aportando al tejido social, a la reconciliación y al perdón. Todo esto dignifica”, asegura Carmenza Álvarez, de 55 años.
Ella es una desplazada por la violencia en dos oportunidades por las Farc y las Autodefensas Armadas de Colombia (AUC), que pudo convertirse en actriz por unos minutos, en Turbaco (Antioquia).
Su voz al hablar de los aprendizajes después de su paso por el teatro es de exaltación y gratitud. “Lo más emocionante fue conocer historias de cada una. Creemos que lo que nos pasó es lo más duro y resulta que al escuchar historias de otras mujeres podemos comparar y ponernos en los zapatos de ellas”, agrega.
Para Juan, ‘Cultura sin miedo, cultura más arte’, representó el significado de la resiliencia. “Uno no es resiliente y ya. Se trata de construir nuevos objetivos, pararme y decir ‘yo puedo, desde mi libertad, hacer más’. Se trató de un aprendizaje a la fuerza de lo que en las grandes ciudades también tenemos que hacer”.
Economía creativa
Juan y las mujeres no quieren quedarse solo con los aplausos de los asistentes a las obras ni con los talleres de sensibilización. A través de estos cursos pudieron percibir que hay talentos que se pueden explotar de la mejor forma y que ese proceso de transformación con cultura podría volverse en un modus vivendi para las víctimas.
“Lo que sigue después de los talleres es que varios de los grupos de mujeres buscan que sus obras les representen algo en dinero para que no solo se quede en su experiencia vivencial sino en cómo comunicar todo esto a otras personas”, explica Juan. Y agrega, “Dentro de las comunidades están las personas que saben actuar, otros que saben escribir, otros que identifican los talentos. Si para esas mujeres eso va a ser un futuro hay que apoyarlas, darles formación y sacarlas de la idea de que serán las señoras del aseo en algún barrio de alguna ciudad”.
Quieren mostrar que son capaces de hacer política desde sus experiencias, ser agentes de cambio y ocupar escenarios de tomas de decisiones. Para Lubis Cárdenas, en Turbaco, dar a conocer este tipo de iniciativas es importante porque así la gente puede acercarse a otro tipo de realidades y generar empatía. “Parece que no fuera algo importante pero sí lo es. Se necesita construir desde la participación y así exponer más lo que hacen las mujeres víctimas en el país”, afirma.
Y, así como lo llevaban a cabo en las obras, no quieren esperar a que alguien llegue a solucionar sus problemas sino ellas mismas trabajar para conseguirlo.
El ejercicio de los fotoperiodistas en el conflicto más allá de hacer clic es el de contar la realidad sin alterarla.
Las imágenes capturadas durante la guerra hacen parte de la creación de memoria histórica del país y son prueba de los hechos de crueldad que ha vivido Colombia, así como de quiénes son las personas responsables y quiénes los afectados. Además ayudan a identificar cuáles son las situaciones que no deberían repetirse y los lugares de Colombia más afectados por los hechos violentos, teniendo en cuenta que detrás de este trabajo están los fotógrafos quienes, por su parte, exponen su vida para capturar la verdad de lo que sucede.
El registro visual en el contexto de la violencia reciente en nuestro país permite conocer las masacres perpetradas por los diferentes grupos armados que han hecho parte del conflicto como la desaparecida guerrilla de las Farc, el Eln, el Ejército colombiano y los paramilitares. Es así como las fotos se convierten en pruebas irrefutables del horror de la guerra: para no olvidar ni repetir.
Es así como el ejercicio periodístico responde a la veracidad de los hechos captados por los reporteros gráficos, testigos no solo de las barbaries, sino de la reconstrucción de pueblos o comunidades enteras afectadas.
Según el Centro Nacional de Memoria Histórica, una de las características de la memoria es “el esclarecimiento de violaciones a los Derechos Humanos y al Derecho Internacional Humanitario”, razón por la que los fotógrafos se convierten en testigos no solo de las barbaries, sino de la reconstrucción de pueblos o comunidades enteras afectadas. Además, hablan de la realidad de las zonas rurales del país y dan un contexto (con fechas, lugares y personas involucradas) de lo que allí sucede.