Las mujeres contra la opresión – Por Elaine Blum

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Por Elaine Blum *

Los analistas del bolsonarismo creen que, para sus electores, él es un grito contra lo que no funciona y contra el desamparo, o incluso contra la precariedad de las respuestas de la democracia para los problemas concretos de la vida cotidiana. La candidatura de Jair Bolsonaro también representaría el voto anti Partido de los Trabajadores, un sentimiento que ganó fuerza a partir de 2013 y, en 2015, se convirtió en odio.

Al ponerse en contra de lo que el candidato de extrema derecha representa, el movimiento “Mujeres Unidas Contra Bolsonaro”, que alberga casi a 3 millones de brasileñas en su página de Facebook, denuncia justamente la imposibilidad de que el voto a favor de Bolsonaro sea un voto “antisistema”. Lo que estas mujeres señalan es que no hay nada más a favor del sistema que Bolsonaro. Votarlo es votar a favor de lo que nunca ha sido de buena ley en Brasil, pero siempre ha existido. O a favor del regreso de los que nunca se fueron.

Es posible votar a Bolsonaro. Muchos lo pueden considerar inmoral o incluso antiético, ya que defiende abiertamente la violencia contra los grupos más frágiles, como mujeres, negros, gais, campesinos e indígenas. E incita a la violencia en uno de los países más violentos del mundo. Pero, si piensas como él, tiene sentido votar a quien representa tu pensamiento. Al fin y al cabo, la democracia es eso. Por más que para algunos sea difícil de aceptar, Bolsonaro y su autoritarismo son también un producto de las contradicciones de la democracia. Bolsonaro es un fenómeno de la democracia, no de fuera de ella.

Solo no es posible votar a Bolsonaro afirmando que se vota para cambiar las cosas o como protesta contra todo lo que está ahí. Entonces no. Esta afirmación se desmorona a simple vista. Votar a Bolsonaro es justamente votar a favor de todo lo que siempre estuvo ahí. O que estuvo ahí más tiempo que cualquier otra cosa.

1) Bolsonaro y los nuevos coronelismos rurales y urbanos

No es una coincidencia que las viejas (y también las nuevas) oligarquías rurales, vinculadas a la violencia en el campo, tengan a Bolsonaro estampado en sus camionetas como su candidato. Las fuerzas que Bolsonaro representa atraviesan la historia brasileña. A veces con más, a veces con menos poder político. Son esas fuerzas las que convirtieron a Brasil en uno de los países más desiguales y violentos del mundo.

Bolsonaro no dialoga solo con la dictadura civil y militar que gobernó el país a la fuerza de 1964 a 1985. Dialoga antes con figuras y fuerzas mucho más antiguas y fundadoras de Brasil. Bolsonaro dialoga con el coronelismo (oligarquía agraria de latifundistas) que marcó el Brasil rural y que, de muchas formas, permanece hasta hoy. Pero actualizado, ya que nada atraviesa las épocas sin adquirir nuevos matices y añadir nuevos protagonistas.

Como fenómeno, Bolsonaro es la síntesis de la parte golpista del militarismo profesional, representada por su vicepresidente, el general jubilado Hamilton Mourão, y el coronelismo político de un Brasil rural que utiliza la “agroindustria” como ropaje de la modernización, pero que mantiene las mismas prácticas violentas en el campo. Para los coroneles, Brasil siempre será una gran hacienda y la lucha siempre será para privatizar las tierras públicas y colectivas que todavía existen en el país. Estas dos fuerzas se conectaron en varios momentos de la historia brasileña. Como hoy.

En regiones como el Norte y el Centro-Oeste de Brasil, este coronelismo no representa a las viejas oligarquías rurales del siglo XIX y las primeras décadas del siglo XX, sino a las nuevas oligarquías que se constituyeron en la segunda mitad del siglo pasado, tanto durante el proceso de expulsión y masacre de los indígenas, con el objetivo de liberar sus tierras ancestrales para proyectos de la dictadura, como mediante el robo de vastas tierras públicas de la selva, un fenómeno conocido como grilagem que sigue en curso hasta hoy y se ha revigorizado en los últimos años.

Parte del robo de tierras públicas promovido ya en el siglo XXI lo legalizó el gobierno Temer, que cuenta con la “bancada ruralista” como principal avaladora. Pero, si garantizaron y siguen garantizando el gobierno, estos coroneles y sus representantes en el Congreso nunca han pensado en votar al candidato del Movimiento Democrático Brasileño (MDB) o del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), aunque este sea el partido con el que establecen su poder local o regional. Son electores de Bolsonaro desde que despuntó como candidato.

Añadida a los nuevos y viejos coroneles, aparece la parte urbana y más ruidosa del Brasil evangélico, que utiliza las palabras con mucha competencia. Empezando por la propia denominación religiosa. Al transformar lo que es una brutal disputa de poder en una guerra del bien contra el mal, parte de los líderes encubre lo que es político con el discurso religioso. Las críticas a esos líderes evangélicos se leen como una crítica a los evangélicos como grupo religioso, colaborando a discriminar sectores de la población que ya son históricamente discriminados. De este truco abusan algunos líderes. Denominar su bancada en el Congreso “bancada de la Biblia” solo los ayuda en esta transmutación de la política en religión.

Los evangélicos son un grupo muy heterogéneo y con posiciones morales que varían, a veces radicalmente, en las diferentes iglesias, lo que haría imprecisa cualquier unidad. Pero lo más importante es que la crítica no es a la religión ni a sus fieles, y mucho menos se refiere a ninguna supuesta versión de la guerra santa. Al contrario. Es una crítica a los estafadores que utilizan la religión para enriquecerse y para conquistar el poder público para enriquecerse.

La mayoría de estos estafadores, que también pueden denominarse “coroneles de la fe”, están alineados con Bolsonaro. Son a la vez nuevos y viejos. La novedad de sus orígenes y de su lenguaje no es capaz de encubrir que actúan para mantener el país exactamente como está, porque en este contexto consiguieron enriquecerse y conquistar poder. Dependen de la miseria, del desamparo y del miedo para mantener la clientela. Su disputa es para seguir multiplicando riqueza privada, así como para garantizar los privilegios públicos que eximen que sus iglesias paguen impuestos.

La religión es solo el medio. El enriquecimiento privado es el fin. La estrategia de encubrir la disputa de poder con los temas morales se mostró tan eficaz que las milicias de internet, como el MBL, eminentemente urbanas, la adoptaron a partir de 2017 para ampliar su número de seguidores con el objetivo de destruir a artistas y manifestaciones artísticas.

Es interesante observar cómo lo más retrasado de Brasil se ha juntado a fenómenos recientes para producir al que denominan en internet “el desto”. La denominación apunta a dos objetivos: el primero es el de no popularizar todavía más al candidato, lo cual podría garantizar los votos de aquellos que, cuando llegan a las urnas, votan al nombre que recuerdan; el segundo, que todo aquello que representa, en su autoritarismo, sería innominable o innombrable. Bolsonaro sería una especie de Voldemort, el malvado de la serie Harry Potter, a quien los brujos prefieren referirse como “quien tú sabes”, para que la invocación del nombre no lo materialice como realidad física.

El hecho de que Jair Bolsonaro encabece las intenciones de voto (el 28%, según el último sondeo del Instituto Datafolha) muestra que la fuerza de lo más arcaico y sombrío de Brasil ha emergido a la luz. Y se ha encarnado en una figura que es mucho menos un capitán jubilado del Ejército y más un político profesional. No un político profesional que disputa la construcción de un país, sino uno que trabaja para permanecer en la nómina del Congreso.

En 26 años como parlamentario, según una investigación del periódico O Estado de S. Paulo, Bolsonaro ha conseguido aprobar solo dos proyectos de su autoría: para cada proyecto, 13 años de salario, dietas, complementos para contratar secretarios, etc. Al preguntarle por su baja productividad, el candidato respondió: “Es tan importante hacer un gol como que no te lo hagan”.

Estos son los hechos, en caso de que los hechos valgan en la construcción mental de los electores. El desempeño que tumbaría a cualquier empleado, en cualquier empresa del mundo, lo ha premiado como empleado del pueblo. Tanto, que Bolsonaro encabeza los sondeos para la presidencia de la República. En la composición de sus electores, es el preferido entre los más ricos y más escolarizados, justamente los que se supone que tienen más acceso a la información de calidad, si es que eso importa a la hora de tomar decisiones. En la época de la autoverdad, sin embargo, los hechos no valen nada.

Hay varios adjetivos que podrían utilizarse para definir el comportamiento del elector de Bolsonaro. Ilegítimo no es uno de ellos. Si crees que el político ideal es el que ha aprobado dos proyectos en 26 años de servicio público y te sientes representado por el desempeño de Bolsonaro, tiene sentido que lo votes. Por una cuestión de coherencia, incluso, este debería ser el criterio de productividad de los empresarios que también son electores de Bolsonaro a la hora de seleccionar a sus empleados y determinar planes de carrera.

2) Cómo las élites han descubierto que las calles no son su tienda de mascotas

El fenómeno llamado “desto” también saca a la luz la monumental arrogancia de una parte de la élite política y económica de Brasil, así como la arrogancia de una parte del poder judicial. Estas élites compartían la ilusión de controlar las calles y también los procesos políticos. Han descubierto que ver Brasil desde lo alto no es suficiente para comprender los Brasiles. Empiezan a darse cuenta de que, cuando creían que utilizaban, estaban de hecho siendo utilizados. Bolsonaro no solo se revela a sí mismo, sino mucho más. No es un hecho aislado, sino una trama.

En 2013 el Partido de los Trabajadores (PT) descubrió que ya no era el partido de las calles de una forma bastante dolorosa. En aquel momento, la arrogancia del partido era tanta que creía que las calles serían suyas para siempre. Tanto, que ni siquiera necesitaba caminar por ellas. En 2013, el PT descubrió que lo estaban expulsando de las calles. En 2015, muñecos hinchables de Lula y Dilma vestidos de presidiarios invadieron también los cielos. El sentimiento anti-PT se transformaba en odio.

Aécio Neves y el PSDB son en gran parte responsables del lodazal actual de Brasil

Pero el ejemplo todavía más evidente es el del PSDB, cuyo drama se desarrolla en este momento. Cuando Aécio Neves (PSDB) perdió las elecciones de 2014 contra Dilma Rousseff (PT), él y su partido cuestionaron, de manera a la vez oportunista e irresponsable, el proceso electoral sin que nada justificara la sospecha. Brasil, con las urnas electrónicas, tiene uno de los sistemas de votación más fiables del mundo. Aceptar la derrota forma parte de las reglas fundamentales de la democracia.

Aécio, el corrupto, iniciaba allí una crisis y creaba un precedente peligroso. Más tarde, una grabación revelaría a Aécio diciendo que pidió que se auditaran los resultados electorales solo “para tocar los cojones”. Aécio pasará a la historia no solo por su implicación con la corrupción, sino por este acto de irresponsabilidad criminal. El político quedará marcado como uno de los que más colaboró en la corrosión de la democracia este inicio de siglo.

En el hospital donde se recupera de un ataque con un cuchillo, Bolsonaro grabó un vídeo cuestionando las urnas electrónicas e indicando que puede no aceptar el resultado de las elecciones en caso de derrota. Su vicepresidente, Hamilton Mourão, ya había dado una entrevista al canal de televisión Globo News afirmando la posibilidad de un autogolpe del presidente elegido, con el apoyo de las Fuerzas Armadas. Es demasiado irresponsable y grave que un político anuncie que participa en el juego, pero que solo aceptará el resultado en caso de victoria. Cualquier niño que juegue un partidillo de fútbol en un descampado sabe que no se puede aceptar las reglas del juego solo cuando se gana.

El PSDB tuvo un papel importante en la destitución sin base legal de Dilma Rousseff y formó parte del gobierno corrupto de Michel Temer (MDB). Cuando apoyaron los movimientos de la calle a favor del impeachment y contra el PT, vestidos con la camiseta de la selección brasileña, algunos políticos del PSDB también creyeron que la calle era suya. No era nada de eso. Recientemente, uno de los caciques del partido, Tasso Jereissati, afirmó que entrar en el gobierno Temer fue “el gran error” del PSDB. “Nos engulló la tentación del poder”, admitió. Demasiado tarde.

Quien cree que controla la calle no ha estudiado ni la historia ni la psicología humana. Con el tejado de vidrio fino, tanto Aécio como el PSDB son hoy más pequeños que nunca, en todos los sentidos. Peor que no tener resonancia es haber perdido el respeto. El PSDB que surgió con el regreso de la democracia ya no existe. El que existe ahora es otra cosa que ni siquiera sus caciques saben ya qué formato tiene.

No deja de ser irónico el destino de Michel Temer. Casi trágico. Temer, el vicepresidente traidor, reconocido zorro político, creía que podría hacer todo lo que hizo y encima que le vieran como a un estadista. Después del impeachment, quedó claro que Temer y sus seguidores, en el Congreso, en el Mercado y en algunos sectores de la Prensa, creían que estaba todo dominado y que solo había que volver a lo que siempre fue. Temer está terminando la legislatura como el presidente más impopular de la historia (o el más impopular desde que hay institutos de investigación para comprobar la opinión de la población).

La desesperación de los liberales y neoliberales también indica con cuánta ilusión se alimentan los que representan el Mercado. Parte de las élites económicas, teniendo como ejemplo más evidente la poderosa Federación de las Industrias del Estado de São Paulo (FIESP), que actuó de forma explícita y decisiva en el impeachment de la presidenta elegida, al igual que varios portavoces de lo que se llama “Mercado”, creían que todo saldría como estaba en la receta. Pondrían en la presidencia del país a alguien de su confianza y listo, harían un “puente hacia el futuro” que mantendría los privilegios del pasado. Creían que el pueblo que estaba en la calle no eran más que marionetas.

De repente, Jair Bolsonaro, que debería ser solo un socio bufón en el derribo del gobierno del PT, alcanzó la primera posición en los sondeos electorales para la presidencia. Junto a él está Paulo Guedes, un economista ultraliberal que es demasiado radical incluso para los liberales. Cuando habla, da miedo. Hace unos días, propuso un nuevo impuesto sobre los movimientos financieros. Luego tuvo que desmentirse y cancelar compromisos para no decir más tonterías sinceras, pero muy impopulares.

Si la situación en Brasil no fuera tan trágica, sería delicioso ver que una revista liberal como la británica The Economist, que ya hizo despegar y aterrizar al Cristo Redentor en tiempos de Dilma Rousseff, lanza a Jair Bolsonaro como “la más reciente amenaza de América Latina” en la portada de la semana pasada. La revista favorita del Mercado se manifestó de forma inequívoca contra el ultraliberalismo de Paulo Guedes, el golpismo de Hamilton Mourão y el autoritarismo de Jair Bolsonaro. En las redes sociales la llamaron “The Communist”. Sí, en Brasil el realismo mágico es solo realismo.

Sin duda, no era este el guion que habían imaginado los que no respetaron el voto de los brasileños. Tampoco era el que soñaba la parte de la prensa que actuó decisivamente a favor del impeachment. El Grupo Globo descubrió rápido, al fracasar en su intento de derribar a Michel Temer tras las denuncias de corrupción, que su inmenso poder tenía límites. Es más, Jair Bolsonaro no se cansa de recordar en directo, en los estudios de la emisora, que Globo apoyó a la dictadura civil y militar que él enaltece con tanto entusiasmo.

El actual panorama difícilmente debe ser el guion esperado también para los miembros del Poder Judicial y de la Fiscalía que decidieron personalizar la justicia, olvidaron que eran funcionarios y creyeron que eran héroes. Quien ganó —y sigue ganando— es ese poder que atraviesa gobiernos y que hoy lo representa la “bancada ruralista”, gran parte conectada al aumento de la violencia en el campo y en la selva contra campesinos e indígenas, que viene intensificándose desde 2015. Alrededor de la bancada ruralista gravitan la bancada de los defensores de las armas, que se enriquecen con la violencia, y la de los estafadores de la fe, que manipulan los temas morales para conquistar poder y privilegios.

Este es el mundo de Bolsonaro, que por eso asusta no solo a la izquierda, sino también a la derecha chic y a los liberales genuinos, los que consideran a The Economist un oráculo. Es la parte atrasada y violenta del Brasil rural, asociada a lo más podrido de los fenómenos urbanos, la que disputa la presidencia del país y tiene posibilidades de ganar. Bolsonaro representa al hombre blanco ultraconservador, pero bruto y sin lustre, que los ilustrados de derecha y de izquierda no quieren en su sala de estar.

Con una posibilidad cada vez mayor de llegar a la segunda vuelta, el exalcalde de São Paulo Fernando Haddad (PT), el candidato de Lula, hace más complejo todavía el panorama. La opción de “centro”, que estaba en boca de tantos, a dos semanas de las elecciones todavía no ha movilizado a los electores. Desde dentro de la prisión, donde lo puso un juicio demasiado rápido, con pruebas demasiado frágiles y magistrados demasiado locuaces, Lula sigue influyendo los destinos del país.

Aunque el poder judicial le haya prohibido presentarse, todavía es uno de los principales protagonistas de las elecciones. Como nada es simple, Haddad y el PT han urdido apoyos con aliados que los habían traicionado en la batalla del impeachment, han urdido apoyos incluso con políticos que participaron en el gobierno Temer. Aliados que se convirtieron en “golpistas” son de nuevo aliados sin dejar de ser “golpistas”. En Brasil, la real politik es mágica. Pero, cuando el elector no vota según lo esperado, lo llaman ignorante.

3) El movimiento de las mujeres contra Bolsonaro es lo más importante de estas elecciones

Las mujeres son más de la mitad de la población en Brasil, pero todavía tienen poca representatividad en la política formal. Una de sus representantes más interesantes y prometedoras, Marielle Franco, del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), concejala de Río de Janeiro, fue asesinada a tiros en un crimen que todavía no se ha resuelto y ha quedado impune, a pesar de que ya han pasado más de seis meses.

Su protagonismo político molestó a muchos que estaban acostumbrados a hablar solos y, de repente, vieron sus intereses amenazados por una mujer. Y no era cualquier mujer. Criada en el complejo de favelas denominado Maré, Marielle era negra, lesbiana y pobre. A lo largo de la historia de Brasil, ella representa a los grupos más frágiles y más violentados que, gracias a mucha lucha, empiezan a tener poder político. Fue entonces cuando la exterminaron a tiros, con un arma de gran calibre y uso restringido, en un tramo con las cámaras apagadas.

Con el gesto iniciado en internet y programado para llegar a la calle, las mujeres se han convertido en las protagonistas de esta campaña electoral tan compleja y delicada. El movimiento autónomo empezó con mujeres de Bahía, en el nordeste del país, lejos de las líderes del centro-sur y de los grupos feministas más conocidos de Brasil. Del debate en Facebook pasó a inspirar las manifestaciones contra Bolsonaro previstas para el próximo sábado en varias ciudades de Brasil y del mundo. En los actos del 29 de septiembre, ellas también esperan el apoyo de los hombres que aman a las mujeres.

La propuesta de estas mujeres es hacer actos suprapartidarios contra Jair Bolsonaro y todo lo que representa. Bolsonaro es un hombre que, por sus declaraciones, ya ha demostrado que odia a las mujeres, tanto como su vicepresidente, el general jubilado Hamilton Mourão. Bolsonaro es un tipo clásico, especialmente en países que han vivido sus versiones del lejano oeste: el hombre blanco, que se siente superior solo por haber nacido blanco; heterosexual, pero del tipo que necesita pregonar su heterosexualidad todo el rato, como si silenciarla pudiera de alguna forma amenazarla; que se siente más potente con un arma de fuego en la mano y, cuando no la tiene, simula con las manos la expresión fálica, como una afirmación de masculinidad que tiene que ser constantemente reiterada para que no se ponga en duda.

Cuando se cuestiona cualquiera de estos ingredientes que, según su credo, hacen de él un “hombre”, se siente amenazado y reacciona con violencia. Un psicólogo de pacotilla posiblemente diría que Bolsonaro es una persona insegura. En el hospital, haciendo el gesto de disparar con las manos, parecía un niño que quería la aprobación del público en una representación de preescolar. Pero debe de ser más complejo.

Para mantener el privilegio de sentirse superior en un mundo en el que ya no basta ser blanco y tener un arma para mantenerse en lo alto de la cadena alimenticia, Bolsonaro falta al respeto a las minorías, raciales y de género, justamente las partes más frágiles de la población, y estimula la violencia contra ellas. En este momento, encarna a otro tipo clásico, el grandullón cobarde del colegio. Lo hace afirmando que está defendiendo los “valores tradicionales”. Pero lo que denomina valores tradicionales son solo sus privilegios.

Es interesante observar que Michel Temer, al asumir el poder, promovió un retrato amarillento con su ministerio de hombres blancos, la mayoría vetustos. Sobre esa imagen se cernía, especialmente durante el primer año de gobierno, la figura de su mujer, 43 años más joven: Marcela Temer, la esposa “bella, recatada y hogareña”, como definió la revista Veja.

Esa conformación simbólica de poder remitía a la República Vieja (1889-1930), como se dijo, pero mucho más a una novela folletinesca. Mientras fue posible, algunos periodistas, también hombres y blancos, la mayoría vetustos, hicieron comentarios encantados, algunos bastante bochornosos, sobre la belleza de la mujer del presidente. Durante algún tiempo, antes de que su gobierno se derrumbara por corrupción e incompetencia, a Temer se le concedió el atributo de una potencia viril aplicada a la política, por estar casado con una mujer bonita y joven.

Jair Bolsonaro lleva el machismo y el patriarcado a otro nivel. Las mujeres no son objetos, sino un enemigo. En 2014, en la Cámara de los Diputados, dijo que no violaría a la colega Maria do Rosário (PT): “No mereces ni que te violen, eres muy fea”. Después, lo repitió al periódico Zero Hora: “No se lo merece (que la violen). Porque es un callo, muy fea, no es mi tipo, jamás la violaría”. El comentario, dicho y repetido, hizo que lo procesaran por apología a la violación en el Supremo Tribunal Federal.

Sobre la baja por maternidad, conquista histórica de las mujeres (y también de los hombres), el parlamentario que aprobó dos proyectos de ley en 26 años de trabajo maravillosamente remunerado, afirmó en 2015: “Las mujeres tienen que cobrar un salario menor porque se quedan embarazadas. Cuando vuelven (de la baja), se toman un mes de vacaciones, o sea, trabajan cinco meses en un año”.

En 2011, afirmó: “Tengo prejuicios y con mucha honra”. Aunque los jueces blancos del Supremo Tribunal Federal no lo reconozcan, lo que Bolsonaro denomina prejuicio es con frecuencia racismo. Al responder una pregunta de la cantante Preta Gil, dijo que sus hijos jamás saldrían con una mujer negra o serían gais: “No corro ese riesgo. Mis hijos han sido muy bien educados y no han vivido en ambientes como, lamentablemente, el tuyo”. En 2017, al dar una charla en el Club Hebraica, de Río de Janeiro, el parlamentario contó que una vez visitó un quilombo (pueblo formado por descendientes de esclavos rebeldes que conquistaron el derecho a poseer tierras): “El afrodescendiente más leve pesaba cien kilos. (…) No hacen nada, creo que ya no sirven ni para procrear”.

El “prejuicio” del que tanto se enorgullece Bolsonaro se aplica ampliamente contra los homosexuales, en un país con un alto índice de asesinatos por homofobia. Entre las varias declaraciones contra los gais, Bolsonaro llegó a decir en una entrevista: “Sería incapaz de querer a un hijo homosexual. Prefiero que mi hijo muera en un accidente de coche a que aparezca por ahí con un bigotudo”.

Es importante entender por qué, incluso con estas declaraciones, hay mujeres que votan a Bolsonaro. Hay quien cree que se trata del mismo tipo de atracción por el peligro y la violencia que hace que algunas mujeres se enamoren de criminales famosos, o no tan famosos. Las cárceles están llenas de romances de estos. Algunas electoras de Bolsonaro ya han justificado su voto afirmando que es solo su “manera de ser”, que “en realidad” es un “defensor de las mujeres”. Una me dijo que reconoce que es “un poco burro”, pero aun así cree que va a “poner orden en la casa”. En este caso, el machismo importaría menos que creer que Bolsonaro la hará sentir “segura”.

Al escuchar a las bolsonaristas, surgieron otras hipótesis. Para algunas, no se trata de votar al macho alfa, como yo suponía al principio, sino votar a un benjamín algo tonto, pero carismático, por el que sienten un tipo de amor permisivo. Sería importante hacer una investigación cualitativa y cuantitativa formal con las electoras de Bolsonaro y Mourão, para entender qué puede llevarlas a votar a hombres que no las respetan.

El vicepresidente de Bolsonaro es su alma gemela. Bolsonaro y Mourão, ambos adoradores de armas, coinciden tanto en la ideología como en la elocuencia de sus discursos. En agosto, durante un evento en el sur del país, Mourão afirmó que Brasil ha heredado “la indolencia de los indígenas” y “la pillería de los africanos”. Estaba teorizando sobre las raíces del “subdesarrollo” de Brasil y de América Latina con su competencia habitual.

El 17 de septiembre, el general jubilado atacó a las mujeres al relacionar la violencia en las “zonas con más carencias” con el hecho de que los cabezas de familia sean “madres y abuelas”, sin “padres y abuelos”. Que los hijos sean criados por mujeres solas, en opinión del general, resultaría “en una fábrica de elementos desajustados y que tienden a entrar en narcobandas que afectan a nuestro país”.

Al hacer esa afirmación, el vicepresidente de Bolsonaro alcanzó violentamente a las mujeres más pobres, la mayoría negras, que son cabezas de familia y crían a sus hijos solas haciendo un esfuerzo enorme. Pero no solo a ellas. La afirmación provocó un apoyo sorprendente al movimiento de las mujeres contra Bolsonaro. La presentadora de televisión Rachel Sheherazade, una de las portavoces en la prensa de la derecha más truculenta de Brasil, publicó, en su cuenta de Twitter: “Soy mujer. Crío a dos hijos sola. Me criaron mi madre y mi abuela. No. No somos criminales. Somos heroínas”. Y añadió uno de los hashtags del movimiento: #EleNão (Él No).

Las mujeres son el segmento de la población que más rechaza a Jair Bolsonaro. Pero, después de haber sido acuchillado durante un acto de campaña, Bolsonaro ha crecido. “A pesar de haber subido siete puntos en el último mes, el apoyo de las mujeres está más concentrado entre las que tienen mayor renta familiar: llega al 32% entre las que cobran más de cinco salarios mínimos y solo al 14% entre las más pobres”, analizan Mauro Paulino y Alessandro Janoni en el periódico Folha de S. Paulo. Las primeras constituyen solo el 6% del electorado y las segundas, el 28%.

En una entrevista a EL PAÍS, el estadístico Paulo Guimarães afirmó: “Las mujeres no votan a Bolsonaro, pero las mujeres pobres tienen a decidir a quién votan más tarde. El país es absurdamente machista. Su marido les dice a quién tienen que votar, principalmente en las clases más bajas, la de las mujeres más agredidas. El voto de la mujer afluye al voto del hombre, históricamente”.

¿Todavía es así? Mi hipótesis es que el crecimiento del protagonismo de las mujeres también en el ámbito doméstico, en parte posible gracias al programa social Bolsa Familia y al aumento real del salario mínimo, que benefició al gran contingente de empleadas del hogar, ha cambiado las relaciones de poder. No totalmente, pero es una fuerza emergente. Como reportera que escucha a gente desde hace 30 años, nunca he escuchado a tantas mujeres como hoy discrepar de sus maridos, en las entrevistas que hago con familias. Incluso en el voto.

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Es enorme lo que significa que la principal resistencia a la candidatura de Bolsonaro y a todo lo que esta candidatura representa provenga justamente de las mujeres. Ellas, desplazadas de la política formal, cuando no las matan, se convierten en la principal fuerza política de oposición a un proyecto explícitamente autoritario. Y hacen política justamente en el territorio que hasta entonces estaba dominado por los seguidores de Bolsonaro: las redes sociales. Exactamente por eso, a las administradoras de la página del movimiento las han hackeado, amenazado y han expuesto sus datos, con la cobardía habitual de los que no confían en sus argumentos, solo disponen de la fuerza bruta.

Si el movimiento es suprapartidario y abarca a las mujeres de todos los colores y orígenes, es importante subrayar que este movimiento también es racial y de clase. Como ya se ha dicho, Bolsonaro encuentra a sus electores, según los sondeos, entre los hombres más ricos y más escolarizados. Y su mayor rechazo está entre las mujeres y los más pobres. Como muestran las estadísticas, la mayoría de las mujeres más pobres del país son negras.

El voto de las mujeres negras puede determinar el destino de Bolsonaro. Este no es, definitivamente, un dato cualquiera en Brasil. Esta constatación tiene un gran poder y significado. Es bastante simbólico que sea esta la fuerza que toda la represión de los últimos años del país, todos los derechos menos, no consiguió parar. Las mujeres que fueron a la universidad por primera vez, las mujeres que pasaron a cobrar un poco más, las mujeres que por primera vez tuvieron derechos laborales igualados a los de otros gremios de trabajadores, como las empleadas del hogar. Quizá no sea una coincidencia que la creadora de la página “Mujeres Unidas Contra Bolsonaro”, que debido a las amenazas hoy solo se cita por las iniciales, sea negra.

El movimiento de las Mujeres Unidas Contra Bolsonaro es el acontecimiento más importante de estas elecciones. Caminar junto a ellas el próximo sábado, 29 de septiembre, es escoger decir juntos, hombres y mujeres, al unísono, no a pesar de todas las diferencias, sino con todas las diferencias, que escogemos la libertad contra la opresión. Que escogemos el respeto contra el prejuicio. Que escogemos la igualdad contra el racismo. Que escogemos la diversidad de muchos contra la hegemonía de uno. Que escogemos la paz contra la violencia.

En lo que de las mujeres unidas contra Bolsonaro depende, el odio no gobernará Brasil.

* Escritora, reportera y documentalista. Autora de los libros de no ficción Coluna Prestes – O avesso da lenda, A vida que ninguém vê, O olho da rua, A menina quebrada, Meus desacontecimentos, y de la novela Uma duas. Traducido por Meritxell Almarza para El País de España.

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