Las puertas del infierno – El País, Uruguay

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Nunca más ‘latorritos’ ni ‘checitos’. Nunca más centros de torturas ni cárceles del pueblo. Nunca más presidentes pusilánimes que no respeten la Constitución y estén dispuestos a abrir las puertas del infierno. Nunca más uniformados que traicionen a su pueblo, ni iluminados que crean que pueden tomar el cielo por asalto a base de bombas y secuestros. Nunca más tibios, ni indiferentes, ni especuladores, ni oportunistas cuando estén en juego las instituciones. Nunca más desapariciones forzadas, ni torturas, ni violaciones, ni hijos separados de sus madres, ni compatriotas obligados a exiliarse. ¡Nunca más! ¡Viva la democracia! ¡Viva la libertad!». Estas palabras que Gustavo Toledo publicó el miércoles 27 en su perfil de Facebook constituyen una muy acertada síntesis de las enseñanzas que debe dejarnos la evocación de un nuevo aniversario del golpe de estado de 1973.

Un facilismo muy uruguayo es el de diluir las responsabilidades de aquella debacle, argumentando que todos fuimos culpables, por acción u omisión. Eso no es cierto. Toledo enumera con precisión quirúrgica quiénes deben hacerse cargo de los padecimientos de esa década larga de dictadura. Con una claridad que irrita a los que se autodenominan de izquierda, aun a los más moderados, equipara en indignidad a los epígonos de Latorre y el Che, al penal de Libertad y la cárcel del pueblo, porque ambas son las caras de una misma moneda.

No fue un país polarizado. Fue una democracia ejemplar que, al primer atisbo de crisis económica, fue acosada por un grupúsculo radicalizado —los tupamaros—, de nulo arraigo popular, despreciable peón de una estrategia revolucionaria global.

El resto lo perpetró la respuesta de los militares, quienes con un mesianismo paralelo al de los tupamaros, colaboraron con ellos en la difamación de la democracia representativa y la libertad. Y en el medio, no faltaron los civiles funcionales a uno y otro bando, que priorizaron intereses espurios a la defensa de la democracia mancillada.

Eran tiempos de intolerancia, trágicamente parecida a la que ahora exudan las redes sociales.

Si bien entonces había menos acceso a la información y eso facilitaba la distorsión de la verdad al impulso del «boca a boca», hoy la multiplicidad de fuentes genera una desinformación similar, porque cualquiera miente descaradamente sobre cualquier cosa.

Y como en aquel entonces, los uruguayos parecemos incapaces de prever lo que puede pasar si seguimos empantanados en la intolerancia e incapacidad de gestión. Por otra parte, se sabe que la simpatía por los golpistas no solo provino del presidente y sus colaboradores más cercanos, sino también de muchos dirigentes e intelectuales del Frente Amplio de entonces, con la honrosa excepción de Carlos Quijano. En esos ambientes se estilaba hablar con desprecio de las «libertades formales» de la «democracia burguesa», comandada por una «rosca» de la «oligarquía».

Cuando arreció la represión política del régimen, muchos aprendieron a valorar esos atributos que habían denostado, pero era demasiado tarde. La aplanadora pasó por encima de algunos de los que la pusieron en marcha, pero sobre todo de muchos que cayeron por el solo delito de pensar distinto.

Cuarenta y cinco años después, hay que saber interpretar el pasado, para develar las claves del presente,

Pero interpretarlo en serio. No como lo hacen esos manuales escolares que comparan al sistema comunista con la sociedad perfecta de los Pitufos, como si el primero no hubiera generado cien millones de muertos a lo largo del siglo XX. No con textos de historia que repiten aún hoy la tontería de las libertades formales y de los gobiernos oligárquicos de los partidos fundacionales. Tampoco con la mentira descarada del expresidente Mujica, cuando reafirmó hace unos días que los tupamaros lucharon contra la dictadura, porque según él, eso era lo que había en el país antes del 73.

Sería deseable que cada 27 de junio nos diera la oportunidad de reflexionar y debatir sobre la sociedad abierta y sus enemigos, como Karl Popper titula su excelente libro. Y que algún día sea impensable que un gobierno democrático defienda a los Castro, Maduro y Ortega. Tal vez así aprendamos a cerrar las puertas del infierno para siempre.

El País


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