¿Qué tal si…? – Por Gustavo Esteva

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¿Y si el ánimo dominante en esta elección fuese “Qué tal si…”?

Como en otras partes del mundo, es la elección del descontento: la gente rechaza el estado de cosas, partidos, candidatos, el régimen dominante y el propio procedimiento electoral. ¿Qué papel jugará este descontento el próximo 1º de julio?

Todo parece girar en torno al voto duro. Hasta El Bronco tiene el suyo, aunque sea pequeñito. La expresión alude a un grupo de personas que tienen la convicción, el compromiso o la obligación de votar por determinado partido o candidato. Cierto número de personas tienen la convicción ideológica o política de que deben votar y hacerlo por un candidato o un partido determinados, bajo cualquier circunstancia; ningún hecho o rumor podrá alterar su convicción de voto. Otras personas comprometieron su voto y el de sus cercanos con alguna persona o grupo. Finalmente, están quienes se ven obligados a votar de determinada manera. Todo eso forma el voto duro.

El PRI anda desatado. Todos sus aparatos de coacción están trabajando a marchas forzadas. Además de la compra de votos, usan la amenaza, el soborno, el chantaje y hasta el servicio, como el de ofrecer vehículos que transportarán votantes a una casilla lejana. Sin embargo, estamos a 15 días y todo ese aparato, con máximas presiones, no logra sacar a su candidato del tercer lugar. Llega tarde a muchas partes, porque el PRD, el PAN y otros partidos aprendieron ya todas esas mañas y trampas que eran especialidad del PRI y ahora le arrebatan el voto duro.

Cuando el presidente del PRI, con lenguaje de apostador, advierte que estructura mata encuesta o sus voceros subrayan que la única encuesta válida es la del 1º de julio no piensan tanto en la reconstrucción de su voto duro, con el que han perdido tantas elecciones. Piensan en el fraude que preparan como último recurso: si su estructura no logra levantar el voto duro podrá al menos implementar el fraude.

Sin embargo, el PRI tampoco puede ya operar un fraude tan grande como el que instaló a Salinas. Tiene que operar en el margen. Por eso necesita que su candidato llegue al segundo lugar y muy cerca del primero, para poder aducir lo que ya están diciendo: caballo que alcanza gana. Utilizan todos los recursos a su alcance para achicar a Anaya. Hasta ellos, empero, empiezan a preguntarse: ¿Qué tal si no lo logramos? ¿Qué tal si…? Encuentran que AMLO capitalizó el descontento y se le formó un voto duro que parece invencible.

Hace un año muchos empresarios empezaron su campaña contra AMLO, confiados en que lograrían otra vez hacerlo a un lado. Quienes forman el Consejo Mexicano de Negocios se lanzaron a fondo contra él, a menudo con golpes bajos y mentirosos. Algunos empresarios persistirán en esas campañas hasta el día 1º, presionando a sus empleados. Pero otros muchos se han puesto a pensar. ¿Qué tal si…? ¿Y si todo nos falla? Empezaron a trabajar el plan B, que no sólo implica acercamientos, negociaciones y presiones, a fin de obtener de AMLO compromisos de los que no pueda luego echarse atrás. Preparan también lo que harán a partir del 2 de julio para atarle las manos y no dejarlo ni respirar. Algo semejante, por cierto, empieza a sentirse desde Washington.

Anaya parece haber llegado al tope de un peculiar voto duro, que en las primeras semanas le hizo abrigar ilusiones de que se iba para arriba. Pero quedó estancado. Tras los ataques feroces del PRI, puede haber empezado su caída.

Un grupo muy amplio de personas y grupos están reflexionando sobre lo que significaría que las cosas sigan como van, que AMLO gane y que el sistema tenga que reconocerlo. Algunos se preparan al acomodo y sueñan ya en las posiciones que ocuparán. Se reproducen rápidamente chapulines. ¿Qué tal si eso ocurre? Muchos temen que se produciría inmensa desmovilización: millones de personas alimentarían la falsa ilusión de que sus problemas quedarían pronto resueltos. Es preciso prepararse para poder reaccionar en ese caso.

¿Y qué tal si las cosas siguen como van y operan un gigantesco fraude? ¿Qué tal si así despiertan al tigre? Esta vez, piensan algunos, AMLO no se iría a su rancho ni se conformaría con el Paseo de la Reforma, pero tampoco podría controlar o dirigir lo que sería acaso un estallido caótico de descontentos acumulados, ­desatado por ese cierre espectacular de los caminos de una transición ­convencional.

¿Qué significará, en esa perspectiva que unos temen y otros anhelan, el trabajo paciente, sencillo y discreto que se ha estado realizando en la base social? Es un momento de peligro, en cualquiera de las opciones abiertas. ¿Qué tal si quienes hace tiempo dejaron de confiar en el procedimiento electoral y en los cambios de arriba, quienes no creen que el 1º de julio se esté definiendo una auténtica posibilidad de cambio, qué tal si ellos se están preparando para dar otro cauce, desde abajo, a las fuerzas del descontento? ¿Qué tal si…?

La Jornada

 

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