Cuba: aquí no hay coronas para reyes – Por Julio Antonio Fernández Estrada
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
La resistencia es una de las banderas del discurso estatal cubano desde el comienzo de la agresividad norteamericana contra el gobierno revolucionario, instaurado en 1959.
El bloqueo estadounidense al gobierno y pueblo cubanos, que es jurídicamente distinto a un embargo, ha creado, más que un trastorno económico, uno de tipo político, porque ha enrarecido el ambiente de creatividad y revolución del Estado y la sociedad civil para trastocarlo en otro de vigilancia y guardia en alto, que no es casi nunca propicio para la mejor política.
Apenas en 1964, Ernesto Che Guevara contestaba a una periodista norteamericana sobre el bloqueo recién estrenado y su respuesta enseñaba un camino que no se ha seguido después por la propaganda política oficial. El Che decía que el bloqueo nos obligaría a hacer las cosas bien por nosotros mismos, y nos dejaría sin opciones que no fueran las de trabajar mejor.
A casi sesenta años de cerco comercial y financiero el Estado cubano prefiere comenzar las justificaciones por su incapacidad productiva con el sambenito del bloqueo, que todos sabemos que es real, pero que también sabemos superable, como el mismo Estado cubano ha demostrado en algunas de sus funciones y servicios sociales destacados.
El bloqueo, el terrorismo, las campañas de desinformación sobre Cuba, que el Estado y la sociedad cubana han sufrido desde 1959, y las agresiones de todo tipo que conocemos bien, nos llevaron por un callejón ideológico que hasta ahora no ha tenido salida: la plaza sitiada.
La fortaleza asediada enardece los ánimos patrióticos, nacionalistas, extremistas, el dogmatismo y el culto a la personalidad, y en ella, además, no se comprenden las disidencias, las críticas, la desunión y las reuniones informales.
Todo es traición en la plaza sitiada, la verdadera conspiración de un general hereje, el intento de un artista de tocar la trompeta en otro paraje con mejor acústica, la huida de un atleta que quiere pertenecer a un club célebre que le pagará mucho más, el libelo de un periodista que piensa que la democracia cabe también detrás de las almenas amenazadas; un nuevo gremio, una nueva asociación, una idea demasiado fresca, un ave migratoria con olor a extranjera ostentosa, una revista en otro idioma, un anuncio de un alimento que no existe entre los muros asediados, un peinado a la usanza de otra villa donde la gente debe ser frívola, un ritmo musical que no hemos inventado nosotros mismos.
Por todo esto hemos pasado con mayor o menor intensidad dentro de esta, nuestra vieja plaza sitiada. Dentro de estas murallas se erradicaron las fiestas populares que festejaban fechas de santos católicos, se abolió la fritura de carita y la de bacalao, y se extinguieron oficios, de seguro burgueses como los de encargado de edificios y bedeles de escuelas. Hemos tenido que pelear en el campo de batalla para que nos dejen poner arbolitos de Navidad y para que el Día de Reyes no sea una ofensa a la patria.
Hemos resistido dentro del asedio, cuando nadie apostaba un centavo por Cuba, sobre todo después de 1991, pero cuando hemos tenido la posibilidad de abrir ventanales y de construir vidrieras para que la luz entre con más fuerza en nuestros corredores, no lo hemos hecho.
Se aprende a vivir también en la plaza sitiada, existe una escuela de la resistencia, que enseña temple, la frugalidad de algunos para que otros vivan mejor, la valentía de los que se arriesgan por cuidar las murallas, la solidaridad entre nosotros, los bloqueados por todos los bloqueos.
Se aprende también que pensar tiene un costo, que se debe asentir para conservar la paz y el empleo, para que no te tachen de contrarrevolucionario o apátrida.
En todos estos años, los jefes de la plaza no han entendido que los que se quieren ir del asedio, no es porque quieran pasarse a otro ejército, o al menos no en todos los casos, sino porque no soportan más vivir sin saber cuándo terminará la vida dura.
Los que hemos decidido permanecer en la plaza sitiada sabemos que aquí la patria es lo mismo que el castillo, que cualquier caballero del Estado es tan importante como toda la historia, que no hay más que un partido donde militar, aunque dentro de los muros haya miles de ideas encontradas.
La resistencia tensa los músculos y los conceptos, deja sin lubricantes a la burocracia, nadie se prepara para discutir en armonía sino para pelear en un ring de boxeo. ¿Para qué haría falta ser un dirigente culto, prudente, comprensivo, instruido y humano, si lo que lo hace exitoso es estar callado, cumplir órdenes, no llamar la atención, no parecer un sabiondo, no proponer nada nuevo y aparentar ser simple sin exageraciones?
En la plaza sitiada no se resuelven muchos problemas porque el orden y el equilibrio dependen de que todo se mantenga igual, porque ya hemos aprendido a estar así, o eso es lo que piensan los que mandan e interpretan por nosotros, los que debemos seguir hacia adelante.
El bloqueo nos ha puesto en este lugar, la agresividad nos ha puesto en esta situación: el mejor ambiente para la cultura de la guerra, de la disciplina, de la virilidad, de la unidad y de la incondicionalidad.
Pero los muros son tan altos y tan sólidos que hace tiempo que no vemos que tal vez dependamos más de nosotros mismos que lo que imaginamos. Los enemigos existen, algunos ansían adueñarse de todo lo que queda de bueno dentro de este archipiélago, pero nada mejor que un pueblo libre para impedirlo, y nada más propicio para entregar un país y una cultura, que un pueblo que le dé la espalda a la política.
No conservaremos esta plaza solo de resistencia en resistencia, de alarido de guerra en alarido de guerra, de consigna en consigna, de marcha en marcha, celebrando el pasado sin querer mirar al futuro.
Hay que producir política, esta es tan importante como la papa, alimenta y salva de la misma manera, sin ella no hay presente ni futuro, y no puede ser exclusividad del Estado, ni propiedad del gobierno. La política no tiene dueños, si alguien se queda con toda ella la hace inservible e inviable, porque esta depende de la controversia, de la lucha por el poder, de la emulación de capacidades para adelantar un país.
Dentro de la plaza sitiada es imprescindible la democracia, el cuento que nos hicieron era un fraude, la única forma de resistir la vida que pende de un hilo, es bajo el convencimiento de que todos somos parte del proyecto, de que contarán con nosotros para cada movilización de nuestro sacrificio. Es falso que dentro del asedio toda disidencia es traición, porque hay una verdad que no puede ser superada por un lema coyuntural: esta plaza estará sitiada, pero es una república, y en ella la política es de todos, aquí no hay coronas para reyes.