Lo que dejaron los Juegos Olímpicos
Río parece una ciudad apocalíptica un año después de los Juegos Olímpicos
Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro en 2016 estuvieron condenados desde el inicio. Algunos ilusos pensaron que quizás, solo quizás, los políticos de Brasil cumplirían sus promesas de que los juegos elevarían la ciudad a un nuevo nivel de prosperidad y turismo. Pero un año después la realidad es todo lo contrario.
Reportes están llegando desde Río de Janeiro a medida que se cumple el primer año de las Olimpiadas, y vaya que son tétricos. Hace un par de semanas el gobierno de Brasil desplegó 8.500 soldados en la ciudad para que combatieran las bandas de crimen organizado que son cada vez más violentas. Rodrigo Maja, vocero del congreso brasileño, recientemente dijo a la prensa que han “perdido por completo el control de la seguridad pública en Río”.
Esto es exactamente lo que se supone no sucedería. Cuando se aproximaban las Olimpiadas los oficiales de seguridad de la ciudad aplicaron una nueva política llamada “pacificación”, en un intento de controlar la tensión que existe entre las bandas criminales y la policía. Ahora parece que en realidad la estrategia no hizo más que empeorar las cosas, dado que el número de muertes durante las redadas policiales se ha duplicado durante los últimos cuatro años. Los residentes de las favela dicen que durante todo lo que va del año 2017 han escuchado disparos cada día.
Y eso es solo el principio. Se suponía las mejoras realizadas para los Juegos Olímpicos, incluyendo al construcción de varios estadios deportivos de clase mundial, se convertirían en instalaciones para el uso público. Pero eso no sucedió. ESPN acaba de publicar un reportaje acerca de las promesas rotas de Brasil un año después de los juegos, y los detalles son francamente perturbadores:
Mientras que 15 de los 27 lugares han sido sede de algún tipo de evento desde las Olimpiadas, muchos otros se encuentran abandonados. Su deterioro es un recordatorio constante de los que estaba destinado a ser. Incluso el mítico estadio de fútbol Maracaná ha sido vandalizado, y se quedó sin energía eléctrica después de acumular una factura de nada menos que 950.000 dólares.
Y esto no hace más que empeorar:
El Parque Olímpico de Deodoro, aclamado por los políticos de Brasil y por el comité olímpico nacional como una forma de mejorar uno de los barrios más pobres de Río, ha sido cerrado. La piscina de las competencias de canoas que se suponía estaría disponible para la comunidad fue cerrada en diciembre y todavía no hay señales de que vaya a abrir de nuevo.
La corte federal de auditoría de Brasil reportó la semana pasad que otra piscina abandonada, que se encuentra en el centro acuático de Deodoro, se encuentra cubierta en insectos, lodo y heces. Un elevador que se utilizaba para llevar a los fanáticos sobre una carretera muy concurrida ahora no lleva a ningún lugar.
El nuevo alcalde de Río, Marcelo Crivella, ha desechado los planes de convertir la arena de balonmano en cuatro escuelas públicas. Y las 31 torres que componían la villa residencial de los atletas, que se suponía serían convertidas en residencias de lujo, se encuentran completamente vacías.
Aunque es difícil identificar una razón en específico del fallo de Río en el cumplimiento de sus promesas en relación a las Olimpiadas, lo más sencillo es culpar a los políticos. Durante los días en los que se desarrollaban las Olimpiadas también se desenvolvía el mayor escándalo de sobornos gubernamentales en la historia de Brasil. El país se encontraba en medio de una investigación por el descubrimiento de una operación conocida como “lavado de coches”, lo que llevó al encarcelamiento de muchos políticos. Incluso el expresidente Lula Inacio da Silva terminó siendo condenado a nueve años y medio de cárcel por haber sido sobornado por miles de millones de dólares. Sí, miles de millones.
Esto es solo una muestra de los problemas post-olímpicos de Brasil. La historia de ESPN se adentra más en los detalles acerca de cómo los atletas brasileños, a quienes les prometieron fama y fortuna después de ganar medallas, ahora han perdido sus patrocinios e ingresos.
Todos vimos venir esto. Meses antes de que los Juegos Olímpicos comenzaran en Río parecía que estaban condenados por la corrupción, los escándalos, el crimen, las heces y el Zika. Una vez comenzaron, todo parecía ir mal, incluyendo la villa de los atletas que fue descrita como “inhabitable”, además de la suspensión de las competiciones de nado porque la piscina de repente se convirtió en un pozo verde de lodo.
Después de seis meses las instalaciones olímpicas de Río ya habían comenzado a decaer. Es algo trágico saber que ahora las cosas están peor aún, y es aún más trágico y deprimente saber que es muy probable que sigan empeorando.
Luego de que la flama se apagó
Felipe Wu abre la puerta y se disculpa por el desorden. En el piso junto a él se encuentra una maleta atestada de ropa. Un poco más lejos, cajas llenas con pistolas y municiones ocupan peldaños de la escalera. Hay calzado en la cocina. Cajas en la sala de estar. Un agujero en la pared, donde estaba el acondicionador de aire. Es un hogar presa del desorden. Una familia que se está por mudar.
La modesta casa de 80 metros cuadrados se encuentra en una estrecha calle en el elegante vecindario Itaim Bibi de Sao Paulo, la enorme capital económica de Brasil. Su modesta existencia contrasta notablemente con los elevados, opulentos edificios que ocupan algunos de los solares más ricos de la ciudad. Pero en unas pocas semanas, Wu habrá dejado de llamar hogar a este lugar. El pequeño patio donde se entrenó para ganar la primera medalla olímpica de tiro para Brasil desde 1920 pronto se transformará en un lugar de construcción. El estrecho corredor en el patio lateral donde colgaba sus blancos y perseguía su sueño olímpico durante 12 años, se encontrará con su destino final: una pala mecánica.
La casa de Wu y las de otros habitantes de la cuadra serán demolidas, para ser rápidamente reemplazadas por un par de torres llenas de lujosos condominios, opulentos hogares que uno podría pensar que sería un premio adecuado para quien obtuvo una de las 19 medallas olímpicas que los brasileños ganaron en Río hace un año. Pero el éxito no ha contribuido a mejorar la forma de vida de Wu. En cierto modo, los Juegos Olímpicos la han hecho peor.
«Lo que estoy viviendo ahora no lo hubiera imaginado ni en mis peores pesadillas», dice Wu, de 25 años de edad, que subió al podio luego de la prueba de tiro con pistola de aire comprimido a 10 metros. «Después de haber logrado un buen resultado, tuve algo de esperanza. Pero nunca se materializó. Es triste.
«Perdimos la oportunidad de transformar los deportes en Brasil. De hacer crecer a todos los deportes a un nivel profesional. Y de hacer que los niños se involucraran con los deportes. Para construir a los próximos campeones. Es todo tan decepcionante».
Se suponía que los Juegos Olímpicos de Río en 2016 serían el segundo de los impactos que anunciarían la irrupción de Brasil como una potencia mundial a través de su dominio en los deportes. Pero de diversas maneras, sucedió lo opuesto. Coincidiendo con un vergonzoso escándalo de corrupción política y la mayor crisis económica de la historia de Brasil, la organización de la Copa del Mundo de 2014 y los Juegos de 2016 han dado como resultado una tormenta perfecta de promesas incumplidas.
Mientras 15 de las 27 sedes originales han sido usadas para algún tipo de evento después de los Juegos, otras están en gran medida abandonadas, por lo que su deterioro y falta de mantenimiento son un constante recordatorio de lo que deberían haber sido. A principios de este mes, un incendio provocado por una linterna volante afectó al techo del velódromo de Río y causó daños significativos a la pista de pino siberiano.
El Parque Deodoro, muy elogiado por los políticos brasileños y los organizadores de los Juegos como una manera de mejorar uno de los vecindarios más pobres de Río, está cerrado. La piscina comunitaria, que se suponía iba a ser el resultado de la conversión de la pista de canoa slalom, se cerró en diciembre y todavía no se ha vuelto a abrir. Un elevador que una vez se usó para levantar a los fanáticos por sobre una carretera de mucho tránsito ahora conduce a la nada.
A dieciséis kilómetros de allí, en el Parque Olímpico, las cosas no están mucho mejor. La ciudad organizó licitaciones para que compañías privadas administren el parque, pero ninguna hizo ofertas, dejándole la tarea al Ministerio de Deportes de Brasil. Solo el mantenimiento del parque le costará este año al gobierno aproximadamente US$ 14 millones. El nuevo intendente de Río, Marcelo Crivella, ha descartado los planes de convertir al estadio de balonmano en cuatro escuelas públicas. Y las 31 torres que integraban la villa olímpica de los atletas, que estaban destinadas a ser transformadas en condominios de lujo, se encuentran desocupadas en su mayoría. Incluso algunas de las medallas otorgadas a los atletas se han manchado o rajado, lo que hizo que más del 10 por ciento de ellas fueran devueltas a Brasil para ser reparadas. Los funcionarios del comité organizador de Río culpan a los atletas de haberlas maltratado.
Básicamente: casi un año después de que los Juegos se clausuraron, el comité organizador de Río 2016 todavía debe US$ 40 millones a los acreedores. Bloomberg informó en abril que el Comité Organizador de Río intentaba pagarles a los acreedores con acondicionadores de aire, unidades de energía portátiles y conductores eléctricos. En julio, el comité organizador le solicitó al Comité Olímpico Internacional ayuda para pagar su deuda; el COI se la negó.
También fallaron las promesas de que los Juegos Olímpicos modernizarían a Río y harían que sus calles fueran más seguras y las favelas más limpias. Según el Instituto de Seguridad Pública de Brasil, los robos callejeros han aumentado un 48 por ciento y los asesinatos un 21 por ciento, las tasas más altas desde 2009. En los primeros tres meses de 2017, los delitos violentos aumentaron un 26 por ciento comparados con el mismo período de 2016. El estado de Río todavía paga con atraso, cuando los paga, los salarios de sus maestros, trabajadores de hospitales, policía y otros empleados públicos. Muchas favelas todavía carecen de agua corriente o de una adecuada eliminación de aguas servidas. «La promesa de que los Juegos Olímpicos dejarían el legado de una ciudad segura para todas las personas, no fue cumplida», escribió Amnesty International en su informe de septiembre de 2016 después de Río. «En cambio, persiste un legado de violaciones de los derechos humanos».
Durante gran parte de la conmoción que siguió a los Juegos de Río, los atletas brasileños no han sido tenidos en cuenta. No solo aquellos que, como Wu, han logrado el máximo nivel de éxito, sino también la generación siguiente. Los auspiciantes han suspendido sus aportes. Los entrenadores de élite han dejado el país. Los centros de entrenamiento se han cerrado. Y los atletas se preguntan cómo podrán seguir siendo capaces de competir, e incluso si podrán competir.
EN DICIEMBRE DE 2009, dos meses después de que el COI otorgara a Río los Juegos de 2016, el presidente brasileño Luiz Inacio Lula da Silva llegó caminando a la celebración de los Premios Olímpicos del país con dos horas de atraso. Vistiendo la misma corbata azul con rayas blancas, verdes y amarillas que usó aquel día memorable en Copenhague, recibió con orgullo la distinción de Personalidad Olímpica del Año por el papel que desempeñó al ayudar a llevar los primeros Juegos Olímpicos a América del Sur.
Era un cambio absoluto con respecto a dos años antes, cuando el público presente abucheó a Lula en el estadio de Maracaná durante las Ceremonias de Apertura de los Juegos Panamericanos. Ahora, su popularidad estaba por las nubes. Esa noche, optó por no leer el texto preparado por sus asesores y, en cambio, se elogió a sí mismo durante 28 minutos y prometió «los Juegos Olímpicos más organizados del mundo». Él dijo que los Juegos tenían el poder de sacar a un niño de la favela y cambiar su vida para siempre.
Nada de eso podría hacerse, dijo Lula, sin la ayuda de la comunidad de negocios – no firmando contratos de auspicio con los atletas exitosos, sino ayudando a financiar la estructura deportiva de Brasil. Es así como ellos podrían convertir a ese niño con problemas en un campeón olímpico. El público rugió de entusiasmo.
En los meses y años que siguieron, la proclamación de Lula fue respaldada con lo que pareció ser un interminable caudal de apoyo financiero, ya que el gobierno de Brasil invirtió aproximadamente US$ 4.000 millones en el deporte brasileño. El dinero continuó fluyendo cuando Lula cumplió su mandato y fue reemplazado por Dilma Rousseff, y los aportes representaron más del 90 por ciento del presupuesto deportivo total. Fue una intensa carrera para adquirir medallas olímpicas, tratando de producir la mayor cantidad de atletas de nivel mundial como fuera posible antes de Río. Wu fue uno de los muchos atletas brasileños que se beneficiaron con las inversiones. Él había practicado solo hasta 2015, cuando la federación de tiro contrató a un prestigioso entrenador internacional. Su rendimiento mejoró notablemente. Ganó una medalla de oro en los Juegos Panamericanos de 2015 y un par de títulos de Copa del Mundo como prólogo de su obtención de una medalla olímpica en Río.
Pero no pasó mucho tiempo antes que el grifo se cerrara. La «Operación Lava Jato», que comenzó como una investigación por lavado de dinero en una gasolinera de la capital de Brasilia, explotó para convertirse en uno de los escándalos por sobornos más grandes del mundo.
Más de 100 funcionarios de gobierno de alto nivel serían investigados o imputados, incluyendo al mismo Lula, que el mes pasado vio cómo le embargaban sus bienes y era sentenciado a 9,5 años de prisión. Si bien se espera que presente una apelación, la investigación continúa, y hasta ahora los investigadores han descubierto US$ 5.000 millones en sobornos. El ex gobernador del estado de Rio de Janeiro, Sergio Cabral, ha sido arrestado bajo la sospecha de haber recibido millones en sobornos. Y los funcionarios también están investigando al ex intendente de Río Eduardo Paes bajo la sospecha de que él también aceptó al menos US$ 5 millones en pagos para los proyectos de construcción olímpicos.
“Soñé con la medalla olímpica desde que tenía 13 años de edad. Pensé que cambiaría mi vida, o al menos que sería más fácil. Nada ha cambiado, al contrario, perdí y mucho”
– POLIANA OKIMOTO, NADADORA DE AGUAS ABIERTAS, QUIEN GANÓ BRONCE EN RÍO
De la mano de decrecientes ingresos por el petróleo, la falta de confianza del pueblo en el gobierno llevó a Brasil a su peor recesión de la historia. Diez días después de las Ceremonias de Cierre, Rousseff fue sometida a juicio político, culpada de ser la mayor responsable de la crisis del país. Ningún segmento del gobierno quedó fuera del escándalo, incluyendo los líderes deportivos. Coaracy Nunes Filho, el presidente de la Federación de Deportes Acuáticos, y dos de sus directores, fueron arrestados y acusados de haberse apropiado de US$ 13 millones de fondos, tanto para su propio beneficio como para otorgar contratos favorables a sus asociados.
Advirtiendo que esto podía ser indicio de un problema mayor, el Tribunal de Contas da União (TCU), una agencia que supervisa el uso de fondos públicos, lanzó una investigación en 10 entidades deportivas, incluyendo al Comité Olímpico Brasileño. Se comprobó que nueve de esas diez entidades habían usado indebidamente los fondos públicos. La única organización que no lo hizo fue: la Confederación Brasileña de Deportes para los Discapacitados Visuales.
«En nuestras auditorías, comprobamos que la situación era muy grave y que se corría el riesgo de perder dinero y el legado que se había construido en los últimos años», dijo el secretario del TCU, Ismar Barbosa, a ESPN.
Los atletas que habían podido acceder a múltiples oportunidades en el tramo anterior a Río, estaban ahora en medio de una pesadilla, algunos con medallas olímpicas colgadas en sus cuellos. Wu, nieto de inmigrantes chinos, es un ejemplo. Después de Río, el contrato de su entrenador colombiano no fue renovado y ha vuelto a practicar por su cuenta. Este año, no ha podido llegar a la final de ninguna Copa del Mundo y está preocupado porque le pueda suceder lo mismo en los Campeonatos Mundiales que se realizarán este mes.
Todavía conserva el único auspiciante que tenía antes de Río: Rifle, la compañía brasileña que le suministra sus municiones. Pero no hay nada nuevo. Él vive de los US$ 1.000 mensuales que recibe del Ejército brasileño por representarlo en las competiciones de las fuerzas armadas y un estipendio mensual de US$ 4.800 del gobierno, este último lo recibe por ser un medallista olímpico. Sus quejas se refieren menos al dinero que a la falta de estabilidad del gobierno, del Comité Olímpico Brasileño y de su propia federación. Ha reducido su programa de viajes y competiciones y concentrado su atención en una entidad que le puede dar un futuro mucho más estable: la universidad. En la Universidad Federal de ABC, Wu está estudiando ingeniería aeroespacial.
A menudo, él es reconocido en las calles, las personas lo paran en los aeropuertos o supermercados para felicitarlo y tomarse una fotografía con la medalla. Pero la mayoría no tiene idea de qué deporte practica; simplemente reconocen su cara como una de las historias de éxito brasileñas de los Juegos Olímpicos de Río. Las ocasionales «selfies» con sus admiradores no son suficientes para compensar su frustración.
«Desde que tenía 12 años de edad quería ganar una medalla olímpica, pero nunca me permití pensar en lo que sería ganarla realmente», dijo. «Si me hubiera imaginado algo, estaría todavía más decepcionado».
CUANDO RICARDO CINTRA se levanta en medio de la noche para tomar un poco de agua, todavía se asombra. A lo largo del oscuro camino hacia la cocina, él puede ver la medalla olímpica colgando de la pared de la sala de estar y sacude su cabeza sin poderlo creer.
«Yo miro y pienso, ‘Caramba. Es verdad. Poliana lo hizo'», dice.
Cintra es uno de los pocos entrenadores del mundo que tiene el privilegio de tener una medalla olímpica en su hogar. Eso se debe a que es el entrenador y el marido de la nadadora de aguas abiertas Poliana Okimoto, que ganó una medalla de bronce en Río. Okimoto había terminado cuarta en la carrera de 10 kilómetros, pero la descalificación de Aurelie Muller, que había llegado en segundo lugar, por haber impedido a otra nadadora en la llegada, promovió a Okimoto al bronce y la convirtió en la primera nadadora brasileña en ganar una medalla olímpica.
Okimoto tenía un plan para ganar en el período previo a los Juegos Olímpicos de Río. Durante cuatro años, ella pudo pagar a un equipo de profesionales para que la ayudaran. Consiguió que un fisioterapeuta, un preparador físico, un psicólogo y un masajista estuvieran a su servicio para ayudarla a conseguir su objetivo. Parte de los gastos fueron pagados gracias a un aporte mensual de US$ 4.100 que ella recibía de su patrocinador, el Servicio Postal Brasileño.
Pero, igual que Wu, la vida competitiva de Okimoto está llena de confusión. Con cada brazada, ella siente los efectos de la crisis financiera y del escándalo de corrupción.
En septiembre, su contrato de auspicio finalizó y no fue renovado. Ahora, ella le paga a su equipo usando los US$ 1,000 que recibe del Ejército, su propio estipendio mensual del gobierno de US$ 4,800 y dinero que recibe del equipo de su club, Unisanta. (Por razones contractuales, el club no revelará la compensación de Poliana). Ella todavía entrena en la misma piscina de 25 metros del Club Esperia en Sao Paulo, donde ella y su marido pagan aproximadamente US$ 160 por mes para ser miembros. No hay un equipo competitivo en el club, lo que significa que es perfectamente normal para Okimoto entrenar en una piscina mientras mujeres mayores toman clases de aerobismo acuático en otra.
Para entrenar en Unisanta, que está ubicado en Santos, una ciudad costera a unos 70 km de Sao Paulo, Okimoto debería mudarse y compartir la piscina con su mayor rival, Ana Marcela Cunha. Es una situación que ninguna de las dos deseaba. Este verano, Poliana no logró incorporarse al equipo brasileño que participó en los campeonatos mundiales, mientras que Cunha ganó el oro en los 25 Km y el bronce en las distancias de 5,000 y 10,000 metros.
«Yo soñé con una medalla olímpica desde que tenía 13 años», dijo Okimoto. «Pensé que cambiaría mi vida, o al menos que mi vida sería más fácil. Nada ha cambiado. Por el contrario, he perdido. Muchísimo.»
Ella todavía conserva el recuerdo de estar parada en ese podio hace un año. A través de las lágrimas de ese momento, ella veía como cientos de fanáticos vivaban su nombre y hacían ondear las banderas brasileñas. Pero hoy en día, tiene un dejo de amargura. En el torneo del Trofeo María Lenk, la primera competición nacional que se realizó después de los Juegos Olímpicos de Río, Cintra pidió a los organizadores que anunciaran que había una medallista olímpica en la piscina.
«Era una oportunidad de recordar a los jóvenes que allí estaba una medallista, que deberíamos valorar los logros de esta deportista brasileña», dijo. «Cuando asistimos a competiciones en los EE. UU., dejan todo de lado para anunciar que hay un medallista en las gradas. Todos aplauden».
Él hizo una pausa, pensando en todo lo que había ocurrido en el último año y agregó, «¿Cómo puedo motivar a Poliana a seguir entrenando hasta Tokio 2020 si el único resultado es ser decepcionado?»
Es una pregunta justa. Tal vez, ningún segmento del deporte brasileño haya sido más impactado por la crisis posterior a los Juegos Olímpicos que el de los deportes acuáticos. Durante 26 años, el Servicio Postal Brasileño patrocinó a toda la federación de deportes acuáticos de Brasil. Pero después de Río, esa inversión fue reducida drásticamente en un 70 por ciento, de US$ 5.2 millones a US$ 1.7 millones por año.
A comienzos de este año Carlos Arthur Nuzman, presidente del Comité Olímpico Brasileño, admitió que la inversión económica en el deporte brasileño ha retrocedido a la cifra del año 2000, nueve años antes de que se le otorgaran a Brasil los Juegos Olímpicos 2016.
El Servicio Postal predice que cerrará el año 2017 con una pérdida operativa de US$ 400 millones. El sindicato de trabajadores postales quería cortar totalmente el apoyo al deporte, pero se logró disuadirlos.
«Si fuera por ellos, nosotros no hubiéramos otorgado ningún monto de apoyo», dijo a ESPN Guilherme Campos, presidente del Servicio Postal Brasileño. «No se trata del rendimiento de los deportistas, esto es por nuestra situación económica. Lo que influyó para que no anuláramos completamente el apoyo fue nuestro historial de 26 años patrocinando a los deportes acuáticos brasileños».
A los Campeonatos del mundo de Budapest del mes pasado, Brasil asistió con un equipo de apenas 16 nadadores, el más pequeño desde 2007. Sin embargo, fue el doble de los competidores que Brasil pensaba que podría financiar inicialmente.
Y si bien los deportistas de EE. UU. no reciben fondos directamente del gobierno, la mayoría de los deportistas brasileños no podrían costear sus gastos sin los estipendios de su gobierno. Aunque las dificultades del gobierno brasileño comenzaron mucho antes de los Juegos Olímpicos de Río, el aporte de fondos continuó durante los Juegos. Hoy, es un tema totalmente político, ya que es el único dinero que llega directamente a los deportistas.
«A fines de 2014, después de la Copa del Mundo de fútbol, el país ya estaba quebrándose», dijo Okimoto. «Si los Juegos Olímpicos no se hubieran realizado en Brasil, nuestro sueño hubiera terminado directamente en ese momento. Las inversiones se hubieran interrumpido. Pero no se detuvieron. Sin embargo, cuando todo terminó, nadie tenía un plan. Nadie sabía qué hacer en esta nueva realidad».
Leonardo Carneiro Monteiro Picciani, el Ministro de Deportes de Brasil, refuta la idea de que no había un plan. Según investigaciones llevadas a cabo por el Ministerio de Deportes, más del 70 por ciento de los brasileños está de acuerdo en que debe haber inversión pública en el deporte – pero la misma debe ser administrada correctamente, sin corrupción alguna.
«No creo que Brasil haya fallado en los Juegos Olímpicos de Río 2016» dice. «La base del deporte brasileño se planteó en términos de infraestructura y condiciones para que los deportistas entrenen. Pero la gobernanza debe mejorarse. Tenemos que gastar menos dinero y tener menos burocracia y menos problemas administrativos y, en cambio, tener más deportistas en más competiciones».
RAFAELA SILVA TODAVÍA tiene problemas para salir de su casa a caminar a lo largo de una de las famosas playas de Río, o incluso para ir al centro comercial. Un año después de haber ganado la primera medalla dorada para Brasil en Río, esta joven de 25 años no se ha acostumbrado a la atención que la acompaña desde su victoria en judo, en la categoría de 57 kilogramos.
Los crueles mensajes racistas que recibió después de que una decepcionante actuación en Londres 2012 casi la hiciera dejar el deporte, han sido reemplazados por palabras de aliento y elogios. Sus seguidores en redes sociales han saltado de 10,000 a 300.000. Ella se entrena en el Instituto Reação, una organización sin fines de lucro que promueve el desarrollo humano y la inclusión social a través de los deportes. Ella es una de las niñas que más se benefició por el proyecto y ha obtenido el apoyo de Nike, un principal patrocinador. Aunque ella no revela a cuánto asciende el auspicio de Nike, ella y el propietario del Instituto, el ex medallista olímpico Flavio Canto, cobran US$ 10.000 para hablar juntos.
Ella sabe que su realidad no es la norma. «En Brasil, solo la medalla dorada es realmente apreciada», dice Silva. «Los deportistas que ganaron medallas plateadas, de bronce o que no ganaron ninguna medalla tienen muchos más problemas. Son ellos en los que hay que pensar».
De las 19 medallas que Brasil ganó en Río, solo siete de ellas fueron doradas, incluyendo las de los equipos masculinos de fútbol y de voleibol, deportes con muchos seguidores en Brasil.
«Antes de los Juegos Olímpicos, la crisis ya era importante, pero los Juegos contribuyeron a que la gente se olvidara de ello por dos semanas», dijo Silva. «Después, los deortistas querían celebrar sus logros, pero el país se despertaba en medio de más y más escándalos. Los medios rápidamente se enfocaron en los problemas políticos, en la crisis económica, y los deportistas perdieron auspiciantes y atención del público. Han sido olvidados».
Antes de los Juegos, Silva y sus compañeros del equipo de judo tomaron la decisión de que dividirían en partes iguales el premio ofrecido a los medallistas olímpicos por la Confederación de Judo, una cantidad que sumó un total de US$ 166,000 por su única medalla dorada y dos de bronce. En lugar de embolsar al menos US$ 55,000, Rafaela se llevó a casa alrededor de US$ 11,000.
«Desde luego que me hubiera gustado recibir más dinero por la medalla, pero pensamos que sería más justo dividirla entre todos», dijo ella. «Todos peleamos por lo mismo. Este dinero ayudó a los que no tenían auspiciantes».
La ayuda fue necesaria después que el reemplazante de Rousseff, Michel Temer, suspendiera ciertos programas de estipendios por seis meses – bloqueando los pagos a medallistas de campeonatos nacionales, continentales y mundiales, mientras que dejó intactos los estipendios de medallistas olímpicos. Se supone que se reiniciará en agosto, lo que significa que en el mejor de los casos, los deportistas comenzarán a recibir nuevamente sus fondos en diciembre. A Silva le preocupa el impacto que esto puede tener en el deporte brasileño con miras a la preparación para Tokio.
«Todos van a querer un buen rendimiento en 2020, pero los deportes ya no son una prioridad. Comprendemos que el gobierno ha tenido que reducir la inversión. ¿Cómo se puede justificar el gasto millonario en deportes cuando no tenemos hospitales?», dijo ella.
LA CEREMONIA DE APERTURA en el famoso estadio Maracaná de Brasil fue la más vista en la historia de los Olímpicos. Más de 2.5 billones de personas vieron alrededor del mundo a los 11,000 deportistas que compitieron en Río marchando en el estadio, a los cuales se le entregaba un tubo con tierra y una semilla de un árbol nativo de Brasil. Los deportistas luego colocaban los tubos en torres de espejos en el terreno del estadio. Los organizadores olímpicos denominaron a esto «Semillas de esperanza», explicando que cuando las semillas germinaran y produjeran plántulas, estas serían plantadas como parte de un Bosque de los Atletas en el vecindario de Deodoro, en Río.
Pero, apenas un año más tarde, no hay mejor ejemplo del legado de los Juegos de Río. Las plántulas ahora se encuentran en macetas bajo una tienda negra en una granja a 100 kilómetros de Río. Marcelo de Carvalho Silva, el director de Biovert, la compañía responsable de las plántulas, dice que no ha tenido noticias de los organizadores de los Juegos Olímpicos desde hace meses. No tiene idea de cuáles son los planes para las plántulas, pero las sigue cuidando de manera gratuita, sabiendo lo que significaría para su compañía, y para el país, que algo les ocurriera.
El plan era que el comité organizador preparara una especie de ceremonia de primer aniversario en agosto o septiembre, con la asistencia de deportistas de renombre, celebridades y voluntarios para celebrar esta pieza ambiental positiva del legado olímpico de Brasil. Pero nada ha sido planeado hasta ahora. Silva dice que si agosto o septiembre hubieran sido las fechas objetivo, él hubiera necesitado comenzar a preparar la tierra en abril.
«Todavía no hay garantías de que se dispondrá de los recursos financieros necesarios para esto», dice. «No sé si esto va a ocurrir».
El comité organizador insiste en que tiene el presupuesto para plantar las plántulas de manera adecuada. Y el TCU vigila atentamente para asegurarse de que las promesas hechas se cumplan. Y el dinero se gasta sabiamente. Pero en definitiva, ese es el problema en Brasil. ¿Cómo se invierte en deportes cuando todo lo demás se desmorona? ¿Cómo se paga para plantar un bosque cuando no se puede pagar a la policía?
«El legado de los Juegos es prácticamente indetectable», dice la profesora de la Universidad de Sao Paulo y analista olímpica desde hace tiempo, Katia Rubio. «En otra época o en otro país, los Juegos podrían haber sido diferentes, pero no aquí y ahora. Hemos subido por esa rampa inicial de montaña rusa y luego afrontamos esa enorme caída, pero, al final, no había nada más. Fue un gran impulso que, en definitiva, nos llevó a la nada»
Va a ocurrir, dicen. Hay que esperar. Las sedes se van a usar. Las escuelas se van a construir. Los centros de Entrenamiento Olímpico se van a terminar. Y las plántulas se van a plantar.
Pero los brasileños son suficientemente inteligentes como para creer eso.