Venezuela: cuatro dilemas de una crisis inducida – Por Gerardo Szalkowicz

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Por Gerardo Szalkowicz*

Una triada de actores ha logrado, como nunca antes, instalar en todo el mundo una imagen distorsionada de la realidad venezolana, o al menos de las razones de lo que allí ocurre. Un manipulado sentido común que fue impuesto por: a) la gran prensa cartelizada; b) el poder político que comanda la ofensiva, principalmente EEUU y sus gobiernos súbditos; y c) la creciente diáspora venezolana, de amplia mayoría antichavista.

La primera tarea de cualquier diagnóstico que se pretenda honesto pasa entonces por perforar el cerco desinformativo, desmontar el linchamiento mediático y las falsas matrices de la “crisis humanitaria” y “la dictadura”. El otro reparo es evitar caer en el relato negacionista, tendencia repetida en la estrategia comunicacional oficial.

Venezuela se ha convertido, en este siglo, en el centro de gravedad regional, en la ficha estratégica de la disputa continental. Por tener la principal reserva petrolera mundial y por ser escenario del proceso que más se animó a transformar. Pero, ¿qué es lo que realmente está pasando hoy? ¿Cuál es la dimensión real de la crisis? ¿Quiénes son sus responsables y sus objetivos de fondo? ¿Cómo se explica que, aun ante el deterioro de las condiciones de vida, el chavismo siga triunfando en el terreno político? ¿Qué harán los sectores opositores que decidieron abandonar la vía electoral? Si no es por los votos, ¿cómo? ¿Cuál es el rumbo económico que está tomando el gobierno? ¿Cómo se están canalizando las contradicciones y tensiones al interior del proceso? ¿Hasta cuándo el pueblo venezolano podrá aguantar esta guerra no convencional que le montaron?

Sin pretensiones de responder este torbellino de interrogantes, van algunas percepciones -nacidas al calor de conversas, caminatas y escuchas en tierras venezolanas- que intentan aportar pistas al análisis y desafíos de una revolución que está herida pero no acabada.

Dilema 1: el éxito de la “guarimba” económica

«La campaña de presión está funcionando. Las sanciones financieras que hemos impuesto al Gobierno venezolano lo han obligado a comenzar a caer en default (…) Y lo que estamos viendo es un colapso económico total en Venezuela. Entonces nuestra política funciona, nuestra estrategia funciona»(1). El sincericidio de Francisco Palmieri, subsecretario para el Hemisferio Occidental del Departamento de Estado de EEUU, despeja cualquier duda.

Ya ni el propio gobierno norteamericano disimula el plan de desestabilización que hay detrás del bloqueo financiero. Si las políticas de Obama estaban más enfocadas en lo político-simbólico, la administración Trump comandó acciones que afectan de lleno el financiamiento del Estado Venezolano, limitando su capacidad de obtener divisas, recibir pagos y negociar préstamos.

El sabotaje a la economía ha logrado caotizar todos los ámbitos de la vida cotidiana. Así como antes fue el desabastecimiento de productos básicos, hoy el principal flanco de ataque es la hiperinflación inducida, la disparada descontrolada de precios que vuelve casi simbólico cualquier salario formal. La manipulación del dólar paralelo -un dólar fantasioso, disparatado, un dólar político operado desde Cúcuta- es la ficha clave de este boicot económico, que obliga a la población a salir en busca de divisas para poder sobrevivir. El otro drama cotidiano es la escasez de efectivo, apropiado por las mafias que operan en la frontera colombiana. Las consecuencias son graves: éxodo masivo de los trabajos formales y del país en general, complicaciones de salud por la falta de o por los precios de las medicinas, masificación del “rebusque”, la reventa, la usura y el contrabando. Por supuesto que hay experiencias admirables de respuestas colectivas, de producción local, de salidas comunitarias, pero prima la tendencia a la resolución individual. El peligro del “sálvese quien pueda”.

Este golpe por asfixia, este asedio financiero internacional, es una realidad fáctica. Su objetivo es claro: desmoralizar, alimentar el descontento, quebrar el vínculo entre pueblo y gobierno, demostrar que el socialismo es inviable, el desgaste paulatino hasta lograr el colapso económico, social, moral, psicológico. Descomponer la sociedad hasta volver al país invivible para justificar la intervención extranjera.

Ahora bien, ¿son los EEUU y la burguesía importadora los únicos responsables? No. Hay sectores dentro del propio gobierno que forman parte de la trama. Por acción u omisión. Por complicidad o ineficacia. Con mucha lucidez, hace poco Maduro calificó a la corrupción como el principal enemigo del proceso; la detención de los principales responsables del defalco de PDVSA fue una buena señal, aunque pareciera insuficiente ante la magnitud del problema.

Atacar estas debilidades propias y estabilizar la economía -o al menos mostrar un plan claro para hacerlo más allá de la buena jugada de la criptomoneda Petro-, es una necesidad vital para que siga habiendo futuro. Es la madre de todas las batallas. En la guerra económica se juega el destino de la revolución: por ahora se resiste a punta de conciencia, pero a la larga, como decía Napoleón, «un ejército se mueve por su estómago».

Dilema 2: mantener el gobierno, legitimar el poder político

Hace pocos menos de un año, durante el intento insurreccional opositor, se le contaban las horas al gobierno y se anunciaba la muerte del chavismo. Pero la apuesta de la Asamblea Constituyente logró neutralizar el golpe y reencauzar la disputa al terreno democrático. Mientras el montaje mediático internacional invertía los roles e instalaba la tesis del gobierno represor, el pueblo venezolano -incluso la base social opositora- reprobaba la escalada de violencia callejera, que llegó al salvajismo de quemar personas vivas por parecer chavistas.

Contra todos los pronósticos, el gobierno impuso la paz social y recuperó la iniciativa política. Y con ese empujón, arrasó en octubre en las elecciones a gobernadores y en diciembre en las de alcaldes. La derecha entró en una fase de implosión, rupturas, deslegitimación de sus dirigentes y desconcierto estratégico.

En este escenario se llega a las presidenciales del 20 de mayo, en las que Maduro parece caminar hacia la reelección aunque las miradas también estarán puestas en el porcentaje de votos que obtenga y en el nivel de abstención. Enfrente estará Henri Falcón, quien “saltó la talanquera” y se fue del chavismo para sumarse a la MUD en 2010, cuya candidatura es apoyada por su partido Avanzada Progresista, el MAS y el tradicional democristiano Copei.

Pero la gran incógnita es cuál será la estrategia de la gran mayoría opositora que desistió de participar ante una probable derrota. Se sabe que la toma de sus decisiones es dirigida desde Washington, por lo que el desconocimiento de la realidad venezolana y la incomprensión del proceso bolivariano los llevó a fracasar una y mil veces. ¿Volverán a intentar por la vía insurreccional-paramilitar? ¿Quedará todo en manos del plan de ocupación foránea?

Dilema 3: el peligro de una intervención extranjera

Ante la incapacidad de la oposición local, el frente internacional se convirtió en la carta principal para abortar la experiencia bolivariana. Cada vez de forma más evidente y agresiva, el curso de las acciones contra Venezuela se define fuera de sus fronteras, especialmente al norte del Río Bravo. Entre las múltiples tácticas combinadas, gana peso la idea de una intervención estadounidense de características inciertas, quizá tercerizada, a partir de los ejercicios conjuntos con los ejércitos de Colombia, Brasil y Perú, el mayor despliegue de fuerzas paramilitares, las giras de altos funcionarios de EEUU y la creación del Grupo de Lima que ahora busca excluir a Venezuela de la Cumbre de las Américas.

El desconocimiento de los gobiernos de derecha al próximo mandato de Maduro irá en esa línea. Satanización mediática, bloqueo económico, aislamiento diplomático: un combo de tácticas simultáneas para preparar el terreno y avanzar hacia el asalto final, por la fuerza, con la excusa de la “intervención humanitaria”.

Ana Esther Ceceña, economista mexicana experta en geopolítica, explica: “Es muy importante entender que las guerras son menos bélicas, tiene cada vez más otras características. No se prevé que va a ser de una manera específica, sino de muchas posibles (…) Venezuela es el punto estratégico y mayor desafío que tienen en el continente. Lo están trabajando con políticas de largo, mediano y corto plazo, no solamente porque quieren controlar Venezuela, sino porque quieren controlar el continente” (2).

Dilema 4: el horizonte estratégico

El chavismo siempre tuvo la madurez de cerrar filas ante cada coyuntura de mayor asecho imperial. Como contrapartida, suelen ser pocos los momentos propicios para poner en primer plano las contradicciones internas, las críticas, los desvíos de rumbo que va tomando la conducción del proceso. Se nota un claro malestar en el chavismo popular por ciertas medidas económicas, la permanencia de la corrupción y el desinterés por la construcción comunal. Parecieran estar ganando la pulseada los sectores reformistas. Un desafío importante será entonces revertir esa correlación de fuerzas internas para retomar el horizonte estratégico planteado por Chávez, resumido en la idea-fuerza de “Comuna o nada”.

El pueblo venezolano está dando una inmensa lección de conciencia política, resistiendo heroicamente una cotidianeidad insoportable y entendiendo que, aun en las peores condiciones, sólo con un gobierno chavista habrá chances de mantener viva la idea de construir el socialismo bolivariano.

1-https://www.infobae.com/politica/2018/01/29/estados-unidos-y-la-argentina-reforzaran-la-presion-regional-contra-venezuela/

2-http://www.15yultimo.com/2018/03/14/como-funciona-esta-guerra-en-la-que-estamos-inmersos/

(*) Periodista. Editor de Nodal. Colabora en diversos medios como Tiempo Argentino, TeleSUR, Rebelión, ALAI y otros. Conduce el programa radial “Al sur del Río Bravo” por Radionauta FM. Coordinador, junto a Pablo Solana, del libro “América Latina. Huellas y retos del ciclo progresista”.

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