Colombia señala el camino – Por El Nacional, Venezuela
Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.
De acuerdo con las informaciones y los análisis difundidos por las agencias internacionales de noticias, las elecciones celebradas el domingo en Colombia sorprendieron a más de uno y le llevaron la contraria a las encuestadoras que auguraban resultados que, finalmente, se quedaron en simples deseos.
Pero a pesar de esas sorpresas que no estaban en la agenda hay que reconocer como el gran ganador de la jornada comicial al ex presidente Álvaro Uribe, quien, pasando por encima de una de las más grandes campañas de desprestigio lanzadas en los últimos tiempos en Colombia, logró derrotar a todos sus oponentes e imponer su propia agenda presidencial, que desarrollará en el transcurso de los próximos años.
No podía ser de otra manera porque Colombia puede estar muy dividida pero no por ello deja de reconocer que el ex presidente Uribe, con su coraje y su habilidad política, logró imponer una estrategia de lucha a largo plazo que arrinconó a las narcoguerrillas de las FARC, las redujo a escenarios que no le eran precisamente propicios y luego las descabezó con ataques quirúrgicamente precisos que terminaron por romper la unidad de mando y, desde luego, sembrando el temor y la desesperanza entre quienes hasta ese momento se creían dueños de la victoria.
No hay duda de que gran parte de ese éxito tuvo como elemento fundamental la especial relación de respaldo y respeto de Uribe con el Alto Mando Militar. Lo que luego sucedería era una causa lógica e inevitable de un ejército que pasa a la ofensiva y luego ofrece una salida a los derrotados. Era evidente que el próximo paso hacia el fin de la violencia no podía salir de las manos de Uribe sino de quien fue su ministro de Defensa, Juan Manuel Santos, hoy presidente de la República. Ahora debería iniciarse el largo proceso de acercamiento y reconciliación entre los dos líderes.
Sin embargo, no debe dejarse a un lado el hecho cierto de que otros participantes en los comicios del domingo 11 de marzo recibieron lo suyo y no precisamente como ellos esperaban. A las narcoguerrillas les ha caído encima un balde de agua fría y deja con los calzones en el suelo a sus dirigentes más “prestigiosos”.
La votación que lograron recolectar entre la masa (si es que existe) de sus seguidores no fue solo miserable sino bochornosa, pues deja en evidencia que carecen electoralmente de una columna vertebral y que, por si hacía falta, la misma espiral de la violencia los fue desnudando como un aparato armado construido para atacar, destruir y medrar en el comercio internacional de las drogas. Bastaría con comparar los votos recogidos con los kilos de cocaína que traficaban. No era una guerrilla para pobres.
Resulta por demás evidente que las demás comparsas que pretendían presumir de sus “fuerzas populares” no lo lograron. Se nota que Petro, luego de su fracaso en Bogotá, tropieza con cualquier piedra en la calle, y que necesita de unos esforzados asesores si no quiere seguir dando lástima. Sigue como un ciego en el desierto deseando atinar algo con su bastón y apelando a la suerte por un camino que lo enderece.
En Venezuela Petro tiene sus viudas, lo lloran y también se rasgan las vestiduras por las FARC. A lo mejor invirtieron su dinerito apostando a los derrotados.