Las variables de la desigualdad – Por Justina Lee

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El estancamiento de las economías en la región en los últimos años afecta de forma desigual a su población: son las mujeres y las y los niños quienes tienen menos acceso a los recursos y representan las principales víctimas de la pobreza en América Latina y El Caribe. En este contexto, es urgente observar las políticas económicas de los países para poder revertir esta situación: no hay forma de enfrentar la pobreza en la región si no se tienen en cuenta las brechas de género que atraviesan todas las clases sociales.

La desigual distribución del ingreso en la región viene reduciéndose desde principios de este siglo, debido a que hubo un aumento progresivo de los ingresos en los sectores más bajos de la población. Sin embargo, el ritmo se ha desacelerado los últimos dos años, y dentro de ese panorama son las mujeres y las y los niños quienes se encuentran en mayor vulnerabilidad por enfrentar las peores condiciones. En América Latina, en el 2016 la pobreza llegó a alcanzar el 30,7% de su población, y la cifra no ha mejorado en el 2017.

Un nuevo informe emitido por ONU Mujeres revela que las mujeres enfrentan cifras mayores de pobreza y de pobreza extrema que los varones. De acuerdo a los últimos datos registrados, por cada 100 varones viviendo en pobreza extrema en la región, hay 132 mujeres en similar situación; dato que evidencia la falta de independencia económica y vulnerabilidad de las mujeres. A esta situación se le suma que el 78,1% de las mujeres latinoamericanas ocupadas lo hacen en sectores de baja productividad, lo que implica peores remuneraciones. A la vez, son ellas quienes tienen menor acceso a la tierra, los créditos y la tecnología de la información y las comunicaciones. Por otro lado, según la CEPAL, la tasa de actividad femenina en el sector productivo se ha estancado en los últimos 10 años, siendo hoy del 51%.

Esta situación lleva a que las mujeres tengan poca o nula independencia económica lo que pone en evidencia la violencia económica que sufren. Como sostienen Magalí Brosio y Candelaria Botto de Economía Femini(s)ta, podemos definir la violencia económica como “todas aquellas prácticas que impactan negativamente y afectan la subsistencia económica de una persona”. Si pensamos este concepto dentro de un sistema patriarcal, y por lo tanto, en un contexto en donde la violencia de género atraviesa todas las clases sociales, podemos decir que la mayoría de las mujeres son víctimas de violencia económica ya que participan de un sistema que les impide tener las mismas oportunidades que sus pares varones, dejándolas en una situación de mayor vulnerabilidad.

Una variable importante que evidencia esta desigualdad económica es la brecha salarial de género. El último informe de la OIT nos revela que en Latinoamérica se registra en promedio una brecha del 15% frente al 23% mundial. Sin embargo, hay que tener en cuenta que las cifras varían considerablemente dentro de la región: en Sudamérica, la brecha salarial es especialmente más alta que en Centroamérica, alcanzando un promedio del 23,4%.

Otra de las variables fundamentales para entender la desigualdad de género a nivel regional, es el tiempo destinado que dedican las mujeres, en comparación a los varones, a las tareas domésticas no remuneradas. De acuerdo con las Encuestas del Uso del Tiempo realizadas en la región, las mujeres tienen una carga total de trabajo doméstico no remunerado sistemáticamente mayor a la de los varones. Las cifras indican que el trabajo no remunerado está asignado casi exclusivamente a las mujeres. El tiempo que le dedican las mujeres al sector reproductivo, imprescindible para sostener el sistema productivo, reduce el tiempo que pueden dedicarle al trabajo remunerado y, por ende, a su desarrollo personal y profesional. Si miramos las cuentas satélites que estiman el valor que tiene el trabajo doméstico no remunerado dentro del PBI, las cifras revelan que representan aproximadamente un 20% de la riqueza.

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Todos estos datos evidencian los obstáculos que tienen las mujeres a la hora de tener independencia económica y de desarrollarse tanto académica como profesionalmente. El acceso y el control limitado de activos económicos que garanticen su autonomía, las pone en una situación de vulnerabilidad y dependencia que puede empeorar en entornos de hogares violentos ya que las mujeres no cuentan con los recursos suficientes como para salir de esa situación. En este sentido, en donde la violencia económica se potencia y complementa con la violencia física y psicológica, las mujeres en la región se encuentran en una situación de extrema inseguridad. Según informes de la CEPAL y Amnistía Internacional, en promedio al menos 12 latinoamericanas y caribeñas son asesinadas cada día por el solo hecho de ser mujeres.

De cara al Paro Internacional de Mujeres, es importante poder visibilizar la desigualdad que sufren las mujeres en la esfera económica ya que la misma está directamente relacionada con las otras formas de violencia machista. No podemos combatir la pobreza sin perspectiva de género, y mucho menos podemos combatir la violencia de género, sin perspectiva económica.


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