Produzcan sin nosotras – Por Lucía Cholakian Herrera

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El llamamiento al Paro Internacional de Mujeres este 8 de marzo está profundamente marcado por la impronta de los feminismos latinoamericanos. En un contexto de avanzada neoliberal, retracción de políticas públicas que aseguren derechos civiles y económicos básicos -entre los cuales, por si es novedad, se encuentran los derechos de las mujeres- y recrudecimiento de las violencias; las mujeres latinoamericanas hacen frente no solo a la feminización de la pobreza sino también a la continuidad de distintas violencias fundadas en su condición de género.

“Si nuestra vida no vale nada, produzcan sin nosotras” fue la consigna del primer paro de mujeres en Argentina, en octubre 2016, tras el femicidio de Lucía Pérez, adolescente marplatense. La consigna nace de la intersección del reconocimiento de las mujeres como sujetos políticos, como trabajadoras, ¡como seres vivos!, y alza una misma proclama: ante el avance de las violencias, organización y lucha.

Desde la persecución ejercida al colectivo de periodistas en México hasta la represión de los pueblos mapuches en el sur chileno y argentino, la sistematización de las violencias afecta sobre todo a la población de mujeres, lesbianas, travestis y trans; que suman a las violencias estructurales de su sociedad las opresiones por ser mujeres o disidentes. De acuerdo con la información oficial proporcionada hasta el momento por los países, en 2016 un total de 1.831 mujeres de 16 países de la región fueron víctimas de femicidio. Nuestra región continúa siendo la más peligrosa para las mujeres en términos de violencias, y lamentablemente, estas cifras aumentan cada año en la mayoría de los países estudiados. Incluso en Argentina, un país movilizado masivamente bajo la consigna #NiUnaMenos, las estadísticas no han disminuído en los últimos dos años.

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Que el Paro Internacional de Mujeres sea convocado en el Día Internacional de la Mujer como medida de lucha no es casual. Son las mujeres quienes se encuentran en una situación de mayor vulnerabilidad y precarización en el mercado laboral. Sin ir más lejos, informes demuestran que el 78,1% de las mujeres ocupadas lo hacen en cargos de menor rango o jerarquía que varones, lo cual implica peores salarios. Y a su vez, la brecha salarial de género en América Latina se mantiene en un 15%. Hay una relación directa entre la opresión de las mujeres en los espacios de trabajo con la relegación histórica de la mujer al espacio privado o doméstico, en contraposición a la adjudicación del espacio público como propiedad al varón. Al día de hoy, las mujeres no sólo molestan cuando están organizadas y salen a las calles, sino que continúan siendo un estorbo dentro del mismo mercado laboral que las oprime doblemente: prueba de esto es que incluso en países con altas tasas de sindicalización, aún no se permite la participación de trabajadoras en las mesas chicas y en los actos públicos.

Las mujeres que salen a las calles el 8 de marzo en todo el mundo disputan no solamente a sus propios cuerpos como territorios -un territorio libre de violencias y en vías de emancipación- sino también al espacio público como lugar del que se las ha excluido o en el que se las ha llamado a silencio desde tiempos inmemoriales. En un contexto de dispersión de los movimientos sociales producto de nuevas formas de subjetivación neoliberales, las mujeres emergen como el sujeto político de estos tiempos: todas juntas, todas libres.


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