Juan Manuel Santos, presidente de Colombia: “Nadie aguó la fiesta, las Farc ya no existen”

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Por Cecilia Orozco Tascón

El presidente de la República contesta preguntas incómodas sobre la polarización que generó el Acuerdo de Paz, su baja popularidad, el poder de la oposición, el resultado económico y otros temas calientes. Lanzó pullas a quienes lo precedieron en la Casa de Nariño y, hablando de la soledad del final, contestó fríamente que “esa es la política”.

La negociación y el Acuerdo de Paz con las Farc constituyen materia prima en el balance de gestión de sus dos gobiernos ¿Por qué, pareciendo obvio que es mejor la paz que la guerra, no se logró unanimidad y, por el contrario, fue fuente de mayor polarización?

Un conflicto que dura más de 50 años, que ha sido tan duro y tan degradado como el colombiano, deja muchas heridas difíciles de sanar. Pusimos fin al conflicto. Eso fue difícil. Pero, sin duda, será un reto aún mayor la construcción de la paz y la reconciliación. Eso puede tardar años. Y mire lo curioso: lo mismo le pasó a Mandela en Suráfrica; a Rabin, en Israel cuando negoció la paz con Arafat, y sucedió en Irlanda del Norte.

Rabin fue asesinado por un israelí opuesto a la paz con los palestinos y el líder de éstos, Arafat, que hacía igual intento, murió envenenado. ¿Ha considerado que su insistencia en el Acuerdo le podría costar lo mismo que a ellos cuando ya no sea jefe de Estado?

Se me ha pasado por la cabeza y muchos me lo han dicho, pero no me quita el sueño.

¿Vivirá algún tiempo en el exterior?

No. Sin embargo, me imagino que me va a tocar viajar mucho.

¿El uribismo le aguó la “fiesta” de la paz? ¿Es tan dominante esa corriente política y tan débil la que lo acompañó a usted?

Usted me quiere poner a pelear con Uribe. Esa oposición tan dura de la extrema derecha siempre se presenta en procesos como este. Es normal. Y le diría que, incluso, muchas veces me estimuló a perseverar, a seguir adelante. Nadie aguó la fiesta: las Farc ya no existen.

Usted pertenece a familia de periodistas y estuvo vinculado a “El Tiempo” muchos años. ¿Por qué cree que la estrategia de comunicaciones de sus gobiernos no funcionó sobre todo en cuanto al Acuerdo de Paz? O, ¿fue mejor la “táctica del miedo” que usaron sus opositores?

Seguramente cometimos errores en la comunicación. Las emociones, en particular las negativas, también desempeñaron un papel. Ese es un fenómeno mundial y no es nuevo pero se ha exacerbado con las redes sociales. Los debates promovidos desde el lado emocional perjudican a las sociedades. Sin duda, se ha querido fomentar el sentimiento del miedo porque facilita la manipulación de los electores. Yo citaría, aquí, a Franklyn D. Roosevelt, cuando en circunstancias diferentes pero aplicables a nuestro caso, dijo “a lo único que hay que tenerle miedo es al miedo mismo”.

¿Imaginó que la campaña electoral del posconflicto iba a estar marcada por la agresividad de unos sectores contra otros? La polarización política está volviéndose peligrosa…

Coincido con usted en que el ambiente está muy polarizado. Le confieso que esa es una de mis frustraciones: no haber podido tender los puentes para evitarla. Pero como dije, es un fenómeno mundial el hecho de que las emociones les estén ganando la pelea a los argumentos. Y las emociones estimulan la polarización. Voy a hacer todo lo posible para que estas elecciones se desarrollen en total tranquilidad. Hago un llamado a todos los dirigentes políticos a que les digan a sus seguidores que debe imperar el respeto porque sólo así podemos fortalecer nuestra democracia.

En concreto, ¿qué opina de la agresividad con que reciben ciertos grupos a los exdirigentes de las Farc en actos que al parecer no son tan espontáneos?

Entiendo la molestia de muchas personas cuando ven a las Farc haciendo política, pero para eso se hizo el proceso de paz: cambio de las balas por los discursos. Y hay que respetar las reglas del juego.

Ante tantas dificultades, pleitos, obstáculos y divisiones, ¿se arrepiente de haberse enfrentado al expresidente Uribe en lugar de tenerlo de su lado?

Créame que en estos siete años y medio nunca he sido yo quien inició los ataques. Lo contrario: he hecho todos los esfuerzos, aunque infructuosos, para tender puentes. Lamento que él haya considerado que nombrar a personas del calibre de Juan Camilo Restrepo, Germán Vargas o Rafael Pardo fuera una traición. No lo era. Fueron todos grandes ministros.

Creo que no sólo fue por eso, pero, con razón o sin razón, el expresidente los había graduado de enemigos a ellos, de tiempo atrás. Siendo usted el candidato que Uribe apoyó en 2010, ¿por qué los nombró, entonces?

Primero, porque el presidente era yo y no Uribe. Y, segundo, porque fue un paso para generar gobernabilidad. Así logramos aprobar grandes leyes y grandes reformas que hacen de este gobierno uno de los más reformistas en la historia reciente del país.

Cuando usted hacía campaña con el expresidente para las elecciones, ¿calculaba que iba a hacer lo contrario de lo que él esperaba? Los uribistas usan el verbo “traicionar”…

Mire la paradoja: el gobierno pasado quiso negociar la paz y me tildan de traidor por haberlo logrado. Quiso tener buenas relaciones con los vecinos y me atacan por haberlo hecho. No hice todo lo contrario: como ministro de Defensa y luego como presidente le di los golpes más contundentes a la guerrilla, condición necesaria para que llegaran a la mesa. En mi gobierno dimos de baja al número 1 y al número 2 de las Farc, y a 34 de sus comandantes.

Pero después se sentó con ellos que era, justo, lo que Uribe no aceptaba. Si pudiera regresar la película al 7 de agosto de 2010, ¿volvería a hacer lo mismo en cuanto al Acuerdo de Paz?

En términos generales, volvería a hacer lo mismo, pero siempre hay cosas que podrían haberse hecho mejor. Por ejemplo, negociar secuencialmente, es decir, punto por punto y no pasar al próximo hasta no terminar el anterior, pudo haber sido un error. Si los hubiéramos discutido de manera simultánea, nos habríamos ahorrado mucho tiempo y no se hubiera cruzado la implementación con las elecciones ¡Ah! Y, de pronto, no hubiera insistido en que se hiciera el plebiscito.

Eso fue curioso. Mucha gente se pregunta por qué usted se empeñó en la realización de un plebiscito que no era exigible por ley ni por Constitución. ¿Se equivocó por falta de realismo político?

Prometí a los colombianos que sometería el Acuerdo de Paz a su veredicto. Cumplí esa promesa. No me imaginé -como casi nadie lo hizo- que el resultado fuera negativo. Aprendí la lección. Aprendí, por ejemplo, que en los plebiscitos y los referendos muchas veces la gente no vota por la pregunta sino por otras razones. Frente al resultado, aplicamos lo que trato de hacer siempre: encontrar una oportunidad en las dificultades. Al invitar a los voceros del No a incorporar el 95 % de sus sugerencias, logramos un nuevo acuerdo, un mejor acuerdo.

… Que ellos no reconocen… Dicen que usted les puso “conejo”.

Ellos fueron moviendo la portería y los más radicales nunca quisieron que se llegara a un entendimiento. Estuvieron en palacio y tuvimos muchísimas reuniones. Marta Lucía Ramírez y Pastrana le dijeron a su contraparte que la mayoría de sus preocupaciones habían sido resueltas. Al final fue Uribe quien no aceptó la participación en política de las Farc. Por eso afirman que les pusieron conejo cuando fue al contrario.

Muchos de sus opositores han dicho que usted se centró en el acuerdo de paz porque, en sus cálculos iniciales estaba el propósito de conseguir el Nobel ¿Cuándo empezó a pensar que se lo ganaría?

No trabajé por la paz con la pretensión de ganar ningún premio ¡Que ridiculez! También me han dicho que compré el premio. Al Nobel, el premio más importante del mundo, uno no se postula. Fui el primer sorprendido cuando me llamaron ese viernes en la madrugada. Y como lo he dicho muchas veces, fue un honor que recibí a nombre de las víctimas y del país.

Para serle franca, algunos analistas opinan que usted permitió o “puso” en cargos claves del Estado a los peores enemigos de su propósito central: la paz. Le nombro a tres aunque hay más: Alejandro Ordóñez, en la Procuraduría; Néstor Humberto Martínez, en la Fiscalía, y el magistrado Carlos Bernal, en la Corte Constitucional, todos con agendas derechistas o ultraderechistas. ¿Por qué incurrió en esas contradicciones?

A Ordóñez no lo postulé, y resultó un pésimo procurador. A Néstor Humberto Martínez y a Carlos Bernal los incluí en las ternas porque tenían una extraordinaria hoja de vida. La Corte Suprema eligió al primero y el Senado, al segundo. Ambos están haciendo una gran labor así yo no esté de acuerdo con algunas de sus decisiones.

Cambiando de escenario: dos procesos judiciales podrían involucrar a sus grupos de funcionarios, sus gobiernos y a usted mismo: el de Odebrecht y los aportes de esta multinacional a las campañas de 2014; y el que acaba de empezar la Corte Suprema por la denominada “mermelada” oficial a varias decenas de congresistas. ¿Le preocupa la evolución que puedan tener esos casos?

Lo que siempre he contestado es que la justicia debe actuar con toda contundencia, y si encuentra algún caso de corrupción, que sea implacable. En cuanto a Odebrecht, en mi gobierno le fue mal. De 15 licitaciones en las que participó no se ganó sino una, con amplia competencia, y la obra se hizo sin problemas. Pero si se comprueba que alguien de mi gobierno recibió algún soborno, que se vaya derecho para la cárcel. Respecto de la financiación de mi campaña, también le repito que las instrucciones fueron precisas y tajantes: no recibir un solo peso de ningún privado, financiar todo con los recursos de la reposición y actuar con absoluta pulcritud. Así lo manifestaron los responsables ante las autoridades. Ahí están las cuentas. Espero que las investigaciones den pronto sus resultados.

Y, de la “mermelada”, ¿qué dice?

Esa es una expresión que se acuñó cuando se hizo la reforma a las regalías y cuyo propósito era permitirles a muchos departamentos que no recibían recursos provenientes de estas, que pudieran hacerlo. Ha sido la gran reforma de la equidad entre regiones y la fuente de miles de proyectos en los municipios más pobres que antes no recibían ni un peso. Respecto de los cupos indicativos, recuerde que la propia Corte Constitucional dijo que los parlamentarios tenían derecho a sugerir proyectos en sus regiones porque eso es de la esencia de su trabajo. Haga el inventario. Nunca antes un gobierno había invertido tanto ni realizado tantas obras. Ahora, si alguien se robó un peso, que también vaya a la cárcel.

No intento hacer un debate sobre clientelismo, pero todos conocemos el esquema con que trabajan Ejecutivo y Legislativo en todos los gobiernos: intercambio de favores, para ponerlo en versión corta. ¿Combatió usted el clientelismo o por aquello de la “gobernabilidad” convivió con ese fenómeno?

Mire, Cecilia, ese no es un “fenómeno”, como usted lo llama, de Colombia. Para lograr las mayorías que requería, la señora May, en Inglaterra, les dio una suma exorbitante a los conservadores de Irlanda del Norte con el fin de que ellos hicieran gestión en sus regiones. Así funciona en Europa y también en Estados Unidos.

Pensando en lo que le espera, me parece que usted podría enfrentar algo similar a lo que su antecesor debió sentir en 2010, parecido a lo que está sucediéndole a Rafael Correa con el presidente Lenin Moreno, de Ecuador. ¿Qué haría en ese caso?

Lo he dicho múltiples veces y lo reiteré en mi carta del jueves: no voy a interferir el gobierno de mi sucesor. Si me requiere, ahí estaré listo a ayudarlo. Pero, fundamentalmente, no creo en el caudillismo y no quiero perpetuarme en el poder. Trataré de ser un expresidente como Belisario Betancur, sin duda nuestro mejor expresidente.

Caray, señor presidente: acaba de lanzar dos indirectas, una para Uribe y la otra para el resto de los expresidentes, entiéndase Pastrana, Gaviria y Samper… ¿Así de aburrido lo tienen?

(Risas) Les regalé a todos ellos un libro sobre los expresidentes de Estados Unidos para que conocieran las reglas de juego que le hacen la vida más fácil al gobernante de turno. Infortunadamente no se leyeron el libro… O no quisieron aplicarlo.

Para nadie es un secreto que los presidentes se van quedando sin apoyo. A usted lo “abandonaron”, según lo que ellos mismos han declarado, el expresidente César Gaviria, Germán Vargas Lleras, Juan Carlos Pinzón, congresistas que se la pasaban en palacio. ¿Hoy se siente solo?

Esa es la política.

Muy escueta esa respuesta…

Sí. La política es muy ingrata.

Una corriente de izquierda respetable y nada alocada, afirma que Santos y Uribe son lo mismo. ¿Qué opina?

He sido siempre de la tercera vía, o sea el extremo centro. Ahí caben el centro izquierda y el centro derecha, pero no los extremos que tanto daño hacen. Déjeme reiterarle un punto que comparto con muchos colombianos: reducir la pobreza y las desigualdades fue para mí prioridad. Y debe seguir siéndolo. Fuimos el país de América Latina que más avanzó en ambos propósitos, según la Cepal. Eso le suena bien a la izquierda. Al mismo tiempo fuimos muy responsables en lo fiscal: impusimos la regla fiscal y obtuvimos el grado de inversión. Todo esto último le gusta a la derecha. Ambas cosas se complementan. Y la paz no debería tener color político aunque, por lo general, es a la extrema derecha a la que no le gusta. Esas son mis convicciones. No sé si Uribe las comparte.

En materia económica, los empresarios no les dan buena calificación a sus gobiernos. Dicen, por ejemplo, que en estos ocho años se duplicó la deuda externa (de US$64 mil millones de US$120 mil millones), que la reforma tributaria no tuvo los resultados esperados y que, por el contrario, inhibió la llegada de empresas extranjeras. Estas críticas, ¿cómo respondería esas críticas?

La deuda externa se aumentó principalmente por la devaluación, producto de la crisis petrolera. La reforma tributaria era absolutamente necesaria y cumplió su cometido. No lo dice el gobierno sino el Fondo Monetario, el Banco Mundial y los analistas internacionales. Me hubiera quedado muy fácil no presentar la reforma tributaria y aumentar la deuda. Habría sido más popular, pero no responsable. Entre 2010 y 2017 la inversión extranjera se duplicó. Eso de que se están yendo las empresas del país es otra de tantas “posverdades”.

Si hay resultados económicos que se puedan mostrar de sus gobiernos, éstos serían las vías 4G y las viviendas de interés prioritario. Usted prometió un millón de casas para los sectores populares y la construcción de más de 8 mil kilómetros de carreteras. ¿En cuál porcentaje quedará cada uno de esos programas?

En materia de vivienda sobre-cumplimos la meta. Más de un millón y medio de familias tienen hoy casa propia, más de la mitad con un apoyo del Gobierno. Y entregamos 130 mil casas gratis en las zonas urbanas y otro tanto en las zonas rurales. O sea más del doble de lo prometido. ¡Cómo le parece que redujimos el déficit de vivienda a la mitad!

En cuanto a vías, en dobles calzadas, ya construimos más de lo que se había construido en toda la historia. Ya tenemos el cierre financiero de 14 concesiones de cuarta generación y el resto avanza. Ni qué decir de los 51 aeropuertos intervenidos y de lo que han progresado nuestros puertos.

No se puede desconocer que el efecto del desplome del puente Chirajara fue devastador. ¿Se desplomó la imagen de su programa de infraestructura vial?

Eso fue muy doloroso. Ante todo, quiero reiterar mi solidaridad y mis condolencias a las familias de los trabajadores que perdieron la vida en ese evento. ¿Sabe cuántos puentes y viaductos nuevos hemos construido en estos 7 años? ¡Más de 135! Y 430 cuando se suman los ampliados, intervenidos y reforzados. Por doloroso que sea el caso de Chirajara, esto no puede ni debe afectar el más ambicioso programa vial en la historia de Colombia que, dicho sea de paso, no ha tenido una sola queja -de ningún participante ni proponente- en ninguna de las licitaciones. Los resultados se verán en los años venideros. No seré yo quien los inaugure. Serán todos los colombianos los que se beneficien.

Muchos comentarios insultantes y falsos sufre todo el mundo en las redes sociales, pero en el caso del presidente, esos comentarios se multiplican. ¿Le ofenden y le quitan la tranquilidad? Le voy a decir uno reciente: que vendió su apartamento del barrio Los Rosales; que por eso se perdió la seguridad del barrio y que compró una supercasa en zona ambiental prohibida…

A mí me han acusado de lo humano y lo divino: que me financió el narcotráfico, que soy comunista, que les entregué el país a las Farc, que compré el Nobel, que compré una casa en Londres y otra cantidad de barbaridades más como las que menciona. Es parte del precio de ser presidente. Me ha tocado desarrollar una piel de cocodrilo. Por eso ya ni me ofendo ni afecta mi tranquilidad. Lo que sí me preocupa es la polarización, el extremismo y el recurso fácil al insulto, la descalificación y las mentiras para agredir en lugar de debatir.

Inevitable terminar con la pregunta ¿qué va a hacer una vez salga de la Casa de Nariño: se va del país, a qué se va a dedicar, va a seguir en política activa o se retira? ¿Ya empezó a pensar que los expresidentes son como los muebles viejos o se rehúsa a serlo?

Tomé una decisión de vida. No pensar en qué voy a hacer después sino hasta el 8 de agosto. Lo único que tengo es un contrato solemne con Celeste, mi primera nieta que habrá nacido para ese día: me dedicaré a consentirla.

No le creo. Pero ya veremos.

“No tengo candidato pero con cualquiera de los tres quedaría tranquilo”

La situación con Venezuela parece deteriorarse cada vez más, casi para temer una confrontación militar ¿Hay peligro de que esto suceda?

No. Sería una verdadera locura.

La mesa de negociación de Quito con el ELN está en pausa ¿Va a dar la orden de cerrar definitivamente esa puerta después de los recientes atentados?

Hay que tener paciencia pero si no hay una demostración de mínima coherencia por parte del ELN, reanudar las negociaciones será imposible.

Unos dicen que su candidato presidencial es Vargas Lleras. Otros, que es Humberto de la Calle. Unos más, que Sergio Fajardo ¿Qué piensa de cada uno de ellos?

Con cualquiera de los tres quedaría tranquilo pero como usted entenderá, no tengo candidato.

Una encuesta reciente de YanHaas revela un resultado de solo el 14% de aprobación para su gestión ¿A qué le atribuye su baja popularidad?

En otras encuestas con muestras más representativas, las cifras oscilan entre 30 y 35%. Pero eso no importa. El capital político es para gastarlo. He trabajado pensando siempre en hacer lo correcto, no lo popular. Habría sido más fácil, en términos de popularidad, seguir la guerra con las Farc. Pero acabar un conflicto de más de 50 años con cientos de miles de muertos, con millones de víctimas y desplazados, fue lo correcto.

¿Cuál reconoce como su error más protuberante?

Los errores tienen que ver con lo que se hizo porque siempre se puede hacer más. Una de mis grandes frustraciones fue no haber logrado hacer aprobar una reforma estructural a la justicia.

Autobalance de gestión

A menos de seis meses de que usted deje la Casa de Nariño, ¿cuál calificación se da como gobernante de Colombia en estos 8 años?

No me corresponde autoevaluarme pero como lo señalé en la carta que hice pública el jueves pasado, he trabajado durante estos ocho años con pasión y convicción. Por supuesto que he cometido errores, ha habido dificultades y falta mucho, pero lo cierto es que el país ha avanzado muchísimo más. Mire el tema de la educación: le dimos el primer lugar en el presupuesto; tenemos educación pública gratuita hasta el grado 11. Creamos la política de primera infancia con el programa “De cero a siempre”; lanzamos el plan de jornada única y un agresivo programa de construcción de aulas Antes solo 1 de cada 3 bachilleres tenía acceso a la educación superior, hoy más de 1 de cada 2, lo tiene. Nos falta, pero avanzamos. Más de 5 millones de personas salieron de la pobreza y logramos reducir la pobreza extrema a la mitad.  Más 1.5 millones familias lograron tener casa propia. 130 mil familias pobres en las ciudades y otro tanto en el campo, recibieron una casa gratis. Con eso redujimos a la mitad el déficit habitacional del país.  En infraestructura, para citarle otro ejemplo, lanzamos el programa vial más ambicioso de nuestra historia. Ya llevamos construidos 1.600 kilómetros de dobles calzadas. Más que el acumulado en toda la historia. En materia de salud,ahora hay cobertura universal. Nuestra economía, luego de la baja abrupta de los precios del petróleo, se está recuperando.  Se logró mantener el crecimiento y el empleo. Y por fin, por primera vez, hay más trabajadores formales que informales. Claro, todavía hay demasiados colombianos sin empleo o en empleos precarios. Durante años nuestro campo fue la cenicienta de la economía. Hoy es un sector que jalona  la economía y el empleo. El año pasado creció al 4.9%. En 2010 la cosecha de nuestro café fue cercana a 7 millones de sacos. El año pasado subió a más del doble. O mire el tema del medio ambiente. Colombia, siendo el país más biodiverso y uno de los más expuestos al cambio climático, no estaba protegiendo sus ecosistemas. Pasamos de 13 a 30 millones de hectáreas protegidas. En cuanto a la seguridad, tenemos las tasas de homicidio más bajas de los últimos 40 años. Por supuesto, delitos como el hurto o el robo de celulares son preocupantes. Y por supuesto, está el fin del conflicto con las Farc: miles de vidas salvadas, un campo que se está desminando y los desplazados pueden volver a sus tierras, que les estamos restituyendo. Ha habido errores, frustraciones y temas en los que no logramos cumplir todo los que queríamos. Pero trabajé, con todo el equipo de gobierno, sin descanso y con la total convicción para hacer lo correcto y lo mejor para los colombianos.

El Espectador


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