La gira del Papa argentino disgusta al neoliberlismo y a los medios hegemónicos – Por Rubén Armendáriz

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Tras el anuncio, meses atrás, de la visita de Francisco a Chile y Perú las críticas al Papa, primero disimuladas de escepticismo y luego directamente transformadas en cuestionamientos, se multiplicaron en los medios hegemónicos de comunicación, no solo de Argentina. A su paso por el espacio aéreo argentino solo dejó un formal mensaje –en inglés- al gobierno y pueblo argentino.

¿Cuál es el motivo de estas visitas pastorales? El primero y más importante es mantener, afianzar y hacer crecer la disminuída grey católica. Ésa es la tarea principal de todos los papas y su eficacia está en directa relación con la capacidad de cada jefe eclesial para establecer el nexo entre el pensamiento religioso que representa y la cultura de su tiempo y de los diferentes pueblos. Al respecto cada Papa tiene su propia visión de la realidad y de la mejor manera de interpretar ese rol, señal Juan Guahán.

En su visita al sur andino, Jorge Bergoglio hizo hincapié en dos cuestiones de singular importancia: la paz y la unidad, lo que lo ha llevado a intervenir y marcar su presencia en múltiples conflictos nacionales e internacionales. Los históricos problemas entre el Estado chileno y los indios mapuches por un lado y las mutuas desconfianzas – que motivaron enfrentamientos armados- entre Perú y Chile, por el otro, abonan la idea que también este viaje mantiene relación con aquellos temas de paz y unidad.

A estas cuestiones generales le agregó siete temas vinculados con otros problemas contemporáneos: la situación de los pueblos originarios; el mensaje a los jóvenes; la violencia; la corrupción; la Amazonía con el problema del medio ambiente y sus indígenas; la dignidad de las personas y los abusos sexuales por parte de miembros de la Iglesia.

Y esos sucesivos encuentros con líderes de movimientos sociales de diferentes partes del mundo para reclamar trabajo, techo y tierra, son los que crispan a las derechas vernáculas, a los voceros del neoliberalismo y al sistema de propaganda, información y comunicación de los medios hegemónicos cartelizados. Y también a la izquierda, que ve en esta especie de pastoral social un forma de adocentamiento de las luchas populares.

Lo que se puede constatar que los relatos de los medios hegemónicos argentinos no fue diferente al de los de las agencias trasnacionales de noticias, que insistieron en el fracaso de la gira, evitaron mostrar su importancia, molestos por un Papa que no defiende al capital y la explotación.

En Argentina, columnistas de medios tradicionalmente adictos y sensibles al catolicismo y a su jerarquía no ocultaron malestar por lo que adjetivaron primero como una “desconsideración” de Bergoglio con sus compatriotas por eludir a la Argentina como destino de sus viajes, para luego seguir subiendo el tono de la crítica para acusar al Papa directamente de ofender a sus compatriotas, mientras el gobierno y sus voceros oficiales guardaban recatado silencio formal sobre el tema.

Los portavoces periodísticos del oficialismo argentino se encargaron de vincular al Papa con todas las manifestaciones opositoras, acreditando a la orden y cuenta de Francisco la mayoría de las opiniones vertidas por quienes cometieron la osadía de cuestionar la gestión del “mejor equipo de los últimos cincuenta (y dos) años”, o sea el de Mauricio Macri, el que está destruyendo el país.

El obispo Oscar Ojea, presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, regresó de Chile, donde acompañó a Francisco, molesto con la presentación que los medios hegemónicos de comunicación argentinos hicieran de la gira papal. “Todo lo que tiene que ver con presentar la visita como un fracaso por la falta de gente es absolutamente mentiroso”, su estadía en Chile fue “sumamente positiva, una verdadera fiesta, una fiesta popular”.

Para Ojeda “algo estaba armado” y “mi impresión es que existe una decisión de escamotear el mensaje del Papa”. “Al Papa se le tiene miedo, se le tiene miedo a su liderazgo y a su capacidad de aglutinar a las personas en torno a sus ideas y a su figura”.

Mientras, el cardenal estadounidense Sean O’Malley, quien dirige la comisión vaticana de prevención de la pederastía, se mostró comprensivo ante el enojo que despertó la defensa del Papa al obispo chileno de Osorno, Juan Barros (“No hay una sola prueba en contra. Todo es calumnia, ¿está claro?”, dijo el Papa). “Lo que sí sé es que el Papa reconoce plenamente los atroces fracasos de la Iglesia y su clero que abusó de los niños y el impacto devastador que esos crímenes han tenido sobre los sobrevivientes y sus seres queridos”.

En Chile Bergoglio manejó el doble mensaje que caracteriza desde hace siglos a la institución que preside: Pedido de disculpas por los abusos sexuales de obispos y sacerdotes pero respaldo sin dudas al principal acusado en la jerarquía chilena, pese a que hay constancia documental de la preocupación pontificia por el caso, con firma y en papel membretado, señala el analista Horacio Verbitski.

Los políticos que se subordinan al liderazgo de Francisco dicen que la problemática de los abusos sexuales no debe distraer del compromiso papal en materia de derechos económicos, sociales, ambientales y laborales. Francisco es un aliado valioso para cualquier causa, y sus posiciones de los últimos años en esas materias coinciden con el ethos de lo que aquí se conoce como nacional y popular y que sus adversarios liberales desdeñan como populismo.

Verbitsky añade que buena parte de las confusiones que Francisco provoca entre las fuerzas políticas obedece a la dificultad de separar el mensaje del mensajero y el marketing de la política. Por su parte, la periodista chilena Mónica González Mugica, cuyo centro de investigación CIPER Chile destapó el escándalo afirma que “la justicia civil no condenó a Karadima ni a sus cómplices sólo porque sus delitos estaban prescriptos. Pero en el expediente quedaron los testimonios de todos sus abusos de conciencia y sexuales”.(…)

“Karadima cometía sus abusos de conciencia y sometimiento con testigos: su círculo personal y al que no accedían más que sus favoritos. Y Barros lo era. Los sexuales eran solo en su círculo íntimo, añade

En el conservador diario La Nación, el arzobispo Víctor Manuel Fernández, rector de la Universidad Católica Argentina, describió así la situación: “(…) llama la atención hasta qué punto las afirmaciones periodísticas sobre el Papa están plagadas de imaginación, al mismo tiempo que todo se interpreta como si Francisco estuviera permanentemente pensando en Macri. El ego argentino es grande”. “Cualquier opinión que defienda los derechos de los más débiles podrá tener semejanzas con el mensaje de Francisco, que siempre habla desde las heridas de los más frágiles”, añadió.

Esto es lo que genera malestar y escandaliza a quienes dicen no comprender los motivos por los que el Papa habla en favor de los pobres y critica al neoliberalismo. Francisco no responde a la imagen del Bergoglio que ellos habían proyectado en el trono de Pedro. Y esto genera malestar entre los medios y los periodistas que antes observaban con complacencia que el poder religioso católico -tanto el Papa como los obispos locales- exhibiera (a veces impúdicamente) su alianza con los poderes concentrados de las empresas y de la política.

Las coberturas televisivas pusieron especial atención en remarcar “las dificultades” que enfrentaba el viaje, la “apatía” de los chilenos y, muy especialmente, las críticas de algunos sectores molestos con las actitudes y las posiciones del Papa. Otras informaciones resaltaban el “dilema” de los argentinos (“menos de los esperados”) que cruzaron la cordillera: “Ir a ver al Papa o a los shopping a realizar compras”.

En Chile hizo referencias afectuosas a los mapuche, saludo en su lengua, solicitud de respeto por su cultura y sus derechos, repudio a las injusticias contra ellos, pero negativa a recibir al sector que con más fuerza reclama la devolución de las tierras ancestrales.

El vocero de ese sector, Aucán Huilcaman, dijo que el discurso del Papa fue “tibio, ambiguo e impreciso” y de contenido irrelevante y lo atribuyó a que “él sabe a la perfección qué pasó en Neuquén, Río Negro y Chubut con los despojos de tierra de Julio Argentino Roca y la acción del Ejército chileno en la Pacificación de la Araucanía hasta la actualidad: “Le faltó reconocer el derecho a la tierra, que es la causa de las tensiones y controversias. Le faltó señalar que el Estado tiene una responsabilidad en lo que sucede”. A su juicio, fue un discurso “político, mirando más al Estado argentino, el chileno y las corporaciones

La cobertura noticiosa y periodística de la visita del Papa a Chile y a Perú configuró una ostensible manifestación de hostilidad comunicacional hacia Francisco. Los estrategas de la batalla política que hoy se libra a través de la comunicación eligieron como blanco al Papa y a todos aquellos que coincidan o se alimenten de sus ideas y propuestas. Y si bien se ataca a Francisco como persona buscando minar su crédito entre las audiencias, lo que realmente se combate son sus ideas contrarias al modelo económico, político y cultural que hoy avanza en la argentina. No es un problema comunicacional… es la política, dice el analista Washington Uranga.

Mientras, el oligopólico Clarín trabaja una vertiente surrealista: trata de inducir la interpretación de que la iglesia católica argentina repudia a quienes usan a Francisco para una política conflictiva contra el gobierno de Macri, lo que claramente contradice el texto del documento episcopal al respecto.

Esto es lo que genera malestar y escandaliza a quienes dicen no comprender los motivos por los que el Papa habla en favor de los pobres y critica al neoliberalismo. Francisco no responde a la imagen del Bergoglio que ellos habían proyectado en el trono de Pedro. Y esto genera malestar entre los medios y los periodistas que antes observaban con complacencia que el poder religioso católico -tanto el Papa como los obispos locales- exhibiera (a veces impúdicamente) su alianza con los poderes concentrados de las empresas y de la política.

Se suele olvidar que el Papa Wojtila decidió militar activamente en su país, Polonia, para desestabilizar el régimen comunista. Francisco ha decidido no repetir esa experiencia que forma parte de una larga saga de desprestigio del catolicismo motivado por la predisposición de sus cúpulas a mostrarse alineado con las potencias políticas globalmente hegemónicas.

Francisco ofreció misa en una base militar erigida sobre tierras que los mapuche denuncian como apropiadas a la fuerza, pero hizo mención a las graves violaciones a los derechos humanos que se produjeron allí durante la dictadura. En Chile fue inevitable el cotejo con la visita del Papa polaco Wojtyla en 1987, que el diario español El País describió así: “Juan Pablo II rompió todos los protocolos a favor del dictador (…).

No hay en esta dicotomía nada que sorprenda a quienes conocen la historia de una organización maestra en cobijar a las tendencias más opuestas en casi cualquier tema, lo cual es una de las claves de su perduración bimilenaria. Pero para que la obra sea creíble, un solo actor no puede interpretar a todos los personajes.

Bergoglio fue electo cuando la descomposición institucional apestaba y se requerían remedios heroicos, que chocan con la inercia burocrática y las estructuras de poder que es más fácil denunciar que modificar, señala el analista argentino Horacio Verbitsky en El cohete a la luna.

El marketing papal, con oportunas fotográficas como el casamiento en el aire de dos tripulantes o el descenso del Papamóvil para asistir a una mujer policía desmontada por su caballo no bastan para tapar una situación dramática que requiere mucho más que palabras.

Francisco tiene frente a sí un mundo concreto, el de la uniformidad capitalista, de la ilimitada libertad del capital para moverse en tiempo real por todo el planeta, de la inédita concentración de la riqueza global, de la colocación de la política global y de las armas de los poderosos al servicio incondicional del despliegue de ese nuevo dios del que habla el Papa, del “dios dinero”.

Por eso el primer viaje de su papado fue a Lampedusa, un sitio emblemático del drama de los refugiados, de los que huyen de países asolados por la guerra colonial y por la injusta distribución mundial de los recursos. Por eso sus interlocutores son los pobres, los perseguidos, los discriminados.

El Papa dijo en Chile que hay que abandonar el punto de vista de que hay culturas superiores y culturas inferiores y esa es una verdadera blasfemia contra el culto liberal. Hay quienes le reprochan que hable más seguido de “pueblo” que de “derechos”, que coloca que al pueblo como sujeto místico y a los pobres como el emblema necesario para la evocación del mensaje cristiano.

Todo este destrato sin dudas satisface a los obispos evangélicos, que aprovechan cada oportunidad donde se ataque a la Iglesia católica (y para ello suman sus medios de comunicación, para sumar adeptos y enquistarse en el poder fáctico y/o real de nuestros países.

(*) Periodista y politólogo uruguayo, investigador del Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

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