Chile: dos lecciones de Piñera – El País, Uruguay

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Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

La victoria de Sebastián Piñera en las elecciones chilenas ha generado bastantes menos comentarios en nuestro país que todo lo que ocurre en Argentina. Pero hay aspectos de la victoria de Piñera que son muy significativos políticamente en este rincón del mundo. Y que por ello merecen una lectura más profunda.

El primer aspecto, aunque tal vez el más trivial, tenga que ver con el penoso papel que tuvo el expresidente José Mujica en la campaña chilena. Aterrizado como en paracaídas en una contienda ajena, donde tenía poco y nada para decir, desgranó un bochornoso discurso en el que castigó más a la propia izquierda que al candidato que se suponía iba a combatir. A esta altura ya cabe preguntarse a qué va Mujica como reina del carnaval a cuanta campaña electoral hay en la región. Es una intromisión en la vida política ajena, se nota que ya ni está muy al tanto de la realidad política de los países a los que concurre, y cada candidato que apoya, pierde.

Hay un segundo aspecto más trascendente de lo que pasó en Chile, y es por encima de la victoria de Piñera, la derrota severa de la presidenta Bachelet y lo que pretendió ser un «giro a la izquierda» en la política de ese país. Es que hubo una diferencia drástica entre el primer y el segundo gobierno de Bachelet. El primero fue un gobierno de concertación, donde se respetaron ciertos consensos y mesuras propias de la transición de ese país. Pero este segundo gobierno fue bien distinto.

Comenzado con un talante refundacional y buscando concretar reformas que directamente destruyeran el «modelo» que ha mantenido Chile en estos años, la contundente derrota electoral deja en claro lo que piensan los chilenos de esos cambios.

Pero, sobre todo, destruye un argumento muy utilizado por ciertos sectores del oficialismo en Uruguay, que han explicado que la derrota de los experimentos «progresistas» en el mundo tendría que ver con su falta de ambición reformista. O sea, que les falta empuje «de izquierda». Si algo no se le puede achacar a Bachelet es justamente falta de compromiso izquierdista. Y sin embargo los chilenos prefirieron volver a poner a un empresario pro mercado en La Moneda. Por algo pasan las cosas.

Por último, hay una lección que se puede sacar de las elecciones chilenas de cara al proceso electoral que afrontará Uruguay próximamente. Pocas veces se ha visto a los sectores medios e intelectuales de un país tan alineados y en ataque frontal contra un dirigente político como ha pasado en Chile. El nivel de discurso de miedo, afirmando que se votaba a un millonario que vendría a recortar los beneficios a los pobres, a vender el país a las corporaciones internacionales, y todo eso que también escuchamos con frecuencia en Uruguay en cuanto una encuesta no le da bien al gobierno, ha sido tremendo.

En buena medida, porque son esas clases medias intelectuales las que han medrado en los gobiernos de izquierda repartiendo fondos públicos para financiar sus estamentos académicos, sus ONG, y el mundillo de «curros» con el que han medrado en casi toda la región en los últimos años, a costa del contribuyente.

Pese a ese discurso, una mayoría sustancial del pueblo chileno optó por darle una oportunidad a Piñera, en buena medida cansado del discurso de buenos y malos, y convencido de que el país precisaba regresar a un sendero de crecimiento más genuino.

Chile y Uruguay son países muy distintos. Pero este ejemplo debería ser tenido en cuenta por la oposición uruguaya para no caer en los errores que la han atenazado en las últimas campañas. No es necesario vivir pidiendo perdón por no ser parte de la hegemonía «progre» como nos venden politólogos y «expertos». No hace falta cambiar el discurso, o pretender ser una visión «light» de lo mismo que hoy gobierna.

Si algo enseña la victoria de Piñera es que las sociedades se cansan de que las asusten con el cuco neoliberal. Y que son capaces de entender que la alternancia democrática implica también alternancia de modelos políticos y económicos. Y que se puede ganar el corazón y las mentes de los votantes siendo una genuina apuesta a un esquema diferente, honesto, sincero, y que defienda que un país no puede mejorar el nivel de vida de su gente creyendo siempre que los empresarios y los que manejan capitales son los malos de la película. Todo depende de la convicción y coherencia con la que se impulsa un discurso.

El País

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