Cuba: Conocimiento, desarrollo y centros universitarios municipales

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A inicios de la década pasada, con la conducción directa de Fidel, se crearon en todos los municipios cubanos organizaciones de educación superior. Se les llamó sedes universitarias municipales (SUM).

Por Jorge Núñez Jover (*)

Con el tiempo, y en virtud de variadas circunstancias, aquellas innovaciones institucionales se fueron transformando en casi todas partes en nuestros actuales centros universitarios municipales (CUM). Como resultado de ello, en la gran mayoría de los municipios cubanos contamos con organizaciones que impulsan las tareas universitarias en el nivel municipal.

En ellos se reúne buena parte del potencial humano más calificado de los territorios. Allí podemos encontrar ingenieros, veterinarios, economistas, abogados, pedagogos, comunicadores, entre otros. Unos pertenecen a las plantillas fijas de los CUM, otros son contratados como profesores a tiempo parcial para realizar tareas que reclamen sus capacidades.

Los CUM son hoy las principales instituciones de conocimiento en la mayoría de los municipios cubanos.

La fuerza de los CUM obedece también a que ellos están articulados a la red de centros de educación superior y entidades de ciencia, tecnología e innovación del país. Se benefician de la cohesión y el espíritu de cooperación que son signos distintivos de nuestra sociedad. Ello multiplica las capacidades de nuestros CUM.

Agustín Lage, personalidad clave de la ciencia cubana, escribió tiempo atrás, refiriéndose a la función social de la ciencia en Cuba y en especial a la batalla de la ciencia por hacer avanzar las transformaciones que nuestro país ha emprendido, que debía darse en cuatro frentes: en la empresa socialista de alta tecnología; en la totalidad del sector empresarial; en las universidades y en los Centros Universitarios Municipales en su conexión con el desarrollo local. Y refiriéndose a este último frente, agregó que esta era “la más ambiciosa función”.

Es a esa “ambiciosa función” a la que me refiero en este momento. Sería bueno que todos los profesionales cubanos, científicos, dirigentes y funcionarios de educación superior, rectores, hacedores de políticas, profesores, maestros, prestaran atención al concepto encerrado en esa formulación.

Claro que hay que impulsar nuestro sector de alta tecnología, demandante con frecuencia de investigación científica de alto vuelo. Por supuesto que es preciso resolver la vieja problemática de la empresa poco dada a la innovación. Es evidente que las universidades, las que atesoran la mayor parte del potencial científico del país, tienen que potenciar las actividades de investigación, desarrollo  e innovación y conectarse aún más vigorosamente con el sector productivo y la sociedad en su conjunto.

Conozco pocas personas que no coincidan con esas apreciaciones. Pero ¿y los CUM y la “más ambiciosa función” de que nos habla Lage?

En todos los municipios cubanos tenemos la necesidad de producir alimentos, cuidar la biodiversidad, ampliar las fuentes de energía renovable, cuidar la salud de los ciudadanos, mejorar el hábitat y construir viviendas capaces de enfrentar huracanes y otros desastres, formar maestros, mejorar la gestión de los gobiernos, ampliar la participación ciudadana, mejorar las estrategias locales de desarrollo, elaborar proyectos para captar recursos…la lista de necesidades es infinita.

Lo que aquí subrayo es que todas ellas demandan conocimientos y tecnologías. Atenderlas requiere desplegar procesos de capacitación, programas de formación; demanda la interacción entre el conocimiento certificado de los profesionales y científicos y el saber hacer de productores y ciudadanos que viven en los territorios.

Y eso hay que hacerlo en el municipio, donde el CUM suele ser la principal institución de conocimiento. Frente a los grandes centros de investigación y los sólidos grupos de investigación de las universidades, los CUM pudieran parecer  a algunos de nuestros compatriotas piezas menores del sistema cubano de ciencia, tecnología e innovación.

Digo enfáticamente, que esa errada apreciación daña nuestra capacidad – y necesidad – de conectar conocimiento y sociedad en todos los espacios, por muy modestos que parezcan.

No olvidemos que en las Bases del plan nacional de desarrollo económico y social hasta el 2030, uno de los seis ejes estratégicos identificados es el que se denomina Potencial humano, ciencia, tecnología e innovación. Una buena manera de entender en toda su extensión esa prioridad es considerando los frentes destacados por Lage.

Comparto con los lectores lo siguiente: a nivel global se presta una atención creciente a conceptos como “innovación social”, “tecnología social”, “innovación frugal”, “sistemas de innovación para la inclusión social”, que confirman que no todo se reduce a la investigación avanzada, la ciencia de frontera y la innovación que genera competitividad y ganancia a las grandes empresas. Hay una creciente comprensión de que el desarrollo sostenible requiere hacer circular el conocimiento entre campesinos, trabajadores, ciudadanos, cooperativas, organizaciones empresariales de menor envergadura. Cada día se entiende mejor que para la ciencia y la innovación tan importante es un grupo científico de vanguardia como el sistema educacional a todos los niveles donde el talento se  fomenta o se pierde.

En Cuba es especialmente importante comprender esto.

Entre octubre y noviembre de este año, la red de Gestión Universitaria del Conocimiento y la Innovación para el desarrollo local (GUCID) que conduce el Ministerio de Educación Superior, realizó talleres regionales con universidades y CUM que permitieron, entre otras temas, debatir el papel de estos últimos como agentes del conocimiento y la innovación.

Quienes participamos de esos intercambios pudimos apreciar el notable avance del trabajo de muchos CUM en la casi totalidad de las provincias. Muchas de las cosas que nos contaron fueron muy estimulantes.

Constatamos, por ejemplo, que seleccionan mejor sus agendas de formación, articulándolas al desarrollo local; realizan vigilancia tecnológica y participan de la transferencia de tecnologías (energía, vivienda, producción de alimentos, métodos para mejorar la administración pública, etc.); sirven de interface entre universidades, entidades de ciencia y tecnología y las necesidades del territorio; colaboran con los gobiernos en la elaboración y evaluación de las estrategias; desarrollan capacidades en el sector productivo, cooperativas, campesinos, etc.;  generan conectividad y sinergias entre actores para impulsar proyectos de desarrollo local; asesoran en la implementación de proyectos, incluidos los de la cooperación internacional; realizan la capacitación de directivos, tanto de la administración pública como del sector productivo.

Eso y más se está haciendo en muchos territorios. Pero no en todos, todavía.

En algunos casos eso se debe a problemas objetivos, sin duda algunos CUM son más robustos y otros más frágiles, aunque todos son importantes. En otros casos, pareciera que no todos entienden “la más ambiciosa función” de la que hablamos arriba.

La experiencia confirma que si queremos avanzar en la conexión entre el conocimiento, la tecnología y la innovación al desarrollo, hay que prestar especial atención a los municipios y en ellos a los CUM, hijos de aquel impulso temprano de Fidel.

(*) Presidente de la Cátedra de Ciencia, Tecnología, Sociedad e Innovación de la Universidad de La Habana.

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