Porfirio Salazar, poeta panameño: «La poesía es el llamado a la liberación de las cadenas»

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Texto y fotografía Marta Leonor González

El escritor Porfirio Salazar atiende nuestro diálogo, nacido en Panamá, en la ciudad de Penonomé, provincia de Coclé, un 5 de marzo hace 47 años.

Abogado, poeta, dramaturgo, y ensayista con muchos premios casi todos los de su país. Ha ganado dos veces el Premio Nacional de Poesía Ricardo Miró y en 2008 mereció el Premio Centroamericano de Literatura Rogelio Sinán. Su obra es amplia. Acá unos fragmentos de ese diálogo.

¿Retrospectivamente cómo se mira cómo escritor?

Estimo que la poesía y el poeta estamos en un estadio de transición. Quiero decir que la poesía cada día se reiventa a sí misma desde dos nociones aparantemente contradictorias, aunque en cierta medida complementarias: tradición y ruptura.

Siempre hay escuelas, estilos o movimientos rompedores. Ha surgido enseguida el rescate de una tradición. Desde esta óptica me veo estilísticamente: creando, renovando, experimentando sin artificio, y retornando a la tradición que me fijé como artista.

En el plano personal creo que tengo una responsabilidad como creador: me veo -poeta- inserto en sociedad de frente a los problemas que me toca vivir y con mi granito de arena, resolver.

El poeta, la poesía no cambian sistemas económicos ni sistemas políticos, pero ciertamente la poesía es ese llamado a la libertad de todo aislamiento impuesto, es el llamado a la liberación de las cadenas del esclavo.

¿En su creación cuáles han sido sus grandes obsesiones y por qué las has planteado de esa manera?
Tengo una obsesión con la vida misma.

La vida me parece una paradoja. La vida, desde el punto de vista biológico, integra el concepto más difícil de definir. Es una definición fantasma en cierta medida, que debe responder a nuestras dos naturalezas: la corpórea y la espiritual.

Dentro de la vida, soy un poeta que aborda el tema del dolor. También hay preocupación por el otro como prójimo y conflicto. Ese prójimo cristiano es el otro de los existencialistas sartreanos.

¿Cómo ha sido su vida de escritor y qué grandes retos ha tenido?

Mi gran reto cada vez que termino el acto creativo de un libro (en los géneros que cultivo: poesía y ensayo) ha sido publicar en un país donde no se lee. Se lee muy poco poesía y ensayo precisamente, dos géneros para un público muy especial.

La poesía es el discurso de un hablante lírico, de una persona natural. El ensayo son ideas, un corpus conceptual. El poeta no quiere convencer a nadie, solo cuenta su historial emocional. El ensayista, en cambio, aporta su verdad con convencimiento si domina el asunto, la palabra y la imagen. Ambos requieren de mucha atención, pues su destino son personas muy especiales. A diferencia del cuento, la novela, el guion y el teatro que son historias con personajes, que suscitan de forma más fácil la atención de las editoriales.

¿Su juventud como creador como fue. Alguna anécdota que la defina?

Claro, empecé a escribir a los 14 años. Aunque reconozco que fue en 1987, con 17 años, cuando escribí un poema de mejor calidad literaria.

Nunca pensé ser escritor en el sentido en el que lo soy: es decir, para el público, para los lectores. Escribía para mí. El poeta José Franco prologó mi primer libro, en 1991, y me animó a seguir escribiendo y publicando. Siempre me reunía en su casa, su esposa doña Chela siempre me recibió como a un hijo. El poeta Franco me presentó a Ricaurte Soler, César Young Nuñez, a Tobías Díaz. Ya en el ambiente de poetas, fui tocando puertas y todas se me abrieron. Gloria Guardia me recibió en su casa y conservo libros valiosos que me obsequió y una nota muy especial. Su ensayística me interesa, es una guía para mí.

Renato Osores recibió mi libro: Selva con aplausos, igual que el poeta Alvaro Menéndez Franco. Mi libro se sonetos: La cítara del sol fue prologado por la gran poeta Moravia Ochoa, mujer singular y talentosa.

¿Qué cree que define a un escritor de Panamá. Una diferencia con el resto?

Nuestra literatura panameña es marginal, poco se conoce en el resto de Latinoamérica. Salvo contadas excepciones, pienso en Sinán, Changmarín, Orestes Nieto, es poco conocida. Los premios amparados con ediciones no se distribuyen adecuadamente.

¿Le pesa mucho la figura de Rogelio Sinán el autor icónico de su país?

Sinán es un extraodinario narrador. Sus cuentos quedarán como lo mejor de su obra. Su poesía me interesa menos y sus dos novelas Penilunio y La isla mágica, acaso ocupan un lugar modesto en la sala de los novelistas que le prosiguieron: Jurado, Arroyo, Tristán Solarte, Beleño, cuatros cifras notables de la novelística istmeña. Hay un novelista relativamente joven de Panamá que me interesa mucho aunque no es conocido: Rogelio Guerra Ávila.

¿Por qué se conoce tan poco de la literatura panameña y de sus autores en la región?

El libro no se promueve en las escuelas. Hay premios y premios pero la literatura no se divulga. Además, falta un diálogo honesto sobre lo que estamos haciendo. Halagarnos mutuamente no nos ayuda a crecer en nada. Son pocos los que leen, de forma que al editar un libro se le regala al colega si es parte de nuestro círculo. Hay mucho halago, falso halago, autohalago y rompedera en la literatura panameña. Ninguneo.

¿Cree que la literatura panameña está por descubrirse?

Panamá cuenta con un poeta extraodinario: Ricardo J. Bermúdez. Ensayistas como Ricaurte Soler, Pedro Rivera, Octavio Tapia, Damaris Serrano, Emma Gómez. Tenemos a dos dramaturgos de primer nivel: Chuchú Martínez y Jarl Babot.

Dentro de los novelistas más jóvenes, Mano Santa, de Rafael Ruiloba, avanza con pie derecho en la posteridad. Los cuentos de Felix QuirózTejeira, Dimas Lidio, Chang marín son lectura obligada.

¿Tiene autores esenciales, maestros de la literatura panameña que hayan formado su camino de creador?

Por supuesto, Sinán, Bermúdez, César Young, Stella Sierra, Elsie Alvarado de Ricord, Ros Zanet, Pedro Rivera, Dimas Pitti, Pablo Menacho, José Carr, Consuelo Thomás, Héctor Collado, Giovana Benedetti, Orestes Nieto, Chuchú Martínez, Luzcando, Bertalicia Peralta, Moravia Ochoa, María Olimpia, Ricardo Miró. Entre los más jóvenes, Eyra Harvar, Javier Romero, Javier Alvarado y David NG me resultan interesantes. Pedro Rivera, Enrique Jaramillo Levi, Vasco Franco y Aura de Canova son gestores culturales ejemplares. Vasco creó y dirige, con acierto, el Festival Penonomé en abril, el cual es un ejemplo a seguir y constituye uno de los acontecimientos más notables de la provincia de Coclé.

¿Ha ganado muchos premios en Panamá en algún momento le marearon estos reconocimientos?

Sinceramente, marearme nunca. Quedé en shock cuando gané mi primer premio literario. Fue el Primer lugar del Premio Municipal de Poesía León A. Soto en 1992, prologado por César Young Nuñez.
El soñado Miró me llegó cuando estaba en Tampa, en 1998. Mi padre lo recibió en el Teatro Nacional, no pude asistir, residía en EE.UU. Recuerdo, además, el número de Tragaluz dedicado a mí por obtener el premio nacional.

Soy con los poetas Stella Sierra, Orestes Nieto, Moravia Ochoa y Ros Zanet, uno de los cinco poetas que ha recibido el Miró con menos de 30 años de edad en 75 años del concurso.

Me sorprendió el Premio Jacobo Alzamora; soy el primer poeta en ser galardonado en dicho festival. Soy a Penonomé en abril lo que es Stella Sierra para el premio Miró: ¡casi nada! (el poeta se regocija y sonríe).

¿Es feliz escribiendo, ganando premios, qué le falta por hacer en su vida de escritor?

Soy feliz escribiendo, creando. Me falta publicar toda mi poesía reunida. Es cuestión de economía, no de deseos y disposición. Debo potenciar más mi capacidad de ensayista. Tengo una pieza de teatro regular y una novela un poco terrible. Permanecen inéditas. Gracias por esta entrevista, gracias por tu amistad y tu poesía Marta Leonor.

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