¿Un cese por la esperanza? – Diario Colombia Informa

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Contexto Nodal
El 5 de octubre campesinos que protestaban por la erradicación forzada de los cultivos ilícitos de coca en Tumaco, departamento de Nariño (sureste colombiano), fueron atacados por fuerzas de seguridad. El gobierno sostiene que murieron seis campesinos pero los pobladores aseguran que son al menos nueve. En tanto, el domingo 8, una comisión humanitaria de la ONU y la OEA que se dirigía a la zona también fue atacada por las fuerzas policiales.

Los conceptos vertidos en esta sección no reflejan necesariamente la línea editorial de Nodal. Consideramos importante que se conozcan porque contribuyen a tener una visión integral de la región.

Este podía haber ser un artículo sobre lo esperanzador del Cese al Fuego Bilateral, Temporal y Nacional que inició hace dos domingos entre el Gobierno y el Ejército de Liberación Nacional. Y “pretendía” porque, aunque ciertamente es una luz verde para la participación de la sociedad en los diálogos de Quito y un alivio humanitario para las comunidades que padecen la guerra con más intensidad, la realidad del país se impone con dureza ante las aspiraciones más nobles. Despertar con la noticia de una masacre pone en vilo la esperanza.

El anuncio del Cese al Fuego llegó en un momento necesario y oportuno. En medio de las labores arduas de las organizaciones de la sociedad civil en la veeduría de la implementación de lo pactado en La Habana. Bajo la idea de un solo Proceso de Paz y varias mesas. El Cese permitiría que los habitantes de los territorios más azotados por la guerra pudieran imprimir mayor esfuerzo en la construcción de la Paz, sin la zozobra de las balas pasándoles por la cabeza.

Lamentablemente, quien no ha entrado en Cese es el Estado. El jueves 5 de octubre fueron asesinados nueve campesinos cocaleros en Tumaco, como en los peores momentos del auge paramilitar.

¿Es que acaso la guerra contra el movimiento social no entra en Cese? ¿Es posible la Paz si se insiste en eliminar a líderes desarmados que organizan a sus comunidades?

Lo más grave de todo es que las balas venían del Estado. La versión de los campesinos (difundida por la Asociación de Juntas de Acción Comunal de los Ríos Mira, Nulpa y Mataje -Asominuma- y la Coordinadora Nacional de Cultivadores de Coca Amapola y Marihuana -Coccam- de Nariño) indica que, para romper un cerco humanitario pacífico, la Policía disparó indiscriminadamente a la multitud.

Los y las campesinas solo estaban ejerciendo sus derechos civiles mediante una acción colectiva en la que manifestaban su desacuerdo con la erradicación forzada que la fuerza pública ha ejercido en su territorio.

Vale la pena decir que cientos de campesinos cocaleros manifestaron su voluntad de erradicar según lo pactado en el punto 4 del Acuerdo General para la Terminación del Conflicto y desarrollado en el Plan Nacional Integral de Sustitución –PNIS-. Con dicho Plan se pretende acabar con los cultivos de uso ilícito a partir de la concertación con las comunidades.

El panorama es complejo. El PNIS avanza lentamente, tal como ocurre con la implementación de los acuerdos vía “Fast Track”, y el Gobierno continúa en su actitud de incumplimiento reiterado de los Acuerdos.

¿Qué hacer entonces si la implementación sigue empantanada y cada día empeora con la cercanía de la contienda electoral? ¿Qué hacer si los fusiles del Estado no se silencian? ¿Un Cese Bilateral o se trata de un ejercicio de voluntades mutuas?

La paz nos necesita pero, sin duda, no nos puede costar la vida. Hoy es fundamental seguir en las calles y exigir del Estado gestos reales de paz, que pasan por frenar la guerra contra las y los campesinos, indígenas, afros, líderes y lideresas sociales.

El Cese y la Implementación son escenarios de oportunidad que el movimiento social no puede perder, que necesita disputarse con participación (la cual no es otra cosa que calle, que protesta, que movilización).

No todo está perdido si sumamos fuerzas para que no nos embolaten la Paz, para que no nos maten por ella y para que no nos metan micos en su nombre. Hay que saludar que las antiguas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia -FARC- y el Ejército de Liberación Nacional -ELN- hayan empeñado su palabra, que estén en disposición de escuchar a la gente y de pelear por que se cumpla lo pactado en una y otra mesa.

Hay esperanza todavía. Asumamos la responsabilidad que como sociedad nos implica este momento histórico. No caigamos de nuevo en tratar el dolor selectivamente y mucho menos dejemos que quien tenga la iniciativa en la Paz siempre sea otro, en este caso el Estado. Para este último parece que “la Paz” se trata de eliminar la crítica, de privilegiar la violencia sobre el diálogo y la solución política.

Colombia Informa

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