Uruguay: Una cierta noción de la democracia – Por Eduardo Camin

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Dice una antigua sentencia griega que «a los hombres les atormenta la opinión que tienen de las cosas, más que de las cosas mismas “. Puesto que no podemos alcanzar la grandeza, ocupémonos en censurarla, así lo es encontrar defectos en las cosas, ninguna de la cuales por buena y deseable que sea, está exenta de faltas.

Acaso, no creemos, que vender marihuana en las farmacias, nos hace más libres y demócratas. Sin embrago, entendemos que no es viable pensar la libertad como un conjunto de derechos individuales y querer, al mismo tiempo organizar un orden político democrático fundado en principios sociales. Tal vez haciendo una lectura más dialéctica, más razonada sobre Venezuela, nos permite ver al interior de cada nación sus propios demonios.

Venezuela puso en el tapete una serie de apreciaciones, y opiniones periodísticas y políticas sobre la democracia dirigidos contra el chavismo y Maduro en esencia, pero a la vez con un tenue mensaje cuasi subliminal para sus propios pueblos. Estas opiniones vertidas por la actuales “castas” confirman de alguna manera la preocupación casi obsesiva demostrada en la última década del Siglo XX y comienzos del XXI de algunos dirigentes políticos, para definir la democracia, abstrayéndola de su componente socioeconómico, buscándole asimilar a un concepto de valor universal.

Así se intenta presentar la democracia como una suma de valores universales sin vínculo con la realidad contingente. Se trata de invertir el proceso de análisis de la democracia, alejando la democracia de su crítica sustantiva y desvinculándola de las formas de dominación política de las clases dominantes. La democracia aparece como una formula desinteresada de búsqueda del bien común, olvidando que el bien común solo tiene viabilidad si se une a él una noción colectiva de interés económicos y sociales y se relaciona con una forma concreta del ejercicio del poder político.

La «democracia responsable» aliada a la globalización como la define nuestros estadistas, es buena como forma de Gobierno, de convivencia, de concertación, de consensos y además como generadora de reglas de juego válidas para todos, premisas todas ellas sin duda, necesarias y ciertas. Pero en el cual cualquier proyecto de cambio social que cuestione la globalización y el mercado …que sea a la vez impulsor de ilusiones perdidas … es condenado por el escepticismo, y la inercia manifestada en la verbosidad descalificadora …del populismo o del anacronismo, como antítesis de la democracia.

Sin embargo, la pregunta que debemos hacer a continuación es ¿Para Que … ¿Por Que? es tan despreciada y lanzada al olvido, al tiempo que connota cierta desconfianza hacia la forma misma de democracia. Sin pensar, incluso, que las supuestas reglas del juego democrático, iguales para todos, suponen una desigualdad real evidente.

De ahí que se haga necesario recuperar la dimensión estructural y estratégica de la democracia, ello implica re-articular y reafirmar los contenidos materiales de la misma. La democracia es válida cuando política, social, económica y culturalmente da respuestas a las grandes demandas y soluciona los problemas que, en nuestros países, son entre otros: la esclavitud infantil, la explotación, la pobreza, la oligarquizarían del poder, la concentración económica, la represión, la salud, la vivienda y la educación.

Problemas, que no hay que olvidar, afectan más del 46 % de la población del continente. Sin embargo, cuando se esconde o se diluye esta «trastienda» de la democracia, es posible que la misma aparezca como objetiva, positiva, responsable sin problemas y hasta con un gran porvenir, desconociendo que el análisis de la democracia realmente existente incluye, como evaluación básica para su estudio, la realización del bien común. Es decir, satisfacer derechos sociales e individuales como la justicia, la igualdad, acabar con el hambre, la marginalidad, la muerte por falta de medicamentos, el analfabetismo, la desnutrición, la corrupción etc. Todos factores que obligan a pensar la democracia no como modelo teórico, basado en principios metafísicos, sino como realmente se nos presenta, descarnada y desigual. En ese sentido la democracia no es más «responsable» que «populista». Sin este reconocimiento de ser la democracia, parte de la lucha por el poder político, no solo lucha representativa, sino articulada con objetivos sociales, económicos, culturales y políticos en su amplia acepción, no haremos nunca la crítica de la democracia realmente existente en América Latina.

Pudiendo estar tranquilos al pensar que mientras las reglas de juego sean válidas para todos, no importa que una mayoría viva en condiciones de marginalidad y pobreza, donde la posibilidad real de morir de hambre sea efectivamente considerada como un hecho auténticamente democrático.

Si el ser original de las cosas que tenemos se pudiera alojar en nosotros por su propia autoridad, se alojaría de modo parejo y semejante en todos, porque los hombres pertenecemos a una misma especie y, con poca diferencia tenemos instrumentos muy semejantes para juzgar y concebir. Mas la diversidad de opiniones que albergamos sobre estas cosas muestra claramente que ellas no entran en nosotros sino de modo compuesto y artificial según el lugar que nos otorgue el mercado. Cuando se intenta hacer compatible la definición social con el sistema de explotación y dominio propio del modo de producción capitalista, debemos llamar la atención.

Cuando la relación entre democracia, libertad y sistema de explotación tiene como objetivo señalar que los partidarios de la economía de mercado y del capitalismo han sabido soslayar y ocultar las contradicciones entre ellas con el objeto de fortalecer su propuesta formalista y deslegitimar la opción.

De ahí que, todo proceso alternativo, toda veleidad de independencia desde la Revolución cubana, pasando por los intentos Bolivarianos legitimados por la historia de nuestro propio subcontinente deben tarde o temprano ser combatidos, aniquilados, arrasados.

Pero no todos somos iguales ante la ley … la “democracia” del Brasil de Temer se desliza en la corrupción ante la incertidumbre de millones de brasileños cuyas protestas son invisibles … cosas de la democracia, y sus demócratas.

(*) Periodista uruguayo. Jefe de redacción internacional del Hebdolatino, Ginebra.

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